La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Como buena parte de la zona metropolitana de Guadalajara, la colonia donde vivo está teniendo problemas con la recolección de la basura. Antes el camión pasaba con regularidad y ahora el servicio se ha vuelto inconstante. Además, justo en lo que podríamos llamar el centro de la colonia hay un Punto Limpio que de limpio tiene nada: constantemente los contendedores están desbordados y las bolsas se acumulan alrededor.
La intermitencia en la recolección ha provocado que se vuelva habitual ver bolsas de basura por todas partes. Hay una esquina, por ejemplo, que históricamente, desde que tengo memoria, la gente ha utilizado para abandonar su basura y todo aquello que, se imaginan, desaparece de la faz de la tierra con el simple hecho de dejarla ahí. Han dejado hasta sillones. En ocasiones el montón de bolsas de basura alcanza casi el metro de altura. Ahora, con la inconstancia del paso del camión, ha venido ocurriendo otro fenómeno: la gente está dejando abandonadas las bolsas de basura a lo largo de toda la calle, al lado de los autos. “Ya pasará”, parece ser el razonamiento. Pero resulta que el camión no pasa y al día siguiente vuelven a dejar otra remesa. “Ya pasará”, seguro se repiten. Mientras, el Punto Limpio sigue regurgitando bolsas.
Mientras caminaba por las calles de la colonia me puse a pensar en la manera en que nos relacionamos con la ciudad y las maneras en que habitamos esta urbe. Y también en cómo nos relacionamos con nuestra basura. No conozco muchas otras ciudades, pero entre las que conozco Guadalajara y su zona metropolitana deben estar entre las más sucias. Hay basura por todas partes: en los camellones, en las banquetas, en los parques. El centro es un asco. Bolsas de papas, botellas de plástico, latas de cerveza. Mención aparte merecen las cajas de sildenafil: ¿se han fijado qué cantidad absurda de cajas del genérico del Viagra que hay regadas por todas partes, sobre todo en los alrededores de esas microfarmacias de genéricos? Al parecer la pastilla azul levanta todo, menos la voluntad de dejar la basura en un bote o contenedor.
Decía que las bolsas de basura me habían puesto a pensar en la forma en que nos relacionamos con la ciudad y con la basura. Sí, es un hecho que el gobierno ha sido omiso en cumplir con el servicio. También es un hecho que no les importa, porque lo único que les ha importado es lavarse las manos. El servicio de recolección y destino final de los deshechos está concesionado y poco o nada han hecho para garantizar que la empresa, Caabsa Eagle, cumpla con eficiencia con el trabajo para el que se le paga. (Y lo mismo podría decirse de muchos otros servicios que son responsabilidad del municipio o del gobierno estatal y que están concesionados sin que se vigile el cumplimiento de los términos de la concesión. Otro ejemplo es el transporte público, que además recibe generosos subsidios por no cumplir.)
A las y los gobernantes no les importa el problema de la basura porque no lo viven a diario: si mañana, por ejemplo, el alcalde interino fuera a mi colonia (o peor: el alcalde con licencia y en campaña), desde hoy habría una cuadrilla limpiando el Punto Limpio, recogiendo la basura y hasta balizando las calles por las que pasará el disfuncionario, dándole brillo a la burbuja esa en la que vive él y la mayor parte de las y los políticos del país.
Los gobiernos municipales están rebasados y no les importa. Pero, ¿qué vamos a hacer nosotros para procurarnos un mejor espacio, una ciudad más digna, una urbe más limpia? Las campañas de separación de residuos han fracasado una y otra vez, en parte porque a muchas personas les da flojera separar la basura y en parte porque al final todo se va al mismo camión. Vaya, si ni siquiera hay recolección, mucho menos podemos esperar una recolección diferenciada. Pero no habrá servicio de recolección suficiente si como ciudadanos no dejamos de tirar basura en la calle, de aventar latas de cerveza y colillas de cigarro por la ventana del auto, abandonar botellas de plástico en los parques, sacar toda la basura que no queremos tener en casa hasta que pase el camión.
Conservar la basura dentro de los domicilios podría llevarnos a reflexionar en muchas más cosas. Podría, por ejemplo, hacernos conscientes de la cantidad de deshechos que producimos a diario. Eso después podría llevarnos a pensar en la manera en nuestros patrones de consumo. Quizá podríamos dejar de comprar tantas botellas de plástico, tantos empaques de alimentos ultraprocesados, y apostar por envases retornables y alimentos que no impliquen la producción de tanta basura.
Guardar la basura dentro de las casas también podría incomodarnos y llevarnos a exigir al gobierno que busque soluciones eficientes y eficaces. Que haga cumplir el servicio por el que le está pagando a Caabsa. Que dejen de invertir recursos en campañas de redes sociales y en videos para promocionar al presidente municipal en turno, o para posicionarlo de cara a la próxima elección. Que se reestructure el servicio de recolección para hacerlo lo más compatible con la realidad laboral de las personas: muchas dejan la basura en la calle porque a la hora en la que pasa el camión no están en casa, ni estarán nunca.
Pero no queremos exigir que se cumplan los servicios ni modificar nuestros patrones de consumo. Preferimos seguir produciendo basura y confiar en la magia: aventar las botellas y las latas y los empaques por la ventana del auto y que desaparezcan. Llevar las bolsas a la esquina, dejarlas en la calle, lejos de nuestra puerta, claro, confiando en que en algún momento “ya pasará” el camión. Al final de cuentas, ese ya no es nuestro problema. Hasta que lo sea.