#AlianzaDeMedios
Por: Ana Isabel Sosa / Lado B / @ladobemx
Fotografías: Sin Guerrero
En México existe un tejido invisible que nos atraviesa, un reflejo de las sombras que todavía acechan a las mujeres en esta tierra de contrastes. En el deporte las violencias son evidentes: por décadas, la práctica de fútbol femenil permaneció invisible y marginada. Aún en la actualidad ser mujer futbolista implica desafiar la gravedad en un campo de juego inclinado, y aunque la voluntad de ser oídas se despliega a todos los espacios que ocupamos casi a la fuerza, ahí en donde luchamos por impulsar la igualdad sustantiva hay mujeres que lo hacen, literalmente, a oscuras. En la vida hay cosas que damos por sentado quienes por fortuna podemos ver.
*
Ángeles Ortiz (Angie) tiene 30 años y a los 21 perdió la vista:
“Cuando perdí la vista, perdí una parte de mí. Y no me refiero a no ver, sino al fútbol. Pasé un año deprimida, encerrada, hasta que decidí buscar en Internet equipos de fútbol para ciegos. Yo sabía que existían, pero no sabía dónde.”
Apenas existen dos equipos femeniles de Fútbol 5 en México: Topas –de Puebla– y Leonas –de Jalisco–. Hace siete años se enfrentaron de manera no oficial por primera vez. Desde entonces se organizan y viajan cada año para jugar, escasamente, cinco minutos –de los veinte que dura un juego oficial– entre algún partido en el Campeonato Nacional masculino. “Todos estos años -dice Angie- hemos luchado para tener un lugar entre hombres».
Según el INEGI (2020) se estima que hay más de tres millones de mujeres con algún tipo de discapacidad en México, sin embargo es –casi– imposible conocer la estadística sobre cuántas de ellas son ciegas o débiles visuales. Menos, aún, cuántas mujeres con discapacidad visual juegan fútbol. Ser –o querer ser– mujer futbolista ciega en México ha sido una hazaña de resiliencia que implica desafiar un entramado doble de discriminación: por género y por discapacidad.
La Madriguera es, literalmente, un refugio enclavado muy al sur de la Ciudad de Puebla entre calles a las que aún no alcanza la urbanización. Es una extensión grande que apenas ocupa una cancha de fútbol nuevísima en torno a unos muros blancos que de a poco, pero con mucha intención, se pintan de colores con palabras y trazos de todo tipo. El resto del espacio, que es casa de las Topas –y de los Topos–, es todavía tierra fértil.
Es el cuarto día –de cuatro que dura el primer Encuentro Nacional de Mujeres Futbolistas Ciegas, realizado del 28 de septiembre al 1 de octubre en Puebla– en el que poco más de veinte mujeres futbolistas de seis estados distintos, y otras personas entre entrenadoras, colaboradoras y voluntarias, se reúnen ahí para compartir y expandir su experiencia en torno a esta disciplina adaptada a través del diálogo y el movimiento en sus diversas formas. Sin embargo, a ellas, después de todo, les urge jugar. Solo jugar.
El Fútbol 5 es una disciplina adaptada del fútbol sala, diseñada para personas con discapacidad visual –ceguera o debilidad visual–. El campo es una extensión de veinte por cuarenta metros rodeada de una valla que evita que el balón se escape. Se juega cinco contra cinco: cuatro jugadoras en cancha –con discapacidad– y una portera –sin discapacidad–. El balón contiene cascabeles entre sus capas y permite, mediante el sonido, ser ubicado.
El fútbol convencional sigue ritos y protocolos previos al inicio de un partido. En el Fútbol 5 se suma a todos ellos una práctica tan excepcional como inevitable: cada jugadora debe cubrir sus ojos con parches oculares y colocarse un antifaz antes de pisar la cancha para garantizar la igualdad de condiciones.
Es medio día de un domingo casi de otoño, aunque el calor punzante indica casi lo contrario. A un costado de la cancha hay una carpa que nos cubre del afilado sol en un cielo azul impecable. Bajo la carpa se alistan las jugadoras, sentadas a lados opuestos según el equipo al que representarán en esta ocasión: Dinamitas o Bichotas –nombres asignados a los equipos resultado de la mezcla de todas las jugadoras para este partido–.
Algunas personas asisten en la labor de cubrir los ojos de las futbolistas, otras atendemos con curiosidad el proceso. Los árbitros se acercan a ambos lados de la carpa buscando confirmar todo lo que pueda confirmarse en ese momento: alineaciones, uniformes, parches. Todo, incluida la impaciencia.
