La violencia laboral de Giovana Jaspersen, directora del Museo Franz Mayer

Medios Aliados

Los medios de comunicación nacionales e internacionales dicen que Giovana Jaspersen García renunció a su puesto como Secretaria de Cultura de Jalisco en 2021 por “la dignidad del sector” pero no es verdad: La despidieron cuando su equipo de trabajo se encontraba quemado, humillado y al borde de una crisis. Lo sé porque yo era parte de ese equipo de trabajo y porque yo escribí la primera versión de esa renuncia.

Giovana Jaspersen García es restauradora y gestora cultural. Tiene una plaza como trabajadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Fue directora del Museo de Antropología e Historia “Palacio Cantón” en Mérida, Yucatán y la primera Secretaria de Cultura de Jalisco en la administración actual de Enrique Alfaro. Actualmente, es directora del Museo Franz Mayer, una institución cultural administrada por el Banco de México en la capital del país. También formó parte del colectivo feminista “Ya no somos invisibles” de Mérida, Yucatán.

En los últimos meses, periódicos como El País, Heraldo de México o La Jornada la han entrevistado acerca de “su visión” sobre cómo “el futuro se construye” tendiendo puentes entre cultura y derechos humanos y cómo los museos son “espacios de libertad”. Pero como sucede en muchos otros casos, su discurso de derechos humanos, feminismo y dignificación de la cultura es sólo un instrumento para ocupar espacios de poder en instituciones públicas con la legitimación de ciertas personas, organizaciones e instituciones.

Durante los tres años que trabajé con ella, la mayor parte del tiempo a distancia, viví y fui testigo de violencia laboral y abuso psicológico de Giovana Jaspersen hacia sus trabajadores. No fue hasta que comencé a trabajar con ella en Yucatán, luego de su salida de la Secretaría de Jalisco, cuando entendí que las mentiras para encubrir sus violencias y cambiar la narrativa para parecer ella la víctima eran parte de una dinámica bien ensayada, con estrategias y recursos de manipulación y abuso psicológico.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la violencia laboral es “el comportamiento agresivo de uno o más miembros de un equipo de trabajo hacia un individuo de dicho grupo, con el objetivo de producir miedo, desprecio o depresión en ese trabajador, hasta que renuncie o sea despedido”. Es una forma de abuso de poder que busca excluir, aislar o someter a la persona trabajadora.

La violencia laboral atenta contra los derechos humanos de las personas trabajadoras y es una de las razones principales por las cuales las personas renuncian. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), durante los primeros tres meses de 2019, aproximadamente 23 mil 542 personas abandonaron su lugar de trabajo debido a que sufrían acoso.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) del 2021 arroja que del total de mujeres que ha tenido un trabajo, el 27.9% ha experimentado violencia siendo la violencia psicológica el principal tipo de violencia con un porcentaje de 29.4%. Únicamente el 6.1% de las mujeres que han sufrido violencia laboral han denunciado. Hay una cifra negra que contiene el 94% de las experiencias que no han sido notificadas ni a las autoridades de su propio trabajo, ni al sindicato o la fiscalía. La violencia laboral, además, no suele llegar a instancias como el Ministerio Público pues 7 de cada 10 personas que denunciaron lo hicieron ante las autoridades de su propio trabajo.

Los siguientes textos dan testimonio de casi diez años de violencia laboral, entre el 2013 y el 2022 durante sus funciones públicas en Jalisco y Yucatán. Algunas de las personas que han trabajado con ella desarrollaron bruxismo, ansiedad, ataques de pánico, burn out e, incluso, dos testimonios aseguran que una de sus asistentes terminó en urgencias por complicaciones estomacales debido al estrés.

Este texto se hizo después de hablar con 12 personas que trabajaron con Jaspersen con experiencias y patrones similares a los que viví y a los que presencié por parte de la actual directora del Museo Franz Meyer.

