Todo es lo que parece
Seguramente tú también lo has notado: en las últimas semanas se ha profundizado la —de por sí— intensa campaña a partir de la que distintas instancias políticas/candidatos/candidatas/agregados culturales, buscan llevar agua a sus respectivos molinos. Ello, claro, mediante el fomento del voto juvenil y la «amable» invitación a participar en las elecciones este próximo 2 de junio. Desde luego, esto no es nuevo. Como ha ocurrido en prácticamente la totalidad de los procesos electorales de las décadas recientes, la juventud ha sido vista por la clase política como un jugoso botín al que, en campaña, se le promete toda clase de maravillas y prodigios. Pero luego, esta relevancia suele diluirse en la misma medida en que, quien antes era aspirante a algún cargo público, triunfa y se vuelve gobierno. Llegado ese punto parece que la clase política se contagia del viejo síndrome del si te vi, no me acuerdo. Se parecen a Javier, el protagonista de aquella vieja canción de Los Toreros Muertos. Ajá.
Comoquiera que sea, no es extraño que a la clase política le brillen los ojitos cuando se asoman a lo que acontece con las y los jóvenes. Basta recordar —de acuerdo con los datos proporcionados por el Instituto Nacional Electoral (INE)— que tan solo las personas de 18 años que van a votar por primera vez este 2024, constituyen poco menos de un millón y medio de votos. Una cifra nada despreciable. Más aún, en conjunto, los 26 millones quince mil 636 jóvenes registrados y registradas en el listado nominal representan —nada más y nada menos— que el 26.46 % del total de dicho listado. Y ya que estamos en esto, hay que decir que en Jalisco este porcentaje es más o menos similar: de un listado nominal compuesto por 6 millones seiscientos diecinueve mil 341 personas, 1 millón setecientos cuarenta y cinco mil 385 tienen entre 18 y 29 años (26.37 %). En fin, dadas estas cifras, queda claro por qué hay tanto interés de la clase política en acercarse a las y los jóvenes. Esto se debe a que, con la mano en la cintura, este sector de la población podría cambiar el destino de una elección. De ese tamaño es la importancia del capital político que representan las juventudes de este país. En otras palabras, como puede verse en la gráfica de que se muestra a continuación: ellas y ellos son legión.
En este punto debo decir que, en realidad, no tengo problema con que se invite a votar a las y los jóvenes. La asistencia masiva a las urnas el día de la elección suele verse como un buen síntoma de la democracia. Afirmo esto, aun cuando tengo mis dudas, porque estoy cierto de que las coyunturas electorales representan una parte mínima de la vida democrática de un país. Invítenlos. Invítenlas. Eso es bueno.
No, mi problema no es con la invitación en sí, sino, más bien, con las formas en las que se lleva a cabo este proceso. Cuando se revisa con detenimiento el conjunto de estrategias mediáticas a través de las que la clase política intenta acercarse a las y los jóvenes, es posible identificar una narrativa que pone de relieve cuando menos dos tendencias. Es crucial hacerlas evidentes porque tales tendencias dicen mucho acerca de cómo son vistas las juventudes desde el entramado institucional:
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- Una mirada adultocéntrica que asume que la juventud es apática por naturaleza. En principio, dicha mirada postula que solo hay un tipo de participación política posible. Vengan y voten, dicen en tono regañón. Solo falta que den el proverbial golpe en la mesa y digan a voz en pecho: ¡Porque lo digo yo! Como si el universo de ámbitos den los que las y los jóvenes se involucran políticamente no existieran. No ven que no ven. No se dan cuenta de que, desde luego, campea entre la juventud un profundo malestar con respecto a la política. Pero ojo: el malestar al que me refiero alude a su política —incluida aquella que se disfraza de lo nuevo—. Señores, señoras: dejen de lado su adultocentrismo, aunque sea un ratito, y asómense a ver cómo muchos y muchas jóvenes se hacen cargo de lo político. En una de esas hasta aprenden algo.
- Una apelación a la culpa. Por si no fuera suficiente con el tono regañón de prácticamente la totalidad de estrategias mediáticas a través de las que las y los políticos intentan empatizar con las juventudes, también acuden al reproche (por cierto, señores, señoras, dense cuenta: sus videos de TikTok y sus reels de Insta producen cringe. En otras palabras, una mayor cantidad de visualizaciones y de seguidores no se traduce automáticamente en votos. Ojo ahí). Si no votas, no te quejes. Por favor. Así no funciona el asunto. Primero, señoras y señores políticos —y alguno que otro historiador— primero háganse cargo de la profunda crisis de legitimidad en la que tienen sumergida a sus institutos e instancias políticas. Esta es la principal causa del desencanto juvenil. No, la juventud no es apática por naturaleza. Muchos menos es la responsable de la históricamente precaria armazón de un sistema político como el nuestro. Háganse cargo, insisto. Mientras tanto, no distribuyan culpas.
En fin, la insistencia en el empleo de estrategias simplistas (que suponen que la juventud es homogénea) y condescendientes (que reprochan en tono paternalista) no hace sino profundizar la cada vez más amplia brecha entre quienes ostentan o buscan el poder y la realidad que viven las juventudes mexicanas. Sería preciso reconocer que la política existe más allá del estrecho marco de las urnas; y que aquella —la política— es un medio, no un fin en sí misma. Dejen de buscar el poder por el poder en sí. Aunado a ello, resulta crucial darse cuenta de que el sector juvenil de la población no es una moneda de cambio, o un botín político, sino un conjunto de agentes con un alto grado de politicidad (hecho que se le escapa a la mirada adultocéntrica). De lo contrario, las llamadas (paternalistas, reprochadoras) al voto juvenil permanecen en el plano de un espejismo electoral. Si no ocurre lo anterior, la clase política seguirá como una pálida versión de Sísifo: condenada a perder la confianza de un sector que define el presente (puesto que ya hace política sin ustedes) y, al mismo tiempo, puede, literalmente, definir también el futuro del país.
Sea pues.