La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
En México hay pocos espectáculos más lamentables que ver a Andrés Manuel López Obrador perder el control. A lo largo de su administración ha pasado varias veces, sobre todo cuando lo desborda la tirria que tiene contra Carlos Loret de Mola. Pero en estos días lo hemos dirigir su furia no contra su némesis, sino contra The New York Times. ¿La razón? Un reportaje en preparación en el que, se ha dicho, se vincula al presidente y a su familia con el crimen organizado.
Para defender su honor, López Obrador hizo el jueves lo que mejor sabe: arremetió contra el periódico estadounidense desde la rueda de prensa matutina, ese monólogo en el que, escudado en el atril, puede disparar a diestra y siniestra contra todo y en total impunidad. Pero llevó la rabieta más allá: el presidente hizo público el teléfono personal de la periodista Natalie Kitroeff. Y fue todavía más allá —sí, siempre puede ir todavía más allá: el viernes fue confrontado por Jessica Zermeño, reportera de Univisión, quien le hizo ver la violación a la Ley de Transparencia que implica haber dado a conocer el teléfono personal de la periodista.
Transcribo, a partir de unos clips que vi en la red social antes conocida como Twitter, la conversación entre la periodista y el presidente:
—Le dio el teléfono a todo el mundo…
—Sí…
—¡Cualquiera la puede atacar!
—Es que aquí la vida pública es cada vez más pública…
—¿No ve ningún un error?
—No.
—¿Volvería a revelar un teléfono privado de uno de nosotros?
—Claro, cuando se trata de un asunto en donde está de por medio la dignidad del presidente de México.
—¿Y qué hacemos con la ley de Transparencia?
—No, por encima de esa ley está la autoridad moral, la autoridad política, y yo represento a un país, y represento a un pueblo que merece respeto. Que no va a venir cualquiera, porque nosotros no somos delincuentes, tenemos autoridad moral, no va a venir cualquier gente, que porque es el New York Times, y nos va a sentar en el banquillo de los acusados. Eso era antes, cuando las autoridades en México permitían que los chantajearan.
—Usted tiene todo el derecho a defenderse de los cuestionamientos periodísticos, pero, ¿el derecho de esa persona a mantener en privado su teléfono celular personal para evitar agresiones?
—Y mi derecho…
—¿Pero entonces vamos a dar a conocer su teléfono celular?
—No, no, no. ¿Y el derecho a la calumnia? Ella tiene derecho a calumniarme a mí, a mi familia, a mis hijos, además sin una prueba…
—En Estados Unidos, si esto hubiera ocurrido, hay sanciones.
—No, no, no. Ya les estoy planteando el caso de (Julian) Assange. No pasa nada, no pasa nada.
(…)
—Si le pasa algo, ¿a quién hacemos responsable?
—No, no exagere. Mire, si la compañera está preocupada, que cambie su teléfono. Otro número y ya.
(…)
—Ustedes se sienten bordados a mano, como una casta divina, privilegiada. Ustedes pueden calumniar impunemente, como lo han hecho con nosotros, como lo dimos a conocer ayer. Y no los puede uno tocar ni con el pétalo de una rosa.
—Pero el teléfono que dio a conocer es el teléfono personal…
—¿Y qué pasa cuando esta periodista me está calumniando…
—Pero hay una ley que impide esto en este país…
—Pero también la calumnia. Me está vinculando a mí y a mi familia con el narcotráfico sin pruebas…
—Pero es el teléfono personal, hay una ley que impide que usted dé a conocer ese teléfono…
—Sí, pero antes de eso… por eso hablo de la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, porque ustedes, Univisión, Jorge Ramos, de inmediato cuestionaron eso, pero no son capaces de una autocrítica para revisar el tipo de periodismo, si es que se puede llamar periodismo a lo que hacen.
—Pero más allá de la investigación, ¿usted no cree que fue un error?
—No, porque este es un espacio público y nosotros estamos aquí aplicando un principio de la transparencia…
—Pero eso la pone en riesgo a ella. Más allá de usted, cualquiera le puede llamar y la puede amenazar y le puede decir algo…
—No, no, no, no pasa nada, no pasa absolutamente nada.
—Sí pasa en este país, 43 muertos…
—Es que también… ese es otro dato. Ustedes son los más tenaces informadores, o mejor dicho desinformadores, los más tenaces manipuladores. Esto que dice, de que hay un gran riesgo para los periodistas, es una asociación vinculada a grupos de intereses creados a gobiernos hegemónicos. Claro que lamentablemente hay compañeras, compañeros, que han perdido la vida. Pero no hay impunidad.
Hasta aquí la transcripción.
Más allá de lo delirante que es la conversación —mientras más veces la repito, más me resulta difícil de creer que haya ocurrido—, me parece relevante cómo, una vez más, el presidente ha quedado exhibido en su carácter autoritario, que cimienta en una presunta pureza moral que, según él, está a la vista de todos y lo pone por encima de la ley. Lo único que queda a la vista de todos es su incapacidad para el diálogo y su capacidad para convertirse en víctima doliente y regodearse en ello.
Sí, el reportaje en cuestión, que todavía está en proceso de elaboración, o al menos eso entendí, tiene la obligación de demostrar sus dichos. Y el presidente podrá, una vez publicado, defenderse de lo que ahí se afirme. Se llama derecho de réplica. A lo que no tiene derecho es a usar la tribuna pública conocida como la mañanera para insultar impunemente a las y los periodistas, minimizar la violencia que viven, revelar información privada —ya lo había hecho con la información fiscal de Loret de Mola— y, lo más preocupante, seguir propiciando el caldo de cultivo de donde se alimenta la violencia contra los y las periodistas.
Hace unos días, en una mesa de diálogo, el periodista salvadoreño Sergio Arauz, del periódico El Faro, dijo que en aquel país los políticos, con el presidente Nayib Bukele en primer lugar, “han logrado que se hable más de los mensajeros, no de los mensajes”, como una estrategia para desviar la atención de las personas.
Esta idea se conectó con otra que había sido puesta sobre la mesa poco antes, a cargo de la investigadora Rossana Reguillo, quien dijo que habían logrado detectar un patrón para los ataques contra quienes critican al oficialismo: el primer paso ocurre, precisamente, en la mañanera, con los mensajes del presidente; el segundo implica la activación de los llamados “maestros de ceremonia”, quienes instalan la narrativa que ha de replicarse desde las redes sociodigitales; después se activan las granjas de replicadores y finalmente entran en acción los troles, que tienen como objetivo “el asesinato de la reputación”. Todo esto se cimienta en la desacreditación de las personas y en ataques a su credibilidad, para así descalificar el mensaje a partir de la humillación y la pérdida de la dignidad del involucrado.
En esa misma mesa estuvo presente José Luis Peñarredonda, del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) —quizá recuerden al centro porque ya lo había mencionado aquí, a propósito de un reportaje sobre los mercenarios digitales—, quien dijo algo con lo que quiero cerrar y que sintetiza lo que ha venido ocurriendo en México y que se evidencia en las mañaneras y que en días como estos se desborda: “El impulso antidemocrático de AMLO es el mismo que el de (Nayib) Bukele y el de (Javier) Milei”.