Todo es lo que parece
Por Igor Israel González Aguirre / @I_gonzaleza
El sábado pasado, en el contexto de la inauguración de la trigésima sexta edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el inquilino que hoy habita Casa Jalisco se vio ante la posibilidad de mostrarse como un estadista de altura.
Tuvo la oportunidad de cuidar la investidura, dejar de lado los conflictos personales, y poner por encima de todo el interés colectivo de las y los jaliscienses. Pero como dice el clásico (y aprovechando el fervor mundialista): la tuvo, era suya, y la dejó ir.
Así, en lugar de aprovechar la tensa disputa por lo público que atraviesa a nuestra entidad, y capitalizar políticamente la confrontación entre dos de las instituciones más importantes de la región, Alfaro optó por cometer, cuando menos, un doble yerro:
1. Pudo haber favorecido la construcción democrática de consensos, pero eligió el berrinche y la pataleta: el mandatario se exhibió como un aprendiz de tiranuelo, intolerante y vengativo; capaz tanto de utilizar los recursos públicos a manera de castigo para quien no está de acuerdo con él; como de usar como carne de cañón a sus compañeres de partido, orquestando un intento de boicot a la FIL (por cierto, qué lamentable la homofobia del coordinador de la bancada emecista, quien insultó a la persona que lo filmó durante la manifestación; o el papelón del secretario de educación —así, con minúscula— protestando sin ruborizarse en contra de uno de los eventos literarios/culturales más importantes del continente); y
2. El gober se equivocó en la elección del escenario para desplegar su enojo. Pésima decisión. Es que… ¿en serio? ¿boicotear la inauguración de la FIL? ¿En qué cabeza cabe? No sé qué cálculos hicieron. Lo cierto es que, como decía mi abuela, se les votió el chirrión por el palito.
Tal vez perdieron de vista que la mirada de buena parte de los medios nacionales e internacionales estaría ese día puesta en Guadalajara. Quizá pensaron en aprovechar esta visibilidad bajo la idea de que toda publicidad, aunque sea mala, es buena publicidad. O a lo mejor creyeron que profundizar el conflicto iba a fortalecer la ya debilitada imagen pública del mandatario, mostrándolo como un gobernante fuerte y que no se raja. No lo sé y no me lo explico. El caso es que les resultó contraproducente. El espectáculo del séquito naranja, (el gober no fue a la protesta. Se limitó a tirar la piedra y esconder la mano), marchando en contra de la FIL fue, cuando menos, penoso.
Esta estrategia operó en su contra y contribuyó a erosionar el de por sí escaso capital político que le permitía pensarse como un posible contendiente a la presidencia en el todavía lejano 2024.
Vaya manera de darse cañonazos en los juanetes. ¿Ahora qué sigue en esta telenovela? Quién sabe. Hay que estar pendientes. A estas alturas —en las que el encono es moneda corriente y el resentimiento está a la orden del día— ya casi nada podría causar sorpresas.
Hoy la posibilidad de reconciliación entre el gobierno y la Universidad parece cada vez más lejana. Pero en esta vida —y sobre todo en materia política— nada está dicho. O por usar otra metáfora futbolera: el partido se termina hasta que se termina.
Así que a nosotras y nosotros no nos queda sino esperar mejores augurios. Tal vez en estos días el mandatario reflexione y se acuerde de que él es el gobernador de las y los jaliscienses; que una actitud bravucona ya no reditúa; y la «peligrosísima» FIL es menos prioritaria que, no sé… ¿la inseguridad? ¿las desapariciones? ¿la violencia?