Un gobierno monocrático

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza

Al final de esta columna les tengo una pequeña adivinanza. Pero antes déjenme empezar con esto: no cabe duda que buena parte de los sistemas políticos contemporáneos experimentan cambios de fondo que —llevando la idea al extremo— anuncian la llegada de una era política distinta. Esta es una era en la que los arreglos institucionales convencionales están atravesados por la incertidumbre —hay que decirlo, ni modo—. Nos movemos en terra incognita.  En este contexto, lo cierto es que cada vez es más evidente una tendencia a la personalización a ultranza del poder político. Con distintos grados e intensidades, es posible observar —sobre todo en las democracias occidentales de corte liberal— un viraje radical en el que personajes individuales adquieren cada vez más relevancia. Dicho de otro modo: ante el declive de aquellos postulados ideológicos predominantes que apelaban a la colectividad en bloque hasta poco antes del fin de siglo pasado, hoy en la narrativa hegemónica que circula en el paisaje político, prolifera un individualismo creciente.

En este sentido, es innegable que en la medida en que la figura del líder político ocupa un espacio de mayor centralidad en el escenario de lo democrático, instituciones como los partidos, los sindicatos, y otras organizaciones, tienden a perder peso en tanto referentes para la conformación de identidades políticas. Estas instancias políticas ven mermada su influencia en relación con su función de mediadores entre la ciudadanía y el gobierno. Dígame usted si no. Además, ello trae consigo tanto un proceso de fragmentación y polarización del sistema político; como una reconfiguración de los modos en que los partidos y los políticos se relacionan entre sí y con la sociedad. Los arreglos institucionales de antaño hacen agua. Desde esta perspectiva, si es cierto que estamos en el umbral de una nueva era con las características que ya mencioné, entonces no es descabellado señalar que esta es una época de naturaleza post-partidocrática. ¿Será para tanto?

Ahora bien, es importante recordar que la personalización de la política no es un tema inédito. La concentración del poder en un individuo ha sido uno de los rasgos conspicuos de diversos sistemas y regímenes políticos. Aunque hay que subrayar que dicho rasgo suele asociarse con regímenes pre-democráticos. Frente a dichos regímenes, colectivamente, se ha buscado el diseño de arreglos institucionales que atenuaran la centralización de la autoridad. Para ello se ha fomentado la ciudadanización de la esfera política y se ha procurado aminorar el poder radicado en un líder único. Hay toda una escuela que analiza estos procesos desde una óptica de la transición a la democracia. Si esta está en lo cierto, eso es cuento de otra historia.

Por lo pronto, hay que recordar que, desde mediados del siglo XX, los procesos de democratización en buena parte del hemisferio occidental se fundamentaron tanto en la arquitectura de un entramado institucional con organismos independientes, como en un sistema político basado en la separación de poderes que permitiera reconciliar las tendencias autocráticas de un presidencialismo unipersonal con los ideales democráticos. Insisto, la individualización del poder no nos es ajena. Más adelante, de pasadita, veremos que nuestro sistema político es prueba irrefutable de ello. 

Pero entonces, ¿la tendencia a la personalización a la que me refería al principio de esta columna no es sino el regreso a un arreglo institucional pre-democrático? Me parece que no. En todo caso, hay que estar atentos a las peculiaridades de lo nuevo. Lo que intuyo más bien es que ante un entorno que restringe fuertemente la re-elección y que impone límites constitucionales a las decisiones presidenciales, estas figuras buscan incrementar su grado de autonomía durante el periodo que duran sus mandatos.  Intentan concentrar el poder en su persona y recurren a instrumentos legislativos —o de coerción— para lograr sus fines. A veces con más fuerza, o con menos, pero lo cierto es que la tendencia a la personalización de la política es un rasgo de identidad de la política. Aunque, como decía antes, la fuerza que hoy adquiere lo anterior no necesariamente implica un retorno a un estado pre-democrático.

Por el contrario, más que un regreso al presidencialismo —del que en México sabemos bastante— estamos frente al surgimiento de un fenómeno relativamente inédito, al que autores como Elgie y Passareli (2020) han denominado como «presidencialización» de la esfera política. Y esta diferencia (entre presidencialismo y presidencialización)  no es menor. Por una parte, el primero de los términos remite a un sistema de gobierno en el que el presidente es el jefe de Estado y jefe del ejecutivo. En otras palabras, la figura presidencial ostenta poderes asignados constitucionalmente, los cuales le permiten ejercer funciones específicas (i. e. el veto de leyes, la designación de altos funcionarios, etc.): el presidencialismo es una condición que se refiere a la estructura formal del gobierno en la que el presidente ocupa un rol central y tiene atribuciones definidas —y limitadas— por la Constitución.

