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La carrera política de Marcelo Ebrard es el retrato del mito de sisífo: caer de la montaña cuando está a punto de llegar a la cima. Con 64 años de edad, el excanciller enfrenta el ocaso de su carrera en el servicio público, mientras se aferra a Morena y a una candidatura presidencial, algo con lo que siempre ha soñado
Texto: Alejandro Ruiz / Pie de Página
Foto: Archivo María Ruiz
Marcelo Ebrard dio a conocer cuál será el rumbo que tomará en Morena después del proceso de selección interna en el que lo venció Claudia Sheinbaum.
En un mensaje a medios de comunicación, el excanciller fu tajante: «No me voy de Morena, yo milito en la Cuarta Transformación».
Su anuncio, llega después de que la Comisión de Honor y Justicia resolviera una impugnación que el excanciller promovió ante la encuesta nacional de Morena para definir la virtual candidatura presidenccial en 2024.
En la resolución de la Comisión, el partido admite que hubo violaciones estatutarias en el proceso, pero que no se puede reponer. Ebrard dijo que él está contento con eso.
Marcelo Ebrard, también afirmó que luchará por una reforma interna del partido, y que esto lo está acordando con Claudia Sheinbaum, y no con Mario Delgado, con quien augura una ruptura.
Sobre su futuro en el partido, el excanciller aseguró que no buscará un cargo en el Senado, ni la dirigencia nacional de Morena. Tampoco descartó construir una candidatura presidencial para 2030.
Sobre su relación con el presidente López Obrador, aseguró que buscará el diálogo con él, pues días atrás el presidente dijo que el excanciller «es libre de Morena».
Su anuncio llega en medio de una incógnita: ¿cuál será el futuro político de Marcelo Ebrard? Y para esto, vale la pena recordar su carrera, y los momentos políticos que ha vivido con el ahora presidente.
Algo que jamás se olvida
En 1991, el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador irrumpió en la vida pública del país tras denunciar fraude electoral en el estado de Tabasco.
Ese año, López Obrador acusó al PRI de robarle las elecciones intermedias en el estado del sureste.
La demanda se remonta a 1989, cuando el abanderado del PRI, Roberto Madrazo, le ganó la elección a López Obrador, en ese entonces representando al Frente Democrático Nacional.
La estrategia de Obrador para visibilizar la corrupción del PRI fue convocar al primer éxodo por la democracia, una caminata desde Tabasco a la Ciudad de México, donde el ahora presidente protestaría por el fraude electoral.
La marcha no hubiera tenido éxito sin que las autoridades del Distrito Federal le abrieran las puertas al tabasqueño. Es decir, sin que Manuel Camacho Solís (regente del D.F.) y su pupilo, Marcelo Ebrard (secretario de gobierno), dejaran que López Obrador y sus simpatizantes llegaran a Palacio Nacional y pernoctaran en el deportivo Guelatao.
A partir de ahí, comienza una historia que hoy es necesario recordar, pues a más de 20 años de este suceso, Ebrard y López Obrador han sido artífices de algunos de los grandes momentos de la historia política contemporánea.
Pero también, hoy ambos se miran a la distancia, jalando una cuerda de dos extremos construida con los años. Una cuerda que hoy, tensa, parece llegar a un desenlace inevitable: la ruptura.
El futuro prometido
Desde que Marcelo era estudiante del Colegio de México se le habló de un futuro prometido que se ha convertido en su obsesión: ser presidente de la República.
Para lograr esto, Marcelo siguió el manual del político perfecto: ser un buen estudiante, y participar en los “clubs” universitarios, que en realidad eran semilleros del PRI.
La ruta fue: afiliarse al PRI, conseguir contactos, escalar en el partido, pasar por el Distrito Federal, y después el gobierno federal.
En los 70, Marcelo Ebrard llega a los Toficos, un grupo político de la Facultad de Economía de la UNAM dirigido por Carlos Salinas de Gortari, Emilio Lozoya Thalmann, y Manuel Camacho Solís.
