#FIL2022
Por Isabella Jiménez Robles
Cuatro escritoras y escritores participaron en la charla “Nombrar a Centroamérica porque Centroamérica Cuenta” en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), el pasado 30 de noviembre de 2022. Si bien han vivido cada una de sus identidades regionales de forma distinta, coincidieron en algo: la literatura latinoamericana es un espacio de encuentro que trasciende las fronteras.
Aquí lo que compartieron dentro de la FIL 2022.
Horacio Castellanos
Cuando se trata de orígenes regionales, “cada quien habla de cómo le fue en la fiesta; en la literatura es lo mismo” dijo Horacio Castellanos Moya, quien nació en Honduras y creció en El Salvador. No se puede generalizar, explica:
“La literatura es un ejercicio de libertad, cada quien ve y trata a su región como le pide su necesidad expresiva”. Hay personas que no sienten la necesidad de demostrar una pertenencia obvia, dijo Castellanos. “A mí me pesa un marco geográfico, pero yo no le puedo exigir a otra persona que escriba con el mismo peso. Tiene que ver con traumas personales”.
Castellanos vivió los conflictos armados de Honduras y El Salvador desde su infancia. Sus libros son atravesados por los relatos de identidad y violencia en Latinoamérica.
“Cuando comencé a escribir en El Salvador no había lectores. El país estaba entrando a una guerra civil, no había industria editorial, la literatura era algo subversivo y era vista como comunista. Si escribías era porque tenías algo mal en la cabeza, tenías algo que necesitabas expresar”.
Con la publicación de su novela El asco en 1997 recibió amenazas de muerte y desde entonces no ha vuelto a residir en El Salvador. “Tengo que apelar a lo centroamericano porque me da cuerpo”, dijo Cervantes, “son tan pequeños los países, sometidos a situaciones de injusticia y atraso tan grandes, que no es fácil la identificación de un acervo cultural frente a una cultura muy lejana”.
Fátima Villalta
“A mí me pasó algo muy raro para el panorama centroamericano”, dijo la nicaragüense Fátima Villalta, “es rarísimo que a un libro le vaya bien. Se vendieron cinco ediciones y se sintió como un bestseller”. A sus 16 años ganó el Premio Nacional del Centro Nicaragüense de Escritores por su primer libro, Danzaré sobre su tumba. “Salí de una ciudad pequeña y llegué a Managua. Era narradora en un país de poetas. Y era mujer en un panorama como de muchos hombres”.
Villalta ve una diferencia generacional en la forma en que, para ella y otros autores jóvenes, identificarse con la literatura regional a veces ha sido algo “más inevitable que una decisión”, dijo: “Centroamérica es un lugar de oportunidades y de conflicto, que te da y te quita mucho. Es imposible no ver, por un lado, la herencia artística y, por otro, las carencias”.
Villalta reconoció a las nuevas generaciones que están creando modelos de autogestión:
“Hacen cosas que me parecen fantásticas. Están usando más el Internet, se están antologando y publicando entre ellos; siguen luchando contracorriente. Hablan de cosas de fuera pero también siguen, de alguna forma, vinculados a este espacio geográfico”.
Carlos Fonseca
El primer libro de Carlos Fonseca, Colonel Lágrimas, se sitúa en los Pirineos, lejos de Costa Rica y Puerto Rico donde nació y creció. “No me sentía todavía en una posición para narrar desde Puerto Rico o Costa Rica, tal vez porque estaba en medio de estas dos identidades encontradas”. Cuando se publicó la novela, la miró y pensó “este soy yo tratando de evitar lo inevitable: confrontarme con el territorio donde nací y crecí, y ver cómo narrar desde ahí”.
Con sus siguientes libros, Museo animal y Austral, se ha ido acercando cada vez más a estas regiones, “casi como una responsabilidad en un contexto donde la literatura centroamericana y caribeña ha sido invisiblizada. Tomé una ruta de vuelta a casa”.
En ese proceso aprendió que no se trata nada más de narrar la geografía local, sino también de ver cómo está inscrita en otras redes globales que dictan su política interna.
Fonseca estudió en Stanford y vive en Reino Unido desde hace algunos años. Al salir de Centroamérica se dio cuenta de que, ante ojos extranjeros, las nacionalidades valían muy poco, se resumían en “distintos” y “latinoamericanos”. Comenzó a cuestionarse:
“¿Qué hago con estas proyecciones que vienen desde afuera? Los escritores trabajamos con estereotipos, porque los desarticulamos desde dentro. En el caso centroamericano, por ejemplo, está el estereotipo de la violencia, que por un lado es real. Es algo de lo que los escritores tenemos que hablar sin caer en estas imágenes que nos proyectan desde el extranjero. Uno trabaja con los dos polos, pero no es fácil”.
A final de cuentas, se siente un escritor latinoamericano: “Me choca que hay todavía un énfasis en los mercados nacionales que hace muy difícil que se produzca esta utopía de la literatura latinoamericana”. Cuando un escritor no tiene la presión por vender en un mercado nacional fijo tiene cierta ligereza, dijo Fonseca: “a mí me gusta el hecho de tener una posición más marginal, a veces uno puede adoptarla como una libertad”.
Catalina Murillo
“Descubrí bastante tarde que yo era mujer y centroamericana”, dijo Catalina Murillo Valverde, escritora costarricense. “Los temas de la expectativa por nuestra regionalidad son los que nos convocan, pero a mí no me interpelan de entrada”, dijo la autora, “deseo que esa etiqueta no se convierta en un grillete”. En la nacionalidad hay una paradoja “que hay que tener cuidado que no me pille los dedos”, dijo, “mi problema es que no me arraigo a nada”.
Murillo quiere sentirse libre de escribir. Ha trabajado como guionista de cine, televisión y teatro y tiene cinco libros publicados. En 2018 ganó el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de Costa Rica por su novela Maybe Managua. A los 28 años se mudó a Madrid y algunos de sus textos de ficción se sitúan en España. No obstante, frente a esta libertad de escribir fuera de Centroamérica, dijo: “Tengo un sancocho entre preguntarme: ¿cuáles son los derechos del escritor? ¿Y cuándo en realidad está validando sus privilegios?”.
Hoy, por la globalización, el Internet y las redes sociales, la ubicación geográfica no le parece tan dramática. “Cuando me fui para España por primera vez iba con la maleta llena de libros. Ya nadie viaja así. Los libros se consiguen”, dijo, “es lo geográfico líquido”.