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Las grandes fábricas textiles transformaron la vida de las mujeres. Ahora, para muchas de ellas, la única opción para conciliar su rol de madres es coser a destajo desde casa.
Texto: Daniela Rea / Pie de Página
Fotos: María Ruiz
La maquila a domicilio es una forma específica de división del trabajo que se caracteriza por desplazar algunos procesos productivos de la fábrica hacia otros espacios como la comunidad y el hogar. En la maquila textil lo que se paga no es el producto o la prenda, sino el hacer a través de medios de producción: cortar, unir, poner cierres, hacer ojales a través de una máquina de coser y la mano de obra. La maquila a domicilio se ha considerado una especie de outsourcing que escapa a regulaciones laborales, pues fragmenta los procesos productivos, las plantillas de trabajadores y la organización laboral.
Maquilar, en la experiencia de las mujeres que maquilan ropa en casa, es poner su cuerpo, su máquina y todos los elementos del hogar para hacer una prenda de vestir, a cambio de un pago precario.
Existen varios grupos en facebook para ofrecer o contratar maquila en casa. En uno de ellos, que tiene 15 mil integrantes, las mujeres en su mayoría, ofrecen su trabajo, preguntan por maquilas, venden máquinas en desuso, se comparten tips, contactos de técnicos para reparaciones, hablan de su especialización y detallan el tipo de máquina con la que cuentan.
Escribo un mensaje en el grupo, con la intención de contactar a algunas que me hablen de su experiencia.
«Hola buenas tardes, les saludo con autorización del coordinador de este grupo. Estoy haciendo un reportaje sobre mujeres y maquila en casa y me gustaría entrevistar a mujeres de este grupo. La idea es saber cuáles son las ventajas y desventajas de este oficio para ustedes, las oportunidades y lo que les gustaría que mejorara. Muchas gracias de antemano, espero que se animen para que podamos entrar en contacto y contarles con más detalle».
En poco tiempo decenas de mujeres responden, al final el mensaje suma 116 respuestas y comentarios. Hay mucho en común en sus respuestas: la maquila en casa es muy mal pagada y sin prestaciones, pero podemos cuidar a nuestros hijos. La respuesta hace evidente quienes son sus autoras: mujeres. El espacio más precarizado de la industria textil está protagonizado por mujeres jefas de familia en su gran mayoría.
Si hay una imagen de la maquila en casa es esa: una mujer con 2 o más hijos rondando a su alrededor, mientras ella, de día a la noche, pisa el pedal hasta terminar un lote de prendas.
Llevar la fábrica a la casa
Del otro lado del teléfono se escucha la máquina de coser, el constante subir y bajar de la aguja acelerando el ritmo de la vida cotidiana. Rocío, de 43 años y madre soltera, toma la llamada en medio del trabajo, está terminando una entrega y tiene el tiempo encima. Además del poco tiempo, responde con recelo porque no es sencillo confiar en alguien que te contacta por facebook y te hace preguntas sobre tu oficio, tu casa, tu forma de vida. Quedamos de vernos otro día con calma. Cuando volvemos a hablar Rocío dice que está embarazada, que en unas semanas nacerá su tercer hijo.
Con dos hijos que aún dependen de ella y un hijo recién nacido, Rocío tiene pocas posibilidades de encontrar un trabajo que concilie con los cuidados. Maquilar en casa es la opción que le ha permitido hacerlo. Como Rocío la gran mayoría de las mujeres que maquilan en casa son mujeres y de ellas la mayoría son madres solteras. Llegaron a este trabajo porque es casi el único que al hacerlo, les posibilita cuidar a sus hijos, hijas, cuidar la casa.
La maquila a domicilio representa el desplazamiento de la fábrica a la casa y el deslinde de las responsabilidades de un jefe con sus empleados. No hay derechos laborales y no hay compromiso de sostener el empleo. Doli Ortiz Lazcano, antropóloga que ha investigado la maquila textil, plantea que si bien las personas tienen derecho a trabajos justos y dignos, en la práctica esos trabajos no existen para mujeres que están excluidas del mercado de trabajo o son muy precarizadas en él: mujeres, mujeres con hijos, mujeres con poca escolaridad.
“Mujeres que probablemente de otra forma no podrían acceder al mercado de trabajo. Si comparamos este empleo con lo que tendrían si migraran a una ciudad a buscar trabajo, serían trabajos más precarizados aún. El empleo a domicilio es en muchos casos la única forma de posibilitar el empleo femenino”.
