#MediosAliados
Esta investigación fue publicada originalmente por Cimacnoticias en: https://cimacnoticias.com.mx/historias-de-vida-de-periodistas-y-defensoras
Edición: Viétnika Batres
Entrevistas: Lizbeth Ortiz Acevedo
En 2005, Marichuy García se enfrentó con la noticia más importante de su vida: el pueblo donde había nacido y crecido, donde había aprendido a nadar, a leer y escribir y había conocido a sus primeras amigas, a donde había regresado luego de irse a Estados Unidos una temporada, ese pueblo al que todos le decían “Temaca” tenía los días contados.
Lo iban a desaparecer, junto con otros dos pequeños poblados del municipio de Cañadas de Obregón, en la zona de los Altos de Jalisco. El gobierno de ese estado situado al occidente de México había comenzado la construcción de la presa El Zapotillo en el río Verde, que inundaría a Acasico, Palmarejo y Temacapulín, sin consultar a los cientos de personas que resultarían afectadas.
No le quedó opción: ante la perspectiva de tener que abandonar, más que su casa, la que había sido vida hasta entonces,
Las acciones de Marichuy y sus compañeras se extendieron hasta 2022. Pero el año clave para ellas y la gente que representaban fue 2021, cuando forzaron a las autoridades estatales al diálogo, se sentaron a la mesa de negociaciones con el gobierno federal y consiguieron modificar las dimensiones de la obra, de modo que la presa El Zapotillo funcionaría para los fines iniciales: llevar agua a varias zonas de Jalisco, sobre todo a la capital Guadalajara, sin inundar las tierras de Acasico, Palmarejo y Temacapulín, el cual, de paso, consiguió ser catalogado como Pueblo Mágico.
De imposiciones y engaños
Originalmente, el trazo elegido para la construcción de la presa estaba sobre el cauce del río Verde, aguas arriba de Temacapulín; los primeros estudios de ingeniería indicaban que en ese estrechamiento podría asentarse el proyecto, pero al final se decidió que fuera en el cañón Los Sandovales.
Por ello, uno de los poblados más activos en la resistencia fue Temacapulín, famoso por sus manantiales de aguas termales. Ahí nació María de Jesús García Guzmán, quien llegaría a ser una de los principales motores del movimiento #TemacaResiste.
Marichuy, como prefiere que le llamen, cuenta en entrevista para Cimacnoticias que la construcción de la presa no fue consensada con la gente, por el contrario, se trató de una imposición. Los gobiernos de Jalisco y Guanajuato tenían años buscando el mejor lugar para una presa en la región de los Altos, hasta que eligieron una zona alteña del río Verde, cuya longitud rebasa los 250 kilómetros.
Desde 2003 ya había rumores sobre la presa que quería construir el entonces gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, hasta que un día de 2005 –aún con Vicente Fox en la presidencia del país– sin previo aviso, remarca Marichuy, los habitantes de Acasico, Palmarejo y Temacapulín fueron notificados de que debían vender sus propiedades y desalojar sus comunidades porque la obra se había puesto en marcha.
Todos lo sabían, menos ellos. Hasta la Comisión Estatal del Agua y Saneamiento (CEAS) y el ayuntamiento de Cañadas de Obregón ya habían previsto la reubicación de las comunidades desplazadas en Talicoyunque y Nuevo Acasico, de acuerdo con el Plan de Desarrollo Urbano del Nuevo Centro de Población Temacapulín.
El área de inundación sería de 4 mil 500 hectáreas, lo que sepultaría a los tres poblados. Con ello supuestamente se iba a abastecer de agua potable, mediante un acueducto de 140 kilómetros, a un millón 411 mil habitantes de 14 poblaciones en los Altos y las áreas metropolitanas de Guadalajara, en Jalisco, y de León, en Guanajuato.
Esa era la versión que propagaban las autoridades para vencer las reticencias de quienes serían expulsados de sus tierras. “Fue un engaño”, recuerda María González Valencia, directora del Instituto Mexicano para el Desarrollo Comunitario (Imdec), que brindó asesoría y guía al movimiento de #TemacaResiste. Pronto se percataron de que en el plan original el agua estaba destinada a la industria automotriz y agroalimentaria de exportación en el Bajío.
