Que el mundo ruede

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

«¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín: no puede cambiar de pasión». El monólogo de Pablo Sandoval concluye y da pie a uno de los plano secuencia más chingón del cine argentino y, me atrevo a decir, del cine latinoamericano: un helicóptero se acerca a un estadio y luego de sobrevolar la cancha donde se ve jugar a los equipos argentinos Huracán y Rácing Club, el espectador termina metido en la grada donde la afición brinca, canta y alienta al equipo de Avellaneda. La apoteosis llega cuando Rácing marca gol, la grada estalla en la celebración y Pablo y Benjamín comienzan a perseguir a Isidoro Gómez, que ha sido descubierto y está a punto de ser arrestado porque pudo cambiar de todo, menos su pasión por Rácing.

El monólogo de Sandoval y la persecusión dentro del estadio son dos de las escenas medulares de El secreto de sus ojos (2009), cinta argentina de Juan José Campanella basada en el libro La pregunta de sus ojos (2005), de Eduardo Sacheri. La frase con la que abro el texto es, quizá, una de mis favoritas y la he tenido presente porque este domingo arranca el Mundial de Fútbol y tengo que reconocer que estoy emocionado porque, como ya escribí acá alguna vez, el fútbol es una cosa que disfruto mucho. O como sentencia el meme: el fútbol es mi pasión. Me gusta verlo y me gusta practicarlo y me gusta mucho ver a la gente disfrutarlo.

Si bien la Copa del Mundo es algo que siempre da de qué hablar, la que está por dar comienzo en Qatar ha sido una de las más polémicas en los últimos años. Más todavía que la realizada en Rusia, que recibió la fiesta del fulbo en 2018.

Para comenzar, poco después de que se dio a conocer la designación del país árabe como sede mundialista se destapó un escándalo de corrupción según el cual los jeques qataríes habían comprado con sobornos la sede a la FIFA, máximo órgano rector del fútbol en el orbe y que no se caracteriza por sus comportamientos éticos. «Dinero es dinero, aprende algo dinero», parece ser el lema que canta de la Federación, que no tuvo empacho en elegir como sede un país donde las violaciones a los derechos humanos ocurren de manera cotidiana, sobre todo si se trata de mujeres o de personas de la comunidad LGBTTTQ+. Figuras como Dua Lipa, Rod Stewart y Shakira declinaron participar en la inauguración del Mundial a manera de protesta.

Luego vino la construcción de los estadios, que fueron levantados ex profeso para el Mundial violando todos y cada uno de los derechos laborales de los trabajadores, la mayoría de ellos inmigrantes que han laborado en condiciones infrahumanas y, en muchos casos, hasta perder la vida. Debido a la falta de información clara, sobre la cifra de muertes de trabajadores, no hay un consenso: si bien Amnistía Internacional habla de 15 mil personas, no es posible afirmar que todas han muerto durante la construcción de los estadios. The Guardian baja la cifra a 6,751 trabajadores, pero tampoco es precisa. En todo caso, lo que sí es posible afirmar es que ha muerto muchísima gente, mayoritariamente inmigrante, algo que a las autoridades qataríes tiene sin cuidado ya que, han dicho, el número de muertos se encuentra “dentro de un rango esperado para una población de este tamaño y demografía”. (Acá pueden checar el ejercicio de verificación de información que hizo la Deutsche Welle y de donde me traje las cifras.)

Independientemente de lo polémico que ha resultado el Mundial de Qatar desde mucho tiempo antes de que comience a rodar el balón, lo cierto es que el fútbol siempre tendrá sus detractores. Por ejemplo, Jorge Luis Borges hizo célebre la frase «el fútbol es popular porque la estupidez es popular”, y en México es común escuchar que el deporte de las patadas es una forma de enajenar a las personas y distraerlas de los temas importantes que deberían ocupar la atención de las personas. Quienes sostienen este argumento olvidan que países como Alemania, Inglaterra o Francia, por nombrar apenas tres de los llamados países desarrollados, tienen una gran tradición futbolera y aficiones apasionadas como pocas. Quizá las razones del entumecimiento social están en otro lugar y no en la cancha.

