No toda casa es un hogar. Esta crónica narra la historia de un par de jóvenes que migraron de sus estados para trabajar en una de las tantas empresas que conforman el llamado Gigante Agroalimentario en la zona sur de Jalisco. Sus voces y experiencias giran en torno a las paredes de una pequeña casa a las afueras de Ciudad Guzmán, lugar en el que decenas de trabajadores permanecen confinados todos los días tras llegar del campo.
Reglas estrictas, multas económicas y una puerta con candado que se cierra todas las noches en punto de las 10:00 p.m. y se abre hasta antes del atardecer, son algunas de las condiciones a las que se enfrentan quienes aceptan trabajar en este lugar.
Por MRL
1.
Paseaba por la noche en una calle del centro de Ciudad Guzmán a espaldas de la presidencia municipal. Sumergida en oscuridad, con un caos vial impresionante y un deficiente alumbrado público. Sólo se alcanzaba a ver un poco gracias a la tenue y sofisticada luz cálida de un restaurante famoso de la ciudad. Paseaba en solitario, explorando. Me habían avisado de algún trabajo en aquel restaurante y quise llegar a ver. Con un poco de nerviosismo me acerqué para observar y saber cómo era por dentro, no despegaba la mirada, curioso, impaciente y con anhelo. “Se ve padre, ¿verdad?”, al voltear me di cuenta de que en una banca afuera de aquel local, sentado en silencio y en la sombra se encontraba un joven. Le calculo unos 19 años, de baja estatura, piel morena y mirada apagada por el cansancio, pero que mostraba jovialidad. Me había observado todo ese tiempo y no lo vi, me tomó por sorpresa y a pesar de ser las únicas dos personas por aquella calle, con incredulidad le pregunté “¿es a mí?”. Confirmó con la cabeza.
Tomé asiento junto con él, rectos, dando la espalda a la entrada de aquel local, vimos juntos un mural colorido de una mujer de brazos abiertos con mariposas en sus manos, sin decir nada por unos segundos. Volvió a hablar.
-Tengo ganas de entrar. ¿Tú ya has entrado? – me preguntó
-No, sí he tenido ganas, pero nunca encuentro ocasión o pretexto para hacerlo, no me doy ese gusto. Venía a revisar lo de un trabajo.
-Yo trabajo en el campo, no me gusta. Vivo ahí enfrente, en un pinche cuarto feo.
2.
Con la llegada del Centro Regional de Educación Normal, Zapotlán el Grande ha recibido a miles de estudiantes y se ha convertido en la capital educativa de la región sur de Jalisco. Esto incrementó con la llegada del Tecnológico de Ciudad Guzmán y el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara.
Ciudad Guzmán, como normalmente es conocido el municipio de Zapotlán el Grande, históricamente ha sido una localidad agrícola en la que muchos años se cultivó maíz. En las décadas de los 80 y 90 un estancamiento económico propició la migración de sus habitantes hacia los Estados Unidos, y con una considerable población de jóvenes estudiantes vino una baja en la mano de obra y en las oportunidades laborales.
El estancamiento económico trajo consigo nuevas estrategias para impulsar el “despegue” de la economía local. Una de éstas fue la instalación de empresas aguacateras y de “berries” en la región sur de Jalisco. La oferta de nuevos empleos alcanzó no sólo a habitantes locales, sino que motivó la migración interna. En un afán de la obtención de mayores ganancias, las empresas volcaron sus esfuerzos en trasladar a personas de comunidades rurales e indígenas del sureste del país. Así, comenzaron a llegar de Chiapas, Guerrero, Veracruz y Michoacán personas que fueron reclutadas con ofertas laborales y promesas.
Ahora Ciudad Guzmán con arriba de 15 mil personas fuereñas trabajando, es una postal de la diversidad étnica y de una nueva población que está resignificando la cotidianidad de estos lados.
3.
