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Eliana Hernández, ganadora del premio nacional de poesía en Colombia, habla sobre La Mata, un poema/testimonio que es también la puerta de entrada a un ejercicio de memoria de la violencia, desde la dignidad y no desde la victimización
Texto: Heriberto Paredes / Pie de Página
Foto: Cortesía de Eliana Hernández
Existe una amplia expectativa en Colombia –y en toda América Latina– frente al recién estrenado gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, posiblemente porque inició un nuevo periodo en la historia reciente de este país. Un nuevo capítulo que se espera comience también con procesos de justicia, transformaciones económicas y políticas. Tal vez sea este gobierno el comienzo del fin de la guerra que, según algunas estimaciones, se desató con el asesinato del líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido el 9 de abril de 1948 en Bogotá. Guerra que se libra en las calles, en las montañas y en los ríos de toda la nación.
En esta coyuntura de cambio, el asunto de la memoria no es menor; aunque posiblemente no figure mucho en los discursos políticos, o incluso sea visto como algo que no corresponde a los nuevos tiempos en donde hay que pensar en el futuro. Pero un futuro sin memoria no puede sino tropezar con las mismas piedras. Y la memoria en Colombia está atravesada por un profundo dolor. El dolor de las muertes; las desapariciones; los desplazamientos forzados; la miseria; la explotación; la desigualdad y la violencia cotidiana. ¿Cómo construir esta memoria y bajo qué medios expresarla?
Eliana Hernández, poeta originaria de la capital, es decir, rola, ganadora del Premio Nacional de Poesía 2021, nos coloca frente una serie de retos al proponernos un modo de construcción de memoria. Su libro La Mata es un ejemplo excepcional de la fuerza que puede cobrar el lenguaje cuando está cargado de la crítica de la violencia y de una seguridad en el uso de cada palabra. Junto con las ilustraciones de María Isabel Rueda, este poema es también la puerta de entrada a un ejercicio de memoria desde la dignidad y no desde la victimización.
El poema reconstruye la historia de El Salado, un pueblo masacrado por el Bloque Norte y el Bloque Héroes de los Montes de María de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) entre el 16 y el 22 de febrero del año 2000. A pesar de que no se tenía un dato exacto del número de víctimas, la Fiscalía colombiana determinó que más de 100 personas fueron asesinadas en uno de los más brutales y conocidos en el país.
En una conversación para Pie de Página, la autora de este trabajo nos cuenta cómo la naturaleza se volvió un personaje central en la construcción de la memoria histórica de este episodio; algo que da pie a repensar la posibilidad de que las naturalezas nos permitan contar los episodios más dolorosos de la historia latinoamericana.
Otras formas de narrar la violencia
—¿Cómo llegaste a la historia de El Salado?
—Me mandaron el Informe que sacó el Centro de Memoria Histórica, que es esta institución que se ha encargado, en Colombia, de reconstruir varias historias de violencia en el país y ellos sacaron este informe sobre la masacre de El Salado. Se trata de una episodio muy conocido, en parte por lo horrible de la masacre, por el hecho de que los militares pusieron música, muchas personas en Colombia la recuerdan. Cuando pasó yo era muy joven, pero es un relato que circula y circula.
El Informe era un mamotreto de 300 páginas de memoria histórica. Empecé a leerlo pero era muy difícil porque tenía muchos testimonios y era un texto desgarrador. La labor que hace esta institución de recopilar todos estos testimonios ha sido increíble. Después de terminar de leerlo me dije que tenía que hacer algo con esto, encontrar cómo procesar todas estas historias espantosas desde otros lugares.
Cuando somos testigos, aunque sea muy lejanos, necesitamos distintas formas de procesar todo esto. Sabía que quería hacer un libro de poesía, entrarle por ahí a la historia y que mantuviera los hechos históricos pero que transmitiera a los lectores el acceso por otro lugar. Pensar unos personajes, lograr ver unos cuerpos, no sólo las voces del testimonio sino poder ver a los personajes y poder ver su recorrido. Al mismo tiempo esto se cruzó con otra historia que estaba escribiendo, la historia de mis abuelos que también eran campesinos en otra zona de Colombia y en algún momento se me empezaron a cruzar las historias. Siempre quise mantener los hechos históricos pero ficcionar a los personajes, a las situaciones cotidianas a las que no podemos acceder y contar esta historia desde un lugar más íntimo.
