En pie de paz
Por Francisco Javier Lozano Martínez / francisco.lozano@udgvirtual.udg.mx
Para la Organización de las Naciones Unidas, uno de los principios que se enlistan para lograr una Cultura de la Paz es “El respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la no violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación”. Y esto, en el marco de un conjunto de valores, tradiciones, comportamientos y estilos de vida, tiene sus matices.
La iniciativa de la ONU en 1998 para impulsar la construcción de la paz hacia el futuro, plasmada en la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz (53/243), pretendía que los gobiernos firmantes de la declaración transformaran sus estructuras y empeñaran sus recursos y para alcanzar el “desarrollo pleno de una cultura de paz”. Por un lado, es necesario que los gobiernos promuevan leyes, instituciones y políticas públicas concretas para lograr los fines de la cultura de la paz; y por otro, también se requiere que la ciudadanía tenga un rol activo tomando conciencia sobre las violencias, al mismo tiempo que genera acciones para erradicarlas, o por lo menos, minimizarlas. No es tarea sencilla.
La Cultura de Paz como política específica ha sido, por muchos años ya, una gran aspiración política y social. Pero se tiene que decir con todas sus letras: el respeto a la vida que se acompaña con el fin de la violencia es un horizonte difícil de visualizar cuando somos testigos cotidianos de la corrupción política, la violencia doméstica normalizada, la brutalidad de las acciones del crimen organizado, la indiferencia de los gobernantes ante las desapariciones de personas, el consumo mediático de la narcocultura, la insuficiencia de los recursos públicos, la impunidad que se recrea en un sistema judicial aletargado, las políticas de seguridad mal orientadas, la colusión policial con grupos criminales, y un largo y fatídico etcétera.
Parece que, para contrarrestar esta tendencia imparable de las violencias, el enfoque de las acciones debería estar en las acciones preventivas, más que en las acciones coercitivas. Para ello, hay otros mecanismos punitivos (cuerpos de seguridad, sistemas anticorrupción, sanciones o recursos judiciales). La política de prevención hace énfasis en que se pueden cambiar condiciones actuales (en el corto y mediano plazo), esperando resultados positivos en el futuro (a largo plazo).
Por ejemplo, si queremos combatir la violencia doméstica, es necesario educar hoy para la paz, esperando que exista una nueva conciencia sobre las violencias domésticas en las nuevas generaciones, y que esto a su vez arraigue nuevos valores que al mediano y largo plazo disminuyan las prácticas violentas en los hogares.
Similar si consideramos la posibilidad de suprimir el arraigo de la narcocultura en la juventud presente. Que se provean espacios seguros para el desarrollo pleno e integral de la juventud, que se les den oportunidades de trabajo dignificante para que permanezcan lejos de “la tentación” de pertenecer a organizaciones criminales, que se les brinde la oportunidad de aprender un instrumento musical y que éste “sustituya un arma” para portarse.
Basten los dos ejemplos para visualizar y comprender la idea. Que, dicho sea de paso, es justamente el enfoque de las políticas actuales que promueven la Cultura de la Paz. El enfoque es apropiado, es necesario y se requiere de mucha creatividad para que las políticas tengan un alcance real. Pero medir esto no es tan simple, porque habría que observar el diseño, la implementación y la permanencia de una política preventiva en el presente y el futuro no tan próximo.
Habría que identificar dónde se encuentra la voluntad política, académica o comunitaria para hacer tal seguimiento y reportarlo cuando sea posible. Y entonces, decir con toda certeza que la política preventiva no solo disminuye índices de las violencias en el mediano alcance, sino que también transforma realidades tan problemáticas como las asociadas a las mismas violencias. Y esto para afirmar que, ciertamente, las aspiraciones de las Naciones Unidas de que exista “el fin de la violencia” a partir de estos enfoques preventivos, tiene sentido y es de otra forma medible. Que podemos diseñar y ejecutar políticas en el presente para que, progresivamente, logremos una transformación profunda y visualicemos desde esta trinchera el horizonte posible de la paz.
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Profesor universitario. Certificado Internacional en Cultura de Paz y Gestión de Paz Vinculativa. Miembro del Cuerpo Académico UDG 1097 “Cultura de paz y participación ciudadana”. Integrante del Centro de Estudios de Paz (CEPAZ) del Instituto de Justicia Alternativa de Jalisco (IJA).
La prevención es la base para disminuir los riesgos, si queremos lograr que la cultura de la paz crezca, es necesario iniciar a prevenir la violencia en el hogar, si nosostros los padres y madres nos emociona escuchar canciones con letras alusivas al narcotráfico y los asesinatos, les estamos transmitiendo a nuestros hijos una equivocada idealización por las personas que se dedican a delinquir, esto es solo un ejemplo de como en ocasiones desde el hogar se normalizan las acciones violentas.
Sin duda alguna el cambio hacia una real cultura de la paz no yace en las instituciones o en los pactos político sociales entre miembros, es mucho más complejo ya que la cultura comienza desde el núcleo básico social que es la familia. Si desde ahí, no se desarrollan las bases necesarias para abordar y tratar de erradicar el problema no hay oportunidad para modificar todo lo demás. Aunado lo difícil que es estructurar desde la convivencia a los diversos grupos que integran una sociedad.