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Santiago Garzón González es cabalmente lo que se dice un estudiante de élite. Es medallista de bronce en la olimpiada nacional de Física, cerró su preparatoria con 9.5 de promedio y domina el inglés a plenitud. Como miles, se preparó por meses para intentar entrar a una universidad pública, sin embargo, entrar a ellas se ha vuelto tan difícil que él y su familia ahora miran con recelo y desconfianza el proceso de ingreso
Texto: Arturo Contreras Camero / Pie de Página
Fotos: Cortesía de Santiago
Después de que el Instituto Politécnico Nacional descartó su ingreso a la carrera que quería estudiar, Santiago Garzón González, estudiante de preparatoria de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y su familia,, decidieron viajar a la Ciudad de México para intentar conocer las los resultados de su prueba. La respuesta del Politécnico, en vez de darles mayor certeza sobre un proceso, les generó mayor incertidumbre.
Revisar el examen era imposible, menos saber cuántos puntos obtuvieron otros concursantes, sobre todo porque el examen y todos sus datos no los realiza el IPN, sino un tercero contratado, que tiene altos candados de secrecía para resguardar la seguridad de la prueba, según dijeron a los padres de Santiago autoridades de la institución.
A diferencia de la UNAM, en la que se publican la cantidad de alumnos que postularon para cada carrera, los aciertos que obtuvieron en el examen y cuántos necesitaban para entrar a la carrera de su elección, así como cuántas personas fueron seleccionadas, el Politécnico no publica información de ese tipo. Lo único que recibió Santiago fue un mensaje en el que decía que no había sido seleccionado.
“Es muy básico. Asignan la carrera por puntaje, pero no te dicen cuántos puntos sacaste ¡no puedes saber a cuántos puntos te quedaste!”, comenta molesto el padre de Santiago, Iván Garzón.
“No publican números de aciertos ni históricos de la puntuación que pide cada carrera ni el corte actual, entonces ¿cómo hacen la selección?”, cuestiona su madre, Patricia González
Para Santiago, la situación es como si en unas elecciones saliera el presidente del Instituto Nacional Electoral a decir que ganó tal o cuál candidato, pero sin dar a conocer los resultados de las votaciones. “Todo lo que nos dicen es que la información no la tienen ellos, que el examen de Santiago no lo tienen ellos, que así el sistema”, se queja su padre. “Todo lo tiene el sistema sin rostro”, añade el joven.
“¿Cómo sé que mi conocimiento es válido?”
Santiago Garzón González sueña con construir y diseñar aviones. Todo empezó con las lecturas que sus padres, ambos titulados de Letras, le hacían desde pequeño. En ese momento los castillos y las grandes fortalezas le llamaron tanto la atención que quiso saber más sobre su proceso de construcción. De ahí pasó a la fascinación por ver cómo se construían barcos, aviones y grandes vehículos. Cuando conoció la ciencia ficción, de la mano de Star Wars, decidió que él quería diseñar ese tipo de embarcaciones.
Por suerte para él, siempre le gustaron las matemáticas y las ciencias, por lo que cuando entró al bachillerato, en una escuela privada en Tuxtla parte del sistema de preparatorias incorporadas y con reconocimiento de la UNAM, uno de sus profesores le invitó a unirse al club de Física. Su afición por la ciencia lo llevó a las olimpiadas nacionales de la materia, en las que ganó una medalla de bronce.
Este último año, cerrar el bachillerato, cursar las olimpiadas y prepararse para los exámenes de las universidades sumergieron a Santiago en largas horas de estudio.
En enero que empieza con la convocatoria de la. UNAM se le empalmó con la preparación para la olimpiada nacional. Eran jornadas larguísimas, de estudiar el bachillerato desde las siete de la mañana a la tarde, de ahí a las cuatro en el club el de Física y el de Inglés, que tampoco lo deja. Después, a comer y a estudiar de 7 a 9 para los exámenes, y así todos los días”, cuenta su madre.
“Nosotros ya no lo veíamos sano, ya no veíamos a Santiago, regresaba de la escuela y se la pasaba estudiando”, revela.
Por su parte, Santiago habla de su experiencia después de los exámenes:
“Lo que me molestan más del resultado es que no tengo para nada seguridad, no de mis conocimientos, esos los tengo muy seguros, sino de que mi conocimiento valga.Nada me asegura que pueda tener un buen examen y que no me vayan a hacer válido”, dice el joven.
Preguntas ¿con truco?
La desconfianza de Santiago, de su mamá y su papá hacia los exámenes inició desde el estudio. Para prepararse para el examen de la UNAM usó la plataforma Pruébate, la misma que la Universidad pone a disposición de los aspirantes. Entre sus opciones ofrece cursar cinco simulacros de examen como preparación. Fue a partir de ellos que se dio cuenta que había algunas preguntas que podrían venir en el examen serían poco claras o confusas.
Por ejemplo, su papá encontró una pregunta en el área de español que buscaba identificar el clímax de una obra literaria, sin embargo, lo confundía con el conflicto de la historia.Santiago, por su parte, descubrió otro par en Física que cuestionaban sobre un concepto, sin embargo, ese concepto no se veía reflejado en las respuestas posibles de la pregunta.
Como lo sospechó, después de presentar el examen constató que las preguntas ambiguas de las de las guías también se presentaban en el examen real. Recuerda una que lo sorprendió. Era de geografía: ¿Cerca de qué país hubo un derrame petrolero? Tenían que ser una broma pensó.
