Todo es lo que parece
Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza
Sin duda, la deliberación pública es un componente central para la construcción social de la democracia. En este sentido, uno podría pensar que los ejercicios de debate entre quienes aspiran a algún cargo de elección pública representan un insumo crucial para el electorado. Ello en tanto que —idealmente— representarían un foro para la discusión colectiva de las ideas, de los programas políticos, de los proyectos de nación. Sin embargo, en países como el nuestro, desde 1994, esta práctica se ha convertido en una costumbre altamente ritualizada, con estructuras más o menos fijas, y cuyas dinámicas son acartonadas. Predecibles, pues. En este sentido, como era de esperarse, el debate del domingo pasado entre las candidatas y el candidato a la presidencia de México estuvo lleno de denostaciones, de ataques personales, y de propuestas que, cuando mucho, fueron ambiguas y superficiales. Quizá este tipo de formatos no de para más. ¿Quién sabe?
Tampoco puede decirse que estas prácticas en apariencia democráticas modifiquen de manera sustancial las preferencias del electorado. Los movimientos en estas coordenadas suelen resultar más bien marginales y en todo caso lo que sucede es que se refuerza la decisión de quien ya había optado por un candidato, una candidata, o por una marca política particular. Esto es así porque salir «ganador» o «ganadora» de un debate no necesariamente implica una mayor captación de votos. Lo cierto es que —como pasa casi siempre— el candidato menos conocido logra una mayor visibilización al capitalizar la exposición mediática, y el puntero se ateflona y todo se le resbala porque se vuelve el blanco de los ataques. Igual que en muchas ediciones de sexenios anteriores, en el reciente debate dominguero no hay nada nuevo. Al grado de que puede resumirse en tres patadas y a lo que sigue:
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- Qué mal se añejó la idea de una «nueva política». Hace veinte años era un lindo discurso. Hoy ya suena hueca.
- Que carente de sustancia el refrito labastidista de: «computación e inglés para todos» (bueno, tablets e IA a diestra y siniestra, ya luego vemos si hay agua y luz). No dan una.
- Qué absurdas las críticas al pasado cuando son precisamente los ecos del pasado los que reverberan en los pasillos de la propia casa. Así ni como.
Sin innovaciones. Sin sorpresas. Así esta primera ronda organizada por el Instituto Nacional Electoral. Luego, entonces, ¿los debates —en tanto práctica aparentemente deliberativa— resultan inútiles y tendríamos que obviarlos porque no constituyen un espacio adecuado para la presentación de una plataforma política? Por supuesto que nones. Niet. Nein. Nop. Y las razones son varias. En principio, puede decirse que —por lo menos en cuanto a la forma—ofrecen la posibilidad de contrastar las diferencias políticas, programáticas e ideológicas entre las y los candidatos. Aunque sea de manera superficial. Además, entre otras cosas, ponen de relieve tanto sus rasgos de personalidad y sus estilos de liderazgo, como las interacciones que sostienen con el resto de las y los aspirantes. Y esto es un indicador clave si uno reconoce que hoy buena parte de las decisiones ciudadanas en torno a los asuntos públicos, operan en el plano socio-afectivo y emocional Por eso, ¡valen la pena los debates! Aunque sean raquíticos, como el del domingo pasado.
A lo anterior hay que sumar la naturaleza acumulativa de estas prácticas. ¿Qué quiero decir con esto? Que aún a pesar de los formatos rígidos y acartonados, cada ejercicio es único. Esto lo veremos el próximo 28 de abril que, si bien entiendo, es la fecha en la que se realizará el segundo de los debates entra las candidatas y el candidato a la presidencia de este país. Y no me refiero a la posible presentación de propuestas nuevas por parte de las y el aspirante. Profetizo que seguirá el intercambio de lodazales. Más bien, a lo que aludo es a la agitación que ello genera en el plano de la conversación pública. Para mí, esta parte es central: el involucramiento de actores no políticos en el proceso electoral (ojo: dije actores no políticos en el sentido formal del término, es decir, que no están inscritos en algún partido o institución política, lo cual no implica que dichos actores no estén altamente politizados). ¿Saben cuál era el tema hoy en el local de tacos de chicharrón en el que desayuné? El debate. ¿De qué creen que me habló la conductora del Über que me transportó hoy? Ajá. Del debate. Una vez más: ¡por eso valen la pena los debates! Aunque sean tristes y raquíticos, como el del domingo pasado.
Hoy, gracias a esta especie de ecosistema tecnodigital en el que habitamos, la rigidez de los debates se disloca en la conversación pública establecida entre actores de la sociedad civil. Y esto pasa antes, durante y después del debate. Ahí hay un hervidero fascinante que va de la producción y distribución de un saber político brutal por la vía del meme, hasta verdaderos y sesudos debates entre posturas antagonistas, limitadas a argumentaciones menores a dos centenas de caracteres. En fin, aún con las fuertes limitaciones de clase asociadas con la denominada brecha digital, hoy podemos darnos una idea de cómo se despliega la efervescencia política de la conversación pública si nos asomamos a las plataformas digitales para la socialización. Pero ojo, no hay que irse con la finta. A las redes les falta calle. Mucha calle.
Por último, aunque no menos importante, está el tema de la moderación activa. Destacadísima la labor de Denise Maerker. Aunque este tipo de dinámica todavía es incipiente y pisa algunos callos, no me cabe duda que ha refrescado un formato anquilosado. Habrá que profundizarla en ejercicios sucesivos. Por eso, una vez más, ¡que sigan los debates! Aunque nos queden a deber, como el del domingo pasado.
P.D. Nota parte merece la producción que, supongo, estuvo a cargo del INE. Mal y de malas. Un desbarajuste. No dieron pie con bola. Estuvo de cuarta.