Maroma
Por Liliana Robledo /Maroma Observatorio de Niñeces, Adolescencias y Juventudes
Los domingos es el día en que la mayoría de las personas que habitan el Valle agroindustrial de Zamora y Jacona, descansan. Por las altas temperaturas, las familias buscan sitios para disfrutar el día con sus familias en espacios recreativos: la calzada, los balnearios, los parques de agua. Uno de los más concurridos por las familias de Jacona y Zamora es el parque recreativo “La Presa de la Luz”. Las familias que asisten a este espacio porque resulta económico salir de casa y disfrutar el agua porque sólo cobran cinco pesos por persona. Es un precio bastante razonable porque se puede pagar a casi toda la familia, se hace uso de las instalaciones para hacer una carne asada, un picnic, tomar unas cervezas, entrar a las albercas, nadar en el espacio donde nace el agua que abastece a la presa. Quienes tienen mayor experiencia nadando entran a la presa. Un espacio que pinta para la armonía dominical entre patos, árboles, agua y el cerro del Curutarán.
El domingo 8 de junio, ocurrió una situación inusual en la forma en la que operan las muertes recurrentes en Zamora y Jacona: unos hombres armados arribaron al lugar y frente a varias familias asesinaron al regidor Lázaro Mendoza y a dos personas más, dicen las notas periodísticas. Lázaro fungía como encargado del parque recreativo “Presa de la Luz”. Fue una nota nacional porque sorprendió en la forma en la que operan las expresiones de violencias al dejar muertes recurrentes: en una banqueta, afuera de la casa, en un puesto de tacos, en una tiendita, caminando, manejando, conduciendo una moto… No fue en la noche, no fue en una esquina, no fue en una colonia, fue a la vista de varios espectadores que disfrutaban de su domingo en un lugar que creían “seguro”. Cuando crees que has visto, leído o presenciado casi todos los modos de expresión de las violencias, las noticias periodísticas te sorprenden, te hacen repensar las formas en las que se está construyendo la vida. Me hacen cuestionarme que no es una lógica de la violencia, que siempre puede ser un poco más horrorosa; enseguida les diré por qué.
Lázaro, de 32 años, no fue el único que perdió la vida el pasado domingo. También atentaron, como dije anteriormente, a dos personas que le acompañaban: un adulto mayor y contra su esposa de 32 años que tenía 8 meses de gestación. Según confirman algunas fuentes periodísticas y personas cercanas a la localidad el ataque hacia su esposa fue directamente a su vientre. La bala alcanzó al cuerpo del bebé que ya estaba formado y lo mató. Fue condenado a no nacer. Atacaron su nicho, su refugio, su lugar seguro, el vientre de su madre. Fue un atentado para evitar la vida. Que la mujer que perdió a su bebé, a su hijx le cambió completamente su vida. Que no vivirá igual, que, probablemente, tenga que desplazarse de su actual vivienda y residir en otro pueblo, en otra ciudad. Que el desplazamiento forzado por las situaciones de violencias es cada vez más recurrente y más silenciado porque es difícil darle seguimiento a las intimidades de las personas que tratan de pasar desapercibidas después de acontecimientos que les cambian el curso de su vida.
Enunció la situación anterior con dolor y desde la necesidad política de escribir y manifestar que las violencias que se padecen ya borraron su línea moral de a quién sí debemos de matar o a quién no. No podemos refugiarnos en la idea de “andaba metido en algo” para ignorar un atentado hacia la vida de un niño, que sí, ya estaba formado y a unos días de nacer. Que las notas periodísticas sólo reconocen la muerte del regidor como parte, o uno más a la base de datos, sobre los padecimientos que se vivieron en diferentes zonas del país en esta sangrienta contienda electoral. Que el dolor que seguramente está padeciendo física y emocionalmente la mujer que perdió a su hijo y a su esposo. Que al escribir una nota sobre una situación social no debemos olvidar la empatía que producen las situaciones de violencia y que no podemos obviar las vidas que se pierden.
Esta mitad del año presenciamos en diferentes canales de noticias que niñas, niños, adolescentes y jóvenes fueron asesinados en reuniones de candidatos y en las calles como parte de una estrategia de promoción de las muertes de manera recurrente: como parte de un sangriento juego político. No olvidemos que niños, niñas y adolescentes presenciaron las muertes: fueron testigos de la imparable e impredecible violencia que padecemos y seguramente quedaron sin algunos de sus cuidadores en estos meses de contiendas electorales y donde parece que la esperanza de México es pedirle a la vida que no nos ponga en un sitio equivocado.
