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Luis tiene miedo a enfrentarse a su padre y decirle que no quiere ser campesino. Va a desafiar a varias generaciones de hombres en su familia que se dedicaron a sembrar. Por eso no sabe cómo hablar con él o encontrar palabras que no lo hagan enojar o decepcionarse, que lo comprenda.
Por Katia Rejón y Yobaín Vázquez
Fotografías de Kelly Gómez
A veces los papás pueden ser difíciles.
Don Luis Díaz Novelo es un hombre de 67 años, tiene seis hijos y seis nietos. Aunque su cabello empieza a encanecer, todavía se le nota ese temor adolescente cuando habla del hombre a quien decidió hablarle de frente. Recuerda claramente ser ese muchacho a punto de tomar la decisión más importante en su vida y cuenta:
—Me armé de valor, agarré, me paré y le dije a mi papá: Papi, ¿me puedes dar permiso para aprender la carpintería? Ya empecé a ir pero te estoy pidiendo permiso.
No hubo chancletazos, no hubo gritos. Su papá fue comprensivo, le preguntó si le gustaba ese oficio. También le pidió ayuda para sembrar en algunas temporadas, pero lo dejó ir a casa de don Paulino Cen Tuz, maestro carpintero. La bendición estuvo completa cuando su papá le regaló un motor para carpintería.
A veces los papás pueden dar grandes sorpresas.
Don Luis no ha parado de trabajar con la madera desde ese día. Es uno de los madereros más antiguos de Temozón y sus saberes los ha transmitido a sus hijos. Desde chiquitos les enseñó a tejer petatillo, cortar maderitas, lijar y limpiar el taller, tareas sencillas y seguras.
Otros de sus discípulos han sido hermanos e incluso a jóvenes desconocidos que llegaban de otras partes. Ahora don Luis está enseñándole a su nieto cuando tiene vacaciones. Ser maestro de un oficio tiene algo de parecido a ser el papá de los pollitos. En él recae la responsabilidad de mostrar una técnica, pero también de cuidarlos, de crear un ambiente en el que puedan sentirse seguros.
—Al hijo de Manuel Cen me lo vino a entregar él. Él es albañil pero no lo puede llevar a su trabajo porque es de alzar piedras y es pesado. Entonces me lo trajo para que le enseñe carpintería, dice sobre uno de los niños que le han encargado.
Así como don Luis empezó a trabajar en un taller ajeno y luego puso su propio taller, así han hecho todos los que han aprendido con él. Eso hace que el oficio se mantenga vivo, cada quien tiene sus clientes, sus amigos. No ven competencia en el aprendizaje colectivo.
A veces los papás mandan a sus hijos a volar.
La carpintería de Antonio Cupul, maderero desde hace más de 40 años, se llama El cedro viejo en honor a la madera que abundaba en los años dorados de la carpintería. La deforestación ha provocado que esa madera de 100 años de edad ya no exista.
—Hay que pensar en las generaciones futuras. El cedro es la madera más preciosa que existe en la tierra, es única. Los carpinteros también tenemos que sembrar maderas para que de aquí a 50 años los hijos y nietos puedan trabajarlo.
Parte de pensar en comunidad es pensar a futuro y eso incluye a las mujeres. En Temozón, los varones aprenden carpintería o albañilería como sus papás; y las mujeres aprenden a bordar como sus mamás. Esto no impide que algunos empiecen a cuestionarse e incluso a alentar a sus hijas para que hagan lo que quieran. Uno de ellos es Antonio Cupul:
—En aquel tiempo, incluso hasta hoy, piensan que las mujeres no tienen derecho pero la verdad sí. Hace tiempo, cuando éramos jóvenes, con el papá de Paloma fuimos a una fábrica en Espita, a unos kilómetros. Había muchas mujeres trabajando en ese lugar y hasta nosotros decíamos que debíamos casarnos con una de esas mujeres.
Otro maderero, Antonio Cahun, dijo que una de sus hijas quería ser carpintera cuando era más pequeña. Ella le preguntaba si habían carpinteras mujeres y él le decía que sí, y cuando pasaban por la maderería de Paloma (sobrina de Don Luis) él la señalaba y le decía: “Mira, ella es carpintera” para que viera que sí podía serlo. Con los dedos manchados de pintura, Antonio saca su celular para mostrar una foto de su pequeña en la que aparece tallando una madera.
Su concuño y compañero de trabajo, Julio Rosado, también vincula su paternidad con la carpintería pero de una manera diferente: Trabaja para que sus hijos puedan estudiar. Cuando está trabajando Julio sostiene la madera bruscamente, es determinante en sus movimientos, ágil; pero cuando habla de sus hijos toca apenas con sus dedos el aserrín y barre con las yemas el polvo de su mesa.
Algunos de los carpinteros no solo tallan muebles, sino el futuro de sus hijos. A veces ellos siguen los pasos de sus padres, a veces prefieren estudiar. Antonio Cupul contó que un amigo trabajó arduamente para pagar las carreras de sus hijos en Ciudad Juárez, donde se graduaron de ingenieros agrónomos pero cuando regresaron no encontraron trabajo:
—Sus papás gastaron tanto dinero y esfuerzo y cuando volvieron acá se dedicaron a la carpintería y a la carne ahumada, otro de los oficios tradicionales de Temozón. Así que como le digo: aprender un oficio te ayuda siempre a tener trabajo.
Todos los sueños caben en la madera trabajada.
Al ser el primero en romper la tradición de sembrar, Don Luis ha tratado de ser igual de flexible con sus hijos. Solo uno de ellos, Gerardo, es carpintero. El problema no es que sus hijos elijan otro camino, sino que hay una desvalorización del trabajo y los conocimientos de los hombres de la comunidad:
—Nos engañaron. Nos hicieron creer que vivir en casas de guano y asbesto, que tener un oficio y hablar maya no valía. Mi mamá quería tanto que yo me supere que me prohibió hablar maya y juntarme con niños que hablaran maya. Ahora me doy cuenta que no es así, que podemos seguir hablando nuestra lengua y querer que nuestros hijos se superen, que se busquen una vida donde lo principal no sea el dinero. Yo siempre les he dicho a mis hijos que el éxito no está basado en dinero sino en emociones como ser feliz con tu trabajo. No hay nada mejor que hagas lo que te gusta.
Frente a su hijo Gerardo, dice que ser padre es lo máximo. Que tener un hijo es algo de otro mundo. Mientras alza las manos como tocando la cabeza de un niño dice:
—Cuando ves un chamaco, sabes que por eso trabajamos. Tu patrimonio son ellos, trabajas para darle educación para crecerlos. Él es mi complemento —refiriéndose a Gerardo—, digo así porque después de un mueble, la otra mitad es la pintura y el acabado.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Memorias de Nómada. Aquí puedes consultar la publicación original.