Beatriz Torres Góngora es una académica que ha acompañado el trabajo de la industria textil y sus distintas ramificaciones. Tiene la experiencia de mirar el desarrollo de esa industria desde los tradicionales talleres familiares más ligados a la producción artesanal, a la industrialización y al regreso a la maquila en casa, pero para terceros.
“El trabajo a domicilio tiene impactos distintos en la vida de las mujeres, depende del tiempo de vida en el que se encuentren. Por ejemplo, si tienen hijos pequeños o medianos que dependan de ellas, si tienen mucho trabajo doméstico, la maquila en casa es una opción, aunque muchas veces trabajen de noche y no haya una separación de tiempo en cuanto el trabajo doméstico y remunerado”.
“Mi nombre es Mireya Nieto, yo trabajo desde casa ya que tengo una hija enferma y eso me permite poder llevarla a sus consultas, pero en este trabajo corremos el riesgo de que no paguen, aparte la paga es muy barata, pero cuando se tiene la necesidad no queda de otra”, escribió en el muro de facebook.
“La ventaja de tener un propio taller es estar más al pendiente de nuestra familia, en mi caso tengo una hija con una enfermedad discapacitante y depende de mí totalmente. Es una ventaja que no la tengo si salgo a trabajar fueras”, escribió Betty Martínez Cabezas.
“Así ayudé para sacar a mis hijos adelante y como dicen se trabaja hasta horas de la noche para reponer tiempo y también se desvela uno para entregar el trabajo…lo sigo haciendo ahora con mi nieta estoy al pendiente de ella y sigo trabajando”, escribió Yolanda Cordero Maldonado.
“Tenemos la ventaja de cuidar casa e hijos pero nos descuidamos nosotras y el tiempo nos cobra el no atenderemos a nosotras mismas y más siendo madres solteras pero como todo tiene su lado bueno y su lado malo y al no haber mucho trabajo tenemos que aceptar trabajos con muy bajos precios pero así es esto y no podemos darnos el lujo de despreciar el trabajo aún con bajo precio”, escribió Salvadora Ortiz.
Para las mujeres que lo ejercen, el trabajo a domicilio no es una opción, es la única posibilidad y el supuesto de conciliar los cuidados con el empleo se vuelve un mito en la vida cotidiana, pues las tareas a realizar no disminuyen, sino que recaen y suman presión sobre ellas y sus cuerpos.
Para Marisa Valadez, antropóloga, no es fácil definir si quedarse en casa a trabajar es un retroceso o una conquista. «Estamos próximas a tener conversaciones largas sobre esto porque una vez que salimos de casa como género, hubo avances y retrocesos. Creo que al trabajar desde casa no hay mucho más tiempo para las mujeres mismas, pues ahí están más sujeta a vigilancias morales, sociales, pero no se descuida la maternidad, lo cual es un pecado social. Entonces el cuerpo de las mujeres queda sometido a largas jornadas laborales y domésticas, sometido a cumplir bien con las dos partes».
Si bien trabajar en casa les permite cuidar a sus hijos, ese cuidado viene con cierto descuido. Rocío lo explica así: “Es tanto el trabajo, que a veces ni tiempo da de cuidarlos, caliéntate tú la sopa porque yo no puedo, hazte tú la comida, sírvele a tu hermano… a veces cuidarlos es ver que están ahí y que están bien”.
Rocío vive en Ciudad López Mateos y comenzó en la maquila a los 18 años de edad. Comenzó, como muchas, con una vecina -o un familiar- que la animó a trabajar en un pequeño taller familiar que maquilaba a su vez a una empresa. “Con ella me iba bien, pero desafortunadamente no alcanzaba y tuve que empezar a agarrar trabajitos de maquila aquí y allá para completar”. Entonces Rocío seguía viviendo con el papá de sus dos primeros hijos, pero que no aportaba a los gastos de la familia. Con los años Rocío se separó y sostiene a su familia de la maquila.
Cuando se maquila en casa de alguna forma se lleva la “fábrica” al hogar y la fábrica devora las dinámicas cotidianas de una familia: el espacio doméstico se ajusta a las necesidades de la maquila y la sala o la cochera o el comedor dejan de serlo para convertirse en un pequeño taller; y los días de descanso dejan de serlo para convertirse en jornadas laborales; y los hijos o hijas se suman a la red laboral, ya sea empacando o deshilachando, en vísperas de la entrega.
