Crónicas / Periféricos
Texto e ilustración por JPR*
Recuerdo el momento en que el teléfono de Marcos recibió la llamada. Ese día recién habíamos despertado de una borrachera por el cumpleaños de Sara. Aunque enfiestados, todos estábamos alertas, desesperanzados, pero siempre a la cacería de cualquier celular que sonara en cualquier día, a cualquier hora. Yo estaba perdiendo el tiempo en internet, en lo de siempre: páginas de memes, videos en Facebook o noticias de la pandemia por COVID-19. Entonces el celular de Marcos sonó. Teníamos esa sensación como cuando esperas algún resultado médico importante, de aquellos en los que las noticias pueden ser fatales o milagrosas.
Marcos dijo que le estaba marcando David, un amigo de Jacinto. Al inicio, el rostro de Marcos se volvió de una seriedad inquietante, y segundos después, apareció en su mirada un aire de alivio, de un sufrimiento que ha sido detenido. Sara y yo teníamos una ansiedad por saber el resultado, y al mismo tiempo temíamos una respuesta fatal, por querer saber qué fue lo que pasó, porque en realidad no sabíamos los detalles de lo ocurrido, y no teníamos idea del horror. Aunque incluso después de eso, la vida sigue y siguió meses después con la historia de Jacinto.
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Conocí a Jacinto y a Johan hace aproximadamente ocho años, en un verano después de mis clases en la preparatoria allá por una zona cercana a la Plaza Terraza Belenes, en Zapopan, Jalisco. Se había planeado una reunión con mi amigo Ramón, quien llevaría a un par de camaradas suyos, y a mí me acompañaría Marcos.
El día que planeamos reunirnos fue un viernes soleado. Hacía bastante calor y las gotas de sudor corrían por mi rostro. Nos vimos en la esquina donde las calles principales de la colonia se dividen y partimos hacia la perrera abandonada. El fin de semana comenzaba y solo había que disfrutar del ocio: cigarrillos, cervezas, y hierba. Ramón me presentó con Jacinto y Johan como si yo los conociese de toda la vida, y comprendí que tendríamos una larga amistad, eterna si fuera posible la inmortalidad. Ramón conocía a Jacinto y a Johan desde la secundaria, desde entonces habían sido como uñas y mugre.
Jacinto medía un metro ochenta y tenía una complexión robusta, como su voz, y un rostro redondo, con mucho cachete, piel morena y un corte de cabello de libro abierto por la mitad. Johan era más delgado y de menor estatura, metro setenta exactos, de una tez más clara, cabello castaño y corto, con una voz aguda y rasposa. Y Ramón era el chaparro del trío, no llegaba ni al metro setenta y como Johan la piel morena clara, delgado como astilla, con unos labios gruesos y prominentes que dominaban su rostro, aparte de los lentes de vidrio grueso. Los tres eran aficionados al hip-hop, al rap de la vieja escuela, al dark house y otras variantes de la escena electrónica. A Jacinto le interesaban las letras, las rimas y el rap, además de la creación y edición de bases musicales. Johan solo estaba interesado en las letras rimadas, pues normalmente se ocupaba en trabajos comunes de obrero, en los tianguis o el trabajo que saliera. Ramón estudiaba la prepa en una escuela de ingeniería muy reconocida en la ciudad, y tenía los mismos intereses que Jacinto, solo que estaba más centrado en ser DJ.
Marcos coincidió con los gustos de los tres, y al pasar el tiempo su amistad se transformó en hermandad. Yo no formé el vínculo a través de la música en común, en su lugar fueron esas conversaciones de jóvenes que pronto serán adultos: Hablar de la felicidad, el futuro, los trabajos, la escuela, la música, la vida y su opuesto hostil, la muerte. Con el pasar de los días, nuestra conexión se fue haciendo rígida como el concreto, y duradera como el brillo del sol, o eso nos gustaba deducir.
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¿Qué se hace cuando no sabes a dónde van las personas? ¿Cuando no tienes comunicación con aquellos a los que antes frecuentabas? ¿Qué se hace cuando llega una noticia como esa?
No sabía qué hacer cuando me enteré del primer rumor esparcido por personas cercanas a su localidad, pues solamente habían pasado unas horas. Pensamos que quizás estaban en una fiesta, o en alguna borrachera de algunos de sus conocidos. Pensamos que a lo mejor se equivocaron de casa y de personas, que en realidad no eran mis amigos, esos con los que ya había formado un vínculo y una fuerte amistad, pero la realidad era una e inalterable.
