Crónica
Por Julio González / @Julioggd / @DetectiveMx
Fotos: Paulina Valdez
El lente de las cámaras apunta al templete donde pronunciarán el mensaje central. ¿Quién? ¿Quiénes hablarán? No se sabe. Unos se distraen intentando adelantarse a lo que vendrá. Otros miran el reloj. Es el 30 aniversario del inicio de la guerra contra el olvido, la muerte y destrucción. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) anunció que a medianoche darían las palabras principales en el marco de una celebración que duraría varios días y noches.
La celebración tuvo lugar en uno de los Caracoles, que en más palabras son territorios autónomos zapatistas. Resistencia y Rebeldía: Un Nuevo Horizonte se encuentra en el poblado de Dolores Hidalgo. Fue fundado hace tres años y ocupa una parte de un terreno recuperado. Para llegar hasta ahí desde San Cristóbal de las Casas hay que serprentear una carretera entre el bosque hasta llegar a Ocosingo para luego dirigirse a Toniná, un sitio donde los mayas convinieron erigir el que ahora es el recinto más alto de México. Pasar por unos valles verdes y montañas que acarician las nubes. Así hasta adentrarse a lo profundo de la ceja de selva hasta toparse con una lona colgada que daba la bienvenida a los visitantes.
En tiempos donde todo se busca registrar para publicar en las redes y demás sitios, la noche del 31 de diciembre, unas horas antes de la cita, los visitantes –invitados, entusiastas y la prensa– se estacionaron en el mejor sitio posible del llano central para tener un buen ángulo. Porque aquí en territorio zapatista la entrada es general, nada de viapi ni lugares preferentes.
“¿Un nuevo mando?” “¿Será una mujer?” “Debe ser joven”. En las ciudades nos gusta especular con la política –como si fuera un juego de cartas–. Así lo aprendimos desde que nos empezamos a (des)informar en los medios de comunicación que juegan a favor/en contra de unos u otros. Cuando quieren. Cuando les conviene.
Los zapatistas siempre sorprenden y si uno planea de más, si uno intenta descifrar qué vendrá después, lo más seguro es que le apliquen la mágica leydemurphy. Así fue. Miles de personas en la explanada miraban cómo el subcomandante Moisés, un indígena fornido vestido tododenegro, se acercó al micrófono en el templete de madera. El jefe militar del EZLN, desde hace una década, en tono de muchos amigos y sin pesar soltó su palabra:
–A ver les vamos a pedir un favor: a que lo despejan porque va a haber desfile, entonces van a estorbar ahí. Después de eso van a venir las palabras, entonces ya se acomodan como están. ¿Me entendieron?
– ¡Sí! – Respondieron al unísono visitantes y reporteros; nacionales y extranjeros.
– Sale pues.
Cambio de planes: empezó el revoltijo a los costados. Todo aquel que había guardado su lugar, tuvo que acatar la orden y dejar ir el lugar que se había empeñado en apañar. Los zapatistas nos enseñan a dejar ir: la expectativa, la especulación, el morbo, la aparente comodidad del sistema, lo establecido, lo que debería ser por lo que deberíamos hacer. Lo han mostrado desde la madrugada del primero de enero de 1994, cuando iniciaron el alzamiento para tomar cabeceras municipales y cuarteles en Chiapas, sabían que –además de la dignidad– lo único que tenían a su favor era el elemento sorpresa.
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Una vez despejado el terreno que se asemeja a un patio de escuela –una rebelde–, las milicianas –casi todas jovenas– bajaron en friega para acomodarse en hileras. Con disciplina militar comenzaron su marcha cuando, y solo cuando, escucharon los primeros acordes de la legendaria melodía 17 años de la banda Los Ángeles Azules. Y como si fueran claves musicales, las milicianas chocaron sus chacos sin cadenas al ritmo del compás y de su marcha. Luego un silencio abrupto marcó el fin del acto.
En uno de los comunicados publicados en los meses previos, el resurgido Marcos, el Capitán para la tropa y demás, citó a su amigo el escarabajo Don Durito: “la cumbia es la continuación de la política por otros medios”. Advertidos estaban los asistentes. Así que el desfile de cumbia y rebeldía continuó con el acordeón del nacido en el cerro de la Campana, en Monterrey, Celso Piña. Otro rebelde. Ahora los milicianos se acercaron de frente a sus compañeras hasta que, de nuevo, el silencio se impuso en el Caracol.
