Migrantes en ruta atorados en el bosque de Tláhuac

Cientos de personas, familias de migrantes y refugiadas han sido desplazadas hasta la periferia de la Ciudad de México, específicamente, en el Bosque de Tláhuac; ahí, desde mayo del 2023, la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO), creó un albergue que “promete” ofrecer tres semanas de comida y un espacio donde vivir, pero la realidad es muy distinta.

Por Erandi Aguilar y Mayra Naranjo 

En el mes de mayo de 2023, y luego de un violento desalojo de cientos de haitianos de la plaza Giordano Bruno en la alcaldía Benito Juárez, la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (COMAR), dependiente de la Secretaría de Gobernación, construyó un nuevo confín migratorio para quienes han sobrevivido a territorios como el tapón del Darién.

En dicho confín migratorio, el gobierno de la Ciudad de México inauguró un albergue temporal en la alcaldía Tláhuac, este albergue es administrado por la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO); ahí además de albergar a los solicitantes de asilo, este precario lugar también sirve de sede para la ventanilla única de registro de solicitudes de reconocimiento de la condición de refugiado en la Ciudad de México.

Para comenzar con el procedimiento de solicitud de asilo, las personas desplazadas tienen que esperar, unas veces más de cinco horas en la madrugada, pero otras hasta tres días de espera en el bosque, y lo hacen sin agua, sin luz, sin servicios sanitarios, sin comida, pues el albergue de SIBISO siempre está desbordado, y no existe un procedimiento claro para conseguir una de las 70 fichas diarias que los empleados de la COMAR otorgan para iniciar el trámite con familias que están agotadas por el camino, el racismo y la espera.

Al conocer por la prensa y otras periodistas de esta situación, en los primeros días de septiembre del 2023, visitamos este confín migratorio enclavado en el extremo oriente de la Ciudad de México; ahí buscamos retratar cómo sobreviven las familias desplazadas a estas condiciones impuestas por el gobierno federal y el capitalino.

Hace meses que ahí llegaron las y los haitianos, y eso se sabe porque desde entonces en el lugar se escucha una nueva lengua, Creole, idioma que tiene un acento particular. Los rostros de estas personas denotan preocupación, pues se les ve con las manos vacías o, en ocasiones, con maletas o folders con documentación importante.

Al ingresar al Bosque de Tláhuac, nos encontramos con la renovación de la entrada principal y la rehabilitación del mismo. En dicha entrada se encontraba un policía de la Secretaria de Seguridad Ciudadana (SSC) que nos comentó y retuvo por un buen rato antes de dejarnos ingresar en grupo al Bosque de Tláhuac:

 “…no puede ingresar un grupo tan grande, necesitan un permiso… ¿a dónde van?, si van al refugio es por la entrada del basurero, por aquí no pueden entrar…”.

Semanas más tarde, un traductor que trabaja con la COMAR, aseguró que algunos policías estaban cobrando hasta 500 pesos para dejar entrar a los desplazados a las instalaciones del bosque. Tanto el trato hacía nosotros, como hacia los desplazados nos sorprendió e indignó mucho porque como ciudadanos de la alcaldía Tláhuac sabemos que dicho espacio es gratuito y de acceso público. Estando ahí logramos probar que la entrada del “basurero” es sólo para los migrantes y refugiados, tal como aseguró el policía.

Al seguir en busca del refugio que se encuentra en la “Mini Marquesa de Tláhuac”, nos encontramos con una familia haitiana de tres integrantes, quienes con tres amigos tomaban un descanso enfrente del lago artificial que apareció en el bosque por una grieta profunda después del sismo de 2017.

Gracias a la generosidad de esta familia, y a la traducción de la más joven del grupo, una niña chileno-haitiana, pudimos conversar un rato largo. La familia nos comentó que venían desde Chile y que era la segunda vez que cruzaban el tapón del Dairén, y que para llegar a la Ciudad de México tuvieron que hacer una parada en Tapachula, Chiapas, para luego trasladarse en transporte, pero sobre todo caminando los más de mil kilómetros que separan a ambas cuidadas.

Cuando la familia llegó a la CDMX buscó comenzar su trámite de refugio en las oficinas centrales de la COMAR, ubicadas en Versalles No. 49 en la colonia Juárez de la alcaldía Cuauhtémoc, la cual es gobernada por Sandra Cuevas, funcionaria que mandó a  desalojar a los desplazados que acampaban en la plaza Giordano Bruno. El desalojo violento los separo a más de dos horas con 45 minutos de las oficias del COMAR.

A la fecha, a esta familia haitiana ninguna autoridad o funcionario de la Ciudad de México les ha facilitado información, atención o amparo. Esta familia, al igual que decenas más que están en el bosque de Tláhuac, están a la deriva, pues no sólo no hay ayuda, sino que tampoco no hay una sola señalética que los guíe a la “Mini marquesita”, tampoco existe ninguna explicación en creole, la lengua de los y las haitianas.