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En el año 2020 Ramón, Johan y Jacinto consideraban la idea de mudarse los tres juntos para enfocarse en la realización de sus proyectos musicales. Era su plan a futuro, su sueño, su profesión y proyecto de vida. Al inicio solo fueron Johan y Jacinto. Ellos dos encontraron un cuarto en una vecindad ubicada en la zona sur de Guadalajara, cerca del cerro del cuatro, una zona popular. Era un cuarto amplio, con baño y una pila de lavado. Contaban con lo necesario para estar cómodos, tenían cama, sillón, estufa, baño, una consola de videojuegos y un par de gatos, Capitán y Grumete.
Pasaron algunos meses y Ramón se sentía preparado para mudarse, por no decir presionado o apresurado, ya que él siempre pensaba en la libertad que quería tener, así que se motivó a volar del nido. Un día en que Jacinto y Johan estaban de visita en el barrio, otro día soleado sobre la cancha de baseball, Ramón dijo que ya estaba preparado, tenía su maleta en casa para pegar fuga. Y antes de irse todos pasábamos el rato como siempre, ociosos entre pláticas mafufas. Luego de los partidos de base, Johan y Jacinto estaban por irse, los dos tenían que trabajar al día siguiente, y Ramón se fue por la maleta a casa de su tía, era más bien una mochila grande, la tomó y se encaminó a su siguiente morada con sus amigos de la secundaria, con los que había crecido y pasado el rato, iba dispuesto a perseguir su sueño, crear su música y sus bases de DJ.
Los tres vivían juntos en ese cuarto amplio con los requerimientos necesarios. La renta era considerablemente barata, ya que era una vecindad donde familias enteras se repartían en cuartos similares al de mis amigos. Tenían lo suficiente para empezar a producir su música. Los tres hacían bases rítmicas para después agregar letras o rimas, siempre al acecho de un futuro en el mundo artístico. Marcos solía visitarlos y unírseles en la elaboración de esas pistas y demos, también tenía la ambición de incursionar en el mundillo del arte. No diría que estaban en el lugar equivocado, que la vida —llámese destino o como se quiera referir a ella— haría que esa casa se convirtiera en un recuerdo turbio de lo que algún día fue un sueño o una ilusión de juventud, una casa llena de memorias que se desvanecen ahora entre gritos, sollozos, piedades y misericordias negadas, donde se niega la libertad.
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Al inicio se nos informó sobre su desaparición. Nos alertó una de las madres de los tres muchachos, nos preguntó si de casualidad estábamos con ellos o si sabíamos a donde habían ido. Claro que pensamos que fueron a pasar el rato por ahí.
No sé cuánto tiempo pasó para que nos invadiera el primer rumor, pero no fue mucho. Estoy seguro de que no pasó más de un día. Un vecino cercano a la vecindad dijo haber visto que unas camionetas grandes habían llegado al lugar. Que un montón de sujetos se bajaron de los vehículos, que llevaban algo parecido a uniforme militar, armados, con la única peculiaridad de tener tenis en lugar de botas: Se nos heló la sangre. Que se había escuchado cómo rompían ventanas, y seguido a eso, sacaban a un grupo de personas de la vecindad, incluyendo a tres muchachos… En ese momento, al menos yo, no me podía creer aquello que se decía, pues los murmullos de mi conciencia me decían que quizás se estaban equivocando de vecindad, que no eran mis amigos a los que les estaba ocurriendo esto, que no estaba sucediendo eso que decían. Lo negaba, apartaba esas ideas, pero era inevitable no pensar en lo peor. Y digo, ¿a quién le podría pasar?… Realmente a quien sea. Pero siempre se cree que jamás le sucederá a alguien cercano a nosotros.
Era un hecho que me negaba a creer. Mis tres amigos habían sido desaparecidos por militares con tenis.