Cimentada sobre el cauce del río, la cortina de la presa se elevaría hasta una altura de 80 metros, según la primera proyección que se hizo; luego, ya en 2007, se consideró que llegara hasta los 105 metros, lo cual derivaría en la inundación de las 4 mil 500 hectáreas alrededor.
Una vez notificada de la construcción de la obra, la población de los Altos de Jalisco la tomó como una amenaza para su permanencia en esas tierras que habían sido habitadas por sus ancestros. Surgió, entonces, la necesidad de organizarse.
La resistencia contra la presa El Zapotillo, fue encabezada y sostenida principalmente por mujeres, quienes asumieron la defensa del agua, de su cultura y del territorio.
No fue fortuito que ellas adquirieran un rol relevante. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en Jalisco 34 de cada 100 hogares reconocen a mujeres como su persona de referencia. El estado ocupa el lugar siete por su porcentaje de hogares con una mujer como referencia. A nivel nacional, son 33 de cada 100.
Tierra de mujeres defensoras
Margarita Guzmán y Vicente García Guzmán, residentes de Temacapulín, tuvieron 12 hijos e hijas. Una de ellas fue Marichuy, quien relata que eran “de las familias más pobres del pueblo”, no tenían luz eléctrica en casa y su padre trabajaba en el campo. Él fue un hombre “no machista” que la instó a estudiar. Tenía 16 años cuando le tocó trabajar por la ribera del lago de Chapala, donde se ocupó de que niñas y niños aprendieran a leer y escribir.
Marichuy guarda recuerdos de agua cristalina en el hogar familiar. Dice que en su niñez pasaba “un arroyito” de agua caliente por su casa y aprovechaban para bañarse con una jícara. Cerca también había una huerta donde sembraban alfalfa y por las noches ella y sus vecinas llenaban de agua unos baldes que llevaban a la iglesia del siglo XVIII que conserva el pueblo. Aunque a los hombres les tocaba trasladar piedras al mismo punto, se le conoció como “el atrio de las mujeres”.
El acarreo del agua históricamente ha sido una labor reservada a las mujeres. En el informe Progresos en relación con el agua potable, el saneamiento y la higiene (ASH) 2000-2022, elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), se detalla que en el mundo las niñas y mujeres mayores de 15 años son las encargadas de esta tarea en siete de cada 10 hogares que no cuentan con instalación hidráulica.
En Temaca, como las mujeres eran las encargadas del acarreo de agua, entendieron su importancia y generaron experiencias relacionadas con ese rol en la comunidad. Por ejemplo, a veces Marichuy y una de sus hermanas llenaban unos grandes recipientes en los pozos ubicados a dos cuadras de su casa para intercambiarlos por entradas a las películas que se proyectaban en un corralón.
Muchas de las actividades recreativas en Temaca estaban vinculadas al agua. Cuando Marichuy salía de la escuela se iba a nadar con sus amigas, encendían una fogata y calentaban su comida a la orilla del río Verde. A veces acudían a un sitio más profundo llamado Morones, cuenta, donde se bañaba a los caballos. En la crecida del río aprovechaban para ir “al salto” –una cascada de varios metros de altura–, esperaban que bajara un poco el nivel y se lanzaban a nadar en la corriente fría.
La mirada retrospectiva de Marichuy reconstruye estrechas conexiones sociales y con la naturaleza. No obstante, lamenta que ahora muchos de esos sitios estén deteriorados debido a las excavaciones que se han hecho en la región para la extracción de materias primas.
El tamaño es relativo
Si se le mide por el número de habitantes, Temacapulín no es lo que se dice un pueblo grande. Acasico y Palmarejo de plano son pequeños caseríos. Este último, por ejemplo, en el Censo 2020 del Inegi aparece con 49 habitantes –26 mujeres y 23 hombres– y con 14 viviendas habitadas. Ese año Temaca llegaba a los 402 habitantes, de los cuales más de la mitad, 226, eran mujeres, y contaba con 113 viviendas habitadas.
A pesar de no llegar ni al millar, con la fuerza de su movimiento social este puñado de personas logró frenar un megaproyecto que contaba con todos los recursos –políticos y económicos– para imponerse.
