La ciencia de las mujeres 

La Hilandera

Por Rosario Ramírez / @la_hilandera

La relación de las mujeres con la ciencia es, por decirlo de una manera, una relación problemática o, al menos, en proceso. En principio porque aquellas mujeres que han tenido reconocimiento de sus contribuciones en eso que consideramos ciencia (casi siempre “ciencias duras”), son las menos. Y si exploramos en las otras ciencias, en las sociales, en esas disciplinas que se atacan unas a otras desde sus (no tan) honrosos representantes masculinos, la cosa se pone todavía más complicada. 

Cada tanto, por genuino interés y quizá por algo de masoquismo, vuelvo a ciertos textos y a ciertas búsquedas que en su momento me dieron luz para explicarme el contexto de las mujeres con educación superior y, quizá en el fondo, para explicarme las circunstancias propias y las de mis colegas y amigas. Una y otra vez encuentro argumentos similares aunque escritos en distintos años: somos cada vez más mujeres en las diversas ramas, disciplinas, y espacios de educación superior.

Hasta ahí pareciera todo bien, y para algunas una obviedad que podemos ver en nuestros grupos, donde la mayoría de las estudiantes son mujeres y también, de a poco pero ya presentes, son mujeres disidentes. Y nada me hace más feliz que verlas, acompañarles, impulsarles de algún modo para decirles que, aunque el techo de cristal es real, aunque los sitios de poder siguen siendo masculinos, aunque la competencia en el ámbito académico es feroz, misógino y violento (cosa que claro que ellas han descubierto por su cuenta), estamos abriendo y ocupando espacios y lo estamos haciendo para nosotras y para todas. 

Y aunque he asumido mi papel como acompañante (no tanto como maestra, porque sin duda sigo aprendiendo), a veces es difícil sostener la esperanza y la certeza de que ellas tendrán otros panoramas menos adversos que los que mi generación ha tenido. Porque la verdad es que no, que muy en la linea de los estudios y análisis de esta mayoría de mujeres en la universidad, las labores de cuidado siguen en nuestras manos, somos quienes sacrificamos, retardamos o ponemos en pausa nuestro crecimiento académico, y somos quienes seguimos movilizando herramientas extraordinarias para encontrar trabajos dignos y, por supuesto la ciencia (todavía) no la hacemos del todo nosotras. Y esto no sólo significa que no hemos llegado a los espacios de poder, porque quizá ni siquiera queremos eso, sino que seguimos siendo cuestionadas por todo, pero no desde el pensamiento crítico que supone un cuestionamiento fundado, sino por entera misoginia. 

Cuando hacía mi investigación doctoral centrada en la espiritualidad y prácticas femeninas, trabajo al que le tengo especial cariño, no hubo un sitio, uno solo, donde no me preguntaran “¿y dónde están los hombres?”. incluso hace un par de semanas, mientras presentábamos un proyecto centrado en la experiencia menstrual, la primera pregunta fue justo esa “¿y qué van a decir los hombres en esta encuesta?” Pues a menos que sean hombres trans con experiencia menstrual, no tienen nada que decir, pensé. En su momento, y volviendo a aquella investigación, tuve que desarrollar estrategias argumentativas para justificar por qué no había presencia masculina en mi trabajo, aunque la respuesta en realidad era más simple: si mi objetivo, mis interlocutoras y los espacios donde realizo observaciones, preguntas, exploraciones, amistades, son de mujeres ¿por que tendría que mirarles a ellos? simple, porque no me interesaban, porque mi mirada y mis preguntas estaban en ellas, en sus prácticas, sentires, experiencias, formas de construir el mundo. ¿De verdad es tan complicado de entender? ¿A ellos les preguntan lo mismo, se preocupan por dónde estamos o cómo estamos representadas? Sabemos que no. 

Leyendo a las antropólogas feministas encontré la tranquilidad y la angustia de saber que esto no me pasaba a mí nada más, sino que históricamente las mujeres pareciera que no sólo no somos suficientemente profesionales para producir conocimiento, sino que  tampoco somos suficientes como personas, cuerpos, interlocutoras en una investigación. Y esto ha sido muy grave en muchos niveles, porque las mujeres hemos sido poco representadas como pioneras de las disciplinas científicas, hemos sido malamente representadas desde las miradas machistas y nombradas como incompletas, débiles, histéricas (hola, Freud and friends), en el mejor de los casos hemos sido nombradas o reconocidas como asistentes y no como autoras o coautoras o, en otros campos, simplemente las afectaciones a nuestra salud son enlistadas como efectos secundarios poco importantes porque las pruebas están pensadas y analizadas en los cuerpos de los varones. Y si le ponemos todavía más zoom a este asunto, parte de esta invisibilización pasa también por las disidencias. 

El punto es que las mujeres en las ciencias, con toda nuestra diversidad interna, y aún con casos ya exitosos, todavía somos en algunos espacios una nota al pie, autoras anónimas o creadoras menores. Y no porque naturalmente la ciencia o la creación de conocimiento no sea nuestro lugar, sino porque la ciencia es otro sistema de jerarquías donde tenemos que luchar, tocar puertas y construir lugares para reivindicar nuestros saberes y experiencias, pero otras lógicas. Porque el hecho de que nuestra relación con quienes dominan el conocimiento sea de tensión y de complicaciones  no implica que no tengamos la oportunidad de llegar y nombrarnos, al menos entre nosotras. 

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La Hilandera
Rosario Ramírez Morales Antropóloga conversa. Leo, aprendo y escribo sobre prácticas espirituales y religiosas, feminismo y corporalidad.

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