DOXA
Por Dalila Flores / @fl_dalila
En los próximos días se va a estrenar la quinta película de la franquicia de Indiana Jones y encuentro dicho estreno propicio para cuestionar este tipo de productos, para agudizar la mirada y para afinar el oído… ¿por qué esto importa? Porque los productos de entretenimiento trazan más que una narrativa fantástica, los valores e ideologías que acompañan determinados periodos y generaciones.
Vayamos un poco atrás en el tiempo. La primera película de Indiana Jones se estrenó en el año de 1981, con la famosa “Indiana Jones y los cazadores del arca perdida”. Lo que es interesante es el rastreo de su origen y su evolución hasta el 2023.
En su trayectoria, los guionistas han ingeniado una nueva temática para cada película, personas y mentes creativas han llegado y han abandonado la franquicia… lo que ha continuado sin modificación alguna ha sido el trígono Spielberg-Lucas-Williams y saco de esta fórmula al actor Harrison Ford con un particular objetivo que intentaré desarrollar en este espacio.
Para escribir estas letras, me di a la tarea de “maratonear” esta franquicia con mi papá, arduo fan del arqueólogo. Viajamos juntos a 1981, 1984, 1989 y al 2008 y ¿por qué digo que viajamos? Porque he ahí el poder de franquicias como esta: en las narrativas se puede encontrar más que una fantasía: un complejo telar de ideologías en (y que distinguen) un determinado espacio temporal.
Entre las múltiples líneas que se puede seguir, sigamos a las mujeres de la trama: Marion Ravenwood (Karen Allen), Willie Scott (Kate Capshaw), Elsa Schneider (Alison Doody) e Irina Spalko (Cate Blanchett).
En “Indiana Jones y los cazadores del arca perdida” se puede ver una Marion Ravenwood que, si bien en la narrativa se le adjudican adjetivos relacionados con la inteligencia, predominan los momentos en donde es secuestrada y hasta utilizada como moneda de cambio “inteligente, pero no tanto”. Recordemos que en el año de esta producción (1981) Estados Unidos se encontraba en una reciente transición presidencial. El exactor, Ronald Reagan, republicano, tomaba la presidencia. La administración de Reagan representó un desafío en materia de derechos de las mujeres, pues se reconoce que Reagan era un fiel partidario de los primitivos roles de género y la penalización del aborto (Coste, 2016); al mismo tiempo, los puestos laborales y las pagas eran notoriamente desiguales. La presencia de la mujer, como la participación de Marion, se limitaba a un “sí, pero no tanto”.
Para el viaje de 1984, la administración de Reagan estaba justo en la mitad de su periodo. En “Indiana Jones y el Tempo de la Perdición” se puede ver una Willie Scott escandalosa, poco hábil y con diálogos que no trascienden más allá de temáticas superficiales, una Willie armoniosa con el pico ideológico del mandato de Reagan. Para “Indiana Jones y la última cruzada” nos colocamos en 1989, el último año de la administración de Reagan, una transición entre el máximo machismo y la liberación femenina. En el lapso del término de esta administración y el inicio de la nueva (George H. W. Bush), se enfatizaba una reconfiguración de la masculinidad, un hombre ahora emocional y enfocado a la familia (Terminator 2 y La Bella y la Bestia pueden confirmar esto (sí, leyeron bien)) por tanto, el énfasis era hacia el nuevo hombre y la sensibilidad; el co-protagonismo de una figura femenina es reemplazada por la del padre del arqueólogo (Sean Connery). Esto dio entonces una escasa participación en la figura femenina, que aun así es de interesante mención. Elsa Schneider es colocada como una investigadora (“al fin, la mujer cerca del conocimiento”) que al final de cuentas, es tentada por la ambición y muere, a diferencia de Indiana Jones, quien se coloca en la misma posición que Elsa, pero en la que sale victorioso gracias al poder de la familia.
Para la cuarta entrega, además de la reaparición de Marion, vemos a Cate Blanchett interpretando a Irina Spalko, una oficial de la KGB afiliada a la Unión Soviética (aquí no hace falta mencionar la clara postura política que se entreteje en cada película) y quien desde la primera escena presume que sus altos cargos se deben a su capacidad de manejar el conocimiento. Es interesante la forma en la que la figura femenina se asocia de manera más marcada al conocimiento con un pequeño giro: un conocimiento casi paranormal. La mujer es aquí asociada con los conocimientos, lo inexplicable, lo paranormal… mismos que escapan de su control y terminan marcando su propio final.
Con esto podemos trazar tan solo un camino de análisis de esta narrativa histórica reflejada en un producto cultural, pero…como toda ideología es una compleja articulación de elementos que configuran cierto mapa, lo es también este producto cultural.
Para realizar cualquier mapa se requiere de herramientas, en este caso, volvamos al trígono inicial Spielberg-Lucas-Williams: un reconocido director, un productor y un músico. Esta articulación creativa se vio por primera vez en la reconocida franquicia Star Wars (franquicia igualmente cargada de elementos ideológicos… pero esa es otra historia). La participación de Spielberg y Lucas ya fue desarrollada anteriormente (dirección y producción) pero falta aquí el elemento Williams, el cual es importante subrayar, pues es el único del trígono original que permanece en esta nueva entrega. John Williams puede estar tras bambalinas, pero es su participación en este trígono, la que contornea el mapa.
La última vez que fui al cine, al salir de la película, recuerdo escuchar Raider’s March en los altavoces y recuerdo la sensación al escuchar el fragmento: inmediatamente me vino Harrison Ford a la cabeza y si bien es una imagen la que esbocé, se activaron relámpagos de narrativa. Dicen Martínez-Rodrigo & Segura García (2011) que la música puede configurar un “eslogan auditivo”, yo aunaría a esto, la activación de un mapa ideológico transversal a las geografías. La música es un sello mutable; el subproducto del producto, la parte de los trazos que se logra insertar en la cotidianidad de manera tan orgánica y “neutral” pero ¿Indiana Jones sería el mismo sin su clásico himno sonoro? La música nutre y se nutre del producto en un ciclo en donde la marea ideológica inserta en la narrativa no pierde el asiento.
La próxima vez que escuchen un icónico himno mediático, pregúntense (y cuestionen) qué mapa están dibujando y qué momentos socioculturales tararean.
REFERENCIAS
Coste, F. (2016). “Women, Ladies, Girls, Gals…”: Ronald Reagan and the Evolution of Gender Roles in the United States. Miranda, 12. https://doi.org/10.4000/miranda.8602
Jeffords, S. (1995). The Curse of Masculinity. Disney’s Beauty and the Beast. En From Mouse to Mermaid. The Politics of Film, Gender and Culture (Bloomington and Indianapolis, pp. 161-172).
Martínez-Rodrigo, E., & Segura García, R. (2011). Música y emociones en campañas institucionales. El caso de la DGT Española (1964-1983). VivatAcademia, 117.