Algunas de esas personas prefirieron no hablar on the record pero sí a compartir sus experiencias e información. Otras, dieron el permiso de compartir su testimonio siempre y cuando mantuviera su anonimato. Son personas que trabajan en instituciones públicas o que de alguna manera consideran que hablar puede perjudicarles laboral o emocionalmente.

Por Katia Rejón / @memoriasdnomada

Memorias de Nómada tiene el respaldo de correos, conversaciones, audios, capturas de pantalla y material probatorio que respalda los testimonios. En consenso con las personas entrevistadas, decidimos publicar únicamente aquellos que mantengan la protección emocional e identitaria de las fuentes.

2013 | Museo de Antropología “Palacio Cantón”
Testimonio de L.

En 2013 Giovana Jaspersen contrató a restauradores de otras partes del país para que trabajáramos con ella en Mérida, Yucatán. Aunque me había contratado como restauradora, en realidad mi puesto era ser ella. En ese momento estaba gestionando su dirección del Palacio Cantón pero todavía tenía la coordinación de Conservación del Centro INAH Yucatán.

Al principio nos habían ofrecido 12 mil pesos, pero los contratos nos llegaron de 12 500 pesos y todos lo firmamos y eso recibimos. Pero poco después ella nos mandó un correo diciendo que no sabía por qué la Coordinación del INAH nos había pagado 500 pesos de más. Nos pidió a todos regresar el dinero y nos regañó por gastarlo en cosas personales. Una compañera había usado su primer salario para comprar zapatos que no tenía. Por eso en el correo menciona que todo el dinero que ganamos se convirtió en viajes a Guadalajara (habíamos viajado por nuestra graduación) y en “zapatitos”.

Cuando ya era directora del Palacio me dijo que yo me tendría que hacer cargo de todos los proyectos y me mandó un sábado a sacar archivos que había dejado en el taller del INAH: su computadora, caja chica, carpetas. Y ahora que lo pienso como adulta, entiendo que me robé información porque la computadora era de la sección de Conservación. Fui su instrumento para robarles información de sus proyectos cuando esa información es del INAH.

El desgaste laboral pasó a ser abuso psicológico cuando conocí a mi actual esposo porque en ese entonces no tenía más vida que el trabajo. Una vez fuimos al cumpleaños de una amiga en común y llegué con mi pareja. Giovana comenzó a burlarse de nosotros. Se volteó y le dijo a mi esposo: «Tú eres su novio, pero ella es mía». Todo mundo se rió pero es algo bien fuerte porque me veía como su posesión. Venía mi mamá a verme y ella hacía lo posible para que yo no tuviera tiempo de estar con ella, cosas así.

Cada cambio de exposición para ella eran mortales, se burlaba de mí porque un día le grité que no era pulpo. Comenzó a llamarme “la pulpa”, “la cucarachita”, “la ratilla”.

Yo me enfermaba de algo cada cambio de exposición y no me podía parar de la cama. Me gritaba “pendeja” y también hubo agresiones físicas. El día de una inauguración, una autoridad de la Ciudad de México comenzó a toser muy fuerte. Un trabajador le llevó corriendo un vaso de agua, yo estaba pasando en ese momento y Giovana me empujó con fuerza para que pasara el vaso de agua. Nunca se disculpó.

Una vez me dijo que si yo hubiera aprovechado el honor de ser la asistente de alguien como ella hubiera aprendido muchísimo y que si yo no me daba cuenta pero que le debía el hecho de estar en Yucatán.

Después de meses de desgaste, manipulación emocional y explotación, me sacaron de la nómina sin avisarme. Me había aislado en una oficina sin contacto con otras áreas y cuando terminó el mes no me llegó el sueldo. Cuando pregunté, me dijeron que era porque ya no trabajaba ahí desde hace un mes. A la fecha Giovana no me ha corrido.

Ella es maestra para dejar ver lo que quiere que se vea. No me gusta considerarme una persona débil pero sí detecta a las personas que no tienen una red de apoyo fuerte, obsesionadas con el trabajo. Se aprovecha de eso y de la neurodivergencia.