Quien pronto se fijó en el joven Marcelo fue Manuel Camacho Solís, un prominente político priísta que, en 1980, bajo la presidencia de Miguel de la Madrid, fue asesor económico de la Secretaría de Programación y Presupuesto, la misma que su amigo Salinas de Gortari presidiría en 1982.
Para 1986, el partido le encomendó a Camacho una tarea crucial: la reconstrucción de la Ciudad de México después del terremoto del 85. Para lograrlo, armó un equipo de incondicionales, entre ellos el joven Marcelo Ebrard.
Después, en 1989, Salinas de Gortari (ya presidente de la República) designó como jefe del Distrito Federal a Camacho Solís. El viejo lobo priísta llama a Marcelo Ebrard para ocupar el cargo de director general.
El manual seguía su curso a la perfección, pues después de este cargo Ebrard dirigía al PRI de la Ciudad de México en 1989, una época nada fácil para el partido en la capital.
La gestión de Marcelo rindió frutos, pues el PRI, en medio de una crisis de escisiones que se agruparon en el Frente Democrático Nacional liderado por Cuauhtémoc Cárdenas, obtuvo 40 diputaciones en la capital, aún con el resabio del fraude electoral del 88.
Marcelo, a quien se le vislumbraba como el líder de la bancada de diputados, su mentor, Camacho Solís, lo llamó para otra tarea: ser su secretario de gobierno en el Distrito Federal, cargo que ocupó hasta 1993.
Ahí conoce por primera vez a Andrés Manuel López Obrador y le permite llegar a la Ciudad de México en su éxodo por la democracia de 1991. Esto, jamás lo olvidó el hoy presidente de la República.
Sin embargo, este primer acercamiento no alejó a Ebrard de sus intenciones: ocupar la silla presidencial. Pero su sueño cambiaría abruptamente.
Reagrupar las fuerzas
Siguiendo con el manual, en 1993 Ebrard ocupa su primer cargo en el gobierno federal: subsecretario de Relaciones Exteriores, otra vez, bajo la sombra de Manuel Camacho, en ese entonces canciller.
Marcelo siguió a su mentor a todos lados y esa parece ser su maldición…
Ese mismo año (el 93), Ebrard se fue de la secretaría de Relaciones Exteriores para apoyar a Camacho en una campaña al interior del partido para bajar al candidato incómodo del PRI a la presidencia: Luis Donaldo Colosio.
El 94, después de que a Colosio lo asesinaran en Tijuana, Camacho Solís renuncia al PRI. Marcelo se va con él.
Tres años más tarde, en el 97, el PRI pierde el Distrito Federal en su primer elección. Lo perdió ante el PRD, la nueva fuerza política que desde año no abandonaría el control de la capital.
Esto, truncó el sueño de Ebrard, quien continuaba en la orfandad con su carrera política.
En 1997, bajo el cobijo del Partido Verde, Marcelo se gana (tal vez sin querer) las simpatías de la izquierda política mexicana, al oponerse como diputado al traspase del Fobaproa al IPAB, lo cual concretaría que la deuda de la banca sea un deber público.
Sin partido, y con pocas relaciones con los actores políticos de la época, Ebrard y su mentor fundan en 1999 el partido Centro Democrático, un pequeño resquicio que los mantendría en el tablero político.
Con ese instrumento, Ebrard llama la atención de aquel sujeto al que le abriría las puertas del Distrito Federal en 1991: el ahora dirigente nacional del PRD, y futuro candidato a la jefatura del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador.
Ebrard volvió a ver la luz.
Resucitar de entre los muertos: sepultar al cardenismo y dar paso al obradorismo
En aquellos años, el PRD libró una batalla interna que marcó el ocaso, y asenso, de las figuras políticas que hoy conocemos.
Adentro del partido, supieron que su fuerza podría ser hegemónica, todo, en realidad, dependía de un cálculo y no principios. López Obrador lo entendió a la perfección.
En el 99, la disputa al interior no era poca cosa, y la coyuntura requería cabeza y corazón de hierro: el PRI dejaría de gobernar el país, pero en su ocaso una nueva fuerza emergía desde el sótano de la historia, el Partido Acción Nacional.
