Comer-Sé
“No dejes que nunca se olvide tu historia, vuelve a contarla. Desde el primer día hasta el final es parte de ti”.
-Julieta Venegas
Por Karina Peña / Twitter: @_Karinail / Instagram: karinail.pm
Alguna vez tuve una conversación con mi pareja que inició con una pregunta: ¿Si hoy fuera tu último día, qué te gustaría que te dieran de comer?. Qué difícil decidir, eso me dejó reflexionando mucho y después de repasar el amplio repertorio de comida que ha marcado mi existencia contesté: Morisqueta, quiero desayunar Morisqueta con mi mamá.
La Morisqueta es un platillo a base de arroz cocido, que lleva frijoles de la olla, una salsa de jitomate a la cual nosotros le agregamos trozos de queso fresco, y crema, le expliqué. Él se quedó un poco sorprendido y me preguntó el por qué, que les quiero compartir a ustedes también.
Cuando estaba pensando en todos mis platillos favoritos, mi primer filtro era escoger lo que le daba más placer a mi paladar y lo segundo, lo que le daba más placer a mi alma, ese platillo era el desayuno estrella de mi mamá, uno de los pocos que cuando preguntaba si queríamos eso todxs en casa respondíamos al unísono con un eufórico ¡Sííí!, lo que nos llevaba a tener mañanas de convivencia, de disfrute, de apapacho. Desayunar esto era decirle a mi niña interior “todo está bien, tu familia está, tu familia te ama”.
En el transcurso de los años he ido adoptando nuevos gustos, integrando nuevas comidas, conociendo la vida a través de sus sabores, entonces comprendí que comer va más pero mucho más allá de una práctica humana que busca saciar las necesidades fisiológicas, no sólo importan las calorías y los nutrientes. Comer es un acto de cuidado colectivo y de amor propio, comer nos conforma, nos regala una forma de expresar nuestros más sinceros afectos, nos da autonomía, comer nos conecta con quienes más amamos y es una reserva de memorias que trascienden por lxs que ya no están.
¿A qué sabe la vida?
Al chocomilk que hacíamos en un galón de leche completo para los días de campo;
A los chilaquiles rojos con un montón de queso y crema que pedía de lonche para llevarme a la primaria;
Al gazpacho que define mis orígenes;
Al famoso pastel de carne que hace mi papá y sus lonches bañados;
A mango que no ha dejado de ser mi fruta favorita;
A los postres de mi amiga Ale, que son los más ricos que he probado;
A las carnes asadas con mis amigos;
Al pozole verde y los chamorros que comemos en familia por las festividades;
A las hamburguesas, el suadero y las costillas que cocina mi pareja para consentirme;
A carne en su jugo;
A maiz criollo;
A tortilla azul;
A café de olla;
A cacahuates cocidos;
A guasanas;
A cerveza, tequila y mezcal.
Para mí, aprender a cocinar las recetas de quiénes amamos es una forma de hacer que perdure su esencia en el tiempo, comer y compartir sus platillos favoritos se ha vuelto un acto de amor con el cual abrazamos sus recuerdos en cada bocado.
Si la vida terminara hoy, Mamá: ¡Sííí!, quiero desayunar morisqueta contigo y que todos los que amo disfruten conmigo lo sabores de mi vida.