En cambio, la presidencialización es un proceso a través del que, en ciertos contextos políticos, el poder ejecutivo, encabezado por el presidente, suele fortalecerse a expensas de los otros poderes del Estado. El que casi siempre lleva las de perder es el poder legislativo. Lo anterior implica un aumento de la influencia del presidente en detrimento de otros actores políticos y puede llevar a una concentración excesiva de poder en manos de una persona (así es, en el presidente).

¿Se alcanza a ver que la presidencialización no se refiere solo a la estructura formal del gobierno (como sí lo hace el presidencialismo), sino que evidencia cambios en las relaciones de poder y en las decisiones políticas que pueden socavar la separación de poderes y afectar el equilibrio democrático? No es lo mismo. Ni es más barato. Más bien, a partir de este cambio epocal (que enuncia el tránsito del presidencialismo a la presidencialización) bien podríamos estar atestiguando el surgimiento de lo que Fortunato Musella (2022) ha definido como gobiernos monocráticos. ¿Cuáles son las características de esta especie de pseudo-régimen? El joven profesor de la Universidad de Nápoles Federico II sugiere las siguientes:

    1. En un gobierno monocrático, la relación entre el líder político y los gobernados no suele estar mediada por los partidos políticos, sino que atraviesa por el carisma personal y se ancla en la dimensión emotivo-afectiva.

    2. Este tipo de gobiernos se fundamenta en un principio monocrático de acción política, es decir, el líder tiende a convertirse en el verdadero dueño de la organización del partido y controla gran arte de las actividades gubernamentales (incluidos los procesos electorales). Un corolario de esta afirmación sugiere que para ello, el líder recurre al uso —y abuso— de estrategias legislativas unilaterales (que, con frecuencia, se sitúan en el limbo de lo anticonstitucional).

    3. Finalmente, estos gobiernos llevan aparejado un proceso de creciente fragmentación de los actores colectivos tradicionalmente encargados de controlar y contrarrestar el poder de los líderes políticos, tales como las instituciones autónomas enfocadas en la rendición de cuentas.

Interesante, ¿no? En fin, ya me extendí demasiado. Solo me queda retomar la adivinanza prometida al principio. Sobre todo porque en las democracias contemporáneas hay evidencia empírica que ilustra la presencia de gobiernos monocráticos. Aunque usted no lo crea. Para muestra algunos botones, a ver si estos le resultan familiares. Adivinen, adivinadores y adivinadoras:

    1. Acontece la llegada de un gobierno electo democráticamente y que además logró una mayoría aplastante en el proceso electoral.
    2. Se implementan políticas que en el discurso tienen como objetivo fortalecer la economía y promover la autosuficiencia del país. Ello sobre todo en sectores como la energía y las telecomunicaciones.
    3. También se ponen en funcionamiento políticas impositivas sobre el sector empresarial.
    4. Estas políticas tienen buenas intenciones, pero son fuertemente criticadas debido a su falta de transparencia en cuanto al manejo de recursos y su carencia de racionalidad técnica.
    5. Además, suele ser poco susceptible a la crítica, la cual busca silenciar y denostar a toda costa. Esta tendencia suele ser más acentuada con los periodistas que muestran su desacuerdo con el régimen y el modo en que este se conduce.
    6. Finalmente, se ha fortalecido al ejército, de modo que este adquiere un poder importante en la toma de decisiones gubernamentales.

¿Le suena? Seguro que sí.

Respuesta a la adivinanza: Ajá. Acertó: hablo de Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría.

Referencias

Elgie, R., Passarelli, G. (2020), The Presidentialization of Political Executives, en R. Andeweg, R. Elgie, L. Helms, J. Kaarbo, F. Müller-Rommel (eds.), The Oxford Handbook of Political Executives, Oxford, Oxford University Press, pp. 359–381.

Musella, F. (2022). Monocratic government: The impact of personalisation on democratic regimes. De Gruyter.

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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