Cuando salió del examen, Santiago tenía el presentimiento de que no podría ingresar a la UNAM. Sabía que no podía tener más de 10 errores para entrar a la carrera que buscaba, pero tuvo dudas en más de 10 preguntas como la del derrame. Sin embargo, su esperanza no menguó. Sabía que aún quedaba la esperanza del Politécnico, un examen menos conceptual y con mayor peso en la resolución práctica de problemas, según los analizó.
Un examen con IA
“Me sentía más tranquilo con este examen, porque es más de aplicación y no hay tanto margen de error, además de que tenían preguntas de Inglés, cosa que UNAM no, y eso era una ventaja”, comenta Santiago.
Según había escuchado, de los 140 reactivos del examen del Poli, en años anteriores para entrar a Ingeniería Aeroespacial pedían 90 0 96 aciertos. En sus pruebas de simulacro, Santiago había obtenido puntajes mayores a 128.
Si había un riesgo en la prueba del Politécnico, no estaría en el examen en sí, sino en su forma de aplicarlo. A diferencia del de la UNAM, que se realiza en una sede de forma presencial, el del IPN se realiza de manera remota, en una computadora a través de un programa especial que, mientras se realiza el examen, analiza la imagen captada por la cámara de la computadora y comprueba que no se haga trampa a través de un sistema de Inteligencia Artificial.
Hacer el examen mete mucho miedo. Eso del reconocimiento facial que tienen, que usa un software que descargas de la plataforma y habilita tu cámara para que te vean, que eres tú y a dónde estás mirando. Se supone que para calibrarlo se hace un simulacro para que esté bien el software y demás. Pero en múltiples veces la cámara me avisaba que dejara de usar dispositivos, cuando solo estaba usando mi cuaderno para hacer cálculos. También me decían eso cuando estaba en el examen. Aparecía un mensaje en el que me recordaban que no podía hacer uso de libros o guías, pero era solo mi cuaderno. Me daba mucho nervio, porque la convocatoria dice que si te cachan haciendo trampa te pueden cancelar el examen, eso hace que uno entre en paranoia”, cuenta Santiago.
Un resultado poco creíble
El domingo que el Politécnico dio a conocer los resultados de su examen, Santiago y su familia no lo podían creer. No había sido aceptado. “Nuestra interpretación era que había salido demasiado alto y que el sistema lo había interpretado como una trampa y lo habían descalificado”, comenta su madre.
Inmediatamente solicitaron una revisión del examen. Al día siguiente tomaron el primer avión que encontraron a la Ciudad de México para solicitar a la institución certezas sobre el resultado del examen.
“Después de un tiempo, nos atendieron tres personas. Una se llamaba Berenice López y como nos agarraron nerviosos, no escribimos el nombre de las otras dos, pero era un ingeniero y un informático que se ostentó como el encargado del proceso de admisión”, cuenta Patricia.
Ya cuando estábamos ahí empezaron con su discurso: queremos que entiendan que la información que nos están pidiendo (el examen de Santiago) no la tenemos, porque se la queda el sistema. El sistema valida los exámenes y nos reporta el resultado, los aciertos, los mínimos que hay, asigna los lugares y ya”, le dijeron a Patricia.
También le dijeron que los aciertos requeridos para cada carrera difieren, que él había logrado 111 (de 140) mientras que el mínimo para la carrera que buscaba se había situado en 114. La respuesta no fue suficiente para ella. Si en los simulacros su hijo había tenido resultados más altos, ella necesitaba saber dónde estaban sus errores y cotejarlos.
“Demuéstrenme dónde están esos 29 puntos que le ponen de error. Quiero ver el examen de mi hijo, pero no hubo forma. Alegraron protección de datos, que el sistema que tiene los datos del examen está en manos de un tercero, una empresa contratada para evitar que el Poli sea juez y parte y que ellos (el tercero) no tiene conocimiento de a quién está contratando”, añade la madre.
Después, los funcionarios que la atendieron añadieron un dato que la dejó aún más intranquila. Puede ser que haya 200 personas con el mismo puntaje aplicando para una carrera, pero eso no significa que los 200 vayan a entrar, le dijeron. El problema es que no le explicaron el sistema de desempate o el criterio de selección en esos casos.
La última opción
Al final de la reunión, los funcionarios del Politécnico le recordaron a la madre de Santiago que habrá una segunda vuelta del examen de selección en la que esperarían al joven con los brazos abiertos, pero Patricia no está segura de querer que su hijo participe.
“¿Cómo voy a poner a mi hijo ante un proceso que no es transparente, que es opaco?”, se cuestiona sabiendo que no tienen más opciones que intentarlo.
¿Pensar en el futuro?
“No me quiero conformar”, dice Santiago sobre la posibilidad de estudiar otra carrera. Después de todo, con el puntaje que obtuvo en ambos exámenes podría estudiar medicina, o cualquier otra ingeniería.
Si algo sé, es que las cosas que me gustan, me gusta estudiarlas. Si estuve tanto tiempo en esas jornadas tan largas de estudio, no era por deber o por que me sintiera que era la manera que yo valía: era porque disfruto los temas que estoy aprendiendo. Estaría muy triste que el examen hiciera que dejara de disfrutar eso. Que me conformara con ello”.
Entre sus planes, además de participar en la segunda vuelta del examen, está solicitar el resultado de su examen y las respuestas de su primera prueba a través del Instituto de Transparencia e iniciar una queja ante el Órgano Interno de Control del Politécnico para que revise el sistema de aplicación del examen.
“Pensar en el futuro es difícil”, comenta Santiago al final de la entrevista. “Cada vez la tendencia es que se va cerrando más el acceso a las universidades. Yo creo que, eventualmente, va a tronar esto. ¿Qué haces con tanta gente sin estudios, sin acceso a la universidad?”, se cuestiona.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar su publicación.