La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Hace unos días le hicieron un procedimiento médico a mi padre en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Algo menor, pero que ameritó que les dieran, a él y a otras y otros pacientes, algo llamado “tour quirúrgico”: les explicaron dónde serían recibidos, a dónde los iban a llevar, qué iba a pasar después y les mostraron lo que llamaron “la sala aeropuerto”, espacio con una pantalla donde los familiares podrían conocer el estatus de su paciente mientras esperaban. Bueno, al menos en teoría: desde el día del tour les dijeron que la pantalla no funciona desde hace tiempo.
En el tour no les dijeron: que iban a esperar a medio pasillo, hombres y mujeres, casi frente al ingreso principal de la clínica, con la bata esa que no cierra bien y con la que anda uno enseñando las nalgas, con la que además iban a subir escaleras; tampoco les dijeron que la persona que iba a dar los informes en lugar de la pantalla en realidad no iba a dar mucha información; que nadie le iba a dar seña a las y los familiares de si su paciente iba a ser subido a piso o dado de alta, mucho menos a qué hora, etcétera. Lo que sí se cumplió fue la descompostura de la pantalla: no servía el día del tour, no servía el día del procedimiento y seguramente hoy sigue sin funcionar. Al final, mi padre salió casi a las diez de la noche y le dijeron que se podía vestir a medio pasillo, entre otros familiares. Por suerte encontramos un baño abierto medianamente limpio donde pudo cambiarse con un poco de privacidad.
Una de las promesas más repetidas desde que comenzó la administración de Andrés Manuel López Obrador es la mejora de los servicios de salud. Una nota de Animal Político documenta que, hasta noviembre de 2023, el presidente había reiterado en 39 ocasiones el compromiso de consolidar un sistema de salud pública de calidad. En 2022 dijo una de sus promesas-chiste: el sistema de salud habría de ser “como el de Dinamarca”. La promesa se convirtió en leña y combustible para sus críticos y detractores, que ahora a la menor oportunidad lo echan en cara. Yo, por ejemplo, me imagino que la pantalla negra con letras blancas anunciando un larguísimo código de error, así como las bancas sucias —de tela raída, con algunos asientos casi cayéndose— de la sala aeropuerto son elementos que importaron del sistema de salud de Dinamarca.
A estas alturas, es una perogrullada decir que vivimos en tiempos de polarización y extremismos. Pero no está demás recordarlo.
Cuando durante la campaña de 2018 se hizo más que evidente que López Obrador iba a ganar la elección, pronto comenzaron a surgir voces para denunciar que, de ganar, el tabasqueño iba a convertir a México en Venezuela, dicho esto como una amenaza. También decían que si López Obrador ganaba mejor se iban a ir del país. Coincidentemente, muchas de las voces que gritaban eso son las mismas que ahora se burlan del sistema de salud como el de Dinamarca.
Casi seis años después, con otra elección en puerta, podemos decir que el país no se movió a ninguno de los extremos. No se convirtió en Venezuela, tampoco en Dinamarca: México sigue siendo México, sus problemas siguen estando ahí, algunos más agudos, y las y los políticos, sin importar el color de su partido, siguen preocupados por lo mismo: traer agua a sus molinos, aunque la gente se muera de sed.
Pero ambos bandos, los aplaudidores de la cuarta transformación y sus más acérrimos detractores, cobijan, alimentan y sacan dividendos de los extremismos y la polarización. López Obrador es un ejemplo muy visible de esto: desde la tribuna de alcance masivo que representa su rueda de prensa matutina ha posicionado un discurso sin matices: o están conmigo o están contra mí. Escribo López Obrador, pero esta radicalización es el plan de acción de todos los actores políticos. Aquí Enrique Alfaro también lo alimenta cada vez que descalifica a cualquier voz que evidencia las fallas de su gobierno, acusándola de querer “dañar a Jalisco” y de “atacar a su gobierno”.
No hay espacio para el disenso, ni para el diálogo, ni para la discusión con argumentos. Si alguien expresa una crítica en contra del partido en el poder, sea del color que sea, es señalado. “Conservadores”, dice uno; “enemigos”, dice otro; y hay ejércitos de cuentas en las redes digitales listos para entrar en acción para desacreditar a las voces que se expresen en sentido contrario.
Un ejemplo reciente lo vimos esta semana, cuando Mario Delgado salió a exigir que Signa_Lab, el laboratorio de análisis digital del ITESO, se retire del filtrado de preguntas vertidas en las redes sociales que se les harán a quienes aspiran a ocupar la presidencia de república. El argumento de Delgado es que Rossana Reguillo, fundadora y directora del laboratorio, se ha expresado “en contra” de la llamada “cuarta transformación”, lo que haría tendencioso el filtrado de las preguntas. En una especie de falacia ad hominem, Delgado y las huestes morenistas buscan desacreditar a Signa_Lab por las opiniones personales de Reguillo, lo que se le olvida al líder morenista es que Reguillo ha sido crítica de todos los partidos políticos y de todos los gobiernos.
Como todo en esta vida, el trabajo de Signa_Lab puede ser criticable y perfectible. Repito: como en esta vida, incluida la administración que se empeñan en llamar “cuarta transformación”. Pero en la época de la polarización y del pensamiento maniqueo, no hay tolerancia a la crítica. O están con ellos o están en su contra.
Mario Delgado parece no darse cuenta de lo absurdo de su exigencia: al exigir que se retire a un actor que ha sido crítico del oficialismo —en lugar de hacerle frente a las críticas con argumentos, como se espera de un debate—, acusando que haría un trabajo tendencioso, está manchando la elección del sucesor: si ese sí les convence, sus oponentes podrán argumentar que está de su lado y que su trabajo será tendencioso. Y así ad nauseam.
Mientras las y los políticos se sigan asumiendo como poseedores de la verdad absoluta y sigan blindados a la crítica, seguiremos dando vueltas en los mismos problemas de siempre, mientras ellos rebotan en sus burbujas infladas por seguidores pagados con recursos públicos, que sólo saben obedecer órdenes: aplaude, ataca.
Atorados, no vamos a tener un sistema de salud como el de Dinamarca, tampoco nos vamos a convertir en Venezuela. Aunque unos y otros se empeñen en gritar lo contrario.