La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Al igual que me pasa con el beisbol, por herencia de mi padre soy seguidor del futbol americano desde que tengo memoria. En casa era una tradición pasar todo el 1 de enero viendo en el televisor el Desfile de las Rosas, primero, y luego el maratón de tazones colegiales. Así transcurrieron muchos años hasta dejaron de pasarlos por televisión abierta.
Del catálogo de equipos de la National Football League (NFL), desde siempre, y por herencia sobre todo de la familia de mi padre que vive en California, soy seguidor de los 49ers de San Francisco. Me tocaron los días de gloria y pude ver en acción a los legendarios Joe Montana y Jerry Rice, así como al sucesor del primero, el increíble zurdo Steve Young.
También me tocaron los años grises, en los que no pasó nada y, por diferentes razones, prácticamente les perdí el rastro hasta que hace unos años apareció Colin Kaepernick y le devolvió a la franquicia la ilusión llevándola hasta el Super Bowl, que perdieron contra los Cuervos de Baltimore. Lo que pintaba para ser una trayectoria exitosa se vio truncada cuando el mariscal de campo tuvo que enfrentar las consecuencias de su activismo político para denunciar el racismo: prácticamente fue vetado por la NFL y no ha vuelto a jugar de manera profesional desde 2017.
Después de Kaepernick, vino Jimmy Garoppolo a iluminar la franquicia con su sonrisa. Y a demostrar, como le pasó a los gambusinos que llegaron a California en 1849 (de ahí el nombre de los 49ers), que no todo lo que es oro brilla: llegó como ganador de dos Super Bowls —aunque no jugó un solo minuto de ellos con los Patriotas de Nueva Inglaterra— y con la promesa de ganar en San Francisco. Aunque también llegó al domingo prometido en 2020, perdió contra los Jefes de Kansas City.
Su desempeño irregular y excesiva inconstancia, amén de su nula capacidad para hacer funcionar al equipo, hicieron que los 49ers nombraran como su primer mariscal de campo a Trey Lance, dejando como segundo en la lista a Garoppolo. Pero la suerte es caprichosa: apenas jugó la pretemporada y en la semana 2 de 2022 una lesión lo hizo perder la temporada completa, regresando a Garoppolo al puesto titular. Luego él también se lesionó.
Y entonces apareció Brock Purdy con su cara de niño.
¿Se acuerdan cuando en la primaria, o en las cáscaras callejeras, las dos personas más “buenas” armaban los equipos eligiendo por turnos entre la bola? “Escojo a Fulano”, “A Mengano”, “Al Chueco”, “Al Morro”, iban diciendo los capitanes, que se aseguraban de seleccionar primero lo mejor, luego lo no tan malo, y al final siempre quedaba uno que terminaba en un equipo más por resignación que por otra cosa. Bueno, ese último fue BrockPurdy, elegido último entre los últimos en el draft de 2022, lo que le valió llevarse el nada honroso título de Mr. Irrelevant (Señor Irrelevante). Fue seleccionado para ser el tercer mariscal de campo y terminó siendo el titular. Y entonces comenzó la sorpresa.
Debutó a finales de 2022 cuando entró de cambio para sustituir al lesionado Garoppolo en un partido contra los Delfines de Miami, y una semana después se convirtió en el primer mariscal de campo Mr. Irrelevant en arrancar un partido como titular en temporada regular. No volvió a soltar el puesto y casi llevó a los 49ers al Super Bowl, pero una lesión en la final de conferencia lo sacó de la jugada. Pero la ilusión quedó flotando en el ambiente de la franquicia. Y se ha venido cristalizando: Purdy firmó una temporada 2023 de ensueño y ahora él junto con sus compañeros están de nuevo en el Super Bowl, que jugarán el próximo 11 de febrero en Las Vegas contra los Jefes de Kansas City. La revancha llegó relativamente pronto.
Una de las mayores críticas que ha recibido Brock Purdy es que no es un mariscal de campo “de élite”, tampoco un jugador franquicia —como pueden ser Patrick Mahomes, de Kansas; o Lamar Jackson, de Baltimore; o Dak Prescott, de Dallas, y síganle ustedes con los ejemplos— y, sobre todo, se le acusa de estar cobijado por uno de los equipos más completos en la actualidad, con una gran ofensiva cimentada en George Kittle, Christian McCaffrey y Deebo Samuel, así como una tremenda defensiva comandada por Nick Bosa. Sin ellos, dicen los detractores, Purdyno sería nada. No importa que apenas esté en su segundo año como profesional y su primera temporada completa, no importa cuántos récords haya roto el cara de niño desde su debut, no importa que los mariscales favoritos de los comentaristas se hayan quedado en la orilla, ellos insisten y repiten: sin el equipo, Purdyno es nada.