Tierra soñada donde crecimos / Pencas y flores al amanecer / Yo siento que el río baila conmigo / Noches y fiestas, felicidad / Baila, baila, baila conmigo río, por favor…
Tierra soñada, de Noé Tiznado (fragmento)
Del disco Mi corazón no se vende
Actualmente, la población de Temacapulín se estima en 800 personas, “y hasta mil 500 si se cuenta a los migrantes o ‘hijos ausentes’”, según Servicios para una Educación Alternativa.
“Aunque muchas veces nos dicen que somos poquitos, no importa”, aceptaba Marichuy el 17 de noviembre de 2017, durante una entrevista con esa asociación civil cuando asistió como representante de Salvemos a Temacapulín al 5º Encuentro de Defensoras y Defensores Comunitarios, realizado en Santa Rosa de Lima, Oaxaca.
“Aunque seamos uno solo –decía–, aunque fuera una sola casa allá por el cerro, tenemos nuestros derechos por la Constitución por ser mexicanos”.
En ese encuentro realizado para intercambiar “estrategias de seguridad comunitaria y expresiones de resistencia desde las prácticas culturales”, Marichuy compartía las dificultades por las que atravesaban quienes participaban en la resistencia alteña. “Fueron con amenazas de querer sacarnos, de inundar el pueblo, y fue cuando nos empezamos a organizar, porque en primer lugar no fuimos consultados, y no hay derecho porque (…) la Constitución es para todos.
“Empezamos a reunirnos, a buscar ayuda, y entre nosotros mismos formamos un comité de defensa. Tenemos un comité en Guadalajara –en el que estaba Marichuy–, hay un comité de hijos ausentes, pero no indiferentes (…) otro en Monterrey y otro comité en Los Ángeles, en Estados Unidos, el de los hijos ausentes”.
Sin saber que aún les quedaban cuatro años más de lucha, Marichuy daba cuenta de las fricciones que tenían con las autoridades de la Comisión Nacional del Agua, entre otras razones porque les decían que los hijos e hijas migrantes ya no tenían derechos porque se había roto la relación con la comunidad por haberse ido.
Pero los activistas argumentaban que quienes emigran contribuyen con las remesas a la economía de las familias que las reciben y de Temaca en general, y regresan para las fiestas tradicionales o en los “tiempos fríos” de Estados Unidos.
“Ahora que vienen las fiestas, además tenemos muchísimo turismo, porque hay aguas termales (…) bueno, póngale unos 600” muchachos que en invierno vuelven y en primavera se van, calculaba Marichuy para que se viera que no eran tan “poquitos”.
Migrante y madre
La población que ha emigrado de Temacapulín, Acasico y Palmarejo se sumó a la lucha contra la presa a través de sus familiares, en lo que llamaron “los hijos ausentes pero no indiferentes”.
En todo el estado de Jalisco hay una dinámica migratoria relevante. Datos del Inegi registran que 60 mil 587 personas salieron del estado en 2020 para vivir en otro país, y de ésas 79 de cada 100 se fueron a Estados Unidos. Como en otras regiones de México, la migración está estrechamente ligada a la brecha de pobreza en el campo y ausencia de políticas de desarrollo rural.
Temacapulín es rica en recursos forestales e hídricos porque el río Verde corre al este de su territorio. Cuenta con bosques de cedros y fresnos, además de pastizales para la industria agroalimentaria gracias a sus suelos fértiles. Quienes trabajan en el campo cultivan agave, arándano, frambuesa, zarzamora, caña de azúcar, coco, maíz (grano y forraje), aguacate, copra, cártamo, brócoli, sandía y tomate verde.
Hay abundante fauna y vegetación, sin embargo persiste la precarización entre sus habitantes, lo que ha generado una importante movilidad –en especial de jóvenes– hacia otros centros urbanos o de plano hacia Estados Unidos.
Durante su adolescencia, Marichuy también fue una mujer inmigrante. Dejó Temacapulín para irse a Tijuana, en Baja California, donde cruzó la frontera con Estados Unidos rumbo a la ciudad de San Francisco, en California.