Tuve la intención de poner una denuncia por violencia laboral pero como este tipo de denuncias ante el INAH se resuelven en la Ciudad de México, no pude continuar el proceso. Pensé que las cosas caerían por su propio peso, pero no lo han hecho y por eso supe que tenía que hablar contigo.

Lee el testimonio completo aquí.

2019-2022 | Secretaría de Cultura de Jalisco, trabajo independiente en Jalisco y Yucatán, Marejada y Talasa

Testimonio de K.

Acababan de inaugurar la exposición de Ko’olel, Transformando el camino en el Palacio Cantón y Giovana Jaspersen comenzó a acercarse a mí y a hablarme, como si fuéramos amigas. Al principio me pareció extraño e intenté poner límites ya que yo era una reportera y ella una funcionaria pública, pero siempre me reviraba con comentarios del tipo: “¿En serio me vas a hablar de usted?”. En ese entonces yo tenía 23 años, ella es diez años mayor.

En una ocasión me mandó a hablar a su oficina y ahí, frente a su asistente -con un discurso muy rebuscado- me dijo que me vestía mal y que yo podría ser la mejor periodista cultural “si me lo propusiera”. Como ejemplo, se puso a ella misma cuando comenzó a usar tacones para dar un mensaje “más apropiado”.

Ella decía que éramos amigas pero era una amistad muy extraña en la que me hacía sentir muy mal conmigo misma. Incluso les dijo a sus amigos que tenían que ser amigos míos “porque yo no tenía a nadie.” En ese entonces no lo sabía, pero hoy sé que tengo Trastorno de Estrés Postraumático por situaciones que viví en mi infancia, y recuerdo que en al menos dos ocasiones me insistió en beber hasta emborracharme mientras me preguntaba cosas íntimas y personales relacionadas con ese trauma. Todo bajo el argumento de ser amigas, aunque después usaba esa información para controlarme, criticarme o «psicoanalizarme».

Le gustaba decirme cosas como “Tú escribes porque quieres ser mirada”, “No te veo en el futuro como una periodista seria”, “Si no resuelves el conflicto con tu mamá no puedes ser feminista”. Me dejaba de hablar por días como castigo si hacía algo mal en el trabajo, respondiendo con silencios largamente incómodos y miradas fijas que me atravesaban con desprecio. Una vez me dijo riéndose “Por eso te quiero mucho. Llevo años robándome tus ideas, haciéndolas pasar como si se me acabaran de ocurrir, y nunca te pido permiso”.

Acepté trabajar con ella, supuestamente, unas horas a la semana a distancia escribiendo sus discursos y llevando sus redes sociales cuando era Secretaria en Jalisco. Ese trabajo se convirtió en una jornada de tiempo completo hiper demandante. Constantemente me decía que tenía que aprender a “leerle el pensamiento” porque no tenía tiempo de explicarme lo que tenía qué hacer, pero sí me solicitaba tareas terminadas.

Teníamos juntas los sábados y domingos, y me pagaba 4 mil pesos al mes. En la pandemia le dije que estaba haciendo mucho más de lo que habíamos acordado al principio y prometió que me pagaría más cuando terminaran el papeleo de la nómina. La situación comenzó a ser insostenible cuando la sacaron de la Secretaría y a mí me debía un año de sueldo.

Cuando la corrieron de la SCJ me dijo que había sido porque su jefa inmediata le tenía mucha envidia y me pidió que hiciera una línea hablando de la violencia hacia ella por ser mujer. Tengo el audio donde me da esta indicación con el objetivo de «alimentar a las feministas» de sus redes sociales para que la defiendan.

En Yucatán, me propuso abrir un colectivo y me negué. Luego me ofreció un trabajo como redactora para un museo privado que iban a abrir en el centro de Mérida. Como era de medio tiempo, de redactora, temporal y con un buen sueldo, acepté pensando que esta vez sí pondría límites. Pero después le quitaron el proyecto, entre otras cosas, porque en una reunión de trabajo en la que solicitó más dinero para el museo, la clienta -una mujer de la tercera edad- llegó muy borracha y su familia se alarmó. Mi compañera de trabajo tiene un mensaje donde Giovana le pide expresamente que reserve en un lugar donde haya mezcal.

Giovana sacaba mucho el tema de cómo se iba a beber con autoridades del INAH y como ella no se emborrachaba fácilmente, las cosas que platicaban entre ellos le servían después para convertirlos “en sus mejores amigos”. Definitivamente el alcohol es una estrategia de control para ella.

En su último proyecto, Marejada y Talasa, comencé a cuestionar ciertas prácticas verticales, explotadoras, machistas y sin ética. Me pedía que hiciéramos un programa para capacitar a los 106 municipios de Yucatán en menos de una semana, sin conocer muchos de esos municipios ni tener ningún contacto con la población. A veces entraba a su oficina y me decía cosas como que, junto con L. el fotógrafo de la empresa, quería ir a ver a un niño de una comunidad que años antes había sido testigo del feminicidio de su mamá “solo para ver qué decía”. Yo le dije que eso no era ético y me dijo: “Por favor, no le digas eso a L.”

Fue sumamente difícil pero logré renunciar y desvincularme de todos los proyectos de ella apenas conseguí otro trabajo. Días más tarde insistió en “crearme un personaje” para mis redes sociales. En ese momento supe que nunca dejaría de intentar controlarme y rompí definitivamente la relación.

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2019- 2022 | Secretaría de Jalisco
Testimonio de M.

El discurso de Giovana constantemente era que “estábamos haciendo las cosas diferentes”. El manejo correcto de su imagen y la percepción de ella hacia el exterior era una orden tácita y estratégica. Al inicio como parte de su equipo de trabajo en la dirección de comunicación asumí el papel de seguirla a todos lados, ir a cada lugar donde tuviera una aparición.

Recibí comentarios sobre mi manera de vestir, que eso no se veía adecuado para un directivo que trabajaba para ella. Mi manera de tratarla en las reuniones debía ser mesurada, para demostrar su jerarquía. Éramos amigos en otro contexto, me decía, pero frente a los demás “yo soy la autoridad”.

No alcanzo a darme cuenta en qué momento este ambiente laboral donde se desvivía en elogios para los que trabajamos cerca de ella, se convirtió a su vez en un ambiente de tensión en donde todos estábamos de una u otra forma enfrentados.

En mi inexperiencia troné yo y troné al equipo con el que trabajaba, repliqué con calca la manera déspota con la que me trataba bajo el pretexto de que “estábamos haciendo cosas muy importantes y nadie estaba entendiendo la trascendencia de eso”.

Un día yo necesitaba entrar a su despacho para que tomara una llamada de entrevista. Para pasar a su oficina teníamos que avisar primero a su secretaria y dar el motivo. Pasé y para mí era obvio que ya sabía para qué estaba ahí. No me miró ni me habló por 15 o 20 minutos. Hasta que de repente me dijo, sin dirigirme la mirada: ¿Qué haces aquí?

Mi momento de quiebre llegó el día que teníamos que preparar una rueda de prensa para anunciar un evento que aún no terminaba de producirse, Baile Usted. Cada rueda de prensa debía ser un espectáculo, al final de ésta un flashmob en el edificio debía sorprender a los medios para que se llevasen las mejores fotos. Todo era un show, todo era el mensaje, no eran las acciones.

Terminamos la actividad y ella se fue con un presidente municipal a enseñarle la biblioteca del Edificio Arróniz, de la Secretaría, era un punto clave en la visita del alcalde para plantearle nuevos proyectos. Ahora que lo cuento, pienso: ¿Qué tan especial debes de sentirte como para enseñarle el edificio donde trabajas a un presidente municipal?

Ese día no hubo fotografía con el alcalde en la biblioteca porque priorizamos tener el material de la rueda de prensa, pero el enojo se detonó y tuve que correr desesperadamente hacia la fotógrafa para que alcanzara a registrar lo que pudiera. La fotógrafa alcanzó a tomarles unas cuando ya estaban despidiéndose.

Como no pudimos tomarle fotos con el alcalde, en la entrada del Edificio Arroniz me tomó fuerte del brazo y me dijo: “¿Qué pasó?”. Me quedé helado. “No puedes hablar, cuando puedas hablar subes al despacho”. Y me soltó. Mi estrés y ansiedad era tal que me fui al baño para llorar. Ahí recibí un mensaje que decía: “Merezco una explicación. Cuando logres ser un adulto. Te estoy esperando”. Tomé un tiempo y subí, ya no recuerdo qué me dijo ni cómo me regañó.

A diferencia de otros trabajos, con ella se borraban los límites profesionales. Recuerdo diferentes ocasiones donde aprovechó información sobre mi familia para fingir una falsa empatía. Como el nacimiento de mi primera sobrina cuando al ver mi emoción por su nacimiento comentó “Deberían ponerle Giovana”. Se sentía como una forma de controlar una narrativa donde ella estaba presente todo el tiempo, una relación de confianza que realmente no existía pero servía de pretexto para después humillar o ser grosera.

A los casi 10 meses después de asumir el cargo, Giovana hacía presión suficiente por diferentes frentes para que yo renunciara, justo cuando me estaba comprando la idea que lo mío era una curva de aprendizaje. Intenté durante varias semanas una cita en su despacho para despedirme y cerrar de manera profesional ese capítulo. Era obvio que tenía conocimiento del tema pero nunca me recibió.

En la Secretaría, meses antes de su “renuncia”, convocaron a diferentes personas a una sesión con una autoridad arriba de ella para tratar de entender las quejas que existían sobre su maltrato laboral. En ese momento hablamos más de 8 personas con cargos directivos o de jefaturas. Al terminar mi entrevista recuerdo que casi todos dijeron que era algo patológico. Ahí me di cuenta que no era sólo yo. Nunca me había cuestionado tanto mi realidad.

Hace poco fui a acompañar a una amiga a firmar al edificio Arroniz después de dos años de renunciar. Y le dije: Siento que estoy donde fracasé. Pasé por terapia, no por eso sino por otras situaciones, pero sí ha habido momentos en las sesiones donde sale esta experiencia como una coyuntura muy significativa.

Hoy leo las notas publicadas en medios nacionales e internacionales sobre su perfil y sé perfectamente que son actos de posicionamiento muy estratégicos, que en cada nota hay una gestión particular, un embelesamiento de palabras ante los medios para que estos se lleven ese retrato perfecto de alguien que asume estar cambiando la política de este país en un discurso y un espectáculo que poco tiene de coherente.

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2019-2022 | Secretaría de Cultura de Jalisco
Testimonio X.

La conocí en febrero de 2019 en la Secretaría de Cultura de Jalisco cuando me llamaron a su despacho. Yo ya tenía referencias de ella porque conocía a sus primeras asistentes. Ya sabía de sus exigencias inverosímiles de tener lista una tarea a las siete de la mañana y de cómo les hablaba mucho después de terminado su horario laboral. Las dos salieron muy afectadas. Así que yo iba a su oficina con el corazón al mil.

Ella les pedía a sus asistentes cosas personales: la comida que quería, lo que debía haber en el refri, cosas que no estaban en su contrato. Una me dijo que saboteó su despido, le pedía cosas y luego lo negaba en frente de otras personas y la hacía pasar como no profesional.

Aun con esas referencias, la primera fase de trabajar con ella yo sentía que era un privilegio. Si me encargaba algo el domingo a las 11 de la noche era porque creía en mi potencial. Yo la admiraba por ser una mujer que llevara la batuta de la cultura y las artes en el estado. Ella te lo vende como que «hay que darlo todo» porque «nosotras hacemos girar el mundo». Te dice «No cualquiera está en tu lugar», «Mírame, eres así y yo soy así, estás conmigo y todo esto que estamos haciendo es inimaginable, ¿cuándo ibas a estar aquí? Nunca». Y a la vez había más carga laboral y mental.