“Hay hogares cuya vida cotidiana se define por la lógica de la producción empresarial dependiente; las estructuras sociales hogareñas son puestas al servicio de la producción, aprovechando sus infraestructuras locales y relaciones sociales específicas. El hogar y el trabajo asalariado aquí se posibilitan y se penetran mutuamente”, escribió Lisa Carstensen en su estudio “La maquila clandestina: el trabajo a domicilio informal en la industria textil y del vestido en Puebla, México”. Lisa es doctora en filosofía y miembro del Instituto de Investigaciones sobre Migración y Estudios Interculturales de la Universidad de Osnabrück.
Verónica Migs maquiló en casa hasta hace 4 años. Los límites entre la casa y la fábrica se diluían constantemente:
“Como tengo aquí el taller en casa me cuesta mucho trabajo separar las cosas: paso de lavar uniformes, hacerles de comer, no me dedico de lleno a una cosa porque la casa es muy absorbente”, dice matizando la reivindicación de la maquila a domicilio como forma de conciliar el trabajo y los cuidados. “Cuando tenía fechas de entrega ponía el plato de comida en la mesa de la máquina y comía mientras cosía; adaptaba una camita a las niñas junto a la máquina y mientras un pie pisaba la máquina, el otro mecía la mecedora de la bebé. Cuando las niñas se enfermaban no podía dedicarme ni 100 por ciento a ellas, ni 100 por ciento a la máquina, es muy frustrante no poder cumplir ni con una ni con otra cosa”.
Rocío lo vive así: “Un día de mi vida pues es trabajar: cuando hay trabajo, trabajar; y cuando no, es dedicarle el tiempo a la casa para que cuando haya trabajo la casa no necesite tanto de mí. Cuando hay maquila es sentarte a trabajar el mayor tiempo y a la casa apenas lo más indispensable. Cuando hay maquila es levantarme temprano, a las 5 am, preparar a mis hijos, encaminarlos a la parada, meterme a bañar y sentarme a trabajar, ir por lo que se necesite de la comida, hacerla, yo por lo regular preparo lo que va a ocupar para hacer de comer y dos horas antes me paro de la máquina para prepararle la comida y mientras está la comida sentarme a seguir avanzando en el trabajo, llega mi hijo, comemos y sentarse otra vez a trabajar hasta la hora de la cena y seguir trabajando”.
Los espacios informales -y precarios-, dice Lisa Carstensen, son espacios en donde, además del trabajo para mujeres con hijos o excluidas de otros espacios laborales, cabe el trabajo infantil porque no hay control legal y hay la necesidad de sumar al ingreso familiar para completar los gastos de la vida diaria. La maquila a domicilio se sustenta en la infraestructura de los hogares, que no sólo son los espacios y servicios que hay en él, sino también todas las personas que ahí habitan y que “ayudan” sin recibir un pago, considerando su trabajo como una contribución al ingreso familiar.
“Tengo a cargo a 2 niños uno va a pasar a la preparatoria y el otro a secundaria de este trabajo me mantengo y cubro parte de los gastos para mis hijos ya que con una pensión muy raquítica no puedo cubrir dichos gastos, trabajo día y noche de domingo a lunes y no tengo día de descanso, trabajo sola y mis hijos me ayudan con el trabajo, a deshilachar, a empacar, a recoger. No tengo otro ingreso económico y esto me da la oportunidad de estar al pendiente de ellos”, respondió en facebook Maryan Palacios.
Rocío acaba de parir a su hijo; de un lado de su cama está la cuna, del otro la máquina de coser. “Antes de dormir la máquina es lo último que veo; al despertar es lo primero que veo. Mi vida es estar sentada todo el día frente a ella”.
En esa explotación cotidiana, Rocío trata de cuidarse la vista, la cintura, el cuello, la sangre, sus riñones. Hace estiramientos, toma agua constantemente para evitar más daños a su cuerpo. “Mi cuerpo es lo que me sirve para trabajar y tengo que cuidarlo, tengo que durar mucho porque todavía me falta crecer a mis hijos chiquitos”.
Písale, písale, al pedal
Sonia Juárez tiene 52 años y 30 de ellos se ha dedicado a la maquila en casa. Sonia tenía 22 años y un bebé en brazos cuando comenzó en este oficio. “Entré aquí por necesidad, porque no estudié. Soy madre soltera de seis hijos y cuando tuve al primero no me quedó opción”. Comenzó en un taller de 40 trabajadores que maquilaba playeras de la marca amarras, su trabajo era deshebrar y cortar los hilos. Tenía un sueldo fijo y prestaciones. Con el tiempo aprendió a manejar las máquinas industriales. Cuando tuvo a su segunda hija no pudo continuar en el taller, compró una máquina casera y comenzó a maquilar en casa.