Luego vino la Carencia de Panteón Rococó. El piano de la canción fue la señal para que las milicianas rompieran filas e iniciaran el slam sin golpes ni empujones: mujeres de un ejército que echan desmadre. Stop y a formación de nuevo. Vino el encore del desfile: sonó Cómo te voy a olvidar, otro cumbión iztapalapeño. Toda la tropa en la explanada marchó de frente al templete. Clap Clap. Chocaban los chacos. Clap clap. Las hijas e hijos o nietas y nietos de las y los olvidados que se levantaron en armas en 1994 para morir o vivir o resistir o lo que sucediera, pero con dignidad, hicieron temblar la tierra y de paso, agitaron el polvo.
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El aviso de la invitación a la celebración fue honesto y sin pretensiones:
“Las principales ciudades del suroriental estado mexicano de Chiapas están en un completo caos. Las presidencias municipales están ocupadas por lo que nosotros llamamos ‘sicarios legales’ o ‘Crimen Desorganizado’”.
“Hay bloqueos, asaltos, secuestros, cobro de piso, reclutamiento forzado, balaceras”.
“Es nuestro deber, al mismo tiempo que se les invita, desalentarles”.
“Entonces, pues no les aconsejamos que vengan. A menos, claro, que se organicen muy bien para hacerlo”.
“Aunque no lleguen, no preocupar. Igual les mandaremos fotos y videos”.
A pesar de la advertencia, bases de apoyo zapatistas; integrantes del Consejo Nacional Indígena; visitantes de Europa, Sudamérica y Asia; de decenas de estados en México, tomaron su mochila y se lanzaron para acompañar y ser parte de la festividad.
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Horas antes del desfile, cuando el sol hacía sudar, jóvenes de los distintos Caracoles compartieron obras de teatro y batidillos –actos llenos de música y remolinos de personas bailando–. Cada número mostró el pasado, presente y futuro del zapatismo; su modo de organización, de resolver, de discutir, de entender el mundo.
Después vino el descanso acompañado de un caldo de res, mole, arroz y frijoles. Y ya cuando al año agonizaba, bajo un cielo oscuro y estrellado, la tropa tomó un respiro luego del desfile y la cumbia. Los cientos de mujeres y hombres vestidos de verde y pasamontaña pasaron a tomar otros lugares en el llano. Las milicianas se formaron frente al templete y los milicianos se replegaron a los costados. El subcomandante Moisés –o subMoisés– se acercó al micrófono. El lente de las cámaras apuntó al templete. El líder del Ejército invitó a las bases de apoyo y a todos los demás a pasar de nuevo al centro. Para ese momento nadie recordaba ya el sitio que habían guardado por horas.
Comenzó con su discurso en tzeltal. Porque primero lo primero y ya después castilla –español, pues–. A quienes no comprendemos su lengua nos tocó escuchar y esperar. Y porque primero lo primero, entonces el jefe militar del EZLN nombró a las personas ausentes: las que murieron en la lucha, las que fueron asesinadas cobardemente, las presas políticas, las que no pudieron venir por tener que buscar a sus hijxs desaparecidxs. Su palabra dio paso a la continuación del puñado de comunicados publicados en las semanas previas. Los que anunciaron el nuevo sistema de organización autónoma local y la apuesta por el común.
–No necesitamos que nos vengan a dar explicación o clase o taller político de cómo está el sistema. Tan sencillo y simplemente se ve cómo está el sistema capitalista.
Si algo mantiene en constante cambio y vislumbrando horizontes más lejanos en el tiempo en las comunidades zapatistas es la crítica y la autocrítica. Además de la sensibilidad por la realidad:
– Hay cosas que sí son común y hay cosas que no son común. Para eso tenemos cabeza, para pensar y para eso tenemos ojos, para darnos cuenta y para eso tenemos olfato, para poder sentir cuál es común y cuál es no común Entonces lo tenemos que hacerlo en la práctica. Claro, lo dijeron: no tenemos manual; no tenemos libro.
Las cámaras capturaron su figura. Las grabadoras, su voz. Los mirones seguíamos ahí. Algunos grabaron con su celular. Los románticos preferimos atesorar el momento en la memoría. El subMoisés lanzó una pregunta:
– ¿Alguien cree que se puede humanizar al capitalismo?