La pelea se definiría en dos escenarios: la presidencia, y la jefatura del Distrito Federal.
En ambos, el PRD amasaba una fuerza política considerable. En ambos, las disputas al interior del partido marcarían el rumbo de la historia.
Primero, par la candidatura presidencial, la polémica designación de Cárdenas sobre Porifirio Muñóz Ledo mostraría el peso de Andrés Manuel López Obrador y la consecuente división que su figura representaría al interior del partido.
Para Obrador, designar a Cárdenas como el candidato presidencial fue un asunto estratégico en su carrera por la jefatura de gobierno en el D.F. Esto, porque el peso moral del primer regente de izquierda le aseguraba un aura al tabasqueño.
Pero las cosas no serían tan fáciles.
El primer obstáculo fue la elección interna, donde la militancia criticó que Obrador no tuviera una residencia de 5 años en la capital (requisito de la autoridad electoral) y por ende, su candidatura era imposible.
Sin embargo, con el apoyo de la corriente cardenista y una serie de alianzas con personajes clave como René Bejarano y Dolores Padierna, Obrador logró sobreponerse.
Después, vino la operación del PRI y el PAN, que impugnaron su candidatura ante las autoridades electorales. Pero de nuevo, las alianzas que entabló el tabasqueño, sumadas a un amplio respaldo popular y de base, le permitieron sortear ese obstáculo.
Ahora, venía lo importante: ganar la elección. Aunque esto no era nada fácil.
Para finales de 1999, con dos campañas ya andando, el PRD vislumbró una derrota en la presidencia ante el PAN, pues la candidatura de Cárdenas se encontraba en medio de escándalos y críticas por su gestión al frente del Distrito Federal.
También, el distanciamiento de López Obrador con Cuauhtémoc fue un factor considerable.
La distancia provino de la estrategia del tabasqueño para controlar la capital: distanciarse de las críticas al cardenismo (inclusive arremetiendo discursivamente con la jefa interina, Rosario Robles), y a la vez, entablar alianzas con otros partidos de centro izquierda que buscaban la jefatura de gobierno.
Obrador había conseguido acuerdos con el Partido del Trabajo, Convergencia por la Democracia, Alianza Social y Alianza de la Sociedad Nacionalista. Acuerdos, que no figuraron en la campaña de Cárdenas a la presidencia.
Sin embargo, estas alianzas no lograron generar la fuerza suficiente para ganar la jefatura de gobierno, hacía falta alguien más, esa persona era Marcelo Ebrard.
Ebrard era el candidato a la jefatura por su partido, Centro Democrático. A la presidencia fue Camacho Solís. Y aunque difícilmente podía competir con el PRI, el PAN o el PRD, su voto duro sí pudo marcar una diferencia.
La alianza se consolidó pronto, con un acuerdo que seguía manteniendo a Ebrard en el tablero: declinar la candidatura a la jefatura y ocupar un cargo en el Senado.
A nivel nacional, Cárdenas y Camacho no cedieron posiciones.
Para el 2000, el cálculo resultó perfecto para la carrera de Obrador, pero no así para la de Cárdenas: el Distrito Federal fue para el tabasqueño, mientras que Cuauhtémoc perdió la presidencial frente a Vicente Fox.
Lo mismo pasó en Centro Democrático, pues Ebrard pronto se incorporó como asesor del gobierno de Andrés Manuel, mientras Camacho Solís pasó al baúl de la historia.
Ebrard cambió de patriarca, y esto reactivó el sueño de Marcelo: ser presidente de la República. El obstáculo, paradójicamente, era su salvador: Andrés Manuel López Obrador.
A la sombra del patriarca
Ambos eran jóvenes. Ambos, también, tenían un sueño compartido: la presidencia.
Sus orígenes, en realidad, no eran tan distintos, aunque sí sus métodos para alcanzar sus objetivos. Aunque su habilidad política era similar.
Mientras uno (Obrador) se apoyaba en las bases para generar política, el otro (Ebrard), era una persona de contactos, negociaciones y acuerdos.
