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Si bien, las juventudes han construido sus propios cuerpos como dispositivos de la resistencia social, incluso para defender la colectividad dentro del ámbito público, hoy atestiguamos de forma paralela la transformación de sus subjetividades, evidentes en la narrativa y la construcción de los corridos tumbados, donde “un presentismo juvenil” desdibuja el horizonte de vida “hacia una realidad que va a toda velocidad”.
Así lo reconoció José Manuel Valenzuela Arce, investigador y pionero de la categoría juvenicidio, durante el arranque del Seminario Permanente de Estudios de Juventudes “Rogelio Marcial” de la Maestría en Desarrollo Social de la Universidad de Guadalajara en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Por Dalia Souza / @DaliaSouzal
El Seminario Permanente de Estudios de Juventudes “Rogelio Marcial” de la Maestría en Desarrollo Social de la Universidad de Guadalajara arrancó con la conferencia magistral “Juventudes, experiencias y debates actuales” de José Manuel Valenzuela Arce, doctor en Ciencias Sociales en el Colegio de la Frontera Norte (Colef).
El investigador fue uno de los pioneros en desarrollar la categoría analítica de juvenicidio, la cual ayuda a comprender el asesinato sistemático y sistémico de las juventudes, en medio de escenarios de precarización y vulneración de sus vidas en México y América Latina.
Su trabajo en relación con los estudios socioculturales es central para entender las dinámicas del crimen organizado, la violencia y el impacto en las juventudes, aseguró Igor Israel González, doctor en Ciencias Sociales e integrante del Departamento de Estudios Sobre Movimientos Sociales (DESMOS) de la Universidad de Guadalajara.
Luego de un recorrido por los movimientos juveniles del pasado/presente, pasando por el origen de las y los pachucos, las y los cholos, las maras, la comunidad chicana y la mexicana transfronteriza, José Manuel Valenzuela reconoció que, al menos, hace 40 años, cuando se conformaba el campo de la investigación en torno a las juventudes poco se buscaba comprender las experiencias culturales de las y los jóvenes en México.
Así recordó a Las Pachucas y Las Cholas, quienes rompieron por primera vez con “los cánones de sumisión y abnegación que definían a las mujeres mexicanas”, al tiempo que poco a poco aparecían en las calles y en los barrios. Su presencia/ausencia activa, afirmó: “trastocaba los roles tradicionales”, aunque por muchos años permanecieron en la subordinación dentro de las rutinas de sus comunidades.
Estos movimientos juveniles e identitarios dieron paso a la configuración del campo de las juventudes.
En ese sentido, explicó que como parte de los procesos de urbanización de la población y en lo que parecía ser la desaparición de las y los jóvenes de la escena pública, surge la “juvenilización”, que ayudaba a entender la aparición de este sector dentro de la pirámide poblacional. Además de comenzar a ocupar los espacios urbanos, también tuvieron influencia en los movimientos de pacificación en Estados Unidos y en el activismo político y la lucha democrática de los años 60s y 70s en México, previo y posterior a la masacre de Tlatelolco en 1968.
“Esto generó las bases del campo de la juventud. Luego vendría la irrupción de los jóvenes de clase media”. Sin embargo, explicó que los años 90s estuvieron marcados por la precarización y la “obliteración de los canales de movilidad social de las y los jóvenes”.
Para la década de los 2000, tras verse con pocas certezas, para las juventudes “no había diferencia cualitativa entre ser policía, judicial o narcotraficante”, aseguró el Valenzuela Arce, especialmente en los territorios que rodean la zona fronteriza norte del país.
La Guerra contra el narcotráfico en el año 2006, con el expresidente Felipe Calderón Hinojosa, señaló el investigador, fue la década pérdida de las juventudes y de la expropiación de la esperanza. Los entramados de complicidad entre el Estado y los grupos del crimen organizado que irrumpieron en el escenario público, así como la aparición de la narcocultura -vista como la incorporación del narcotráfico como referente de los procesos y proyectos de vida- sólo fueron el inicio de esto que nombro como “una crisis continuada”:
“Desde entonces hasta ahora no hemos visto el final de la crisis, sólo es una crisis continuada. Las condiciones subjetivas de vida son precarias y precarizadas para las y los jóvenes”, afirmó.
José Manuel Valenzuela también reflexionó sobre la construcción del concepto de juvenicidio y cómo su construcción emanó de la categoría de feminicidio de Diana Russell y Jill Radford, que luego llegaría a México con Marcela Lagarde.
El concepto de feminicidio ayudaba a entender el asesinato de mujeres por razón de género, es decir, por ser mujeres. No obstante, señaló Valenzuela Arce, en el caso del juvenicidio, la discusión plantea el asesinato de jóvenes no sólo ser jóvenes, sino por las condiciones de precarización y vulneración estructurales de la vida.
“Ahí emerge el concepto de juvenicidio asociado al concepto de feminicidio, al igual que el feminicidio, el juvenicidio tiene que ver con el asesinato persistente, sistemático de jóvenes, donde existen procesos que involucran la precarización de la vida. En ese caso, la precarización de la vida pasa por lo que serían los canales de movilidad, las condiciones sociales, el desplazamiento, la educación y la fractura del marco axiológico”.
Agregó que la categoría surge en medio de un contexto donde “la principal causa de muerte de los jóvenes en América Latina es la violencia”, aseguró que eso le obligó a él y a sus colegas “a pensar el tema de las violencias junto con las y los jóvenes”. Así, el conceto de juvenicidio empezó a tener sentido, “empezamos a ver en países como México que había una reducción de la de esperanza de vida al nacer, sobre todo vinculada al asesinato y a la muerte de jóvenes desplazados”.