Fuera del restaurante, en aquella banca entablamos ya una conversación. Me dijo que se llama René, o algo así, no pude corroborar este dato. Tan pronto me tomó confianza comenzó a contarme que venía de Ciudad Mendoza, Veracruz, que no tiene mucho por estos lados, que aquí se reencontró con su hermano, y que ayudan a su familia con su trabajo, que en su comunidad no hay muchas oportunidades, que odia su cuarto y a la que pueda, intentará irse a Estados Unidos.
Mi conversación con René no duró mucho, con pocas palabras me explicaba que, si llegaron a Zapotlán, fue por pura coincidencia, pues su hermano mayor y su primo gastaron todos sus ahorros para pagar un «coyote» que los pudiera pasar por Tijuana. Al fallar, el único plan era no regresar a Veracruz. Alguien les dijo que por acá “andan contratando gente como nosotros”, y vinieron a ver qué pasaba
Sin dinero, ni lugar alguno al que llegar, intentaron asentarse en estas tierras. No tenían nada para comer, y no tenían donde dormir, nadie los quiso ayudar con comida o algo. Sólo fue cuestión de tiempo para que se enteraran de los puestos de trabajo disponibles dentro de las empresas agricultoras de la región, aquellas que pagan anuncios en radio y pegan volantes en los postes de la ciudad. Su propaganda -que difunden también a través de redes sociales- promete puestos de trabajo con “sueldo base, desayunos gratuitos, transporte y vivienda” para el personal foráneo. Ahí los contrataron casi inmediatamente y les ofrecieron un lugar donde vivir.
Me dijo en dónde estaba viviendo. Se trataba de la casa del mural de José Clemente Orozco que no sólo yo, sino muchos otros habitantes de la cabecera municipal ubican.
La conversación terminó de forma abrupta, mientras me enseñaba a pronunciar palabras en Náhuatl llegó su hermano, “ya vente, cabrón” le gritó enojado. Estando cerca de nosotros hizo la finta como si quisiera tirarme un golpe, pero no parecía seguro de sus acciones. Se le notaba nervioso. René se fue con él a regaños, y mientras se retiraba acordamos que nos volveríamos a reunir al día siguiente, en la misma banca por la noche para seguir aprendiendo un poco de Náhuatl y escuchar su historia.
Ya no lo volví a ver.
4.
Acudí a esa casona los próximos días a mi encuentro con René, pregunté por él y nadie me supo dar información, ni siquiera conocían a una persona con tal nombre. Me dijeron que “a lo mejor era de los últimos en llegar”, pero jamás lo vi desfilar por esa calle de nuevo. Aun así, decidí que seguiría yendo a buscarlo. Lo mismo. Como nadie sabía a quién me refería, un señor me invitó a pasar a aquella casa vieja con total confianza.
Pasé por un estrecho pasillo, la casa es alta, muy alta, y por la misma altura hacía mucho frío dentro, aunque también era angosta por donde se le viera. Lo primero que hice al pasar por el pasillo fue voltear hacia la puerta por la que entré para ver si la persona que me invitó a pasar me acompañaba, pero no lo hizo. Pegado cerca a la puerta hay un letrero, que con faltas ortográficas pero un estilo y pulcritud impresionante menciona que la puerta cierra a las 10 de la noche. Hay un cuarto por el que se accede a medio pasillo. No muy grande. Las puertas entreabiertas dejan ver que recibe al menos a 12 personas en su interior, 6 literas con poco espacio entre sí y casi sin lugar para guardar alguna pertenencia, toda maleta, caja o ropa sucia se encontraba en la cama de su dueño.
Pasé a una zona que parece un comedor improvisado. Había gente ya cenando, aunque cada uno por su lado. Nadie se dirigía la palabra. Me percaté que en aquella habitación había otro letrero que tiene una lista de multas y descuentos a la nómina de las personas que trabajan para la empresa.
Crucé por aquella habitación, el ambiente cambió, la gente dejó de comer y el silencio se hizo aún más notorio, las miradas se posaron sobre mi. “¿Alguien conoce a René? Es un chavo de Veracruz”. Nadie dijo nada. Al cabo de un rato un señor se me acercó y me dijo “por favor, no nos dejan que nadie entre aquí” y me invitó a retirarme.