Sabemos que casi todos los días hay asesinatos en las colonias, en parques, en las periferias de Zamora y Jacona. Hay días que es una, dos, tres o seis personas las que aparecen en las notas rojas. Sabemos que también se omiten algunas muertes en los periódicos y sólo queda entre rumores entre vecinos. Que las niñeces presencian todos estos eventos y aprenden a convivir con estas situaciones. Zamora en 2021 fue declarada como una de las tres ciudades más violentas del mundo y la violencia sigue imparable. En el transcurso de la semana, aparte de las mujeres y hombres asesinados, la violencia se intensifica con otros dos menores de edad que se les arrebató la vida: uno en Jacona y otro en Zamora. Eso sólo esta semana y la ansiedad de las situaciones de vida llegan en formas de preguntas ¿Qué/quiénes siguen? ¿Qué podemos hacer? ¿Con quiénes nos organizamos para incidir si en las calles no son un lugar que se nos permite andar sin miedo para hacer comunidades de juego y libre esparcimiento? Que cada día hay más y más familias que se ven obligadas a desplazarse por los asesinatos, las amenazas o el miedo que genera cuando un familiar, un vecino o una persona cercana a nuestras vidas es asesinada.
Reconozco que la mayoría de las muertes en esta región quedan en notas de periódicos, en publicaciones de redes sociales, que casi nunca se presentan las historias de las adolescencias y juventudes a las que se les arrebata la vida. Que no existen los acompañamientos psicológicos necesarios y las investigaciones para hilar todo lo que acontece en este Valle que promueve muertes, en el que aprendemos a callar y volvernos indiferentes. Si mapeáramos los asesinatos, nos damos cuenta que, difícilmente ocurren en los lugares donde se mueven los coches ostentosos como BMW, Audi, Tesla… Sabemos que la violencia se va a las colonias del camión de la ruta roja, roja, verde, en las que hay bastantes conflictos económicos, que se encuentran en los márgenes, donde las rentas son menores, donde viven personas que se trabajan en el campo como jornarelxs, donde se vive al día, donde hay situaciones conflictivas, donde la vida se precariza.
Aprendemos a convivir con temor, aunque nos resistamos.
La lectura sencilla en este escrito trata de manifestarle a usted, lector, sobre un trágico que (no)escuchó. Uso el acontecimiento como reflexión para manifestar, entre tantas cosas que se relacionarían con las colocaciones de existencia, un aspecto como activista de niñeces he venido desarrollando incidencias en torno al esparcimiento de la libertad. Donde cada día se reducen los sitios en los que podemos “desenvolvernos”, aprender, hacer ocio, garantizar nuestro derecho al esparcimiento. Se rompe para algunos padres que toman precauciones como un antecedente de que los espacios recreativos para los domingos también “pueden” producir muertes. Estamos alertas, atentos, enseñamos a movernos en un sitio de muerte: hay signos presentes, como las cruces, que recuerdan, donde quedan visibles huellas para manifestar la memoria del lugar de los cuerpos. En México existen millones de muertes marcadas en carreteras, parques, avenidas, jardines con pequeñas capillitas, cruces: son signos para no olvidar y hacer saber que ahí quedó por algún incidente, accidente o provocación algún “ser amado”, un familiar, un conocido, un desconocido.
Al asumir compromisos con niñeces y adolescencias no podemos quedarnos callados, como si nada pasara; escribimos para denunciar las vidas que se arrebatan, las familias que se fracturan, los trayectos de vida que se cambian. Que el niño que se perdió ahí merece ser recordado como una persona que también le arrebataron la posibilidad de diseñar, crear una forma de vida. Que a veces las madres también condenamos la vida antes de nacer. Que vivimos en sitios donde las expresiones de violencias no tienen límites, que ser mujer, estar embarazada no es un referente para que te perdone la vida, es un signo para dar muerte…
Escribo esto para ustedes chicos y chicas de las colonias cercanas a “La Presa” y aquellos que quizás por razones diversas ya no están ahí, pero nos conocimos en Jacona en intervenciones docentes y lúdicas: jugando-aprendiendo.