¿Y qué hay de malo en eso? ¿Se olvidan que el futbol americano es un juego de equipo, no de un solo hombre? ¿Que el gran acierto de los 49ers radica en haber conjuntado, a lo largo de los años recientes, un gran, gran equipo, completo en todas sus líneas, comandado por un gran mariscal de campo con una toda una carrera por delante? Si bien los dos partidos previos el equipo ha tenido malos arranques que les pusieron en riesgo de ser eliminados, al final los 49ers se impusieron porque el equipo funcionó y porque el líder, Purdy, asumió su función y corrió los riesgos necesarios, no sin un par de golpes de suerte, para que todos alcanzaran la victoria.
Ahora bien, ¿qué hace aquí toda esta perorata sobre el futbol americano? ¿Por qué están ustedes leyendo, si es que han llegado hasta aquí, este panegírico? ¿Qué hace aquí Brock Purdy? Ya lo he dicho antes, lo repito ahora: porque mi cabeza no funciona bien y que me da por conectar cosas que no tienen nada qué ver. Procedo.
De pronto me quedé pensando en cómo nos hemos vuelto dependientes de los caudillos, esos hombres y mujeres que ellos solos son capaces de realizar grandes proezas por su increíble genialidad, por su conocimiento ilimitado de todas las disciplinas, por su magnanimidad. El ámbito deportivo es muy proclive a eso, pero no sólo: la política es terreno fértil para que germinen y crezcan estos perfiles que acaparan toda la atención y hacen que cualquier movimiento político tenga su nombre y apellido. Sí, estoy pensando en López Obrador y también en Enrique Alfaro, pero también en prácticamente toda la fauna política actual: no hay equipos, no hay contrapesos en sus círculos cercanos, no hay voluntad más que la suya: el Movimiento (así en mayúscula, como les gusta) son ellos y nada más.
En algún momento, luego de perder dos elecciones, López Obrador mandó alguna señal de que podía ser diferente. Echó por delante su propuesta de gabinete y gracias a eso comenzó a sumar preferencias. No sé ustedes, pero yo escuché varias veces cosas como “pues él no me convence, pero el gabinete que anunció suena bien”, con variantes. Al final no fue más que humo y terminó imponiendo la figura del caudillo. Y lo mismo puede decirse de Enrique Alfaro, que se metió como la humedad en Convergencia, hoy Movimiento Ciudadano, hasta apropiarse del grupo en Jalisco. Cada vez que Alfaro se refiere a “un movimiento de hombres y mujeres libres” en realidad lo que quiere decir es “mi voluntad y nada más”.
Hace años, cuando María de Jesús Patricio fue designada como vocera y aspirante a candidata presidencial independiente por el Concejo Indígena de Gobierno, el movimiento que se articuló y las voluntades que atrajo tenían como objetivo, sí, que llegara a la boleta. Pero, creo, en realidad había en el fondo un llamado a algo más grande: el llamado era a que las personas nos organizáramos y nos diéramos tiempo de escuchar al otro, a conocer sus necesidades, a dialogar. Hacer equipo. Un equipo donde, claro, hay líderes, pero no redentores; donde la figura del líder sirve para explotar lo mejor de cada quién y hacer cabeza cuando las cosas se complican llevando a todos a trabajar en conjunto. Esto está enunciado en los siete principios que rigen al Concejo Indígena de Gobierno: Servir y no servirse; construir y no destruir; obedecer y no mandar; proponer y no imponer; convencer y no vencer; bajar y no subir; representar y no suplantar.
Seguramente esta vez estiré demasiado la liga para amarrar cosas que no tienen absolutamente ninguna relación. Pero estas ideas me vinieron a la cabeza luego de leer a los detractores de BrockPurdy, el Señor Irrelevante, acusándolo de depender de su equipo.
Y mientras leía esos argumentos, lo veía sonreír a él, a sus compañeros y a todos los seguidores de los 49ers de San Francisco que, otra vez, queremos que el equipo (y subrayo: el equipo) vuelva a ganar el Super Bowl después de 29 años.