Ahí permaneció tres años, trabajando en tareas de cuidados hasta que regresó a México, donde tuvo a sus hijas: “Margarita Juárez, Beatriz Juárez y Emma Juárez, las Juárez, como las conocen”, quienes se unieron a su mamá en la lucha por salvar a Temacapulín.
Al incorporarse a la resistencia, “las Juárez” se apropiaron de la cocina, históricamente relacionada con el ámbito privado y exclusivo de las mujeres, y la trasladaron al ámbito público: las “cazuelitas de comida”, como llamaron a los alimentos que preparaban para sus compañeras, fueron primordiales para que pudieran organizar y asistir a las movilizaciones contra la presa.
Cuentos de sirena
Durante años fue posible ver en casas, calles, negocios de Temacapulín pintas, carteles o mantas que hablaban por el pueblo: “Salvemos Temaca, Acasico y Palmarejo”, “¡Viva la revolución del agua!”, “¡No a la presa El Zapotillo”, “Temaca no quiere presa, queremos vivir aquí, reuviquen (sic) la presa”, “Esta casa NO se vende, NO se reubica, NO se inunda”.
Se compusieron canciones para acompañar los mítines, las reuniones, las acciones de protesta o simplemente la convivencia entre los alteños que participan en el movimiento. La creatividad que les iba dotando de identidad también se expresó en pinturas, bordados.
A la cita con Cimacnoticias Marichuy acude con una manta bordada a mano. En cuanto tiene oportunidad la despliega para leer las consignas, todas dirigidas a salvar a “su Temaca”, como le dice con cariño. A lo largo de la conversación entona partes de canciones dedicadas a la resistencia.
Hoy salen con cuentos/ Cuentos de sirena/ Nos hablan bonito/ Nos quieren marear/ Hablan de una presa/ La del Zapotillo/ Donde dice Emilio/ “Me quiero bañar«…
Entre cuatro cerros, de Manuel de Jesús
Carvajal Jiménez, El Bombón (fragmento)
Dice que se debe a que todo ese tiempo “se enojaba mucho”, se enfrentaba constantemente a las “vejaciones, irregularidades y corrupción”.
Ella lo explicó así al reportero Santiago Reyes de Corriente Alterna el 9 de abril de 2022, cuando atribuyó su enfermedad al estrés causado por la incertidumbre en que vivieron durante años: “Hubo muchos, muchos momentos de llanto –cuenta y muestra sus manos, señala las manchas–. Esto es de la lucha”.
“Se nos vino el mundo encima”, recuerda. “Era una lucha exterior, pero también interior”.
En el video de esa entrevista se le escucha decir, al lado de su hija Mago Juárez: “Sí, es muy duro, muy cansado. Le jode la vida”.
Algunas de las mujeres que participaron en la resistencia terminaron dedicando tanto tiempo a las actividades contra la presa que perdieron su trabajo. Fue un tiempo difícil, de mucho desgaste físico y emocional.
“Y todo el año que esto, una marcha y que esto… era el año completo, era así los 16 años”, dice Marichuy.“Hubo momentos en que nosotros estábamos hartos, cansados, ya nos sentíamos todas confundidas. Y la verdad, muchos momentos de llanto”.
En 2010, como parte de un juicio de amparo, se hizo un “peritaje psicosocial” a la población de Temacapulín para medir los impactos a la salud mental por la amenaza permanente de despojo debido al megaproyecto de El Zapotillo: 79 por ciento presentaba un cuadro de “estrés postraumático crónico”.
La tirisia o morir de tristeza
A partir de la llegada de los ríos de concreto –en la construcción de la presa– , uno de los fenómenos sociales que se presentaron en Acasico, Palmarejo y Temacapulín fue la muerte por tirisia, es decir por tristeza. La amenaza persistente a la que se enfrentaban de ser inundados sin previo aviso detonó temor, angustia y profunda tristeza entre la población, lo que llevó a algunas personas a perder la vida.
Para quienes habitan estas comunidades, despojarlos de su tierra, obligarles a dejar sus hogares y aceptar la reubicación en un sitio alejado, era “sacarlos a morirse”.