Reconocer la cancha previo a un partido de fútbol tradicional suele ser un rito ensayado en soledad, incluso aislado de cualquier estímulo que interfiera con la ciencia –tan actual– de abstraerse. En el Fútbol 5 sucede lo opuesto: es imprescindible estar presente, hacerse presente con el cuerpo y abrirse a la escucha, dejarse guiar. Reconocer la cancha aquí es un proceso indispensablemente colectivo.
Para este punto casi todas –calculo sesenta personas, incluidas jugadoras– hemos renunciado al privilegio de la sombra que da la carpa para situarnos en o cerca de la cancha, según sea el caso. Cada persona asume su rol y toma su lugar. Todo es ideal, a pesar de la temperatura: es un día precioso para hacer historia. Inicia el primer partido oficial –aunque amistoso– en México de mujeres futbolistas ciegas.
Solo tres personas –además de las jugadoras y los árbitros– están autorizadas para hablar durante el juego: la portera, que guía a su equipo en la zona defensiva; la guía de arco, ubicada detrás de la portería contraria, que asiste en la búsqueda de goles; y la directora técnica, que da indicaciones, sobre todo, en la zona media. Sin embargo, los goles pueden –y deben– celebrarse en alto.
Angie sabe en dónde colocarse en la cancha en todo momento. Hay un mapa verde alojado en su memoria, ahí en donde conservamos los saberes relevantes de la vida. También mantiene intacta la técnica, la idea del juego. Han pasado nueve largos años desde que perdió la vista y siete desde que encontró un espacio para regresar a ella. Es delantera en Topas desde entonces.
La comunicación es clave en este juego sin luces, un ballet verbal que fusiona el sonido del balón con las voces de quienes juegan y guían. Toda futbolista que se acerca al balón debe pronunciar fuerte y claro la palabra “voy», dando posibilidad de ser ubicada espacialmente por quien lo tiene en control o por quien también lo está disputando.
Han pasado pocos minutos, Angie se acerca al muro izquierdo, a la altura de la línea media, de frente a la portería contraria. Harumi, su portera, sabe que Angie va a estar ahí, solo resta que esté atenta al sonido de los cascabeles a medida que se acerca el balón a ella. Harumi despeja el balón. Voy, voy. Las Dinamitas están aún tratando de ubicarse para anticipar la trayectoria del balón, pero finalmente Angie recibe sola. Da la vuelta, se perfila y conduce en diagonal desde la media cancha hacia el frente con la intención de situarse con ventaja en posición de tiro a gol. Voy, voy. Se acerca Edith, una Dinamita, pero Angie logra mantener el balón en posesión con una finta exquisita.
La falta de interés, de difusión y de apoyo no han favorecido al crecimiento del fútbol femenil adaptado en el país, pero cada vez son más las mujeres dispuestas a quitarse el miedo, a alzar la voz y hacerse presentes en la cancha y fuera de ella. Sumar voluntades es servir como puente: multiplicar el fútbol para llevarlo a más partes. La finalidad del primer Encuentro Nacional de Mujeres Futbolistas Ciegas era esa: expandir el movimiento para lograr –algún día– representar a México en el mundo.
Edith se aproxima nuevamente a Angie, pero ella aún en control del balón, en un gesto rapidísimo –inesperado para quienes desde fuera advertimos expectantes la jugada– vuelve a desprenderse de la marca y queda, ahora, sola frente a la portera. Dispara, y todo se detiene por un instante. El tiro –técnicamente insuperable– sale elevado al ángulo izquierdo de la portera. Gooooooool. Gol de Angie, y gol de todas: el primer gol –oficial– de la historia del fútbol femenil adaptado en México.
Más de la mitad de la población en México somos mujeres. La representación importa. Transformar paradigmas, la narrativa convencional sobre las capacidades de las mujeres con discapacidad visual, desde la construcción material y simbólica de espacios adecuados para ellas, es un acto político. Porque no es sólo fútbol, es la libertad de ser, la posibilidad de ser. En la cancha gritar “voy» es enunciar presencia. Ubicarse, encontrarse, existir: ser, solo ser.
Las mujeres hemos encontrado sentido en el acuerpamiento. Acuerpar es sanar y recuperar la facultad de experimentar sobre el cuerpo: pensarlo y decir desde un lugar de enunciación.
“Poner el cuerpo para caminar con otras, para trabajar con otras, para resistir.”
Todas queremos lo mismo.
***
Este texto se publicó originalmente en Lado B, se reproduce en virtud de la #AlianzaDeMedios de la que forma parte ZonaDocs: