Escribiéndonos Resistimos
Por Dolores Lara / Red de Maestras Feministas
La cartografía es la ciencia y el arte de hacer mapas. Los mapas se definen como representaciones gráficas del espacio geográfico, las cuales hemos hecho toda la vida con distintas técnicas y materiales.
Se han construido desde el ensamble de algunas varas a mapas digitales que ni el maestro Ortelius imaginó. En épocas previas a los aviones o drones, quien tenía el mapa tenía el poder. Sólo los gobernantes y personas de clase privilegiada tenían acceso a ellos por el costo de su elaboración.
Cabe destacar que dichos documentos pueden considerarse obras de arte. Por lo cual, la cartografía antigua es digna de preservación como elemento histórico de la transformación del espacio, así como de las costumbres y actividades de la época.
Su proceso de elaboración era difícil, especializado y su construcción tardaba su tiempo. En el caso de la cartografía actual, su elaboración se ha acelerado con las nuevas tecnologías y programas especializados de licencias libres y de cobro, así como por su fácil impresión y portación.
En la enseñanza de la geografía, el uso de los mapas tiene un carácter muy académico y refuerza la importancia de salvaguardar su pulcritud. Sin embargo, al vivir el espacio por medio de la dirección de un mapa, no se espera que permanezca sin mancha.
En el taller Cartografía de la Violencia Escolar dirigido por la Red de Maestras Feministas se observaron resultados interesantes. Los adultos, como padres de familia, alumnos y exalumnos de grados superiores plasmaron la información.
Lo más difícil fue el reconocimiento del abuso, el hecho de pensar dónde se dio y tener el valor de plasmarlo, ya que es un proceso bien fuerte el aceptar esa vivencia en un entorno supuestamente seguro como la escuela.
La otra situación fue el uso de los mapas. Ubicar los lugares fue difícil, ya que la inmediatez de la tecnología nos permite buscar un lugar en específico por su nombre sin navegar aventuradamente en un pliego de papel. La salvaguarda del papel y el hecho de plasmar el abuso generaron que rayar el mapa fuera complejo.
En ocasiones, nosotras plasmamos algunos testimonios e, incluso, al terminar la jornada, las compañeras trataban de no arrugar, romper o dañar cada mapa, aun sabiendo que todo sería digitalizado y el papel solo sería el respaldo.
Es precisamente ese cuidado el que nos impide vivir los mapas. Dicho producto fue creado para transportarlo en nuestros recorridos, para ubicar y reconocer nuestro entorno, así como para poder expresar nuestras interacciones en el espacio geográfico en un instrumento específico.
Quien sabe manipular los mapas sigue teniendo el poder, pero dicho deber ser está siendo abolido ante la necesidad de testimoniar esta ola de violencia que motiva el mapeo.
Desde la edad escolar es necesario saber que la manipulación de la cartografía es necesaria y natural. Los mapas modernos deben orientarnos, deben tener uso y se deben poder modificar a mano para expresar las necesidades actuales de la sociedad.
También debemos saber que un mapa que se hace en comunidad no debe ser valorado por su estética, sino por la vida que le otorgamos a través de nuestras vivencias y para buscar estrategias para combatir esas violencias que nos aquejan ante el escenario de seguridad que rebasa al estado.