Marcos tenía una reunión con ellos tres esa noche, la noche que se los llevaron. Iban a grabar algunas pistas o a producir sus bases, pero Marcos tuvo un inconveniente para llegar a la casa donde ocurrió el secuestro. Su mamá tuvo un problema de salud, por lo que tuvo que quedarse en su casa. No fue con sus amigos a ser secuestrado. Lo único que podíamos hacer al inicio era esperar. Estar sentados, comiendo, viendo televisión, leyendo, platicando, haciendo la rutina de todos los días, lo más cotidiano de las actividades humanas, y lo digo en plural, pues yo no era el único que velaba por información de su paradero. En todo momento del día, de la noche, tenía en mente el rapto de tres personas cercanas y queridas:
¿En dónde están? ¿Están bien? ¿Los habrán asesinado? ¿Podremos hacer algo?…
Ideas malignas o pesimistas iban de aquí para allá y difícilmente imaginábamos posibilidades positivas de esta situación. Esperar información útil que nos pudieran indicar en dónde se encontraban o que sucedió con ellos era desesperanzador. Y parecía inútil hacerse los esperanzados y decir “los van a soltar”, cuando realmente no teníamos idea alguna, más que los rumores, y eso no era mucha ayuda. Entonces llegó el segundo rumor. Un tipo que también estaba al tanto del asunto, amigo de Ramón y mío, tenía un cuñado con personas involucradas en la Fiscalía, personas que nos hicieron llegar “información” a través de él: “Sabemos del alto y del güero”, al parecer Jacinto y Johan ya habían sido localizados, la pregunta sin responder fue “¿en dónde están?”, pues lo único que nos dijeron es que no investigáramos por nuestra cuenta, que así lo dejáramos por el momento, que los agarraron por tráfico de drogas. Al final nos generaron más dudas que respuestas.
Saber que la policía podía tener información sobre su paradero, y que tuviéramos que callarnos, me generó ansiedad. Me mantenía en un estado de impotencia constante. Lo único que nos permitían hacer era esperar, estar ahí como todos los días, pensando en si la policía podría estar involucrada o si de alguna manera tenían espías infiltrados como en las películas de detectives o series de televisión. Vivir sabiendo eso nos generaba una mayor sensación de inseguridad al transitar por las calles, y al ver una patrulla nos daba más miedo e incomodidad el solo sentir la mirada penetrante de un oficial. Junto con el segundo rumor había un conflicto, no podíamos decirle a ciertos familiares de mis amigos que “supuestamente” sabíamos de dos de ellos. Si se los comentábamos, lo más probable era que las mamás hicieran el intento por ir a buscarlos en los peores lugares posibles, y se entiende, el amor de una madre puede ser imparable, pero no queríamos arriesgarnos a que también pudieran desaparecer de repente. No sabíamos que podía pasar si comenzábamos una investigación para encontrar a tres personas que fueron desaparecidas.
Unos días después, no recuerdo cuántos, algunos familiares comenzaron a sospechar de nosotros, de sus amigos. Marcos era el foco de atención, ya que el hermano de Ramón no lo conocía directamente. El hermano comenzó a preguntar por Marcos, a qué se dedicaba, qué hacía en su tiempo libre, desde cuándo conocía a Ramón, como si se tratara de una investigación profesional para encontrar a un culpable, un responsable que hiciera que algo de esto tuviera sentido. Sigo sin recordar cuántos días pasaron, era difícil mantener la cuenta mientras seguíamos sin saber algo nuevo acerca de ellos, y en el momento menos esperado mi teléfono mandó una notificación de un mensaje en Facebook. Era la tía de Ramón, me preguntó por los tatuajes que le hice en los cotorreos. Me pidió fotos de los tatuajes, me preguntó por su significado, que cuándo se los había hecho, y le respondí que el propio Ramón era quien más sabía de sus significados, pues yo solo le hacia los rayones, pero ya me imaginaba lo peor. Otro amigo me contó una noticia impactante. Semefo había contactado a la tía de Ramón y a la madre de Johan, al parecer los habían localizado en las cercanías del Estadio Akron, en el municipio de Zapopan. Un bulto de bolsas negras para la basura, amontonadas unas con otras como si de eso se tratara, formando un montículo de resplandor oscuro fueron encontradas por ahí, en las zonas verdes cercanas al estadio. Dentro se encontraban aquellas esperanzas destrozadas de volver a saludar a un amigo, a un familiar, a un hijo. Se desvanecieron las ilusiones de todas aquellas personas que buscaban por todo rincón urbano al ser querido que les fue arrebatado. Y cómo les encontraron fue de lo peor. Es difícil asimilar o reconocer a un hijo, a un amigo o a un hermano cuando sabes que están en partes, en pedazos troceados con brutalidad. Los restos de Ramón y Johan habían sido reconocidos por sus familiares.