Actualmente maquila ropa de bebé que se venderá en tiendas departamentales de la Ciudad de México; en época de frío cose mamelucos de polar con gorro; en otras temporadas cose mamelucos de algodón o cangureras para cargar bebés. Ella recibe la tela ya recortada en moldes y los une. Su trabajo aporta velocidad a la producción de la industria, se maquila en casa para reducir tiempos y costos, a través de la distribución de tareas simples y fragmentadas. Invierno -noviembre a enero- es la mejor temporada laboral para Sonia, trabaja toda la semana y tiene un ingreso promedio de 1,500 pesos; en época de calor trabaja tres días a la semana y tiene un ingreso promedio de 800 pesos.
A diferencia del contrato formal por parte de una empresa que estipula de antemano el tiempo y remuneración por el trabajo, el cual se paga aun cuando el volumen del trabajo no lo requiere; en el caso de la subcontratación de la maquila en casa sólo se usa la mano de obra cuando es necesaria, y cuando es necesaria porque hay demasiado trabajo hay que trabajar horas extras. “Esto significa para un empleador o una empleadora que en tiempos de bajo volumen de producción no tiene responsabilidad por los empleados y las empleadas, mientras que para éstos significa no poder pedir cuentas a nadie cuando se suspendan los ingresos”, escribió Lisa Carstensen en su estudio. Sonia sabe que si no reacciona a los ritmos y tiempos del contratante puede perder un próximo encargo de él, por lo que está dispuesta a estirar los límites de su vida cotidiana para responder a las necesidades de la maquila, aun con la precarización de su propia vida. “Los contratantes no le pierden porque nosotras trabajamos para entregar el trabajo a tiempo, no importa si está enfermo un hijo o nosotras o si no tenemos luz, si no, no nos vuelven a contratar”.
“Hola yo maquilo en casa y es buen trabajo ganas algo para apoyar en casa y comprarnos nuestros gustos además de que en mi caso tengo hijos y puedo manejar mi tiempo a mi gusto: los cuido, los llevo a la escuela como con ellos y cualquier problema que tengan estoy ahí siendo que en muchos trabajos no lo podría hacer y así trabajo el demás tiempo que tengo. Lo único malo es que muchos trabajos solo son de temporada en mi caso. O si consigo otro tipo donde trabajo todo el año pero la verdad está muy mal pagado. Quieren mucha calidad, poco tiempo de entrega y mal pagado “, respondió en el muro de facebook Any Hernández.
“Sí hay muchas ventajas porque puedes trabajar en casa y estar al pendiente de tus hijos, la desventaja es que dan poco trabajo para casa y a veces no hay”, escribió Sandra Lorenzo.
Sonia vive en la casa del Infonavit que pagó con su ex pareja. Viven también dos de sus hijas, madres solteras de dos niños pequeños a quienes Sonia ayuda a cuidar. La máquina está en su recámara porque el ruido y el polvo altera y daña la salud de sus nietos.
Su sueño es trabajar por su cuenta haciendo ropa de bebé. Está trabajando para ello, ya tiene una máquina over y una recta; está ahorrando para comprarse la collaret. “Con esas tres máquinas ya tendría mi tallercito”.
A ese sueño había llegado Carmen Segura, quien después de trabajar muchos años maquilando para terceros, logró armar un pequeño taller en la sala de su casa. Pero fue desalojada y tuvo que buscar otro lugar donde vivir. En el nuevo domicilio comienza de nuevo. Volvió a buscar maquila, a coser para otros, a ganar 8 pesos por una falda simple o 15 pesos por una falda de uniforme con pastelón y bolsitas que tarda 30 minutos en coser. “Me muero por ese precio, pero necesito ese dinero”, dice con algo de resignación. Poco a poco sus vecinos saben que la mujer de la casa con el número 1365 cose, le llevan composturas que le pagan mejor que la maquila, cobra 40 pesos por poner un cierre que se tarda 20 minutos. Poco a poco, como lo hizo en otro tiempo, espera que comiencen a comprarle también sus diseños de vestidos de noche. “Un vestido de noche lo hago de calidad, con buenas costuras que moldean su cuerpo, no se les rompe el vestido a la hora del baile”, dos semanas de trabajo por 1,800, 2,000 pesos.