Ni las niñas y niños escapaban a ese miedo colectivo. María González Valencia, del Imdec, menciona que durante los trabajos que el instituto realizaba en esas poblaciones, con frecuencia veían dibujos infantiles que retrataban sus pesadillas: se proyectaban inundados bajo el agua. Así creció toda una generación, asegura.
Pero lejos de inhibir la lucha de las mujeres de los pueblos que serían desalojados, esa melancolía por lo que iban a perder las llevó a tomar acciones más contundentes.
Como integrante del comité de Guadalajara, Marichuy se encargaba de ir a los poblados cercanos en busca de solidaridad; les daba información e intentaba motivarlos a unirse a su movimiento, pero muchas veces sólo encontraba temor y desaliento, pensaban que era una causa perdida.
Socorro Jáuregui –a quien le gusta que le digan La Rusa–, también es originaria de Temacapulín, como su madre y su abuela. Es una de las mujeres que estuvieron al lado de Marichuy para preservar el sitio donde, dice, “dejó su ombligo”.
Marichuy y La Rusa anduvieron mucho camino con las demás mujeres activistas. Su lucha “fue impecable”, dice María González Valencia, quien atestiguó la evolución del movimiento.
Con la asesoría del Imdec, ellas y sus compañeras fueron mejorando las estrategias de comunicación y organizaron diversos eventos que tenían el objetivo de dar a conocer su situación y hacerse un lugar entre las numerosas comunidades que también enfrentaban la imposición de macroproyectos. Recibieron capacitación en derechos, fortalecieron su formación política y establecieron enlaces fuera de los Altos, de Jalisco y de México.
En la conversación con Cimacnoticias, González Valencia menciona que las mujeres de Temaca emprendieron una estrategia jurídica integral “muy potente” para exigir el respeto a sus derechos ante tribunales judiciales. Contaron con el apoyo, a partir de 2009, de los abogados del Colectivo COA, quienes dieron una efectiva batalla legal. Gracias a la intervención de los especialistas se pudo medir el impacto psicosocial que tenía la amenaza de despojo por la presa El Zapotillo en las comunidades afectadas.
La intervención del Imdec fue fundamental para respaldar y dar coherencias a las acciones de protesta de la comunidad.
En 2009 –a cuatro años de iniciadas las movilizaciones– se llevó a cabo en Temacapulín el Encuentro Internacional de Afectados por Represas, cuyo lema fue “Los ojos del mundo están puestos en Temaca”. La respuesta que obtuvieron fue arrolladora, recibieron a personas de 63 países –la gente ofreció sus casas para hospedar a las visitas– y con la ayuda de traductores pudieron comunicarse entre todas.
A unos días de que acabara ese año, el 21 de diciembre, la Comisión Estatal de Derechos Humanos, emitió una recomendación en favor de las comunidades porque El Zapotillo violaba garantías constitucionales como el derecho a la legalidad y a la seguridad jurídica, a la propiedad y a la vivienda, a la conservación del medio ambiente, al patrimonio histórico y cultural propiedad de la nación, al desarrollo y a la salud.
El balance era positivo y eso les dio más esperanza, les unió más. La fuerza que cobraban era cada vez mayor; las autoridades estatales y federales reaccionaban, a su vez, con mayor hostilidad.
Las activistas estaban en alerta permanente, relata Marichuy a Cimacnoticias. Hasta que un día “ya no había miedo”.
Al igual que sus compañeras, no tanto por voluntad propia como obligada por las circunstancias, Marichuy fue dejando atrás la timidez, la inseguridad. La mujer que se involucró en la resistencia en 2005 ya no era la misma que confesaba a Corriente Alterna en 2022, después de haber pasado casi 17 años en la lucha, que retrospectivamente pensaba: “¡Pero cómo me atrevía yo a tanto!, yo me atrevía a mucho, a decirles en su cara”.
Con voz suave, admite tranquila: “Primero eran miedos, después ya no. A huevo, ¡si se rebeló uno! Yo me hice muy perrucha”.
Habían llegado al 2011 sin avances significativos, las negociaciones se habían estancado. El movimiento decidió hacer una toma simbólica de la presa por 10 días.