– Nadie – respondió él mismo, pero asumo que los presentes también reaccionamos con un grito de “¡no!” en nuestra cabeza.
– Lo mismo nosotros decimos: no se puede humanizar al capitalismo. No va a decir el capitalismo “me rindo de explotar”. Nadie desde el más pequeño no quiere dejar de engañar, de robar y de explotar. Ni se diga a los grandototes. Así que no se necesita mucho estudio. Lo que se necesita ya es pensar cómo cambiar esto. Y nadie nos va a decir. Somos nosotros los pueblos, mujeres, hombres. Nosotros vamos a seguir ese camino y nos vamos a defender. No necesitamos matar a los soldados y a los malos gobiernos. Pero si vienen, nos vamos a defender.
Sonaron los cohetes. Los fuegos artificiales adornaron las estrellas e iluminaron las montañas del suereste. La verbena dio comienzo al año 2024. A esas horas de la madrugada, 30 años atrás miles de indígenas iniciaron la operación militar que para algunos manchó el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. A los pueblos zapatistas, los salvó de la extinción. Eso y más: se dieron la vida y la libertad.
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Abrazado por la oscuridad, junto a dragones, unicornios, cocodrilos y otros inflables montados por niños que integran el Comando Palomita; entre el sonido de carcajadas, caminé apresurado con rumbo a los “baños para compañeros”. Levanté la mirada y frené en seco. Me encontré con una figura tododenegro. Rodeado por milicianas de gran altura moral y dignidad, pero que me dejaban ver su mirada bajo la cachucha. Se me fueron las ganas. Olvidé a lo que iba. Lo miré. Se disponía a subir al templete en unos minutos más, apenas se escuchara la guitarra de Ska-p y los primeros versos:
Fui a nacer donde no hay nada/ tras esa línea que separa el bien del mal/ mi tierra se llama miseria/ y no conozco la palabra libertad.
El capitán Marcos –antes SupGaleano; antes SupMarcos– subió por las escaleras. Caminó hasta su silla de madera. El templete olía a tabaco quemado en pipa. Se sentó en un lugar poco protagónico. Desde ahí vio el desfile y escuchó las palabras del subMoisés.
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Las sorpresas dignas de celebración rebelde atraviesan la mirada de cada persona. Los zapatistas nos mostraron su modo, su mundo. Y para cambiar al mundo hay que cambiar primero la forma en que lo miramos, sugiere la película La Montaña que la productora Detective compartió en una gigantesca pantalla inflable la noche del primero de enero en el mismo terreno del desfile militar. El documental muestra la travesía de un grupo de siete zapatistas nombrado Escuadrón 4-2-1 al cruzar el Atlántico para llegar a Europa, donde se encontraron con otras y otros en resistencia.
Caín, un joven compa tercio que apoyó en las maniobras para proyectar el documental, decidió que miráramos juntos la película. Nos sentamos en el llano. Avisó por radio a sus compañeros que se quedaría ahí. Cuando apareció el mar en la pantalla, me dijo “ése es el mar”. Asentí y dije “esas olitas parecen montañas ¿no? como las que nos rodean aquí”. Sonrió. “Sí, es cierto”. Nos quedamos en silencio y compartimos el momento.
Lo que cada persona vivió, encontró, pensó… sintió durante esos días de fiesta, de celebración de la vida, seguirá siendo un misterio que con el transcurrir del tiempo se irá filtrando de a poco por el corazón. La invitación zapatista estuvo ahí, está ahí: el común. Lo que nos es común, la tierra que es de todxs y es de nadie. De quienes la trabajan. Por eso su nueva organización en Gobiernos Autónomos Locales (GALs) que invierte el orden de la pirámide de mando: la base amplia arriba, lo angosto debajo. Las decisiones desde lo común. Pero la apuesta es siempre la vida.
En 2021, el inexistente SupGaleano –hoy Capitán Marcos– ya lo decía en el anuncio de la Travesía por la vida en su primera escala por Europa:
“siempre nos preparamos para fracasar… y para morir. Por eso la vida, para el zapatismo, es una sorpresa que hay que celebrar todos los días, a todas horas. Y qué más que mejor si es con bailes, música, artes”.