Parcela Digital
Por Flor López
El mundo de los sueños es infinito y siempre nos encontramos tratando de entender qué significan las imágenes, sonidos y sabores que experimentamos mientras nuestro cuerpo descansa. Pero mi parte favorita de los sueños es cuando, despiertas y antes de buscar a quien contarle la historia que creó tu inconsciente, te quedas unos segundos saboreando las emociones que experimentaste. Si tienes suerte, esos sentimientos te acompañarán todo el día.
Hace un par de años soñé con plantas, pero no cualquiera, soñé con arvenses, -término utilizado para referirnos a las plantas que crecen en nuestra parcela pero que no fueron sembradas y por lo tanto no son del todo deseadas-. En mi sueño, arrancaba de raíz estas plantas, y cada una, era una expectativa fallida puesta sobre una persona, a la que con mucho cariño le decía que tenía que avanzar, que no podía quedarme más allí. Desperté y de inmediato le escribí a esa persona para hacer mi sueño realidad y transitar más ligero el día. Ese día supe que mis sueños tenían el poder de cambiar mi realidad, solo hacía falta llevar a la acción lo que realmente me importaba.
Pero ¿Con qué soñamos las mujeres que trabajamos con plantas? ¿Sólo con un jardín multicolor o con una multicoloridad de derechos?
Porque en mi trabajo y mi experiencia personal me he topado con huertas comunitarias, donde las mujeres que formamos parte de los proyectos, no producimos cajas de hortalizas para alimentar el mundo, son más bien espacios -íntimos- porque la finalidad va más allá de la cantidad de producto. Nuestras experiencias florecen en la organización, en el cotidiano de sostenernos y acompañarnos y porque no, escapar de la prisión que se vuelven los hogares y detener el tiempo, -cuando trabajas en el campo el tiempo desaparece, como en los sueños, si miras el reloj, te despiertas-.
Cuando esta semana se me cuestionó sobre si un huerto estaba pequeño ¿sólo 4 camas de cultivo? en mi mente pensé que ellos no veían lo mismo que yo, yo a un lado de ese -pequeño huerto- veía sueños cumplidos, mujeres con un jardín interior que les desbordaba por las orejas. Luego me enojé, porque quien ha cuestionado si el huerto es lo suficientemente grande o no, lo suficientemente productivo o no, no sabe el trabajo que hay detrás, queremos que las mujeres de las comunidades creen espacios para satisfacer la cifra de género de las instituciones, no les importan sus sueños, sus pesadillas o sus experiencias lúcidas. Así que, recordando el término arvense, parece que las mujeres fuéramos eso, plantas no deseadas pero que a veces se toleran para decir que -no estamos a favor de los herbicidas-. Pero para mí las vidas de las mujeres importan -somos más que un bonito informe, somos jardín, somos huerto, somos bosque y selva.
Por raro que parezca para algunas personas, las mujeres en el campo y en la ciudad podemos ser la planta que queremos, un mirasol morado de los campos del bosque, una dalia escondida entre las piedras o un toloache, una planta que con una dosis pequeña te puede llevar al mundo de los sueños sin retorno. Lo único que necesitamos es que se nos considere como seres vivos, capaces de soñar, sentir y disfrutar. Que se sepa que nos cansamos también y necesitamos 8 horas de sueño reparador. Que merecemos el respeto de nuestros derechos y se nos celebre nuestra capacidad de reinventarnos y florecer en el ecosistema que queramos.
Así que, de ahora en adelante, y más si eres de esas personas que dice que no sueña, cuando te despiertes trata de recordar, escribe tus sueños al despertar, no sabes cuántas vidas pueden cambiar.