Todo es lo que parece
Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza
Cero y van dos: entre la conspicua ausencia de propuestas y el tautológico intercambio de lodazales, este domingo pasó lo que varias personas sospechábamos: el segundo “debate” entre quienes aspiran a la presidencia de la República fue una gran decepción. Por lo menos en el anterior hubo un par de escenas tragicómicas que provocaron risa. Pero en esta ocasión todo fue gris. Hasta el moderador y la moderadora quedaron a deber, presas del más acérrimo acartonamiento. Entre que el formato no ayuda y que aparte de denuestos, el y las participantes tuvieron poco qué decir en términos de proyecto político; la cosa no funcionó.
El evento fue tan carente de sustancia, tan a destiempo y destemplado, que todavía no finalizaba y las candidatas y el candidato ya se habían adjudicado sus respectivas victorias. Vaya cosa. No hay que ser. Así, en lugar de aprovechar el espacio deliberativo para someter al escrutinio ciudadano un claro proyecto de nación, que permita trazar diferencias en materia de rumbo político y de capacidad de gestión —o ya de perdis contestar a las filosas preguntas hechas por la ciudadanía— quienes pretenden desempeñar la máxima responsabilidad pública de este país prefirieron esquivar el bulto. Diálogo entre sordos. Monólogo a tres voces. Abismo. Esto ya parece un perverso juego de pirinola en el que nadie gana. Una y otra vez. Ad nauseam.
Juro que he querido encontrarle el lado positivo a este proceso electoral y, en particular, a los ejercicios de debate recientes. Vaya, incluso en mi columna pasada intenté hacer precisamente eso. Quise subrayar la utilidad democrática de este ejercicio deliberativo. Pero no se dejan. Debo confesar que en esta ocasión me ha costado bastante trabajo sacar hilo de esta enredadísima madeja política. ¿Será que como decía el buen Marx, la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa? En fin, busqué dejarme atrapar por la trampa en la que cae buena parte de la clase opinóloga local y nacional: sobre-analizar lo acontecido y extraer de ahí significados en apariencia profundos que, en realidad, no existen. Leo sus sesudos análisis del debate como si este no hubiera estado vacío y carente de propuestas concretas. Escucho cómo discuten efusivamente entre sí, como si no se dieran cuenta de la ausencia de contenido y de ideas. Me da risa/pena ajena cómo otorgan victorias a diestra y siniestra; cómo declaran vencedores y vencedoras como si hubieran visto otro debate y no el del domingo. Vaya, para más inri, ayer por la tarde escuché por la radio un famoso programa local de análisis político en el que un “experto” afirmaba —no sé si por cinismo o por ingenuidad— que este proceso electoral transcurría tranquilo y en paz. Por favor. Compita, compitas: dense cuenta.
Luego, ante la estela de profundo desencanto que me atravesaba, y frente a la pantalla en blanco, intenté ponerme en «modo choro teórico». Pretendí rumiar el argumento que alude a que el entorno tecno-digital que habitamos ha banalizado la política a tal grado que, hoy, en las campañas importan más el número de vistas y la cantidad de seguidores, que la hechura y la discusión de un proyecto político de nación. Redes Sociales 1 – Reflexión y debate 0. Pensé en escribir cómo los hacedores mediáticos de las candidaturas han logrado una exitosa capitalización política del cringe que provocan las candidatas y el candidato en TikTok y otras plataformas. También intenté reflexionar acerca del imperio de lo estético que predomina en el campo político contemporáneo y cómo ello ha posibilitado que en la política actual prime la forma por encima del fondo. Incluso, iba a acudir a la vieja confiable: la discusión acerca del advenimiento de una era marcada por la hiperpolitización y sus consecuencias en términos del escrutinio político hasta de los aspectos más íntimos. Pero ni para eso me alcanzó.
Sigo con el desencanto. Quisiera pensar que solo es el efecto de la coyuntura de un debate precario. Quisiera pensar que el próximo debate será bastante mejor porque dejará en claro un futuro promisorio para el próximo sexenio. Pero veo el panorama político en general y no logro desembarazarme de este manto de desesperanza que me inmoviliza. Me inquieta el futuro. Escucho a las candidatas y al candidato. Y no encuentro sustancia en la politización de la tragedia o en el denuesto insultante. Les oigo y me repulsa el cinismo indolente ante la negación de la violencia y de la muerte que campea a sus anchas por todo el territorio nacional. Intento empatizar pero detesto el modo descarado en que se utiliza a la juventud como capital político desechable —fundamental en campaña; ignorado después del voto—. ¿De plano este es el nivel de la política hoy? ¿En serio? ¿Será que gane quien gane, nosotras y nosotros perdemos?
No. Ojalá que no.
Así no.
Nos merecemos una clase política distinta. Una que esté más a la altura de este país. ¿O no?