Realmente nadie puede tener un buen augurio para un compañero desaparecido después de que los cuerpos de dos de sus amigos ya han sido encontrados. Solo quedaba esperar a que sucediera los mismo con el tercero, no quedaba ilusión alguna de que fuera a salir por ahí caminando como si fuese un transeúnte común, no quedaba nada, más que la resignación de encontrar sus restos, presumiblemente en las mismas condiciones, en el mismo estado, en “la misma bolsa”.
Aún así la espera se sentía inacabable; cada hora, cada día, nos sumergíamos más en la posición de negarle la vida al tercer amigo. Nos preparábamos para recibir la noticia o las palabras como fuesen a llegar, y en el lugar en el que lo hicieran, así fuese durante el trabajo, las reuniones con amigos, las borracheras o las fiestas, ahí las íbamos a recibir. Porque emborracharse también era una forma de poder dormir tranquilos. Entonces llegó el cumpleaños de Sara. Cervezas, cigarros, juegos de cartas, hierba… Así lo vivíamos ese grupo de jóvenes que esperan lo que menos quieren escuchar, o saber, pero que ya creen saber, y que solo esperan escuchar. Al despertar con el dolor de cabeza y la molesta luz del sol golpeando en nuestras caras, estiraba los brazos, y escuché el teléfono de Marcos. Contestó diciéndonos que era David, y tanto Marcos como nosotros teníamos una expresión seria, y eso aumentó la angustia, luego pronunció las palabras que convirtieron esa mañana en un momento que nunca olvidaremos: “ya lo encontraron”
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De inmediato preguntamos por el estado de Jacinto, a lo que Marcos respondió con alivio: “está vivo, está en el hospital”. Esparcimos la noticia entre camaradas cercanos que compartían vínculos con nuestro querido amigo, y sentimos una paz que no habíamos experimentado antes: No era un tambo, no era una bolsa, no era un cuerpo mutilado, era un hospital, y casi el mundo a nuestro alrededor volvió a tomar sentido.
Pasaron los meses, no fueron bastantes, y finalmente Marcos y yo pudimos reunirnos con Jacinto cerca de su localidad, en una colina donde solía reunirse con Johan, Ramón y Marcos. Cuando vimos a Jacinto en persona tenía marcas de quemaduras en los brazos, huellas de torturas y grandes pisadas de violencia, luego comenzó a relatarnos lo que sucedió, lo que vivió y lo que pensó. Nosotros lo único que pudimos hacer fue escuchar. Jacinto nos contó con naturalidad los hechos. Empezó por decirnos que en la vecindad había una casa que la plaza utilizaba como almacén de drogas, que todo había sido una equivocación. Nos puso en contexto, dijo que antes del secuestro, en la vecindad en donde vivían iban a desalojar a unas personas y que su plan era rentar esa casa también para sus proyectos musicales. Ellos ya esperaban aprovechar esa situación, pero realmente todo salió mal. Jacinto, Johan y Ramón miraban una película después de cenar, escucharon que estaban llegando unas personas en vehículos, pensaron que venía a desalojar a los inquilinos de abajo, pero cuando Johan se asomó por la ventana, vio que tenían uniformes militares, pero en lugar de botas llevaban tenis, por eso Jacinto aseguró la puerta, pero los militares con tenis subieron, rompieron ventanas y les apuntaron con sus armas. Exigieron que se abriera la puerta. Jacinto abrió, los encañonaron, amarraron y sacaron. Los subieron a una camioneta junto con más personas que vivían en la vecindad. Los separaron en distintos vehículos, a Jacinto lo subieron con una mujer a una camioneta tipo pick up, en donde él iba acostado en el asiento de atrás y la chica debajo en el piso. Encima de ellos iban dos sujetos armados. A Johan y a Ramón los llevaron en otro vehículo. Vendado y esposado, a Jacinto lo llevaron a una casa en donde, a través de la tela delgada que cubría sus ojos, vio que más personas se encontraban en la misma situación. Una vez sin la venda, notó que Johan y Ramón no se encontraban en el mismo lugar. Después lo empezaron a interrogar y le preguntaron qué en dónde estaba el almacén, pero lo único que podía responder era que no sabía. Nos contó cómo lo torturaron con golpes, le provocaron quemaduras con plástico derretido y con metales al rojo vivo (las que tenía en los brazos). Posteriormente, el sujeto que se la había pasado interrogándolo notó que Jacinto de verdad no sabía nada, por lo que decidió trasladarlo a otra casa de ‘seguridad’. Jacinto pensó que era para su liberación, pero cuando llegó al sitio vio que Johan y Ramón estaban ahí, igual de maltratados, y que de nuevo había más personas en las mismas condiciones. Unas ya posaban inertes sin almas en la regadera o en algún rincón de la casa, como cosas abandonadas. Dijo que tenían que dormir y comer junto a esos cuerpos, tener esas masas de carne presentes en todo momento. Pasaron varios días de lo mismo, los cuerpos, los golpes, la escasa comida que les daban. Les cuidaban unas quince personas en total, de los cuales la mayoría eran jóvenes, adolescentes de entre dieciséis o dieciocho años. Veía cómo les quitaban la vida, cómo seccionaron cuerpos para después meterlos en bolsas para tirarlos como basura, desechos, pero nos dijo que con ellos “todo bien”, que no pasaba nada, que como ya los tenían ahí, iban a tener que aguantar un rato hasta que los liberaran.
