Desde Mujeres
Por Karenina Flores / @karenina_flores / @DesdeMujeres
Antes de iniciar este texto, me gustaría presentarme un poco para ir preparando algunos elementos: ¿De acuerdo?, Ok. Mi nombre es Ana Karen, soy abogada en materia familiar y en esta ocasión te contaré sobre la queja. Si, la queja administrativa pero no en el sentido legal si no en la cuestión de ser.
Un día decidí preguntar en Twitter: ¿De qué tema les gustaría leer?, varias personas me comentaron: derechos humanos, violencia, derechos de niñas, niños y adolescentes, entre otros; pero uno me llamó la atención: “Escribe sobre la situación de llevar casos familiares”, sin lugar a dudas fue una propuesta interesante, pero hasta cierto punto no lo había considerado…hasta ahora.
Las mujeres desde los espacios en los que nos encontramos, sea activismo, oficios o profesiones nos han implantado la idea de la perfección. Si, esa sobre exigencia de realizar las actividades sin manifestar o visibilizar las inconformidades. Ante esto, honestamente no consideré escribirlo porque no me encontraba en situaciones que me generaran incomodidad o no se presentaban, pero si lo relacionaba con casos atendidos donde una queja equivale a represalias, juicios o peor aún: que las conductas o acciones escalen a un tipo de violencia.
Entonces: ¿Qué se entiende por queja?, ¿Para qué ayuda la queja?, de manera general la RAE define la queja en una clase de “resentimiento o disgusto que se tiene por la actuación o el comportamiento de alguien”, una concepción más formal y específica sería: “reclamación o protesta que se hace ante una autoridad a causa de un desacuerdo o inconformidad”. Entonces, la queja es un medio que nos permite decirle a la autoridad que su actuar no es correcto o bien, no se ajusta conforme a los procesos.
Y no solo esto contempla es ámbito legal, sino todas las profesiones, áreas de desarrollo laboral e incluso comercial (ante instituciones como la Procuraduría Federal del Consumidor o PROFECO para abreviar) hasta los oficios donde las mujeres nos desempeñamos. Si lo describimos, la queja ayuda a mostrar las situaciones que nos causan desgaste físico, emocional o limitan el ejercicio de derechos, entre otros. Un ejemplo: La vez que presenté una queja relacionada con unas correcciones del nombre de una persona, la autoridad la corrigió a tiempo, pero no solo fue ese error. A partir de ahí se suscitaron más inconsistencias como fechas incorrectas, direcciones incompletas, incompetencia de autoridades (conocer de asuntos), entre otros.
El problema no es solicitar la corrección porque se subsana, el problema es el desgaste físico y mental en los procesos familiares, penales o el derecho de acceso a la justicia. Es comprensible la carga de trabajo de juzgados, pero si a esto agregamos la falta de incorporación de la perspectiva de género, el enfoque de interseccionalidad, las desventajas de mujeres ante los procesos que probablemente recaigan en una revictimización hacen imposible o tediosos los juicios llevando hasta años en su resolución.
Una vez presentada la queja por los constantes errores, viene un “castigo” (al menos así lo consideré) o mejor dicho “las represalias”; esas acciones que indican la inconformidad ahora por parte de la autoridad hacia la persona quejosa. Pero, ¿No se supone que las autoridades no pueden inconformarse por la cuestión de poder? ¡Bingo!, si lo reflexionamos; una de las obligaciones de las autoridades en cualquier ámbito de competencia es cumplir con lo estipulado en la ley, si vemos las represalias o castigos estamos ante la violencia institucional.
La violencia institucional descrita en la Ley General de Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV) conforma todos los actos u omisiones de las y los servidores públicos de cualquier orden de gobierno que discriminen o tengan como fin dilatar, obstaculizar o impedir el goce y ejercicio de los derechos humanos de las mujeres, así como su acceso al disfrute de políticas públicas destinadas a prevenir, atender, investigar, sancionar y erradicar los diferentes tipos de violencia.
Y aquí es donde encontramos las reflexiones de Sara Ahmed, en su libro “Denuncia. El activismo de la queja frente a la violencia institucional”, describe las sensaciones, malestares y pensares de mujeres ante el acoso sexual en instituciones. Si retomamos estas ideas en los procesos jurídicos, academia, lugares de trabajo o espacios públicos, la queja toma otro sentido: el escuchar y acompañar. ¿Cuántas veces nos sentimos solas al plantear nuestro enojo, molestia o tristeza ante tal situación que nos desagradaba? Muchas.
En el ejemplo de las represalias argumenté la situación y por fortuna cambiaron las dinámicas aunque generó incomodidad, pero durante ese trámite tuve ataque de pánico, enojo e insomnio. Por otra parte, las quejas presentadas por hombres, en este caso abogados son resueltas con prontitud porque el enojo es una característica o, mejor dicho, emoción atribuida socialmente al éxito (el enojo es masculino).
En resumen, el trámite de corrección del nombre durante el proceso duró tres meses, el tiempo suficiente para afectar la salud física y emocional de la abogada Ana Karen, otros casos como el de Susana, Paula, Teresa o miles de mujeres puede tomar hasta años donde se desencadena el burnout o la revictimización por servidores públicos. Sara Ahmed lo describe perfectamente:
“presentar una queja nunca consiste en una única acción: muchas veces requiere que trabajes más y más. Es agotador, en especial teniendo en cuenta que las razones por las que nos quejamos ya son agotadoras”.
De todo el trabajo legal realizado hay registros y hacen constar las correcciones, de ahí que la queja como pedagogía feminista permite hacer valer ante la autoridad que el malestar se originó, por lo tanto, una forma de cuidado diría Sara Ahmed. Para finalizar: ¡Hay que seguir levantando la voz!