No hay señales, no hay información, no hay traductores para poder crear una comunicación efectiva con ellos: “es que tenemos muy poco presupuesto”, afirmó una psicóloga de COMAR entrevistada para entender este desamparo.

Al continuar nuestro camino para llegar al albergue, enfrente de los arcos de piedra de la “Minimarquesa de Tláhuac”, nos encontramos con una familia que venía de Honduras, la cual se cubría del sol y tomaba un descanso en un quiosco de madera. No eran familia sanguínea como tal, pero se venían acompañando en el camino desde Honduras, pero para ellos tener la misma nacionalidad ya es encontrar a tu familia.

Ellos nos comentaron que se habían quedado sin ficha para el trámite de refugio y también sin lugar para pasar la noche, pues el albergue sólo recibe a 450 personas por día. Se quedaron sin nada, a pesar de que se habían formado desde las cuatro de la mañana. La respuesta de las autoridades fue: “hay que volver a hacer la fila”.

Otra de las integrantes de esta familia, contó que ella ya había ingresado en el albergue al que catalogo como un espacio improvisado:

“…son cuartos muy pequeños…compartes cuarto con otros migrantes, no de la misma nacionalidad… sólo te brindan una comida al día… para ingresar al baño tienes que tomar tu turno ya que sólo hay tres…”.

Ante la falta de espacio y por las malas condiciones, en los alrededores del “albergue” se han instalado espacios para comer y pasar la noche, quienes ayudan en esta labor son vecinos del Bosque de Tláhuac; incluso, una familia de haitianos instalaron un puesto de comida de su tierra, el platillo cuesta 70 pesos.

Avanzamos unos metros y, finalmente, llegamos al refugio-ventanilla. La Mini-Marquesita es un espacio donde los lugareños llevan a su ganado a pastar, pues lo que divide a ésta del albergue es sólo una reja blanca.

En la puerta del confín migratorio vimos desesperación, angustia, descontento y gritos de los haitianos al no poder ser entendidos y/o asesorados de la manera correcta para realizar el trámite del refugio. Nadie les hablaba en su lengua, el creole, sino con respuestas cargadas de impaciencia, pues los funcionarios de COMAR y SIBISO repetían que no había fichas ni lugares en el albergue: “Regresen mañana, regresen mañana”.

Sobre todo, los trabajadores del refugio  -empleados de SIBISO-, son quienes más atienden a las y los migrantes con impaciencia, pues entre gritos, manotazos, gestos corporales violentos y empujones de papeles les dicen: “… ¡Hazte para atrás!… ¡No puedes pasar, quítate!… ¡Que no hay espacio entiende!…”,  esas fueron las palabras de una trabajadora de la Ciudad de México que se encontraba en la entrada del refugio.

Cuando, en entrevista le preguntamos a Carlos García, coordinador y subdirector del refugio desde el mes de julio por parte de SIBISO, por qué esos malos tratos hacia personas que atravesaron un continente, nos respondió que su equipo está integrado por un personal de veinte personas, el cual se encuentra dividido en dos secciones, los empleados de SIBISO y las personas contratadas por el área de Participación Ciudadana, y que de entre todos ellos nadie habla o entiende el creole:

“…SIBISO no cuenta con traductor…ya todos saben la dinámica, afortunadamente la mayoría (de los migrantes) habla español son muy pocos los casos con los que no podemos comunicarnos..”

Además el funcionario aseguró, contrario a la experiencia encarnada de las migrantes entrevistadas, que actualmente el refugio brinda tres comidas al día, durante 15 días y que además cuentan con la participación del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) con actividades didácticas, aunque no hay como tal algún servicio escolar para los infantes.

Ante dichas observaciones de inconformidad por medio de los trabajadores hacia los refugiados, le preguntamos. “¿Es requisito que las chicas sean tan groseras con los migrantes?: ”… no es la indicación, no es el caso, ellos igual se ponen groseros, pero eso no justifica que haya una…” respondió el coordinador del refugio.

La inconsistencia de acciones federales y locales para la estadía de estas personas migrantes destapa dudas sobre cómo se atiende en realidad a las y los migrantes que fueron desplazados hasta el bosque de Tláhuac, pues ahí no existe ninguna iniciativa para que estas personas sean empleadas, pero menos para que pueda poder comer y dormir dignamente.

En el recinto, además de un defensor de migrantes que trabaja como voluntario en un albergue eclesial del oriente de la ciudad, no había organizaciones civiles ni prensa. Pocos testigos o casi ninguno para dar cuenta de lo que se vive en este confín migratorio.

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