También es común escuchar que digan que los aficionados y la gente a la que le gusta el fútbol son unos ignorantes. Pienso en Albert Camus, el intelectual y escritor argelino que en su juventud fue un entusiasta futbolista y que llegó a expresar: «De los muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol. Lo que aprendí con el Rácing Universitaire d’ Alger, no puede morir». En esa misma línea puede leerse lo que apuntó el escritor ruso Vladimir Nabokov: “De todos los deportes que practiqué en Cambridge, el fútbol ha seguido siendo un ventoso claro en mitad de un periodo notablemente confuso. Me apasionaba jugar de portero». Este texto se volvería interminable si trajéramos a colación no sólo a escritores y pensadores que han jugado a la pelota, sino a aquellos que son fanáticos futboleros y han llevado su afición hasta su obra.

Y la música no se queda atrás: en México, Molotov ha expresado su apoyo a los Pumas de la UNAM en canciones como “Vale Vergara” y “Here We Kum”; El Gran Silencio grabó “¡La U!”, una canción dedicada a los Tigres de la UANL, cuya barra principal es la Libres y Locos, que es el título de otra canción de la banda; también es reconocida la afición de Panteón Rococó por el equipo alemán St. Pauli, a quienes dedicaron “Das Herz von St. Pauli” y, ya en el ámbito local, la banda No Tiene la Vaca hizo lo propio para compartir su afición por los rojinegros del Atlas.

En 1974, durante el Mundial celebrado en Alemania, Jorge Ibargüengoitia escribió: «Aprende uno mucho más de fútbol oyendo los comentarios o leyendo el periódico que viendo los partidos y mucho más que jugando. También se aprenden otras cosas. Sobre la naturaleza humana: estos campeonatos son la guerra incruenta, que suscita odios perfectamente gratuitos —nomás porque el enemigo está del otro lado del campo—, y las derrotas son catástrofes nacionales, nomás que, afortunadamente, el ejército derrotado regresa a su país para encontrar odio y desprecio, pero no hay miles de muertos, ni hambre, ni ciudades destruidas».

Sobre esto último, podemos afirmar que la cita de 2022 se vislumbra catastrófica para la Selección Mexicana, que seguro regresará para encontrar odio y desprecio. Si en otros Mundiales se repite hasta el cansancio que el objetivo es llegar al quinto partido, todo apunta a que en la visita a Qatar México puede ya olvidarse del cuarto partido. Incluso del tercero. Y si me apuran, hasta del segundo. No obstante, ahí estaremos miles de mexicanos siguiendo los partidos de la selección nomás por el puro morbo o por una ilusión que nunca vamos a reconocer en público. Porque esto es el fútbol y a veces uno tiene que abrazar sus contradicciones y aceptarlas y vivir con ellas.

Al final de su despedida de las canchas, Diego Armando Maradona dirigió un mensaje a los hinchas que abarrotaron la grada de la Bombonera, el estadio del Boca Juniors. Dijo Maradó: «El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo, de eso no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha». Vuelvo a escuchar el mensaje de Maradona y pienso en los millones de personas, hombres y mujeres, niñas y niños, que cada fin de semana llenan canchas improvisadas en calles y parques o las canchas bien equipadas de las unidades deportivas; en los millones de personas que juegan metegol, que arman retas, equipos de once, de fútbol rápido, de fútbol de sala, de soccer 7, de tres contra tres; en los millones de personas que, lejos de las mafias que representan la FIFA o la Federación Mexicana de Fútbol o los sobornos y la especulación financiera de los grandes clubes, corren detrás de una pelota y descubren la camaradería, el juego en equipo; que disfrutan de ver a sus ídolos por la televisión o que convierten las calles de su barrio en estadios monumentales como el Azteca, el Maracaná, Old Traford o San Siro. Eso, y no otra cosa, es el fútbol. Eso, y no otra cosa, es el deporte más lindo y más sano del mundo.

Y nomás por no dejar: para este Mundial banco a Argentina. Y que la pelota, como el mundo, ruede.

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La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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