Cartilla Mediática:
“Para aprender a leer los medios”
Por Yasmany Herrera Borrero
Un viejo axioma periodístico reza “bad news is Good news”, esta parece ser la máxima que ha permeado la práctica periodística por más de un siglo y medio. Luego el mercado ha llevado este pensamiento al extremo de hacer de las malas noticias un ejercicio morboso, poco serio y carente de análisis. La televisión y una buena parte de la prensa gráfica han hecho de la prensa roja su producto principal, la justificación “es lo que vende”.
Sin embargo, un diagnóstico acertado sobre esta situación proviene de no pocos periodistas nacionales y foráneos: la necesidad de que el panorama mediático y los periodistas como sus actores principales tengan un cambio sustancial. Es decir, plantean incorporar a la formación de los periodistas nuevos, y en el ejercicio de la profesión el componente de derechos humanos, a ello le agregaría yo la dimensión ética.
Los estudios de comunicación han referido la tematización como un problema de los medios actuales. Es muy común que las agendas mediáticas se conformen de acuerdo a campañas que generalmente abordan temáticas sensibles. Dentro de ellas un enfoque es el que contempla los derechos humanos que se afectan o se potencian, de acuerdo al ángulo desde donde se ubiquen los medios respecto al tema y luego el asunto es cubierto por el amplio manto de silencio.
En definitiva, pareciera que el periodismo a gran escala carece de la voluntad o las herramientas para profundizar en aquellos asuntos que implican un profundo compromiso social y la vocación de sacrificio que supone estar junto a los más necesitados. Otra vez, es posible que la solución esté en la capacitación, en la modificación de lo que se considera noticia y en la comprensión del valor de hacer un periodismo con una profunda vocación democrática.
Este, por un lado, debe analizar las estructuras sociales y culturales, y proponer un cambio en las deformaciones que dan lugar a las violaciones de los derechos humanos. Ese modelo supone para los medios un cambio de concepción sobre su papel social lejos de la cacareada objetividad que a estas alturas ya todos sabemos que no existe.
Algunos de los casos de feminicidio más sonados del último año en México como el de Debanhi en Nuevo León, o el de Luz Raquel Padilla en Jalisco, además de los miles de desaparecidos que actualmente cuenta el país, ilustran dos modos muy claros de entender el fenómeno de la relación derechos humanos y periodismo. Por un lado, la espectacularización de la tragedia de los grandes medios de comunicación, y por el otro, en menor medida medios comprometidos con la denuncia y la reivindicación de los derechos humanos que han garantizado un seguimiento sostenido de ambos casos a fin de hacer públicas las particularidades de los casos.
Las consecuencias de estos tratamientos no son vagas, sino que implican en el primer caso la naturalización de la violencia y la sensación de desamparo social ante una realidad que al parecer no tiene posibilidad de ser modificada. Por lo tanto, es entendible que los derechos humanos en su amplia gama parezcan no interesar mucho a la mayoría de los medios, ya que los propios periodistas a menudo son víctimas, no solo de la violación de su derecho a libertad de expresión que es inalienable, sino que se vulnera el más importante de todos, que es el derecho a la vida.
Mientras que, con el segundo tratamiento, se puede reconocer un impacto claro en la conformación de una ciudadanía crítica que acompaña la denuncia y se compromete con la lucha por los derechos humanos. Esto significa que para estos grupos no hay resignación a la violencia y desarrollan una actitud que les permite exigir a las autoridades el ejercicio de su principal función que es la protección de los mexicanos del derecho a la vida en primera instancia y luego a los otros derechos que se corresponden con la condición humana.
Este análisis estaría incompleto si no se tuvieran en cuenta dos asuntos que van de la mano de los derechos humanos: son la ética y la responsabilidad social. Ello quiere decir que también hay que cuestionarse qué pasa cuando son los medios los violadores de derechos humanos, cuando son los principales perpetradores de os linchamientos de sujetos, entidades o partidos.
Es crucial entender que hay una diferencia entre exponer hechos, argumentar o contrargumentar en el espacio de la política, incorporar al ámbito público asuntos o actitudes que deben ser sometidas a debate público y el acto de linchar mediáticamente. Conocer esta diferencia implica conocer en profundidad el rol social de los medios de comunicación y entender por qué el posicionamiento ético es la primera frontera para producir contenidos con enfoque de derechos humanos.
Este ha de ser el principal desafío de los medios en la actualidad para construir una nueva legitimidad mediática basada en la concepción de los medios como referente de la vida social. Si las malas noticias sirven para poner en cuestionamiento los fallos de las sociedades en las que vivimos, si el análisis de las malas noticias supone la desarticulación de sistemas de relaciones sociales excluyentes, violentos, misóginos e intolerantes, entonces estamos en presencia de buenas noticias.