Carmen iba en la preparatoria cuando unas amigas le enseñaron a coser en su taller. Con el tiempo Carmen se casó, tuvo hijos y se separó. Haber aprendido a usar la máquina años antes le permitió sostenerse y ser independiente económicamente para tomar la decisión de separarse. Pidió trabajo en un taller, en otro y en otro; agarró experiencia. “La mejor escuela es el hambre porque te hace pulirte para ser la mejor”, dice orgullosa. Era la década de los 90 y el pago por el trabajo incluso si no era justo, sí suficiente para vivir. “Una maquila en casa tardaba 2, 3 semanas, 122 juegos de pants y me pagaban de 4,000, 4,500 pesos. Para mí era bueno. Pero luego entró el producto chino y la situación cambió”. Era el inicio del siglo XXI, la desaceleración de la economía estadounidense y la eliminación de derechos de importación a países como China y Japón posibilitaron el éxodo de la inversión de México a países como China.
“La situación cambió”, dice Carmen. “Luego todo cambió”, suma Inés Cortés, de 58 años, quien también maquila todos los días en casa. Inés nació en una familia de 10 hijos y estudió hasta quinto de primaria. Su papá hacía carbón, leña y madera cuando aún era joven y vivían en una comunidad rural; cuando creció se fue a vivir a Tehuacán y se hizo albañil; su mamá siempre trabajó en la casa.
Cuando llegó la maquila china, Carmen decidió dejar los talleres de terceros y trabajar para sí misma, en casa, con su hijo de 8 años y su hija que apenas caminaba. Comenzó haciendo uniformes escolares y con el tiempo diseñó sus primeros vestidos de noche, de graduación, de bodas. Inés, por su parte, trabajaba en la fábrica con dos hermanas, para mantener a sus 5 hijos. “Antes muchos años la fábrica era bien, nos trataban bien, yo era manual y sacaba mi tarea y salía temprano; luego todo cambió, el pago bajó cuando llegaron los chinos, ya nos pedían el doble de tarea y ya no se pudo, nos empezaban a hacer feo, porque no hacía lo que el gerente quería que hiciéramos, que era trabajar más y me salí de la maquiladora y me dediqué al deshebrado en casa”.
Ella deshebra los pantalones de mezclilla que están terminados. “Le quitamos los hilos que les sobran, que les cuelgan. Es un trabajo cansado, uno termina ya en la noche cansado, con el estar levantando los bultos pesados. No me he animado a negociar el precio porque temo perder mi trabajo. Desconozco lo que cuesta un pantalón de esos”. Un pantalón de esos cuesta entre 300 y 400 pesos.
A diferencia de las otras mujeres entrevistadas para este reportaje, que producen ropas de marcas locales, Inés maquila pantalones Mossimo que se venden en tiendas departamentales como Liverpool. También a diferencia de las otras mujeres, Inés es parte intermedia de una cadena en donde ella es subcontratada para hacer el trabajo y a su vez ella subcontrata a otros para realizar su tarea.
“El pantalón me lo trae la maquiladora MC, me trae unos 1,000, 1,500 pantalones cada día. Yo deshebro unos y los otros los reparto, unas personas vienen por ellos, otros los mando a su casa. Se los mando a las 7 de la mañana y a las 8 de la noche me los traen. Yo los empaqueto todos y luego viene por ellos la gente de la maquila MC. Por cada pantalón deshebrado me pagan 80 centavos y tardo como unos 5 minutos; por este trabajo de recibir y repartir la empresa no me paga”. Lo que hace Inés es pagarles 70 centavos por cada pantalón y ella quedarse con esos 10 centavos de ganancia.
Los salarios de quienes trabajan en la industria textil son precarios, pero son aún más precarios para las mujeres. Según la ENOE, mientras en el primer trimestre de 2021, el 31% de los hombres que trabajan en esto recibía hasta un salario mínimo, el 52% de las mujeres recibía eso. Del mismo modo, mientras el 0.93% de los hombres recibía más de cinco salarios mínimos, sólo el 0.012% de las mujeres recibía lo mismo. Al salario del trabajo de maquila en casa lo define el destajo: se paga conforme se trabaja; se acuerda con el contratante, quien a veces es el fabricante directo, otras veces un intermediario (conocido también como coyote). En la dinámica, la persona que maquila produce una primera muestra para calcular tiempo, dificultad y calidad de la mano de obra. En caso de que haya un error, ese error lo paga quien maquila. Por lo que al sueldo habría que restarle esta merma, la compostura y mantenimiento de la máquina, la luz y los hilos.
