Crónicas / Periféricos
Crónica e ilustración por Alex Rúa*
A Benjamín dos arañas lo dejaron sin dedo. Fue en el huerto de su casa, un día sin sol. En su mano derecha, que era su mano del arado, sintió la mordedura. Escarbaba un hueco cada vez más parecido a una tumba. Pues la sola viuda negra era suficiente para darle santa sepultura. Pero aquello merecía ya su novenario, pues relata que una araña violinista lo atacó también.
Yo me encontré a Benjamín en un vagón del tren ligero. Era un caluroso miércoles de junio del 2023. Subió en la estación de Atemajac, cerca del mercado, calado por el sol. Venía en una silla de ruedas, empujado por el guardia de seguridad. El nylon de su silla estaba destrozado y dejaba ver el algodón de su respaldo. El guardia lo dejó en la puerta. Benjamín se impulsó con los aros plateados de sus llantas y se abrió camino entre la gente. Luego se acomodó cerca de la ventana, desde donde se podía ver cómo otro tren se desvanecía al paso.
Relata que el día de su desgracia, hacía ya no sé cuántos años, corrió con la voluntad de seguir vivo. Tomó un cuchillo de cocina, quizá el primero que encontró. Llevaba el corazón de a poco enmarañado, imaginé. Siguió el hormigueo que la ponzoña dejaba a su paso, imaginé. Pero cuando quiso atajar el veneno, se detuvo.
Salí más venenoso yo, me dijo sonriendo.
***
El tren descendió en la penumbra del túnel. Acelerábamos con dirección a la estación de Juárez. El calor se agitó en el silencio.
Él llevaba un suéter negro aclarado por la mugre. Sobre su cabello ralo descansaba una gorra gris. Por su cara arrugada se asomaban sus ojos, como dos pozos que se tragó la tierra. Acariciaba unas monedas en su regazo. Con los cuatro dedos restantes de su mano derecha empuñó un cuchillo invisible. Recordaba que no cortó el paso del veneno. Me mostró su antebrazo pálido. Estaba arremangándose el recuerdo: más tarde planeaba sembrar un epazote, me dijo.
El día que las dos arañas lo mordieron, Benjamín se durmió. Advirtió que si se ponía tieso lo llevarían a su cama o inútilmente al hospital. Despertó con un dolor parecido al de un muerto en penitencia. Aquel castigo del infierno se expandió como incendio forestal. Sus huesos eran ramas calcinadas y su dedo el tizne.
Ámbos venenos se anularon, le dijo a su doctor. Fue en un hospital cuyo nombre no supo decirme. El doctor le dió las buenas nuevas, y una palmadita. Iba sobrevivir nada más que sin un dedo. Me dijo que el doctor ni falta hacía. El dedo solo se cayó. Con los días se le había formado una crisálida. Y yo pensé que tenía sentido, pues todo eso le había pasado en un jardín.
Acabó naturalmente su metamorfosis. De ahí emergió una mariposa o el superpoder de ir contando cuentos. Pues él, como el hombre araña, no trepó ningún muro. Tampoco se balanceó entre los cables de luz. De la seda quedó el rigor que sostenía su dedo; mismo que se disparó al suelo, dijo Benjamín, al arrancarlo como telaraña de rincón.
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El sonido del claxon se perdió en el túnel. Las luces del vagón piloto otearon la penumbra. La gente se tambaleaba junto a la carrocería roja. Benjamín soltó el freno de su silla. Sosteniendo sus llantas amagaba al tren. Su silla avanzaba para compensar el bamboleo. Luego apretaba otra vez el freno y lo repetía pero en reversa.
Se anunció el arribo a la estación de Juárez. Me ofrecí a empujar a Benjamín, pero fue él quien me jaló hacia fuera. Bajó por el ascensor. La gente se amontonaba en el transbordo a la Línea 2. Se empujaban por entrar antes del anuncio del cierre de puertas.
Por último dijo su nombre entre dientes. Mordía la bolsa con ramas de epazote. Me llamo Benjamín, me dijo. Benjamín, o Ben, como el tío del hombre araña, pensé. El único tío del multiverso que por un milagro seguía vivo.
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Esta crónica se elaboró durante el taller Crónicas Periféricas impartido por Vanesa Robles en junio y julio del 2023
* Alex Rúa (Guadalajara, 2000) es fotógrafo de calle, narrador e ilustrador por oficio y experiencia.
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