A las nueve de la noche del 27 de marzo de ese año se efectuó una asamblea comunitaria de emergencia en Temacapulín. Tocaron las campanas de la Basílica de la Virgen de los Remedios para convocar a todo el pueblo. Ahí, junto activistas de organizaciones aliadas de Chiapas, Nayarit, Ciudad de México, Colima, Oaxaca, Guanajuato, Guerrero y Guadalajara, acordaron bajar al día siguiente a la zona donde la Comisión Nacional del Agua (Conagua), la Comisión Estatal del Agua (CEA) y los gobiernos de Jalisco y Guanajuato construían ilegalmente la cortina de la presa El Zapotillo, pues para entonces existía un amparo para detener las obras y no lo estaban acatando, aparte de que el ayuntamiento no les había autorizado la construcción de la cortina de 105 metros.
La mañana del 28 de marzo, a las 10:30 de la mañana, unas 200 personas entraron al sitio en donde se estaba levantando a punta de concreto la cortina del embalse y pararon todo. A ese día lo llamaron “el bautizo”. La construcción de la presa fue detenida por las comunidades. Y así estuvo hasta 2021.
Para “el bautizo” primero se reunieron las mujeres que encabezaban la resistencia. Juntas llegaron al área de acceso a las obras, cruzaron la valla de seguridad y le dijeron a los guardias que llevaban víveres para los trabajadores. No les fue difícil ingresar. Ya adentro fueron colocando rocas en los caminos para obstruir el paso de los camiones.
Así se instalaron en la presa. “Si pedíamos permiso no nos iban a dejar”, bromea Marichuy. Ella se ubicó en la parte baja. Pudieron haber perdido la vida porque mientras ocupaban las instalaciones, dice, escucharon detonaciones de armas de fuego, pero los agresores –no identificados– no lograron inhibir la toma ni herir a nadie.
En un mensaje dirigido a los medios de comunicación y la opinión pública, expusieron que “esta acción vigorosa y definitiva responde al alto nivel de hartazgo y desesperación en que las comunidades afectadas por represas y macro-proyectos antidemocráticos en México se encuentran”.
Con el paso de los días más mujeres se fueron incorporando de distintas formas a la toma simbólica. Querían ayudar. Unas, por ejemplo, les llevaban “cazuelitas de comida, con nopalitos y agua fresca”.
Transcurridos 10 días, en los que las activistas consiguieron mantener tomada la presa El Zapotillo, llegó la respuesta del gobierno estatal, que ya hablaba de millones de pesos en pérdidas: había que reiniciar las negociaciones.
Primero ambas partes se reunieron en la entrada de la presa, luego se encontraron en Guadalajara y después en el curato de Temaca. Las mujeres del movimiento llevaron consigo al Santo de la Humildad a todas las reuniones con el gobierno “para que les hiciera el milagro”, pero en esos diálogos “sólo hubo imposición y autoritarismo”.
Ríos de concreto
Marichuy y sus compañeras habían olvidado su vida social para volcarse en un litigio en el que contaron con apoyo del Imdec hasta lograr su objetivo.
Pero el megaproyecto de El Zapotillo se había gestado desde 2003, cuando el entonces gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, del Partido Acción Nacional (PAN), hizo público un decreto con el cual autorizaba recursos para construir una presa en un tramo del río Verde que cruzaba por el municipio de Jalostotitlán; sus habitantes se opusieron y lograron cancelarlo en 2004.
Al año siguiente el gobierno estatal reactivó la idea. Esta vez se sumaron Conagua –instancia federal–, CEA y el Organismo de la Cuenca Lerma-Chapala-Santigo-Pacífico, ya con la mira puesta en lo que se designó “presa El Zapotillo”, localizada a 100 kilómetros de la ciudad de Guadalajara, sobre el río Verde, entre Yahualica y Cañadas de Obregón.
Ya para entonces todos los involucrados tenían claro que la obra implicaría desplazar pueblos, violar derechos humanos y la amenaza de desaparición del ecosistema, por un megaproyecto con “una vida útil muy corta”, resume María González Valencia. La presa El Zapotillo sólo tendría uso funcional entre 25 y 30 años, con una muy alta inversión de alrededor de 35 mil millones de pesos, un monto proveniente del erario que aún se encuentra en la opacidad, resalta.