Carmen trabaja desde las 7 de la mañana a las 10 de la noche; en días de entrega hasta la 1 de la madrugada “o a veces ni duermo”. En ese lapso hay que hacer la comida, atender la casa; o, como Rocío, checar que los muchachos hagan su tarea. “Hay veces que por el trabajo no da tiempo ni de hacer el quehacer de la casa”. Rocío calcula que por un trabajo que le lleva 4 días recibe 600 pesos. La maquila en casa no sólo se trata de la subcontratación de mano de obra, sino que también implica la externalización de riesgos y costos hacia las obreras y obreros. Son ellas quienes deben costear, disponer y mantener de un espacio y herramientas de trabajo.
“Yo tenía mucha disciplina, horarios, comida, el único día que yo descansaba era el 10 de mayo, ese día brincaba y les decía a mis hijos no hago quehacer, no hago comida, no coso, no atiendo nada. Era el único dia que me festejaba… ese día me iba al festival de mi hija, de mi hijo y para ellos trabaja, para eso trabajaba”. Para que sus hijos no tuvieran los zapatos rotos, ni el uniforme despintando. Trabajaba de lunes a domingo, mes tras mes, hasta que su pequeño taller personal se convirtió en un taller donde trabajaban otras tres mujeres, y su hija que apenas caminaba creció y se hizo adolescente y ella, Carmen, pasó de los 30 a los 40 años. Carmen cosía día y noche en la sala de su casa. Sus hijos le bromeaban ¿dónde estás? Porque no la veían entre los montones de tela y de hilos y de retazos.
Carlos Marx escribió que el trabajo es tan enajenante, que el único momento en que los trabajadores vuelven a ser personas es cuando salen de la fábrica y vuelven a casa a realizar las actividades humanas, comer, reproducirse y realizar sus necesidades biológicas. Volver a casa es el único momento en que el trabajador es humano. ¿Qué pasa con esta posibilidad cuando la fábrica ha invadido por completo la casa? ¿Cuándo casa y fábrica son la misma cosa? ¿Qué estrategias inventan las mujeres maquiladoras para no perderse entre montones de tela, de hilos, de entregas pendientes?
“El domingo la única diferencia era que tenía mi botella de tequila a un lado del pedal, eran las 8 de la noche y no sé cómo cosía, pero cosía bien, era lo único que hacía diferente mi diario a los días de descanso, tener la botella era una forma de hacer mi día más relajado”, dice Carmen.
“Yo trabajo todos los días y para sentir que no es trabajo pongo mi música, me gusta la música de antes como la clásica, las cumbias y cuando puedo me voy a la cocina a comer para sentir que no estoy en el trabajo, como despacito y bien sabroso, porque cuando estoy en la entrega no me da ni tiempo de ir, como en la mesa de trabajo del taller, unos frijolitos, sopita, arroz, tortillas”.
Una mujer cuerpo, una mujer máquina, una mujer maquila. Una vida maquila en donde el gesto de beber tequila o escuchar música mientras se sigue cosiendo, se sigue pisando el pedal, es lo que hace la diferencia, al menos emocionalmente.
Con el cambio de casa, Carmen volvió a ser una desconocida y tuvo que dejar los diseños propios de vestidos de noche y volver a la maquila. Varias mujeres entrevistadas habían logrado dar el salto para convertirse en microempresarias costureras, pero un escenario endeble las hizo volver a la maquila ante las emergencias, como el cambio de casa, la separación del marido, el nacimiento de otro hijo o la pandemia.
“Yo maquilo porque la verdad no me quedó de otra durante la pandemia. Yo elaboraba vestuarios para bailables en las escuelas pero por cuestiones de pandemia mi esposo se quedó sin trabajo y no me quedó de otra más que buscar maquila ya somos personas de 50 años pero nos ha ido más o menos”, respondió María del Carmen García en el muro del facebook.
La maquila a domicilio tiene implícita la flexibilidad del horario laboral, que es considerada una ventaja porque al estar la fábrica en el espacio de vida cotidiana se puede trabajar en días y horas poco comunes como los domingos o las 3 de la madrugada. Lisa Carstensen plantea que la maquila en casa exige mecanismos de autodisciplina y es la misma trabajadora quien se impone los ritmos y horarios extendidos del trabajo.