Fuera de la casa, la gente acostumbra salir a hacer llamadas, es normal ver en la estrecha banqueta a 3 o 4 personas con sus teléfonos pegados a la oreja, cuchicheando, ocultando la boca y mirando con nerviosismo para todos lados.
Ahí mismo conocí a Fernando, un adolescente de 17 años que viene de Chiapas, también es trabajador agrícola. Intrigado por lo que vi en la casa, me acerqué para hablar con él.
5.
Dos semanas después de mi fugaz, pero interesante encuentro con René estaba con Fernando, parados en la entrada de la casa en el centro de Zapotlán, le hacía algunas preguntas de pocas palabras. Al igual que René, él también llegó a Guzmán por su hermano que lleva 7 años trabajando para esta empresa dedicada a la producción de frambuesas y zarzamoras en Ciudad Guzmán y Gómez Farías. Fernando lleva casi medio año trabajando para ellos y viviendo en Ciudad Guzmán.
– ¿Cómo te enteraste del trabajo? – pregunté
– Por mi hermano, ya tiene un tiempo trabajando acá
– ¿Qué te dijo sobre el trabajo?
– Pues que está chido y que buscan gente por encima de 15 años, y me vine.
– ¿Cuántos años tienes?
– Yo 17
– Estás morro todavía ¿tienes un tutor responsable que firme algo para que puedas trabajar ahí?
– No, no piden nada
– ¿Estás trabajando tiempo completo o estudias también?
– No, trabajo todo el día
– ¿A qué hora entras a trabajar?
– A las 7, me levanto como a las 6 y en presidencia pasa un camión a recogernos como a las 6:15
– ¿Y a qué hora sales?
– A las 8 de la noche, llego aquí como a las 8:30, de hecho, acabo de llegar.
– ¿Sales a hacer algo? ¿qué cosas les gusta hacer a la gente que vive en esta casa?
-Me la paso aquí con mi hermano, casi no tenemos tiempo. A mucha gente de aquí le gusta mucho la tomadera, y así, casi no tenemos tiempo, te digo.
Mientras le preguntaba esas cosas, entraba más gente. Llegaban todos dispares, nadie saluda ni se reciben. Nos movemos unos metros hacia un lado para no estorbar el paso, quedamos frente a una ventana de la casa que me permite ver hacia adentro. Da hacia el cuarto al que lleva el pasillo por el que entré aquel día. Después de esa breve interrupción, continúo preguntándole:
– ¿todas las personas trabajan donde mismo? ¿o son diferentes empresas?
– No, todos trabajamos donde mismo
– ¿Por qué parece que son extraños unos de los otros? – Le comento que llevaba varios días buscando a una persona de la cuál nadie me supo dar información
– Pues es que, como están las cosas acá no se hablan mucho, no les importas, solo se llevan con los que conocen. Yo solo me llevo con mi primo y mi hermano. Acá en la casa me dice mi hermano que la gente no dura mucho, se van o buscan otro trabajo porque este no les gusta. No nos terminamos de conocer.
– ¿Has sabido las razones por las que dejan el trabajo tus compañeros?
– Pues es pesado, y a veces pagan poco, y luego te dan una herramienta vieja que se descompone mucho y te la cobran. Cuando llega jale de otras empresas se van para allá mejor.
-El otro día que entré a la casa me di cuenta de que tienen unos reglamentos pegados ¿Qué es lo que dicen?
-Si hay uno ahí- dice mientras señala la entrada. -Pues nomás dice que cierran la puerta a las 10 y que no hagamos ruido o llevemos gente porque nos pueden multar con 300 pesos por cada falta
– ¿Cierran la puerta con llave?
-Si, la cierra un encargado. Si te quedaste afuera ya no te abren y no podemos salir para nada, nos encierran.
– ¿Y si pasa algo por lo que tengan que salir rápido?
– No ha pasado nada aún
– ¿Y qué es hacer ruido?