Su paso en la jefatura del Distrito federal del 2000 al 2006, dejó clara su habilidad, aunque no todo dependió de ellos dos. Junto a Ebrard, otros políticos de su generación le recordaron al joven soñador que el relevo de López Obrador era la próxima pelea en algunos años.
El gabinete obradorista del Distrito Federal es una fotografía de una carrera hacia la cima: Ebrard, Sheinbaum, Encinas, Rosa Icela Rodríguez, René Bejarano y Carlos Urzúa son tan solo algunos personajes de ese entonces.
Ebrard pronto se ganó la confianza. Primero, en 2002, cuando el entonces secretario de seguridad, Leonel Godoy (uno de los cuadros del cardenismo), renunció a su cargo para buscar su carrera política en Michoacán. Ebrard ocupó el puesto.
Su primera misión fue reducir los índices de criminalidad en la capital, una tarea nada fácil que requería acuerdos con la policía, las mafias y la población. A la vez de un distanciamiento entre el presidente Vicente Fox y López Obrador.
Para esto, Ebrard fue un personaje clave de un acuerdo que cambiaría el rumbo de la capital: el rescate del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Según el acuerdo, impulsado por Obrador, el hombre más rico del país: Carlos Slim, haría una inversión millonaria para el rescate y que por un breve tiempo congeló la disputa entre el gobierno federal y el Distrito Federal.
La inversión llegó y con ella también pisó suelo mexicano Rudy Giulani, exalcalde de Nueva York, quien asesoró al gobierno del Distrito Federal en una estrategia de limpieza social.
Ebrard implementó esa estrategia, aplaudida por muy pocos y rechazada por los sectores populares, aunque con resultados inmediatos que no atacaron el problema de raíz.
Inclusive, la conformación de una policía que actuaba bajo una política de seguridad de este corte es un lastre que aún hoy se padece en la Ciudad de México.
Las crisis por la represión a protestas sociales y detenciones arbitrarias en la capital, llegaron a su punto más alto en 2004, cuando una acusación de corrupción en la compra de patrullas para la policía de la Ciudad, donde se involucró al Grupo Andrade y al hermano de Marcelo Ebrard, afectaron gravemente la imagen del entonces secretario de seguridad que perfilaba su candidatura a la jefatura de gobierno.
Días después del escándalo, el linchamiento de integrantes de la Policía Federal en Tláhuac sepultó la vida política de Marcelo Ebrard. Vicente Fox, enemistado con López Obrador, ordenó su destitución como secretario de Seguridad Pública.
El conflicto, fue un preámbulo del juicio de desafuero contra Obrador, impulsado, también, por la presidencia de la República.
Obrador, en una maniobra por reafirmar su fuerza, rescató, otra vez, la carrera de Marcelo Ebrard, nombrando secretario de desarrollo social.
Para ese momento, el gobierno de López Obrador estaba debilitado, con una acusación a Rosario Robles, René Bejarano y Carlos Ímaz por corrupción que restaban legitimidad al partido, su ideología y el gobierno.
Además, adentro del PRD la división interna se acentuaba con fuerza, con una dirigencia encabezada por los Chuchos, que querían imponer su visión de partido frente a la de López Obrador.
Para 2005, todos estos factores desembocaron en una crisis de confianza y Obrador recurrió a dos figuras (distintas y distanciadas) incondicionales para él: Alejandro Encinas y Marcelo Ebrard.
Encinas asumió el encargo de gobernar la ciudad mientras Andrés Manuel enfrentaba el juicio de desafuero.Ebrard, en cambio, obtuvo la designación de la candidatura para la jefatura de gobierno, pues fue de los pocos políticos de confianza que no estaban con la visión de los Chuchos, que querían designar al ahora titular dela UIF, Pablo Gómez.
La historia es conocida y vuelve a su origen: Obrador rescató a Ebrard, y éste rescató (de una, u otra forma) a Obrador, quien después se lanzaría a la candidatura presidencial.