Carmen tiene una hermana que también aprendió a coser cuando eran estudiantes de preparatoria. Su hermana Josefa trabaja en una fábrica textil, tiene seguro, tiene pensión. Carmen no tiene pensión ni seguro. Cada una está conforme con el espacio de trabajo que tiene. “Yo no tengo pensión, por eso me cuido, mis ojitos, mi presión, mi circulación porque estoy mucho tiempo sentada, tomo mucha agua para estar sana. Yo me moriré haciendo lo que me gusta y la herencia de mis hijos será vender todo el taller. Ahora que no tengo que cuidarlos, me cuido yo todo el tiempo, el mejor regalo que les podemos dar es una mamá sana, un trabajo sano”. Como Carmen, el 67% de las mujeres que trabajan en la industria textil no tiene prestaciones laborales, frente al 39 % de los hombres que no cuentan con ese derecho laboral, según datos del INEGI. Doli Ortiz Lazcano considera que las mujeres en las fábricas también se exponen a condiciones laborales muy difíciles, “si ellas fueran a la fábrica, ¿cómo podrían sustentar la vida?”.
Ahora que no tiene hijos que dependan de ella, Carmen trabaja para darse un poco de gusto, salir a caminar, ir a mirar telas, escoger material. Aún recuerda con gusto el día que hace 20 años compró su primer metro de madera. “Soy mi jefa, soy mi dueña, me frustro tomar maquila otra vez pero puedo empezar de nuevo: yo nomás písale al pedal y métele duro, písale písale písale…”.
De la maquila al taller propio
En la entrada de la casa de Verónica hay un pequeño taller de costura con dos maniquíes que portan un vestido de fiesta para una niña de 3 años y un vestido de noche, con encaje en el pecho y una larga abertura en las piernas. Verónica le ajusta con alfileres la tela para hacer los últimos ajustes. Quiere exhibirlos en su página de facebook como una muestra de su trabajo.
Verónica comenzó en la maquila cuando tenía 15 años con unos vecinos que le invitaron a trabajar en su taller familiar porque había tenido clases de costura en la secundaria. Es común que las mujeres menores de edad trabajen en la maquila en casa porque no están reguladas legalmente, y ellas acceden porque necesitan el dinero y no es fácil que les den trabajo en otro lado.
Eran seis mujeres y dos hombres, duró poco tiempo, se fue desanimada por el maltrato de sus empleadores. Años después se juntó y tuvo dos hijas, pero se separó por violencia psicológica por parte del padre de ellas. Buscó trabajo en algunos lugares, hizo cuentas: el costo de la guardería absorbía una gran parte de su salario, descartó esa opción y consideró lo que había aprendido años atrás en su adolescencia. Comenzó con la maquila en casa como casi todas: con sus hijas a un lado y una máquina recta en casa. Al poco tiempo le regalaron una over y una recta, ambas industriales y viejitas.
Maquilar es un trabajo muy precario, paga poco y exige jornadas extenuantes. Vero quiso ir más allá y dos meses antes de la pandemia intentó sus propios diseños, algunos vestidos sencillos para niñas, disfraces. Además de las clases de costura en la secundaria, había trabajado como asistente de una modista de quien aprendió el oficio. Con el tiempo ha perfeccionado su estilo y ahora ofrece vestidos de noche para bodas, graduaciones.
“La transición de la maquila a mi boutique fue muy larga, porque sólo cosía lo que medio le sabía, un día entré a trabajar con una modista y aprendí ahí a hacer los terminados, me metí a estudiar, aprendí a sacar moldes y así empecé a trabajar en hechuras”. Otras mujeres comparten ese sueño:
“Mi sueño es estudiar diseño de modas. Trabajo duro para eso, el no poder descansar no lo tomo como que no puedo descansar, lo tomo como un reto para lograr mi sueño; no quiero maquilar toda mi vida porque no eres nadie, porque es muy cansado, se daña la cintura, la espalda”, escribió Maryan Palacios en facebook.