Luego empieza la parte cuando se borran las barreras profesionales y comienza a atacar lo personal. De lo que yo fui testigo con su secretaria particular. Hablaba de ella como persona, de su carácter. Demeritaba y se apropiaba del trabajo de los otros. Le ponía firma a cosas que ella nunca hizo, al mismo tiempo que otras personas lo trabajaban y ella saboteaba el trabajo de otros.

Para mí comenzó a ser insostenible, no tenía vida, me hacía sentir muy pequeñita. Me decía que yo tenía un privilegio mientras me estaba desmoronando. Nos hacía llorar. A unas personas les mostraba una cara y con otras, a través de la mentira, era una persona completamente diferente.

Hicimos un viaje y tuvo una molestia relacionada con el “nivel” de un servicio y en frente de otras personas me empezó a gritar «A ver, mijita» con ese vocabulario de «ubícate, niña». También me tocó ver cómo le gritaba a su secretaria particular, cómo le hacía gestos, cómo hablaba de la forma de vestir de ciertos artistas.

Pese a todo lo que pasó en Jalisco, logró manejar una historia en los medios de que había renunciado por el presupuesto en tiempos de pandemia. Aunque la bomba explotó por otra cosa, porque su equipo de trabajo y el mismo sector ya no quería trabajar con ella.

Cuando se fue, me quedé un año más. Fue un gran alivio. Fue como si la máquina, de tanta fricción, estuviera sacando chispas y a punto de quemarse, pero se va ella y se detiene ypodemos respirar. Hubo casos en que lloramos como catarsis porque ya era insostenible.

Antes de que la despidieran empecé a tener ataques de pánico y consecuencias psicológicas. Pero por esta dinámica con una persona narcisista parece que te enfrentas al mundo siendo tú una persona «insignificante».

He trabajado en el sector cultural y aunque se trabaja de noche, fines de semana y eventos, siempre hay una compensación. Lo que hace diferente esta experiencia es que no se podía dialogar con esta persona. Te daba argumentos que volteaban las cosas y que te ataban de manos. Fue una experiencia traumática. Con mis pocas herramientas emocionales, le compartí que no la estaba pasando bien, que por favor me dejara respirar. Pero no, era una relación muy vertical, no tenías voz y cada vez te exprimía más. Te exponía ante los demás. Los despidos eran reales y sí, pensabas dos veces antes de decir algo.

Fue una experiencia de mucha ansiedad, de ataques de pánico. Giovana era uno de los temas principales en mi terapia. Por eso acepté esta entrevista, porque una piensa: Si hubiera hecho algo, no hubiera pasado muchas cosas que viví ni el daño que le hizo a otras personas. Hay que ponerle un alto a esta gente porque piensan que no han hecho nada malo y van a seguir así.

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2014, 2016 y 2022| CEPHCIS, Palacio Cantón y Marejada
Testimonio de A.

Era mi maestra en la licenciatura, en segundo semestre, en el 2014 cuando era directora del Museo de Antropología del Palacio Cantón. A mí me gustaba su clase porque aparentaba saber mucho en temas de restauración y patrimonio, la admiraba porque era una mujer en un cargo importante y muy segura de sí misma.

A veces nos pedía como parte de su materia ir a actividades del Palacio Cantón a tomar cursos. Siempre que íbamos había un fotógrafo acompañándonos en recorridos. Para el proyecto final de su materia nos daba dos opciones: Hacer un trabajo relacionado con nuestro tema de interés u otro dedicado al Palacio Cantón. Yo elegí hacer uno del Palacio Cantón porque también te daba a entender que si era bueno, se podría implementar. No hablaba de trabajo remunerado, pero decía que podíamos hacer prácticas profesionales ahí con la posibilidad de quedarnos.