Una noche, durante su estancia en la ‘casa de seguridad’, a Ramón le dió un brote psicótico y comenzó a gritar. El escándalo alertó a quienes estaban de guardia, así que tuvieron que terminar con él… Así dijo Jacinto, y él y Johan tuvieron que verlo. Volvieron a interrogarlos y a torturarlos. A sus anfitriones les había molestado que Ramón gritara, porque al parecer estaban en alguna colonia bastante habitada, por lo que no podían hacer mucho ruido, pero sí que había otras casas donde podían hacerlo. Tres días después, durante la noche, Jacinto dormía cuando lo despertó el sonido de Johan siendo ejecutado. Sin saber por qué, o la razón de su ejecución, lo último que Jacinto escuchó de Johan era que lo amaba. En ese momento, Jacinto aceptó la muerte de su amigo, de su hermano. Trató de tranquilizarse porque ya sabía lo que iba a pasar, también él iba averiguar qué hay en la siguiente vida… Después hicieron lo de las bolsas de basura. Pero Jacinto no lo presenció.
Una noche le dijeron que ya lo iban a soltar, pero que tenían que romperle un pie o el tobillo, le dieron los goles con un mazo para construcción, aunque no se le rompió el tobillo, solo le hicieron algunas fracturas. Lo mantenían vivo apenas con una cucharada de sopa al día y agua de la llave. En los últimos días ya no comía por asco, prefería darle la cucharada a alguien más. Cuatro días después de que le trataron de romper el pie, empezaron a sacar a las demás personas. Se los llevaban quizás a ese lugar en donde estaba permitido hacer mucho ruido, donde no había que tener cuidado de los gritos o las detonaciones de armas de fuego. A Jacinto lo trasladaron en la segunda ronda, pensó que había llegado el momento, pero lo tiraron en un punto de las orillas del sur de la ciudad. Lo dejaron libre con ropa que no era suya… “era ropa de muerto”, nos dijo. Caminó como pudo, los taxis no le daban servicio, y ningún auto se detenía. Siguió caminando durante unos cuatro kilómetros hasta que un taxista le dió el servicio a la casa de un familiar. Una vez en ese lugar, pagó el taxi, y lo llevaron a un hospital. Al día siguiente, en la mañana, el celular de Marcos sonó con la noticia de que Jacinto había aparecido.
Luego de escuchar la historia, y los detalles que nos fueron muy difíciles de procesar, Jacinto nos compartió unas reflexiones que tuvo durante y después del suceso. Nos platicó cómo pensaba en la muerte durante su estancia en esa ‘casa de seguridad’, cómo ya se sentía muerto, que al final solo somos eso, un montón de carne que está hecha para morir, que se había preparado para la siguiente vida… Una vez fuera del lugar, y al pasar de los meses, Jacinto reflexionó sobre la vida, cómo ésta se encarga de que no sepas la verdad, y que una vez que quieres saberlo se encarga de darte “vergazos” de realidad para regresarte al suelo, que lo único que queda es seguirle, y no dejarse. Jacinto continuó con sus proyectos artísticos y musicales junto a Marcos, los cuales han sido los que le dan “pa ́ delante”.
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Esta crónica se elaboró durante el taller de crónica impartido por Mariana Mora y Ángel Melgoza en la Escuela de Artes Jalisco en 2022, con la asesoría y comentarios finales de Vanesa Robles y Mario Mercuri.
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JPR es un seudónimo utilizado por motivos de seguridad. Los nombres propios utilizados en la crónica también han sido modificados. Lamentablemente los hechos relatados son verídicos.
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