Pequeña Soledad

Crónicas Periféricos 2024

Por Maria José Muñoz Sandoval*

Los seis hombres que dormían en mi barraca me decían el “Pequeña soledad” porque me dormía con un cuchillo en la mano y le lloraba a mi padre. El cuchillo era para defenderme de mis compañeros de cuarto. El llanto, porque mi papá me había abandonado en Estados Unidos. Era 1990. Por esas fechas estaba muy de moda la telenovela Mi pequeña soledad, en la que Verónica Castro se la pasaba sufriendo, recuerda Jaimito.

Jaimito había crecido en el barrio de Analco, en el centro de Guadalajara, junto con su hermano y sus tres hermanas. En mayo de 1990 escaseaba el dinero en casa y la familia se había impuesto una nueva obligación: celebrar los quince años de América, la hija mayor. Había que huir de México y traer dólares. Junto con su padre, Jaime grande, y un pollero Jaimito cruzó la frontera de Estados Unidos. Desde Guadalajara caminó 3,972.8 kilómetros en línea recta hacia el norte, hasta que llegó a Jefferson, Oregón. Había un montón de campo al que le faltaban manos baratas. 

Después de haber trabajado en la fresa, el ajo y la calabaza que alimentaría los hogares estadounidenses, la última estación fue un campo de menta, que serviría para la digestión de los estómagos estadounidenses. 

En Oregón, Jaime y Jaimito vivieron juntos en una traila, donde compartían comida, baño y suelo para descansar con otros seis, también mexicanos, también ilegales.

Luego llegó agosto. Jaimito notó a su padre desesperado, indiferente, lejano. Ausente. 

Su padre se perdía en las noches al llegar del trabajo, Jaimito decidió perseguirlo hasta que después de haber caminado entre el viento intenso por varias hectáreas de campo, lo encontró. Recargado con el brazo en una cabina telefónica llena de coras, como les dicen los hispanos a las monedas de 25 centavos de dólar. Hablaba por teléfono con su esposa, Concepción, mamá de Jaimito a quien él extrañaba, pues hasta ese momento supo que podía llamarle o recibir correo de su familia en Guadalajara.

Aquella noche Jaimito se sintió traicionado, pero siguió tratando de cumplir el objetivo por el cual habían viajado 3,972.8 kilómetros, trabajando en la pizca, con jornadas de 10 horas los seis de los siete días de la semana: Los 15 años de su hermana América.

En verano el calor era intenso, pizcar fresa significaba traer las manos ensangrentadas. En la pizca de calabaza significaba correr y cargar todo el día. En la menta significaba estar cargando tubos que parecían ladrillos en cada paso. El trabajo siempre fue pesado y mientras el otoño se acercaba, los días en el campo eran eternos y las noches de descanso fugaces. 

19 DE AGOSTO DE 1990:

Querida América:

Ya bes que me bine con poca ropa. Pues de los 3 pantalones de mezclilla que me traje solo uno no está roto, pero los otros 2 se están desbaratando. Pronto pienso encontrar talla 28 por que sabes que estoy bien flaco. Ya compré 2 chamarras en la segunda una de levis y una de rayon. Cada una me costó 3 dolares. También compre unos zapatos grandotototes , yo creo que los de Frankenstein están chidos. No hemos mandado dinero porque todavía no nos traen los papeles falsos de los ángeles. Pero sabes, he estado pensando en meterme a estudiar ingles. Escríbeme mucho. Saludos a todos. 

Con el único pantalón que no estaba roto, cuatro pares de calcetas y botas de pescador que llegaban hasta la cintura, Jaimito trabajaba en el campo de menta en donde movía pipas dispensadoras de agua de cuatro metros de largo. Fue en esos campos de menta donde la tierra parecía plana, pues no se veía el final.  

El día más pesado que él recuerda en ese campo, fue el mismo día que su papá lo abandonó.

Esa tarde recolectaban la menta del campo. Trescientos tubos de largo sacados del terreno y llevados al remolque. Jaimito llenó tres remolques que equivalen a doce cuadras de tubos. “Parecía que nunca acabaría” recuerda Jaimito. Cuando comenzaron a caer gotas de lluvia en su espalda. Tenía que sacar con fuerza un pie y luego el otro.  

