Leer a Marx… 

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza

Vaya cosa inesperada: en días recientes Marx (Karl, no Groucho) ha ocupado un lugar significativo en esa partecita de la conversación pública en la que se suelen enfrentar los tirios con los troyanos de nuestro país. Han bajado a este clásico del Olimpo academicista al plano más terrenal de lo cotidiano. Y qué bueno. Como el fan número dos del originario de Tréveris, me encanta la idea.

En este sentido, para jugar un poco este juego, quisiera invitarles a hacer un ejercicio de imaginación —desde luego, de la mano de mi esloveno favorito—: en primer lugar, pensemos en un hipotético lector, hombre, blanco, propietario, liberal e ilustrado.

Pensemos enseguida que éste se acerca por primera vez a la lectura del Manifiesto del Partido Comunista. ¿Cuál sería la reacción de este quimérico lector al colocarse frente al librito —pequeño pero monumental— publicado por primera vez allá a mediados del siglo XIX? Como siempre, el viejo y conocido esolveno, Slavoj Žižek, en un texto cuyo título bien podría traducirse como “El espectro sigue rondando por aquí”, nos ofrece algunas posibles respuestas a esta interrogante.

De manera específica, Žižek señala que en un ejercicio de este tipo es probable que la primera reacción de dicho lector imaginario sea de extrañeza o escepticismo. Así, por ejemplo, nuestro proverbial leyente acudiría a cualquiera de las tres críticas (o sus variantes) que con más frecuencia se le hacen a Marx y sus secuaces:

1. El marxismo está agotado. Quizá fue relevante durante el siglo XIX, pero tiene poco qué decir en una sociedad post-industrial y ultramoderna;

2. El marxismo está muy bien en teoría, pero una vez puesto en práctica ha dado como resultado tiranías, genocidios, terror, etc.;

3. El marxismo es determinista, y postula que hombres y mujeres son sólo herramientas de la Historia y, por ende, les despoja de su individualidad y de su libertad. ‘Marx estaba terriblemente equivocado’ —sentenciaría lapidario y con desdén nuestro lector. Acto seguido: cerraría y olvidaría para siempre el Manifiesto. ¿Y ustedes qué pensarían, eh?

En fin, les invito a este ejercicio porque, en última instancia, la presencia de Marx en la conversación pública nos permite reflexionar —en un tono un poquito más serio— en torno a la importancia de leer hoy la obra de este gigante. ¿Realmente vale la pena hacerlo? Les adelanto la respuesta: sí.

Es más, me atrevo a decir que no sólo vale la pena. Es crucial darle cuando menos una buena leída a alguno de sus trabajos. Les garantizo que además de la lucidez de este alemán, se encontrarán con altas dosis de ironía y sarcasmo que, se los garantizo, les arrancarán más de una carcajada. Desde luego, no les sugiero que se hagan marxistas. Ni el propio Marx lo era. Más bien, lo que intento es responder a por qué me parece importante la lectura de la obra de Marx hoy.

Aunque antes de continuar debo aclarar algo primero: no quiero ni siquiera mencionar las descabelladas puntadas pseudo-doctrinarias, sin ton ni son, de algunos funcionarios de la SEP.

Ellos han movilizado —de la manera más penosa posible— un debate que de otra manera es fundamental. Las ocurrencias de este par de señores no merecen más de dos líneas porque están en el nivel del chascarrillo insulso, del pastelazo cómico y nada más. No va por ahí. En lugar de traer al marxismo decimonónico a nuestro presente, lo que resulta urgente es interrogar al presente desde una perspectiva marxista sólida, capaz de distinguir entre una interpretación ideológica de los problemas que nos aquejan, de una interpretación ideologizada de la actualidad. Y ojo aquí. Pareciera que remito sólo hay una cuestión semántica; pero en realidad aludo a un asunto de fondo: me refiero a la necesidad de distinguir entre una crítica ideológica de una criticonería ideologizada. Créanme que eso nos urge como nación. Y mucho. Sobre todo si pensamos que cada vez más precisamos con urgencia esfuerzos que inviten a dibujar los contornos del horizonte próximo, que contribuyan a esbozar el nuevo presente, y que se involucren en la espinosa tarea de pensar el futuro. Insisto: nos urge. 

Ahora bien, ¿será que leer a Marx nos permite contribuir a la construcción de una mirada esperanzadora que busque ofrecer respuestas a los núcleos problemáticos más densos que atraviesan nuestra contemporaneidad? A pesar de mi perspectiva pesimista y cínica, creo, con fundamento, que hoy más que nunca se requieren esfuerzos cruciales para repensar y transformar el mundo. Lo que tenemos ahora no da para más. Marx, sin duda, ofrece herramientas esenciales para llevar a cabo esta tarea. Pero no sin que antes medie una severa crítica que permita sortear el riesgo de caer en apologías facilistas o en romanticismos revolucionarios esclerotizados (tipo SEP).

Hago mío en consecuencia el manifiesto con el que Castells cierra la introducción del segundo tomo de su ya añeja obra acerca de la sociedad red —el cual, a mi modo de ver, alude a, y resignifica las posibilidades del marxismo—: creo en la racionalidad y en la posibilidad de apelar a la razón, sin convertirla en diosa. Creo en las posibilidades de la acción social significativa y en la política transformadora, sin que nos veamos necesariamente arrastrados hacia los rápidos mortales de las utopías absolutas. Y sí, creo, a pesar de una larga tradición de errores intelectuales a veces trágicos, que observar, analizar y teorizar es un modo de ayudar a construir un mundo diferente y mejor. Y para ello Marx se pinta solito. 

Así, en otras palabras, puedo afirmar que buena parte de los planteamientos de Marx siguen vigentes. Una de las grandes lecciones que pueden aprenderse de la lectura del colega y amigo de Engels, implica una ardua tarea: la de tomar una postura, es decir, re–pensar las salidas al laberinto de las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista.

Desde mi perspectiva, la cual reitero como cínica y pesimista, me parece que una revolución mundial y proletaria es una posibilidad en extremo lejana. Leer a Marx con ese objetivo en mente es poco menos que un proyecto destinado al fracaso. Pero considero que la emergencia de nuevas formas de movilización y acuerpamiento social es un claro indicativo de que algo está en marcha. Algo importante. Pero sobre eso hablaré en otro momento. Por hoy, y para terminar vuelvo, otra vez, al buen Žižek, cuando pone de relieve el peligro de incurrir en un enamoramiento nostálgico del pasado, porque ello nos imposibilitaría distinguir los contornos de lo Nuevo. Ojo ahí. En fin, por decirlo italocalvinianamente, leer a Marx es mejor que no leerlo.

Así que, parafraseando a Monterroso, tengo la esperanza de que cuando despertemos, el espectro de Marx siga rondando por aquí…

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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