Mi proyecto se llamó «Reviviendo el Palacio Cantón» y me citó en su oficina para hablar de la posibilidad de que yo desarrollara ese proyecto en el museo. Me emocioné mucho y le pasé mi trabajo de campo y el piloto del proyecto. Luego de eso me ghosteó. Me di cuenta de que había implementado las cosas de mi proyecto y lo hizo sin mí.

Compañeros más grandes me dijeron que eso siempre pasaba, que los investigadores solían robarle temas a sus alumnos y me sugirieron que mejor no diera problemas porque después podría necesitar trabajo o volver a topármela. Y así fue, unos años después volvió a ser mi maestra.

Cuando llegó la pandemia, subió una historia en Instagram en la que solicitaba diseñador y yo le comenté de broma que si no necesitaba una gestora cultural. Me contó que estaba de vuelta a Yucatán y que iba a hacer un museo. Recuerdo que personas cercanas me dijeron “Qué bueno que no dijiste nada cuando se robó tu proyecto”. Y yo pensé que sí, se había robado mis ideas pero quizá en este momento me estaba devolviendo el favor. Me hicieron una entrevista pero el puesto no era para gestora sino para asistente personal. Lo acepté y me tuve que mudar en unos días a Mérida donde afortunadamente vive mi familia, ya que para ese entonces ya estaba viviendo de nuevo en CDMX.

Lo primero que me dijo fue que ella no necesitaba una asistente sino «una extensión de su cerebro». Me dijo que yo iba a ser su «USB humano» que iba a atender todas las cosas que ella no podía porque su mente ocupada trabajaba todo el tiempo. Para ese trabajo tuve que comprarme un carro.

Mi horario laboral era de 9 am a 5 pm, pero cuando llegué me dijo que en realidad salía a las 6 pm y que a veces me iba a requerir más tiempo. Me pedía cosas en días inhábiles, domingos, entre semana a las 10 de la noche o a las 6 de la mañana. En los cumpleaños de amigas, en el gimnasio, siempre me llegaban peticiones de trabajo urgentes. Y eran cosas como enviar un archivo o buscar un link, cosas que podía hacer ella. O peticiones personales como comprarle tampones o buscar un lugar para lavar su coche, organizar fiestas de sus amigos.

Hacía trabajo de gestión, de asistente personal, de community manager, de chofer. Nunca me ofreció dinero para la gasolina aunque disponía de mi coche, tampoco me pagó horas extras. Cuando pedí un aumento por los horarios me dijo que no porque no tenía experiencia. Y yo pensaba: ¿Qué experiencia necesito para servirte sopa? Además sí tenía experiencia en gestión. Ella me hizo dudar mucho de mis capacidades porque tiene una manera de hablar que te envuelve y te hace dudar de ti misma.

No era solo trabajar para ella haciendo múltiples roles sino que ella ejercía control de mi vida personal y eso no me había pasado en otros trabajos. Quería tener control sobre mi persona, cómo me vestía, con quién interactuaba. Un miércoles salí con mis amigos del trabajo que conocí en Marejada, subí historias al Instagram con ellos. Al otro día me dijo que le daba mucho gusto que nos lleváramos bien, pero que si yo seguía interactuando con ellos no me iban a respetar y que ella necesitaba que me vieran como una autoridad y no como una amiga.

Lo que siguió fue mi manera de vestir. Fuimos a una junta de trabajo y yo llevaba un vestido normal, bonito y formal. Me dijo que si quería que los hombres me tomaran en serio en el mundo de los negocios no me podía vestir así: «Cuando entres a una sala de negocios, ¿qué quieres que vean? ¿tus piernas o tus ideas?” Y yo le dije que mis ideas, entonces me dijo que de ese momento en adelante, cuando fuera con ella, no me pusiera faldas ni vestidos.

Tuvo muchas repercusiones en la manera en que me veía a mí misma. Me hizo gaslighting, le expresaba que no me sentía cómoda por ciertas cosas y todos mis compañeros no estaban cómodos, llorábamos en la oficina. Cuando se lo externé no lo aceptó, dijo que yo la estaba decepcionando. Nunca fue capaz de admitir el daño que nos hacía, siempre lo volteaba para decir que nosotros le hacíamos daño a ella.

