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Obligados por el temor y la amenaza, habitantes de la frontera sur en Chiapas impiden que el ejército llegue a las comunidades donde los cárteles de la droga disputan el territorio
Texto: Ángeles Mariscal / Chiapas Paralelo
Fotos: Ángeles Mariscal
CHIAPAS. – Un millar de uniformados intentaron romper uno de los bloqueos que pobladores de Frontera Comalapa colocaron para impedir su entrada a la zona fronteriza de Chiapas con Guatemala, donde cárteles de la droga se disputan el territorio.
En el poblado Joaquín Miguel Gutiérrez, conocido como Quespala, en meses recientes han muerto asesinados al menos cinco pobladores. De ello dan cuenta dos pequeñas capillas azules que hay a orilla de la carretera de entrada a la comunidad.
Eso, y la amenaza de “levantones”, los reclutamientos forzados, las multas de mil pesos diarios a quienes no participen en los bloqueos, los despojos de casas y las desapariciones que se han vuelto cotidianas en la zona, hicieron que este poblado de unos mil 500 habitantes, no tuvieran duda de que para sobrevivir y proteger a sus familias -sobre todo los jóvenes- había que obedecer al Cártel que predomina en la zona.
Por la carretera que lleva del municipio de Comitán -el más grande de la región- a Quespala, ubicado en el municipio Frontera Comalapa, hay vehículos quemados que en su momento sirvieron para instalar retenes, hay gasolineras abandonadas, hay ranchos vacíos.
También hay “plumas” (barras de metal) que ha colocado la población desde mediados de 2021, cuando empezó la disputa entre cárteles en la zona de la frontera sur de México. Las “plumas” primero sirvieron para controlar la entrada de personas ajenas a la zona y protegerse, ahora son para detener el paso de militares.
Si lo vemos en un mapa, los poblados que forman parte de los municipios Frontera Comalapa, La Trinitaria, Amatenango de la Frontera y Chicomuselo, se encuentran a pocos kilómetros de la frontera con Guatemala; esta situación los hace ser un territorio estratégico para el trasiego de droga, armas, personas, y cualquier mercancía ilegal.
Es también una zona rural donde los pobladores se conocen entre sí, y donde los caminos pequeños e interconectados permiten que cualquiera que llegue a la zona pueda ser identificado.
Esto, que puede ser una virtud para fortalecer el tejido comunitario, se ha convertido en un mecanismo de control de los cárteles de la droga hacia la población. Nada se mueve acá que no se sepa, y cualquier desobediencia se castiga.
Bajo estos mecanismos de control y terror, la población ha sido obligada a participar en la guerra entre cárteles y, según los grupos del crimen organizado van teniendo fricciones o acuerdos con las fuerzas del Estado -militares, policías y agentes de la Guardia Nacional- les abren o cierran el paso.