Desde Mujeres
Por Miriam Reyes Grajales / @MiriaamRS_ / @DesdeMujeres
Rumbo al 8M me parece necesario que, como mujeres comprometidas con mejorar nuestros entornos y con deconstruir nuestras redes, podamos poner al centro del diálogo el largo camino que aún nos falta por recorrer; no por desvalorizar el gran avance que hemos consolidado gracias a la fortaleza, perseverancia y tenacidad de miles de mujeres que han dedicado -parcial o totalmente- su vida a luchar por un mundo más amigable para las mujeres de las siguientes generaciones, sino con el único propósito de unir lazos y seguir alzando la voz cuando consideremos que sea necesario.
Es cierto que hemos podido crecer y vivir de una manera muy distinta a como lo hicieron nuestras madres y abuelas, pero también es fundamental que tengamos muy presente que ha sido en virtud de las miles de voces feministas que, desde siglos atrás, se han propuesto exponer nuestras inquietudes y de la de todas las mujeres, siempre tomando como punto central el bien común.
De hecho, por eso siempre me ha parecido asombroso el hecho de que las mujeres coincidamos en este movimiento; las exigencias obtienen un mayor peso, las manifestaciones son más concisas, nuestros asuntos se vuelven políticos, el eco es más estruendoso. Pero… ¿Qué nos motiva? ¿Qué nos impulsa a seguir en esta causa conjunta? ¿Qué hace que cada vez seamos más y más mujeres unidas?
Creo fielmente en que la modernidad ha ido permeando en la sociedad de tal forma que, las últimas generaciones, hemos crecido desde la individualidad con mayor respeto, tolerancia y aceptación de quienes nos rodean. De hecho, se ha puesto sobre la mesa el hecho de que las mujeres tenemos mayor sensibilidad y empatía a diferencia de los hombres. ¿Por esa razón es que encontramos entre nosotras un lugar seguro?
La estructura social, basada en un sistema patriarcal, como en la que vivimos, no solo nos ha hecho pensar, sino que también nos ha convencido de que las mujeres somos nuestras mismas enemigas y que, por ello, es más difícil que nos pongamos de acuerdo. En un mundo tan polarizado, esto es tan difícil independientemente de si se trata de mujeres u hombres.
Esta discusión, nada nueva, ha servido como uno de los tantos ejemplos circunstanciales que nos había hecho pensar que esa era la realidad y que no había solución alguna. Por el contrario, en el transcurso de los últimos años, hemos atestiguado un movimiento violeta bastante grande y fuerte como para derribar esta creencia; tal fue el caso de la marcha del 8 de marzo de 2020 en la Ciudad de México, en la cual más de 80 mil personas (la mayoría mujeres) levantaron la voz en apoyo a la urgente toma de conciencia de los altos niveles de violencia y pocas oportunidades de desarrollo de las mujeres para gozar de una vida digna.
Por ello pienso que gracias a ese tesón hemos logrado no solo atraer la atención de instituciones y organismos nacionales e internacionales, sino que hemos ido sembrando, poco a poco, la idea de la urgente toma de acción en nuestros entornos y, de esta forma, se han ido sumando más y más mujeres poderosas; por ejemplo, el hecho de que en las últimas marchas se vea más presencia de mujeres adultas mayores y niñas; el feminismo no es de las jóvenes; las feministas no somos solo quienes realizan las pintas.
Sí, es sumamente relevante abordar los colectivos, pero también creo firmemente en que el cambio interior es el más importante; no por tratarse de nosotras mismas, de nuestra resiliencia o de nuestro amor propio, sino porque directa e indirectamente estamos permeando en las creencias y en el actuar de quienes nos rodean. Las mujeres estamos re-educándonos, aprendiendo de nosotras mismas, de nuestra manera de querer y amar, de estas nuevas dinámicas de relacionarnos social, política y afectivamente, y en ese proceso, es sumamente enriquecedor que aceptemos que no todas vamos a coincidir en todos los aspectos, no todas vamos a buscar lo mismo e, incluso, puede ser que sí, pero eso no significa que no podamos relacionarnos con respeto.
La idea de tener aliadas con quienes compartir estos ideales es fundamental para que, además de que nuestras redes de apoyo crezcan y se fortalezcan, ayuden a que más personas entiendan y comprendan que no se trata de algo menor; las desigualdades de género han afectado y continúan afectando la vida de las mujeres; sé que aún es difícil de comprender para muchas personas (sin importar su género), pero es muy cierto que solo cuando vives o cuando tienes cierto acercamiento a estas condiciones, entonces logras comprender realmente cuáles son estas brechas. Ante tal panorama, se dice que cada una de nosotras asume el feminismo desde su propia experiencia y sus propias vivencias.Porque no todas nos volvimos feministas por la misma razón y esa es la realidad.
Las marchas, las pintas, los carteles, los monumentos y demás elementos que le han dado identidad el feminismo, han establecido una visión bastante contundente respecto de la manera en la que las mujeres -en su mayoría- hemos decidido alzar la voz; aunque, por otra parte, también me parece esencial nombrar otras áreas de acción como son aquellas mujeres que, desde la Tribuna, con gran valentía han apoyado las propuestas de muchas mujeres que en las calles se han manifestado hasta el cansancio no sólo por ser escuchadas, sino por ser tomadas en cuenta en el diseño de las agendas públicas.
Sé que todas debemos tener una lista infinita de mujeres a quienes admiramos por sus aportes, su dedicación, rebeldía, compromiso y firmeza por lograr un mayor reconocimiento de los derechos de las mujeres. Esto nos ha permitido ver materializados muchos sueños que pasaron de ser solo escenarios imaginarios y que, en su mayoría, hoy son una realidad. Este activismo nos inspira y nos mueve, porque sabemos que si ellas pudieron, nosotras también podremos generar grandes cambios.
Nuestras amigas, mamás, abuelas, tías, primas, etc., nos dejan ver que efectivamente compartimos las mismas carencias, nos topamos ante los mismos obstáculos patriarcales, nos acosan de igual o diferente forma, pero nos acosan. Partimos del mismo sentimiento: el hartazgo de que nuestro género sea la razón por la cual somos oprimidas.
La diversidad de mujeres en este movimiento es inigualable a la de otras luchas por un simple motivo: las afectaciones son hacia nuestra persona y no hacia un país, una institución, al presupuesto público, entre otros. Quienes se han visto y nos seguimos viendo en desventaja somos nosotras. Los hombres no. Y somos nosotras quienes hemos tomado el timón para cambiar el rumbo de este gran barco. Nosotras nos hemos tomado de la mano y hemos decidido exigir un alto a este problema histórico.
Concluyo de manera muy concreta: desaprender patrones no es una tarea fácil, ya que requiere que nos demos cuenta de que -en ciertos aspectos- hemos estado equivocadas toda nuestra vida y eso no se siente bien. Se trata de un proceso de deconstrucción propio e íntimo que trae consigo muchas satisfacciones; proceso en el cual, desde luego, también nosotras como feministas estamos inmersas.
Si logramos vislumbrar nuestra voluntad propia, podremos tener mayor conciencia respecto de las estructuras sociales, imposiciones e, incluso, limitaciones. El impulso y la motivación está en nosotras mismas; en nuestras ganas de crecer y ser parte de una gran red que busca cambios positivos. Las amigas salvan y el amor entre mujeres es un hogar seguro. Por ello, alzar la voz no solo es un acto personal, sino político, como bien lo refiere Marcela Lagarde.
Estamos creando una revolución violeta y esta revolución ya no dará marcha atrás.