Las presas ya son consideradas tecnología “obsoleta”, explica la directora del Imdec, debido a los altos costos ambientales que trae consigo su construcción y funcionamiento. Además, “no resuelven de fondo el problema que enfrentan las grandes ciudades para encontrar otras alternativas para abastecimiento del agua”. Incluso, dice González Valencia, “en otros países están siendo desmanteladas y los caudales de los ríos reparados”, pero en México se siguen construyendo por una sola razón: “son un gran negocio para los gobiernos y empresas que obtienen las concesiones”.
González Valencia cuenta a Cimacnoticias que en la primera década de los 2000 el Imdec acompañó a otros dos movimientos contra megaproyectos en Jalisco, los cuales tenían la misma pretensión de desplazar comunidades para construir presas.
El primero fue lo que sería la presa de Arcediano para abastecer de agua a Guadalajara; se localizaba debajo de la barranca de Huentitán y tenía confluencia con el río Verde. El proyecto se canceló en 2009. A la par se estaba dando la lucha contra la imposición de la presa San Nicolás, también ubicada en los Altos de Jalisco; campesinas y campesinos de la zona buscaron al Imdec y juntos lograron pararla.
El Imdec era parte del frente Afectados por las Presas y en Defensa de los Ríos, que articula a comunidades de todo el país que están siendo afectadas por este tipo de macroproyectos.
Su directora detalla a Cimacnoticias que con la presa El Zapotillo –como sucede con cualquier otra presa de su tipo–, la devastación del hábitat natural hubiera sido irreversible. La inundación no sólo habría generado la pérdida de territorios, la fragmentación del río Verde y, con ello, la desaparición de las especies animales y vegetales endémicas.
Con el tiempo, afectaría los sedimentos de la cuenca que producen tierras fértiles y terminaría dañando las playas de Jalisco porque todo el ecosistema forma parte de una red hidrográfica conectada, añade.
Para entender mejor lo que habría provocado la partición del río al invadirlo con toneladas de concreto y cortar su flujo natural, González Valencia hace un símil con el cuerpo humano y sus venas: si una persona interrumpe el flujo sanguíneo de alguna arteria con una liga, provocará una serie de reacciones en su organismo que podrían comprometer su salud, poner en riesgo su vida.
Es lo mismo con los ríos. La masiva inundación que presupone una presa no solamente significa eliminar territorio, cultura e identidad, también se borra la biodiversidad.
Y al fin, la victoria
Tras una pausa por la pandemia de covid-19, pudieron retomar las negociaciones en 2021, no sin ejercer presión. A mediados de agosto, el Imdec recordó al presidente su promesa de cancelación de la presa. Las activistas promovieron en redes sociales la etiqueta #AMLOEsTiempoDeCumplir y exigieron: “no reubicación, no expropiación, no venta, no inundación”.
Seguían enfrentando una rotunda negativa a la cancelación de la presa, incluso a desmantelar el avance de la construcción. Hasta que llegaron a un acuerdo con el gobierno federal para modificar la presa, de tal modo que al llenarse el agua no rebasara cierto límite y no inundara a las tres comunidades.
Finalmente, la resistencia rendía frutos concretos. Lograron que a los 40 metros se comenzara a vaciar el agua a través de seis enormes ventanas –de 13 metros de ancho por nueve metros de altura– en la cortina de concreto, que funcionarían como un “vertedor físico”. Le ganaron a la propuesta de la Conagua, que era recurrir a compuertas automatizadas, pese al riesgo de que fallara el mecanismo y el agua se desbordara de forma precipitada, sin que se pudiera advertir del peligro a la gente.
López Obrador estuvo en Temacapulín en tres ocasiones en 2021. El 10 de noviembre, en su tercera visita, se abordó el Plan de justicia para la reparación integral de los daños de los pueblos campesinos de Temacapulín, Acasico y Palmarejo en Jalisco. Ahí el presidente ratificó que “quedaban a salvo no sólo las casas y lo material, sino lo que tiene que ver con las costumbres, con el alma, los muertos, las tradiciones con la religión, con todo”.
