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Detrás de una ventana, en un cubículo pequeño, las taquilleras del metro trabajan largos turnos, sentadas por horas, realizando el trabajo mecánico de una y otra vez: vender boletos a los usuarios de este transporte citadino
Texto y fotos: María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO. – Si hay una lucha histórica por los derechos de las mujeres en el tema laboral de esta ciudad es la de las taquilleras del metro. Por años han conseguido logros muy importantes como tener guardería, pero también se han enfrentado a malos tratos y explotación laboral.
Nélida Reyes es una mujer muy cálida, cuyo trabajo por los derechos de las mujeres en el metro es bien conocido. En los últimos diez años a Nélida la han entrevistado varias veces por su intención de organización y la huelga de hambre que mantuvo en 1989. Cuando te habla de su historia laboral en su voz algo se enciende: la pasión por la justicia.
“Cuando estás en una fiesta y se enteran que trabajaste en el metro siempre preguntan, ¿por qué no sonríen las taquilleras? En el trabajo estamos aisladas. Hay compañeras que hablan por teléfono (recibiendo órdenes de supervisores), dan cambio, están vendiendo boletos, llenando sus bolsas de depósito. Además te llegas a lastimar tus manos por tanto corte de boleto. Por eso aprendemos a vender con las dos manos” cuenta Nélida.
La rutina y la explotación
Las taquilleras no sólo pasan horas sentadas cortando boletos, también tienen que soportar el humor de la gente a la que le venden e incluso intentos de fraudes de los pasajeros. Trabajan en tres turnos, y quienes conforman el primero llegan de madrugada.
En este turno quienes tienen hijos se tienen que levantar aún más temprano para pasarlos a dejar a la escuela. El metro cuenta con un transporte, pero éste no puede esperar a las mamás que tienen que esperar minutos de supervisión, porque a veces, si llegan enfermas sus infancias, no se las reciben. Tienen que esperar y luego irse de la guardería al trabajo.
El metro cuenta con dos guarderías. Por mucho tiempo sólo existió una, en el centro de la Ciudad de México. Si vivías en Aragón tenías que tomar el transporte a las 3 de la mañana con tu hijo, llegar a la guardería y luego regresar a la estación donde te tocaba despachar boletos. El viaje a tu punto de trabajo era a costa de tus bolsillos, porque el transporte no puede esperar el tiempo que tardas en la guardería.
Desde 1989, cuando Nélida hizo huelga de hambre, han cambiado pocas cosas respecto a la situación de las taquilleras. Por un turno de ocho horas ganan alrededor de 9 mil 650 pesos. Ellas son las que menor sueldo tienen de entre los trabajadores del transporte colectivo.
La retabulación sigue siendo un pendiente, cuando Marcelo Ebrard fue jefe de gobierno les prometió un aumento, pero esa promesa sólo se materializó en un bono único de 800 pesos.
“Nos dicen que no nos aumentan el sueldo porque somos problemáticas”, cuenta una taquillera que pide no mencionar su nombre por temor a ser acosada.
El derecho a ir al baño dentro de tu turno es un tema de alta importancia para las taquilleras. Antes no se les permitía ir al baño, ni comer. Lograr salir a hacer sus necesidades básicas es uno de sus logros pero sigue siendo complicado.
Hay líneas, como la 7, donde para ir al baño realizan un traslado de 15 minutos. Aguantarse puede desarrollar problemas de salud como infecciones de las vías urinarias. Y cuando hacen traslados así de largos algunos usuarios se enojan por no encontrarlas en las taquillas.
“Hay lugares en donde se pueden poner baños y no los han puesto. Pierde más el sistema dejando pasar usuarios sin pagar en lo que vamos al baño que construyendo un baño” cuestiona la taquillera.
Dentro de la taquilla cuenta que les falta mantenimiento, las sillas están rotas, los cuartos sin pintar.. a pesar de ser la cara del metro, de tener que lidiar con el malhumor de algunos pasajeros, que incluso las llegan a amenazar, hay una sensación de marginación y olvido.
“Nos ven como el patito feo de la línea, los usuarios piensan que ganamos mucho y que nosotras somos la imagen del metro, que pueden arreglar los problemas con nosotras como si fuéramos el frente de todas las broncas que están pasando pero nosotras también estamos bajo ciertas condiciones de trabajo que no son la gloria. Me gustaría enfatizar que se nos valore más, que se nos remunere más, tener salarios más justos” pide la taquillera.
Un poco de historia
En 1969, cuando se estrenó el metro, todos los trabajadores eran hombres. Las taquillas eran atendidas por los jefes de estación, quienes se encargan del cuidado y revisión de las estaciones del metro.
Cuando estos se dieron cuenta que vender los boletos requería atender a los usuarios sin salir de un cuarto durante ocho horas decidieron contratar mujeres. Así entraron las primeras trabajadoras del Sistema de Transporte Colectivo.
Sin embargo no tenían los mismos derechos que el resto de los trabajadores, no eran consideradas en el escalafón (no podían ser ascendidas). Vivían en un techo de cristal dentro de un cuarto donde no podían comer, ni tomar agua, ni ir al baño en su horario laboral.
Poco a poco sus condiciones fueron mejorando, hubo incluso un intento de formar un sindicato de taquilleras. Esto no se logró pero su lucha ha tenido varias etapas. La primera fue el reconocimiento de base en noviembre de 1975. El segundo avance se dio en 1982. A inicios de ese año las taquilleras empezaron a exigir su derecho a ser tomadas en cuenta en el escalafón.
Un mes después, en febrero de 1982, se conformó el primer grupo de mujeres conductoras: trece taquilleras se capacitaron para conducir trenes.
Para 1983 las condiciones seguían siendo complicadas. Había muchas restricciones e incluso acoso. Hubo una vez una supervisora que les exigió trabajar con el saco puesto todo su turno, a pesar del calor. Esa misma supervisora les quitó los enchufes, que muchas usaban para calentar su café.
“Otra cosa que impuso fue que para salir al baño, teníamos que preguntar si nos apoyaba la persona en reserva, una vez no pude salir porque tenía que esperar a que llegara la reserva de metro Universidad a metro División del Norte… antes sólo había un baño por estación, una compañera que estaba en Pino Suárez iba hasta San Antonio Abad.
Había compañeras que llevaban un sandwich, comida fácil de comer pero hacer como tal una comida era muy difícil entre boleto y boleto. Generalmente comías comida fría cuando no tenías una persona en ventanilla. O desayunaste cuando no hay usuarios o comías muy bien” cuenta Nélida.
En este trabajo la mayoría son mujeres. De cien taquilleras hay un hombre, que en efecto trabaja en el metro Auditorio. Uno. Es un trabajo atravesado por el género y Nélida Reyes lo aprendió en la lucha:
“Yo alguna vez había escuchado sobre los problemas de género, las telefonistas empezaron a transmitir esta información, les aprendimos muchísimas cosas, empezar a ver las condiciones de las mujeres. Se necesitaba tener una visión de nosotras mismas, de trabajar en la organización” explica.
El 4 de septiembre de 1989 las intersindicalistas trabajadoras de taquilla iniciaron una huelga de hambre como respuesta a los despidos injustificados de varios compañeros. Nélida Reyes y Guadalupe Reyes iniciaron una huelga de hambre que duró 19 días. Con esta protesta lograron la reinstalación de los despedidos y que las taquilleras no tuvieran que pedir permiso para ir al baño.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.