Apuntes para un naufragio

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Luego de un par de semanas navegando a la deriva en las aguas negras que brotan de una alcantarilla desbordada en una avenida que no debería estar ahí, pero lo está, regresamos a la programación habitual.

La vida, con sus idas y venidas, se toma unas licencias poéticas que son imposibles de igualar. El socavón de López Mateos es un gran ejemplo: vaya metáfora para contar los días de una ciudad que está haciendo agua por todas partes, con la tierra hundiéndose y los árboles cayendo; con la crisis de desaparecidos cada día más implacable; y ahora con el pulpo camionero emergiendo de las profundidades de un charco pestilente —como una patética versión del mítico Cthulhu— para exigir (más bien: amenazar) con un aumento a la tarifa del transporte público. Nadie, por más derroche de creatividad del que haga gala, pudo imaginar una mejor manera para sintetizar el sexenio que termina: una calle abierta arrasada por las aguas navegando directo al naufragio.

No es el único, seguramente no es el más grande, pero debido a su ubicación en una de las avenidas más grandes y conflictivas de la ciudad, el socavón de López Mateos vino a evidenciar una serie de carencias y pésimas decisiones en la gestión de la ciudad, que han sido señaladas por diferentes voces, esas voces que al gobernador no le gustan porque “no hacen nada”. La grieta que se abrió en uno de los accesos más importantes de la zona metropolitana volvió a exhibir lo que pasa cuando el concreto le gana terreno al suelo, porque el agua no tiene donde infiltrarse; exhibió, también, uno de los tantos elefantes en medio de la sala de los que nadie, al menos nadie dentro de los gobiernos estatal y municipal, quiere hablar: el deterioro y nulo trabajo de mantenimiento en el sistema de drenaje de la ciudad, que es viejo y cada vez más insuficiente. El socavón dentro del socavón lo deja claro: no hay ni habrá infraestructura que se dé abasto si además es vieja y está saturada. 

Por otra parte, no es casualidad que el pulpo camionero aparezca justo ahora, en el cierre de la administración, para extorsionar a las autoridades. Durante todo el sexenio, Enrique Alfaro ha mantenido una política de subsidios para contener los aumentos a la tarifa del transporte público. Eso para los videos está muy bien, pero para la vida cotidiana del usuario no: lo único que ha recibido a cambio es un pésimo servicio, porque los dueños de las concesiones no cumplen los requisitos de calidad y operación y aun así reciben el subsidio. Ahora los camioneros han vuelto a hacer su acto de aparición para mandarle un mensaje no Enrique Alfaro, que a final de cuentas ya se va, sino a Pablo Lemus, para garantizar que van a seguir recibiendo dinero público, recursos que se van al mismo limbo al que llegan los miles de cambios de 50 centavos que todos los días se quedan las alcancías de los camiones y de las estaciones del tren ligero y sobre los que nadie rinde cuentas. 

¿Qué recibe el usuario? Unidades viejas —siempre están viejas—, sucias; un servicio con una frecuencia de paso que es imposible predecir, con rutas que tienen exceso de camiones y otras en las que hay que esperar horas enteras; un transporte público que no accesible para todas las personas, menos para aquellas con alguna discapacidad, y cuyos operadores laboran en condiciones deplorables que no han mejorado y que repercuten en el trato que dan al usuario: no sé ustedes, pero yo casi diario veo por lo menos un camión que va a exceso de velocidad y no da las paradas donde debe darlas, dejando a los usuarios con los brazos estirados.

La amenaza de aumento a la tarifa del transporte público es más bien una extorsión y, como dice el sobadísimo lugar común, la crónica de un incremento anunciado: el gobierno del estado no tiene condiciones para decirle que no a los transportistas, que seguro van a obtener un aumento de millones de pesos con cargo al usuario por dos vías: un par de pesos en la tarifa y el resto a través el erario con un subsidio condicionado a una serie de requisitos que, lo sabemos desde ahora porque así ha sido siempre, no van a cumplir.

Cuando las y los especialistas en urbanismo y movilidad hablan de los requisitos para mejorar la calidad de vida de las personas en la ciudad, siempre se menciona al transporte público como un actor fundamental para mejorar la manera en la que las y los habitantes se trasladan por la urbe. Pero, así como ocurre con el ordenamiento territorial, con la planeación urbana, con el mantenimiento de la infraestructura del drenaje, con tantos y tantos temas de la gestión de la ciudad, las autoridades hacen oídos sordos a la importancia, y a la necesidad, de mejorar el transporte público. Y mientras no se le garantice a las personas las condiciones mínimas para viajar de manera digna en el trasporte público, estas seguirán viendo el auto como la única manera de trasladarse, con las consecuencias que ya conocemos de sobra porque las padecemos todos los días.

Pero esto ya no es tema de Enrique Alfaro, que desde hace ya varios meses está pensando en sus sueños de “retiro”, mientras la administración y el estado navegan como un barco a la deriva con destino a un naufragio que, para acabarla de chingar, nunca termina: nomás cambia de capitán.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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