“El conjunto de situaciones sociales precarias y con identidades precarizadas, ser indígena, trans, ser discorde con la identidad cis y colocarse en alguno de los referentes de LGBTTTIQ+ lo llevaba a una condición de incremento de la vulnerabilidad de las personas que estaban siendo asesinadas”.
De esta forma, entre el crecimiento de la violencia y los asesinatos hacia este grupo de la población, prevalecía y prevalece “la necesidad de avanzar en esta discusión”, aseguró. Aunque, mencionó que en el trabajo de investigación académica, quienes se encuentran en este campo “no somos cuenta muertos y cuenta muertas” y señaló que la muerte misma, no es el eje de su trabajo:
“Nuestra misión es escudriñar los entramados que posibilitan que se asesine a las personas. Esa es nuestra responsabilidad académica, ética y política”, acotó.
En su exposición, explicó que el concepto de juvenicidio está articulado sobre dos ejes, 1) la biopolítica, cuyos ejes principales están se sostienen sobre los temas de adiestramientos de los cuerpos y los procesos de desciudadanización de parte del Estado; y 2) la necropolítica, un concepto que -a grandes rasgos- ayuda a comprender la redifinición del noción de soberanía, especialmente “a partir de ahorrarse (el Estado) el derecho a decidir quién debe vivir y quién merece morir”.
Esta explicación es el parteaguas para entender las agendas de las derechas en América Latina, precisó, mismas que se suscriben sobre los siguientes escenarios recientes:
- La expropiación de las mujeres del derecho a decidir sobre sus cuerpos.
- La bioestética como una disputa entre los cuerpos de hombres y mujeres y sus efectos perversos.
- La esterilización forzada.
- La violencia obstétrica.
- Los marcos prohibicionistas de las drogas.
Sobre este último aseguró que “es lo que más daño ha causado en la generación de violencia” al tratarse de un asunto de apropiación autoritaria de los cuerpos que confluye con intereses económicos, el control de la fuerza de trabajo, así como la geopolítica y la religión, mismos que aparecen como dispositivos de la biopolítica.
Entre la transformación de subjetividades y las bioresistencias
En función de la biopolítica, precisó, es también como que pueden entenderse las bioresistencias de las juventudes; es decir, “cómo los jóvenes han construido sus propios cuerpos como dispositivos de la resistencia social”. En un primer momento, a través de tatuajes, perforaciones, alteraciones corpóreas, con el tema mismo del consumo de drogas, pero también vistas desde “la lucha por el derecho a decidir, las luchas en contra de la violencia obstétrica y de la esterilización forzada, así como lo que tiene que ver con la lucha contra las estéticas legitimadas… la lucha sobre los espacios, la territorialización de las formas. La lucha de lo político y la política, en 2010 con Túnez, en 2011 con la Primavera Árabe. Ahí estaba la resistencia juvenil” explicó.
Por lo tanto, afirmó, “el cuerpo se convierte en un dispositivo de resistencia social”, en estos casos por la defensa de la colectividad y de los derechos civiles y políticos: “estas experiencias nos hablan de la nueva forma en la que vemos participación de las y los jóvenes en el ámbito público” sentenció.
No obstante, afirmó que “estamos frente a un desafío” y que se observa en lo que nombró “la transformación de las subjetividades”. Y es que, explicó que, si bien, presenciamos estas bioresistencias, de forma paralela atestiguamos otras narrativas como las que se presentan en los “corridos tumbados”, construidos y articulados en un “presentismo juvenil”; es decir, un “presentismo intenso” donde se “desdibuja el horizonte hacia una realidad construida a toda velocidad”.
“Una vida al límite” afirma, que tiene como referentes a hombres jóvenes que murieron de forma “prematura” en accidentes viales, viajando en sus autos de lujo a toda velocidad y/o que en medio de estos escenarios también, formaban parte del crimen organizado.
“Todos los dispositivos construidos alrededor de los corridos tumbados están construidos desde la exaltación, la vida al límite, la vida intensa” señaló.
Por ende, el narcotráfico también aparece incorporado en todas las narrativas, precisa, ya sea de forma cifrada o evidente. También, son recurrentes las referencias a la cultura popular con Jesús Malverde, un elemento importante en esta escena, así como la santería, que el investigador destacó con extrañeza. De la misma forma, prevalecen otros códigos como la construcción de la misógina y la identidad de la mujer como objeto desechable.
Pese a ello, no dudo en poner sobre la mesa que, frente a estas narrativas, subyacen otras -dentro de estas mismas categorías musicales- donde mujeres como la cantante Shakira -que se unió recientemente con el grupo Fuerza Regida, referente de los corridos tumbados- apuntan hacia la reflexión de temas complejos dentro de sus canciones. Tal es el caso de su canción “El Jefe”, que aborda directamente el fenómeno de la migración y la problemática de la explotación laboral.
“Eso puede representar un importante quiebre en estas narrativas” apuntó el investigador.
En la misma tesitura mencionó a la cantante mexicana Ivonne Galaz, quien compuso “I Galaz” una canción para Vanessa Guillén, como un homenaje póstumo, pero también como un reclamo de justicia ante su feminicidio.
Vanessa Guillén, joven de 20 años, hispana, era soldada en la base de Fort Hood en Texas, Estados Unidos. Luego de haber sido acosada sexualmente por uno de sus compañeros fue asesinada por él, su cuerpo fue desaparecido y dos meses después localizado. En opinión de los medios internacionales, su historia pone el foco de atención sobre el alcance de la impunidad en los casos de abusos sexuales en el Ejército.