El pájaro, los colores y las preguntas

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Foto de Iván Serrano Jáuregui

No recuerdo cómo era la historia, pero en realidad no importa mucho porque seguro cada quien tiene su versión. Es uno de esos relatos de la cultura popular, y seguro ésta es la peor versión, pero allá va: resulta que una niña acompaña a su madre a la carnicería y ve que le pide al carnicero un pedazo de carne, digamos, lomo de cerdo, partido en trozos pequeños. La niña le pregunta a su madre por qué lo pide así y ella responde que es porque así lo pedía su mamá. Curiosa, la niña va con su abuela y le pregunta la razón para pedir la carne partida así, y la abuela le dice que ella aprendió a pedirla así porque así la pedía su mamá. La pequeña acude con su bisabuela, le hace la misma pregunta esperando a recibir un secreto culinario que ha pasado de boca en boca y de generación en generación. La anciana revela el secreto: “Tenía que pedir así la carne porque la única olla que tenía era muy pequeña y si traía los pedazos grandes no podía cocinarlos”.

Me acordé del relato de la niña, la carne y la olla a media semana cuando varias personas alzaron la voz para reclamar lo que, a su juicio, era una arbitrariedad: “El pájaro amarillo” —también conocido como “La cosa esa amarilla que está en Arcos e Inglaterra”— estaba siendo pintada de rojo. Peor todavía: en algunas fotografías el rojo se ve muy descolorido, casi naranja, y no faltó quien viera en esto una señal de la “naranjización” de la ciudad para uniformarla con los tonos del partido que ¿gobierna? la ciudad y el estado. 

¿Por qué “La cosa” debía ser amarilla? Nadie lo sabe a ciencia cierta, el argumento más repetido era “siempre ha sido amarilla desde que me acuerdo”. Incluso vi un tuit muy febril exigiendo “pero de ya” que la volvieran a pintar de amarillo. Como la señora pidiendo el lomo en trozos pequeños porque así lo había pedido su mamá y la mamá de su mamá, aunque tuviera una olla dos veces más grande que la que tenía la bisabuela.

Y bueno, la conmoción sirvió para que más de uno descubriera que “La cosa esa” es en realidad una escultura y que no se llama “El pájaro amarillo”, sino Pájaro de fuego, y que su color original era rojo bermellón, como pudieron constatar en los trabajos de restauración luego de rascar capas y capas y capas de pintura amarilla.

La pieza en cuestión es una escultura monumental concebida y proyectada por Mathias Goertiz. Fue construida a finales de los años cincuenta, cuando el escultor, poeta, arquitecto y pintor de origen alemán fue invitado por Luis Barragán a participar en el proyecto del diseño de la colonia Jardines del Bosque. La colaboración entre ambos personajes no era nueva: más o menos por las mismas fechas también trabajaron en el diseño de Torres de Satélite, en Ciudad de México, conjunto escultórico de gran escala al que se sumó Chucho Reyes Ferreira.

Regresando a Guadalajara y a Jardines del Bosque, se puede decir que Pájaro de fuego pronto atrajo la atención de los tapatíos de la época. Y es que la propuesta de Goeritz vino a romper lo que se estaba haciendo en la ciudad más o menos en esos años. Su pieza es contemporánea de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, la glorieta de los Niños Héroes (hoy glorieta de las y los Desaparecidos) y la Minerva. A diferencia de estas tres piezas, figurativas y tradicionales, Goeritz ofrece una propuesta abstracta y geométrica enmarcada en lo que él denominaba “arquitectura emocional”. Entendida como una parte de un todo, la pieza estaba pensada para interactuar con la fuente proyectada por Barragán que se encuentra en la esquina de Arcos y Niños Héroes. Bastaba un poco de imaginación, el ángulo adecuado y agua suficiente para ver al ave de Goeritz tomando agua o jugueteando en la fuente de Barragán. Digo bastaba porque de la propuesta original del entorno urbano poco queda: los locales comerciales en Arcos y los cables impiden contemplar cualquier cosa y los cientos de autos no permiten detenerse.  

(Para colmo, a finales de los años noventa y con pretexto del cambio de siglo se impuso al entorno un elemento disonante: los Arcos del Milenio, que afortunadamente nunca se terminaron, ni se van a terminar, pero que pueden ser vistos como una jaula para el Pájaro.)

Y bueno, resulta que contrario a lo que casi todo el mundo daba por hecho, en su origen Pájaro de fuego era rojo bermellón, no amarillo, lo que me lleva a preguntar: ¿quién y por qué decidió cambiarle el color a la escultura y pintarla de amarillo? ¿Por qué el amarillo se convirtió en el color para uniformar la escultura monumental en la ciudad? Pienso, por ejemplo, en La Gran Puerta y en las esculturas de la plazoleta del parque González Gallo (las que parecen palomitas del WhatsApp), ambas de Fernando González Gortázar, y en los ya mencionados Fiascos del Milenio, de Sebastián. Amarillo no me pongo, amarillo es mi color…

Como mi cabeza no funciona bien, me da por pensar que pretextos tan bobos como el color de una escultura puedan ser el punto de partida para, como la niña de la carne, hacernos preguntas. ¿De verdad Pájaro de fuego siempre ha sido amarillo? ¿Cómo llegó ahí? ¿Quién lo diseñó? ¿En serio es más importante la pelea del Canelo que los miles de desaparecidos? ¿De verdad no se puede ir a protestar a Casa Jalisco? ¿A dónde sí se puede? ¿Es en serio que el presupuesto para cuidar La Primavera es igual al que se le regaló a Sergio Pérez por un sticker en su casco? ¿Definitivamente no se puede hacer nada para evitar que el bosque se queme cada año una y otra y otra y otra y otra vez? 

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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