Manos Libres
Por Francisco Macías Medina / @pacommedina
Son días de cambio de actividad, de pausa, de encontrarnos con familiares o personas queridas y hasta de reflexión con el pretexto o no del sentido religioso de los mismo. La invitación es a adoptar otra mirada que las preocupaciones, las prisas y nuestras propias voces internas impiden tenerla.
Los acontecimientos que se van desarrollando sea a nivel mundial, en nuestro país o en nuestra localidad, pasan de la preocupación a la impotencia; de la rabia a la pasividad; de la necesidad de buscar el cambio a sólo coexistir. Y no es para menos, porque preguntarnos sólo por lo que pasó, implica encontrarnos con una madeja de falta de información, de posturas centradas en intereses personales, políticos o de un sentido primario de protección que nada tiene que ver con el diálogo, la discusión pública, la búsqueda de la verdad y la construcción de soluciones conjuntas.
A lo anterior, hay que añadir nuestro comportamiento en las redes, las cuales se han convertido en pasillos de desahogo de miedos, polarización y violencia, que ponen en pausa la necesaria “escucha” de las otras personas, pareciera que la razón a tomado un receso para otra ocasión.
Tomarnos un respiro para redirigir lo que pensamos y sentimos puede ser una alternativa.
Lo primero es darnos cuenta de que vivimos momentos que nada tienen de ordinarios porque mucho de lo que ocurre es de una verdadera emergencia humanitaria, por lo que mucho de nuestros aprendizajes, conocimientos, herramientas y posibles soluciones son limitadas. Eso seguro nos provoca por decir lo menos una sensación de incertidumbre, impotencia e inseguridad de la cual no es fácil salir si no optamos por conectarnos con otros u otras personas porque la primera tentación es la imposición del silencio.
Por ejemplo, cuando observamos la transformación de centros de “contención” en lugares de inhumanidad y de exterminio de vidas, como fue el caso de las decenas de personas en condición de migración que murieron calcinadas en Ciudad Juárez, nos deja muy poco espacio para repensarnos como sociedad porque existe una especie de falta de referentes o de experiencias de esperanza que nos de camino para iniciar un camino que transforme ese horror.
Esto también provoca que evitemos hablar también de nuestras responsabilidades en lo sucedido, ya que los gobiernos y sus políticas públicas, así como la falta de condiciones de vida de muchas personas, nos implican en muchos sentidos.
Es importante redirigir nuestra mirada y lo que sentimos, hacia quienes de forma anticipada ya han respondido esas dudas, se han cuestionado su papel y se han comprometido en la construcción de “otros caminos”.
En este caso concreto, recuerdo a Las Patronas, aquel grupo de mujeres de una localidad de Veracruz que decidió aún a pesar de sus propias necesidades dar de comer y un espacio seguro -así de sencillo y de complejo- a quienes han tomado la difícil decisión de migrar, simplemente porque se trataba de personas como ellas, con una necesidad que podían intentar atender aún con sus pocos recursos.
Sobre esa base, construyeron la esperanza porque rompieron las diferencias o la discriminación para colocar como punto de discusión las necesidades de personas concretas, eso eliminó una polarización que sólo existía en argumentos sin un hacer concreto o con uno que no partía de ese centro.
La búsqueda de esas experiencias nos permitirá transformar la impotencia en caminos para intentar la sencillez, el servicio, la igualdad, la reciprocidad y la empatía, además de mirarnos en un futuro que ya existe y que está por construirse.
¿Cuál camino de experiencia deseas elegir?