Con eso se cerraba el capítulo de más de 16 años de resistencia contra la presa El Zapotillo. El movimiento ha reconocido la voluntad política del presidente López Obrador, pero siempre como consecuencia de las presiones que ejercieron las movilizaciones. El acuerdo que se consiguió para reacondicionar la presa fue la solución propuesta por las comunidades junto con sus asesores.
También el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, expresó su satisfacción con el acuerdo, gracias al cual Guadalajara y su zona metropolitana tendría 3 metros cúbicos de agua por segundo (m³/s) extra.
La prensa recogió las palabras de Marichuy ese 10 de noviembre: “Nuestra lucha siempre ha sido apartidista. Durante casi tres sexenios, ex presidentes, ex gobernadores y presidentes municipales, incluyendo al actual gobernador de Jalisco, nos dieron la espalda y nos condenaron al destierro de nuestro terruño”, dijo ante el presidente de la República, el gobernador Enrique Alfaro y funcionarios federales y estatales.
Reparar los daños
El mismo 10 de noviembre entregaron al presidente y su gabinete 15 peticiones, empezando por una disculpa pública y garantía de no repetición; una auditoría técnica y financiera a la presa (con una inversión pública no transparentada de 35 mil millones de pesos); restauración y declaración del río Verde como área natural protegida; garantizar la revisión y cancelación de los permisos para extracción de materiales pétreos; el regreso seguro y reconstrucción de Palmarejo, que ya había sido desplazada y sus pobladores se hallaban dispersos; respetar las propiedades entregadas en Nuevo Acasico y Talicoyunque, así como catalogar a Temacapulín como Pueblo Mágico.
López Obrador prometió un “plan de justicia” para garantizar la reparación integral de daños a los tres pueblos. Aseguró que se atenderían todas las peticiones que comprendían el respeto a los derechos humanos de las comunidades, y que se les entregarían los recursos necesarios directamente, para que los utilizaran en superar el rezago con obras de infraestructura que los habitantes habían incluido en su pliego de peticiones, como la rehabilitación de las escuelas, la construcción de una secundaria y una universidad comunitarias, una casa de la cultura, una biblioteca, un museo del agua, un centro agroalimentario y un mercado.
Ellos determinarían cómo usar los recursos y serían asesorados por el gobierno federal a través de la abogada ambientalista Claudia Gómez Godoy, abogada de las comunidades, integrante del Colectivo COA.
Hasta el año pasado, la cortina de la presa se mantenía en 79.9 metros, con el vertedor físico de seis ventanas, cuyo mecanismo permite que a los 40 metros comiencen el vaciado para evitar las inundaciones.
El 26 de junio de este año, Temacapulín recibió, junto con Cocula y Sayula, de Jalisco, la denominación de Pueblo Mágico por parte de la Secretaría de Turismo, “por su riqueza cultural, histórica, calles empedradas y fincas coloniales”.
Marichuy y las demás mujeres activistas de Temacapulín, de la mano de las asesoras y técnicas del Imdec, sentaron jurisprudencia, destaca María González Valencia. Dejan como legado, dice, un eje antropológico, porque son comunidades campesinas ancestrales en la región. Aún queda como tema pendiente qué va a pasar dentro de 12 años, tiempo que se prevé que El Zapotillo soluciones el problema de abasto de agua.
A Temacapulín ha vuelto la calma, pero quizás haya quien duerma con un ojo abierto, por si acaso. En la conversación de 2022 con el reportero Ricardo Reyes, Mago Juárez admite: “estamos resistiendo de diferente manera, con una mayor tranquilidad pero alertas”. “Son políticos y te pueden decir lo que sea, se van, termina su sexenio y pues ya valió otra vez”.
Cuesta trabajo confiar, creer que se ganó. “Tu vida giró en torno a ese proyecto y se quedaron en el camino muchísimas cosas”, dice Mago. “Pero no hay arrepentimiento… “Jamás”.
“Encontramos otra forma de vivir”, continúa. “Como dice Marichuy: se te cae esa venda de los ojos. Ah, caray, si nos organizamos sí se puede, contra el gobierno y contra quien venga. Como decimos aquí: Temaca vive, la lucha sigue”.
“Hasta donde tope”, completa Marichuy.