“Hola yo te voy a hablar desde dos puntos de vista, hace años empecé maquilando en casa, efectivamente ayuda el hecho de no desatender los hijos, comida, lavar, las labores propias del hogar. Pero me di cuenta que descuidaba mi trabajo y reducía mis horas laborables solo a la tarde-noche. Obviamente cansada del día, no rendía lo suficiente para avanzar en mi maquila y me atrasaba en la entrega casi siempre, de igual manera me parecían precios bajos. Al paso del tiempo y con experiencia decidí probar con la fabricación de uniforme escolar. Es iniciar, invertir en hacer muestrario para ofertar producto diseñando nuevos modelos, patrones, telas etc. Y bueno tocar puertas y enfrentarte a una competencia encarnizada con otros compañeros, proveedores que bajan los precios para dar pelea. Siempre he tratado de dar precios justos, pero, en verdad se invierte mucho desde recurso económico, tiempo horas hombre en dar vueltas para repartir y recoger maquila, revisado, empacado entregas al cliente. Entendí desde ese entonces el porqué de los precios bajos en algunas maquilas, y también entendí el porqué cuando das trabajo en casa nos atrasan las entregas, y/o tenemos que recoger sin terminar o incluso sin tocar nuestra maquila».
El trabajo de Verónica, como el de otras mujeres que ofrecen su trabajo en los grupos de facebook, se escapa de la definición de maquila y se convierte en una micro-empresa que compite con la ropa importada o producida a grande escala a nivel nacional, para quienes otras mujeres maquilan. No entran tampoco en el concepto de trabajo a domicilio porque no producen en relación a una maquila, sino a su propio taller.
¿Qué hizo posible que Verónica pudiera transitar de maquilar a tener su propia boutique? Ella lo atribuye al gusto por la costura, a sus conocimientos básicos durante la secundaria y a la necesidad y deseo de darle una mejor vida a sus hijos. “Mucho de lo que me aventé a hacer fue por la necesidad, más que nada”.
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Silvia Federicci ha planteado cómo el cuerpo de las mujeres está invisibilizado en los trabajos de producción y reproducción. La maquila en casa opera además con el aislamiento de las mujeres y la imposibilidad de conocerse, organizarse. En este trabajo la solidaridad entre costureras es indispensable. Sonia recuerda una vez que trabajó en un taller y no les pagaron, en respuesta se organizaron, alguna compañera compró máquinas y se fueron a trabajar con ella. “Entre mujeres nos decimos te entiendo, te comprendo, te ayudo, te apoyo, entre las costureras”.
La feminista inglesa Helen Hester analizó cómo la llegada de los electrodomésticos cambió la vida de las mujeres, particular atención puso en la lavadora: antes de ella, las mujeres lavaban en espacios públicos donde conversaban, compartían, se organizaban. La lavadora las devolvió al hogar, las aisló porque en el juntarte con otras personas, en la presencia, nace la posibilidad de organización. Vero sabe de esto, a diferencia de la fábrica, la maquila en casa incomunica. “Mi vecina hace maquila, nos ayudamos entre ambas, nos pasamos la máquina, entre nosotras hay apoyo. En lo personal no tengo muchos contactos de mujeres más que mis mismas clientas, pero mujeres que trabajen la máquina no conozco muchas, es difícil organizarnos cuando estamos aisladas en casa”.
Inés Cortés, quien comenzó en una fábrica y la dejó para deshebrar pantalones en casa, una de las cosas que más extraña de la fábrica es no tener compañeras ni amigas con quienes platicar. “De la maquila en casa el que yo manejo mis tiempos, mis horarios, siento que tengo más libertad que en la fábrica; lo que no me gusta es que pagan poco y que no tenemos seguro y que no tengo amigas porque en la fábrica sí había otras compañeras con quienes platicar, con quienes ayudarnos, pasabamos de ser compañeras a ser amigas, eso sí lo extraño porque acá está una encerrada en casa, nomás hablando con la máquina”.
Vero quiere convertir su taller en un espacio que reciba a mujeres que sufren violencia, como la sufrió ella con su ex pareja.
“Mi sueño es poner mi boutique donde trabajen otras mujeres como yo. Me gustaría ayudar a chavas que estén en situación de violencia, que tengan a sus niños, tener como un lugar para enseñarles, poner una maquila donde ellas puedan estar trabajando y que ahí puedan estar sus hijos, verlos, echarles ojo y complementar con una apoyo psicológico …. algo así. Yo tuve violencia psicológica, gracias a dios sabía coser para poder estar con mis hijas, hay chicas que no lo tienen y están atadas de manos para estar con sus hijos”.
Vero persevera con su sueño. Va lento, porque no alcanza a producir el stock suficiente para poner a la venta las prendas, le falta darse a conocer para que mujeres que sufran violencia se acerquen a solicitar el trabajo. Pero avanza constante. Está construyendo un cuartito para ofrecer a las mujeres que necesiten el espacio y el trabajo. Está ilusionada, lo hace por otras, por sus hijas y por ella misma.
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