Me daba instrucciones y luego me negaba lo que me había pedido. Eso me lo hizo con un vuelo, un hospedaje y unos papeles que ella perdió. Sentía que me estaba volviendo loca. Disfrutaba mucho hacernos entrar en tensión: Como equipo nos pedía una presentación y media hora antes de la presentación quería que lo rehiciéramos todo o pedía modificaciones importantes. En el chat diario la instrucción era que siempre al finalizar el día yo debía eliminar el chat de Telegram para todxs, esto bajo la justificación de que estuviese “ordenado”. Ahora me doy cuenta que en realidad era para que no tuviéramos evidencia de sus contradicciones, para que no pudiéramos decirle “dijiste verde” cuando ella juraba que dijo “rojo”.

Empecé a sufrir de bruxismo, no soportaba mis hombros por el estrés. Fue una explotación que nunca había sentido. Cuando me pedía cosas en fin de semana me decía «Me encanta trabajar contigo. Eres maravillosa».

Lee el testimonio completo aquí.

***

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos tiene una lista de cosas que describen la violencia laboral. A pesar de que hay más situaciones comentadas por las personas entrevistadas que también son consideradas por la CNDH como acoso laboral, las siguientes son situaciones que vivieron las seis entrevistadas on the record, incluyéndome:

  •  Designar trabajos innecesarios, monótonos o repetitivos, sin valor o utilidad alguna
  • Designar tareas por debajo de sus cualificaciones, habilidades o competencias habituales
  • Exceso de trabajo (presión injustificada o establecer plazos imposibles de cumplir)
  • Tácticas de desestabilización: cambios de puesto sin previo aviso, intentos persistentes de desmoralizar o retirar ámbitos de responsabilidad sin justificación
  • Traslado a un puesto de trabajo aislado
  • Ignorar a la persona o no dirigirle la palabra
  • División entre compañeros de trabajo al enfrentarlos o confrontarlos
  • Críticas constantes a la vida privada o íntima de la víctima
  • La descalificación de la apariencia, forma de arreglo y de vestir de la persona con gestos de reprobación o verbalmente
  • Críticas permanentes al trabajo de las personas
  • Ningunear, ignorar, excluir, fingir no verle o hacerle “invisible”

Quienes decidimos hablar sabemos que es posible que haya repercusiones morales y laborales hacia nuestra persona. No sería la primera vez que Giovana Jaspersen manipula una narrativa para voltear la situación. Asumimos ese riesgo y el impacto emocional que pueda tener en nosotres, porque de todos modos lo cargamos y revivimos cada vez que vemos una noticia suya donde se presenta a sí misma, o la presentan otres, como una defensora admirable de derechos humanos, de género y culturales.

A estas alturas ya sabemos que la violencia machista puede ser ejercida por las mujeres, que el patriarcado es un sistema replicable y no cambia solo por usar tacones y hablar en lenguaje incluyente. Sabemos que es posible que Jaspersen siga utilizando el mismo discurso feminista, de derechos humanos, o que nos llame violentxs por hablar de las cosas que ella nos hizo.

Exigimos una disculpa pública y que reconozca el daño que ha hecho a sus trabajadores durante estos años. También recomendamos al Museo Franz Mayer revisar el protocolo de violencia laboral en su espacio y garantizar que, si sus trabajadores están pasando por esta misma situación, tengan herramientas para denunciar con seguridad.

Aunque no tenemos esperanza de que ella acepte su responsabilidad, sí esperamos que con esta denuncia acaben sus estrategias de manipulación, abuso psicológico, explotación laboral y violencia, o al menos que no pasen desapercibidos en el futuro.

***

Este texto se publicó originalmente en Memorias Nómada:

La violencia laboral de Giovana Jaspersen, directora del Museo Franz Mayer

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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