La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Además de las leyes que hace unos días pasaron de noche, literalmente, en la Cámara de Diputados —que, ya se sabe, contemplan más facultades para que las fuerzas armadas sigan extendiendo sus tentáculos en la vida civil y donde hay una ley de “ciberseguridad” redactada con las patas, amén de los despropósitos que entraña—, una de las noticias que más dio de qué hablar en la semana que termina fue la de la tercera infección de covid-19 del presidente.
Y es que, además de ser un recordatorio involuntario de que el bicho sigue ahí, en este caso en particular causó mucho revuelo por las circunstancias en que ocurrió el aviso: en medio de una gira que tuvo que ser suspendida y entre un ir y venir de versiones encontradas y un vacío de información que nadie supo bien como llenar: ni los voceros, que ni siquiera lograban ponerse de acuerdo en sus versiones, ni mucho menos la “oposición”, que una vez demostró que ni siquiera puede especular con gracia.
Lo que sucedió en estos días puede servir para un par cosas: la primera, repasar un poco el tipo de personas que lo rodean a uno, o que se ven pasar en las redes sociales: a decir verdad, me asusta la cantidad de gente presta a desear la muerte del presidente. Y es que, vamos, puede no ser santo de la devoción de uno; o es posible estar en contra de todas las decisiones que toma; o por ahí alguien detesta su forma de hablar, su sonrisa socarrona, su obstinada terquedad, lo que sea, pero de eso a desear su muerte con febril entusiasmo, creo que hay un buen trecho. Pero yo que voy a saber.
La segunda, poner sobre la mesa un debate que, me parece, se discute poco y que tiene que ver con el estado de salud de las y los funcionarios, específicamente de aquellos relacionados con la conducción del país. ¿La salud del presidente es un asunto de interés público? ¿Tienen derecho a la privacidad en un aspecto tan personal como pueden ser sus padecimientos? ¿Es, más bien, un asunto de seguridad nacional y, por lo tanto, debe considerarse secreto de Estado?
No creo que haya respuestas definitivas a estas preguntas, pero sí creo que es necesario al menos ponerlas sobre la mesa para discutirlas.
El presunto cáncer de Enrique Peña Nieto; el no comprobado —pero sí muy difundido— alcoholismo de Felipe Calderón; la no diagnosticada oficialmente pero también comentada inestabilidad mental de Vicente Fox. Estos son al menos tres ejemplos de situaciones en las que, me parece, bien habría valido la pena que como sociedad recibiéramos más información, ya que si bien se trata de asuntos de índole indudablemente privada, lo cierto es que su atención, o la falta de ella, bien pudo tener consecuencias en las decisiones que se tomaron y que definieron el curso del país.
¿Es relevante que Enrique Alfaro haya sido hospitalizado hace unos días? Claro que sí, porque aun cuando ocurrió en fin de semana y, podríamos pensar, estaba en sus días francos, no hubo suficiente claridad, me parece, en la información sobre el padecimiento que lo llevó al chequeo y que tiene que ver, o al menos eso informó en sus redes sociales el remedo de influencer, con una mala circulación de sangre hacia el cerebro.
El gobernador dijo que esta situación le había ocasionado mareos y entumecimientos, pero no ahondó más en otras posibles consecuencias. Digo: al menos a mí no me parece poca cosa eso de que no le suba suficiente agua al tinaco. ¿Su juicio y su estabilidad anímica y mental pueden verse comprometidos por esta situación? ¿Y si ese problema está relacionado con sus bravatas pendencieras? ¿Por qué él dio esta información y no un médico que pudiera explicar con más detalle el padecimiento y las afectaciones o secuelas en la salud del gobernador?
Esta última pregunta aplica también para el presidente, quien publicó un video para “informar” lo que le pasó como quien platica sus padecimientos en la fila de las tortillas o en la sala de espera del IMSS, cargándose de un tirón las enclenques versiones que mal habían construido Adán López y Jesús Ramírez, secretario de Gobernación y vocero, respectivamente, para salir del paso. ¿Dónde están los médicos del oficialismo cuando de verdad deben salir a dar la cara para brindar certezas y claridad? Detrás de la megalomanía de sus jefes.
También se puede traer a esta reflexión lo ocurrido en torno a la noticia del suicidio de Raúl Padilla López y la supuesta carta póstuma que más de un medio y uno que otro periodista se apresuraron a transcribir, fotografiar y publicar. Si bien se trata de una figura cuya relevancia para la vida pública es innegable, sí me parece bastante cuestionable el hecho de que hayan tomado la decisión de hacer eco a quien filtró la carta, pasando por encima del dolor de los deudos y difundiendo información sensible. Informar es necesario, claro, pero regodearse en la filtración me parece éticamente cuestionable, por decir lo menos.
En estos tiempos, bien valdría la pena preguntarnos dónde termina el derecho a la información y dónde comienza el hambre morbosa que busca saciarse a punta de clics y likes. Quizá no vamos a encontrar las respuestas, pero sí nos permitirá crear algunas bases para saber cuándo podemos prescindir de saber si un gobernante tiene reflujo o cuándo es importante saber si su padecimiento afecta la manera en que toma sus decisiones.