Después de estar llorando en medio del olor a menta. Y haber creído que moriría en un pedazo de lodo. Jaimito terminó el trabajo. Pero no se imaginó que en medio de esa tierra desconocida llegaría un ave de mal agüero que arruinaría aún más el día. Thomas el ave contratista y amigo de infancia de Jaime grande llegó con Jaimito, lo tomó del hombro y le dijo que su padre se había ido. 

Jaimito comenzó con las preguntas, no entendía por qué su padre lo había dejado solo en otro país. Thomas le respondió que debía calmarse, que su papá se había regresado a Guadalajara porque ya no había aguantado tanta presión.

Esa noche todo cambió al intentar dormir. Los seis desconocidos que dormían bajo el mismo techo le advirtieron a Jaimito que ya nada iba a ser igual. Jaimito con 15 años decidió comenzar a dormir con un cuchillo en la mano todas las noches.

La tarde que Jaimito se quedó sin su padre fue la última vez que se sintió satisfecho en una comida, pues su papá era el que cocinaba. Al día siguiente, apareció Carlos. Uno de los compañeros de Jaimito que solía drogarse más tiempo del que trabajaba o dormía. Carlos lo amenazó y le advirtió que ese verano en Estados Unidos el sueño americano había terminado para él. Entonces tendría que comenzar a pagar por todo servicio o actividad para su beneficio, empezando por la comida.

Jaimito comió huevo y frijoles día y noche. Era para lo único que le alcanzaba el dinero y lo único que sabia preparar, pues tampoco le permitían tardarse cocinando. Sin posibilidad de regresar a su país, Jaimito vivió de agosto a noviembre oliendo a menta. 

En sus ratos libres corría aproximadamente siete kilómetros para llegar a un campo y ver detrás de una reja. Se pasaba horas escondido observando a muchachos estadounidenses de su edad jugando partidos de fútbol Americano en una High School. Verlos lo inspiraba a encontrar la posibilidad de quedarse en ese país y obtener la residencia. Pero las ganas de volver a estar con su mamá no lo dejaban. 

Ya en diciembre, con nieve en todas partes y sin frutas que piscar, solo quedaba encontrar trabajo plantando pinos para la temporada con más ventas y más explotación laboral de Estados Unidos, Navidad. En su primer intento fue despedido pues el trabajo era para personas con mucha fuerza física y mental, cavando entre hielo, congelándose las manos y resfriándose todos los días de invierno. 

Entonces Jaimito decidió regresarse. No sabía cuándo llegaría a Guadalajara. Viajaron cuatro de los cinco mexicanos con él. Primero hacia Los Ángeles del este. Llegó un sábado dos semanas antes de Navidad. Después de una semana viviendo con una familia mexicana también ilegal, se subieron cinco indocumentados en un carro, cinco en otro y cruzaron la frontera de Tijuana. Después de un día de viaje llegaron a Guadalajara, Jalisco. 

Su familia no sabía que él llegaría de Estados Unidos ese domingo de tianguis. Su mamá, hermano y hermanas estaban trabajando, vendiendo ropa en el Parque Agua Azul. Jaimito llegó a la colonia de Analco en donde vivían con su abuelita. Su casa estaba cerrada.  Se sentó a esperarlos en la banqueta. De repente llegó un taxi amarillo. Se estacionó frente a Jaimito. El conductor abrió la puerta a media calle y salió. Era Jaime grande. Saludó a Jaimito con un: “Hola, ¿cómo estas? Y abrió la puerta de la casa”.

No se abrazaron después del viaje. Nunca hablaron sobre lo que sucedió. La familia de Jaimito no supo de la existencia del Pequeña Soledad. El Pequeña Soledad nunca recibió una disculpa. 

Jaimito pagó los XV años de América, y un día dejó el cuchillo en la cocina, pero no pudo dejar el sentimiento de abandono. 

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Esta crónica se elaboró durante el taller Crónicas Periféricas impartido por Vanesa Robles en junio y julio del 2023.

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María José Muñoz Sandoval (Guadalajara, 1999) es una apasionada del arte de observar y escribir. Socióloga de profesión, se interesa en la creación de documentales que muestren diversas realidades. Además, es cantautora expresando en su música experiencias y sentires.

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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