-Hablar fuerte con alguna otra persona, o por fumar también nos descuentan. No podemos fumar dentro de la casa.
– ¿Les descuentan mucho o muy seguido?
– Si, a cada rato, también en el jale
– ¿En el trabajo por qué les descuentan?
-Si no llevas manga larga, o si se te olvida la gorra, el pañuelo, los botes de agua o no llevas botas te descuentan 300
– ¿Si se te olvidan más de una?
-Son 300 por cada una que te descuenten
– ¿La empresa te da tu vestimenta para el trabajo?
-No, cada quién lleva lo suyo
– Y en la casa ¿Cuántas personas viven adentro? se veía que eran muchas
-Ahorita somos 42, pero éramos más
– ¿Cuántos cuartos tienen?
-Son 5 cuartos como con 5 o 6 literas, vivimos apretados
– ¿te está gustando quedarte aquí?
– Pues sí, al principio es difícil pero luego te acostumbras y ya no quieres regresarte al pueblo, y pues aquí estás fuera y lejos, allá no hay mucho que hacer, trabajas y no ganas casi nada, el trabajo es bien pesado, y luego te pagan por día y a veces ni trabajo hay.
– ¿te han subido el sueldo con los meses?
-No, a mí no
– ¿tienes días libres a la semana?
-Si, de hecho, mañana descanso
¿qué te gusta hacer en tus tiempos libres?
-Pues nada, ahí descansar, hacer de comer, lavar mi ropa, el celular.
– ¿mañana habría oportunidad de poder platicar un ratito? Para no quitarte mucho tiempo. 15 minutos contados.
-No voy a poder, quiero descansar un rato.
La casa del mural de José Clemente Orozco.
6
Mi plática con Fernando fue igual, de un solo día, también fue difícil volver a contactarlo. A quienes viven en esta casa y trabajan para esta empresa no se les permite y tampoco quieren gastar su tiempo libre en un extraño.
Siempre he escuchado historias del trato que reciben las personas trabajadoras agrícolas. Sufren discriminación por la población en general, algunos desembocando en violencia física, verbal y emocional. He sido testigo de cómo sus patrones les niegan a veces un poco de agua, o la entrada al baño. Suelen referirse a todas las personas por igual como “Oaxaquitas”, ignorando su origen indígena e identidad. Les despersonifican, doblegan moralmente y les reemplazan fácilmente, como si se tratara de objetos y no personas.
No se habla mucho de la segregación estructural de los sistemas de trabajo que imponen las empresas agrícolas de la región, quienes se valen de cerca de 7 mil trabajadores migrantes de entre 17 y hasta arriba de los 60 años. Ellos y sus familias dependen de un ingreso de 7 mil 662 pesos mensuales en promedio, sólo un poco arriba del salario mínimo nacional.
Mientras tanto, a diario, quienes habitamos esta ciudad, atestiguamos esas filas interminables de hombres y mujeres que avanzan con pesadez, en silencio y con la mirada agachada para subir a esos camiones que les llevan al campo muy temprano por la mañana y regresan por la noche.
Muy interesante, me parece que son cosas que pasamos por desapercibido y que tiene mucho de fondo, sigue siendo esclavismo en esta época, además de los muchos problemas sociales que esto desencadena. tocarlo en estos tiempos en esta zona es complicado, son cosas que suceden en todas partes de nuestro país, ciertamente las personas nos hemos acostumbrado a la migración de personas y cada vez es mas común verlo, pero también somos indiferentes ante las situaciones vividas, ojala este articulo tuviera el alcance esperado, visibilizar a esa personas, que por derecho de nacer naturalmente somos iguales y que deberíamos todos de gozar de los mismos derechos, vivienda digna, salario digno, educación para todos. etc. etc. esas cosas que solo están en tinta y papel.
Muy triste e interesante historia,no creía que hubiera ese trato a personas en esta época
Que lamentable situación por la que pasa la gente que en busca de una “mejor oportunidad” termina en trabajos como estos siendo “esclavos” de gente con .