El manual para ser presidente de la República, de nuevo, parecía tener sentido para Marcelo: seguía él, aunque el pacto de poder lo replegó al exilio.
La crisis, el exilio y el retorno
Obrador, con un partido en crisis y después del fraude electoral de 2006, entró en un periodo de reagrupamiento de fuerzas y de batallas al interior del PRD. En 2012, Obrador abandonaría definitivamente el PRD para fundar Morena.
Mientras tanto, el gobierno de Marcelo Ebrard en la Ciudad de México se convirtió una fotografía de sus contradicciones, pues mientras apoyó legislaciones progresistas para las mujeres, el medio ambiente y la comunidad LGBTTI+, su otra cara fue la represión y el abuso de autoridad.
También, la continuidad de los proyectos y programas sociales de Obrador se vio mermada, pues la huelga de la UACM, así como la falta de recursos para la educación pública, pusieron en entredicho su administración.
Tal vez el caso más emblemático es el caso de la discoteca News Divine, donde un operativo policiaco, fundamentado en una política de reacción y limpieza social, culminó en la muerte de 13 jóvenes por culpa de la policía capitalina.
Pero también, el escándalo de la Línea 12, motivado por acusaciones de su propio partido y con eco en la oposición, pusieron en entredicho los contratos de Ebrard con Carlos Slim y la falta de mantenimiento a su nueva línea del metro, la misma que colapsó en 2021.
La cereza del pastel fue la represión que la policía de la Ciudad de México orquestó contra el movimiento 132 y los simpatizantes obradoristas que impugnaban la llegada de Enrique Peña Nieto a la presidencia en 2012.
Después de todo eso, y con una ruptura definitiva del PRD con López Obrador, Marcelo Ebrard terminó su periodo de gobierno con la mirilla sobre su cabeza.
Esto, en la elección de la Ciudad de México en ese año, pasó facturas importantes, pues su jefe de la policía, Miguel Ángel Mancera, llegaría a la jefatura de gobierno apoyado por el PRD, y traicionando todos los principios políticos de sus antecesores.
En 2015, con Morena constuyéndose a la par, Ebrard fue el último de los históricos en abandonar el PRD. Sus motivos, fueron el Pacto por México que aprobó las reformas estructurales de Enrique Peña Nieto. Antes de él, Cuauhtémoc Cárdenas, López Obrador y Alejandro Encinas habían hecho lo propio.
Aunque un preámbulo de su ruptura, fue buscar una diputación en las elecciones de 2015 bajo el partido Movimiento Ciudadano. Pero su sueño quedó trunco, pues el Tribunal Electoral anuló su postulación porque ya había participado en el proceso de selección interno del PRD.
Tras su renuncia, Ebrard se autoexilió de la política y se fue a Francia, después de, supuestamente, filtrar los documentos que culminarían en la investigación de corrupción del gobierno de Enrique Peña Nieto: la Casa Blanca.
Su carrera encontró su punto más bajo, mientras en el país López Obrador resurgía de las cenizas.
Después de dos años sin noticias sobre Ebrard, en 2017 Marcelo regresó a México para incorporarse a Morena, siguiendo a López Obrador.
De nuevo, su sueño por la presidencial se mantuvo vivo. Aunque la historia tiene giros inesperados y cobra factura cuando menos se espera.
Epílogo: el ocaso de El camino de México
En 2018, cuando Morena gana la elección presidencial con López Obrador a la cabeza, Ebrard asume el cargo de secretario de Relaciones Exteriores.
Su sueño, después de un impasse de 6 años, volvió a activarse, pero las facturas salieron a flote, tras perder la elección interna de Morena para la candidatura presidencial de 2024.
Con 64 años en el costal, con un distanciamiento de la dirigencia de su partido y sin el espaldarazo de López Obrador, la carrera de Ebrard parece llegar a su ocaso.
Su última jugada, fundar la corriente de El Camino de México al interior de Morena, tan solo prolonga el fin de su carrera.
La duda queda en el aire: ¿qué le deparará a Marcelo Ebrard bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum?
Tal vez, el exilio, la traición o el ocaso.
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