—Pienso en la particularidad de la poesía como medio para transmitir lo que quieres con esta historia: la extensión, las posibilidades que da el relato en prosa, todos los formatos. A veces la poesía no siempre es muy popular. Si yo me paro en la calle y pregunto a la gente cuánta poesía han leído, me dirán, ¿poesía? ¿con qué se come?. A veces en el formato de leyendas o relatos cortos son más accesibles, ¿cómo es esta elección de la poesía? No es un poema muy largo pero es muy asertivo en sus intuiciones…
—En Colombia hay una tradición de la poesía de la violencia que es muy distinguible, poemas sobre la violencia. Estos poemas en donde no te cuentan una historia sino que te hacen referencia a un tipo de violencia que pudo haber ocurrido en algún lugar. Es una tradición de poemas que hablan de enterradores, de la señora que sufre, nunca un hombre, y yo quería intervenir en esta tradición. Acá tenemos una gran tradición de poesía y de narrativa sobre la violencia y yo quería revisitar esta historia, sí desde la poesía, pero intentando esquivar estos poemitas típicos de la violencia.
Un poema con rostros
Eliana dice que La Mata «es un poema y es también súper narrativo, espero que se puedan ver a las personas, que tenga algo que en la poesía no se trabaja tanto. Quería entrarle a la historia desde un lugar menos consciente, porque la disposición lectora, cuando estás leyendo un poema, es distinta a la disposición que tienes cuando lees un cuento o una crónica. Les pides cosas diferentes y creo que en la poesía es más fácil trabajar con intuiciones y en eso el dibujo ayudó muchísimo, como algo que está entrando, algo que está presentándose como algo más inconsciente, descontrolando un poco la voz. En la prosa tienes más control de la voz y de la historia y en este poema quería descontrolar estas voces tan formadas y tan racionales y tan dueñas de lo que están diciendo. Es más difícil hacerlo con la narrativa.
–Alcanzo a ver a los personajes, los imagino, hago el ejercicio de ponerles rostro y textura y al mismo tiempo no hay un personaje delimitado, van cambiando a lo largo del poema. También tiene que ver esta otra tradición latinoamericana de la poesía militante que es bastante fría, donde los personajes parecen de cartón, donde no hay rostros que te conecten.
—Precisamente yo no puedo con las mujeres sin rostro. En este libro era importante terminar con voces que resaltaran la dignidad en estas historias de violencia, esta capacidad de recuperarse a pesar del horror. Para mí era muy importante, porque también es la historia de El Salado y la historia general de los sobrevivientes de distintos episodios de violencia en donde no sólo quieres contar ‘pobrecitos…’, sino hablar sobre la fuerza para recuperarse de eso que es gonorrea y que hay que nombrarla también.
Quería convocar esta fuerza de mujeres ya no sufrientes sino mujeres guerreras que se levantan todos los días a pelar papas y a hacer una sopa porque vamos a comer. Trato de evitar el momento violento de los cuerpos masacrados, desmembrados, no buscar estetizar esta violencia sino contar cómo se vivía antes y cómo se vivía después de episodios violentos, cómo se intentó salir de ahí y retomar la vida, particularmente porque en El Salado hubo una muestra de cómo los paramilitares, después de matar dejaron los cuerpos para que todo mundo pudiera verlos.
Tal vez algo como lo que pasa en México, cuando el cártel pasa por ciertos lugares, no sólo se trata de matar solamente sino de mostrar los cuerpos para que la gente los vea. Yo quería evitar eso y mostrar otras cosas, como la cotidianidad de estas personas que murieron, que pudieron haber sido familiares o amigos tuyos y que no son como esos poemas de los grandes sufrientes o a los grandes mártires, hay mucha distancia porque nadie es así. Es difícil empatizar con estos héroes, con el Héroe, el Soldado, con el Relato Heroico, que es también para mí, la base de la violencia. Es horrible.
Tengo otras ideas del heroísmo, como pelar papas al otro día porque la vida sigue.
Hay que tomar en cuenta todo el daño que hacen esas ideas que cuentan la imagen de lo indígena, no solamente estetizado sino estático, y entonces jamás en la vida podemos pensar que llegue agua o que lleguen computadores, porque para qué van a necesitar un teléfono.
Una imagen más contrastada, incluso de la naturaleza, cómo crecen y en cómo reflejan la persistencia de la vida. Como la persistencia del deseo por reproducirse y mantenerse, una forma de vida que para mí es muy persistente».
La naturaleza como testigo
—El tema de la naturaleza, de lo vegetal, es otra diferencia respecto a otras tradiciones poéticas, porque contigo son personajes, el principal personaje de tu libro. ¿Cómo es el gusto que tienes por la naturaleza que nos rodea y en la que estamos inmersos, cómo planteas volverla personaje activo y que testimonia?
—En algún punto necesitaba una voz que fuera una voz que fuera testigo de la historia y que participara pero que también tuviera algo de distancia. Tenía muchos personajes y necesitaba una especie de narrador omnisciente que estuviera un poco más afuera de la historia y que te pudiera contar más cosas y pudiera ser más reflexivo, más distante. Para mí fue como un personaje voyerista, que pudiera distanciarse de los hechos y que pudiera estar en otra sintonía y ahí empecé a construir esta voz.
Algo que pasó y que me marcó mucho el camino del libro es que cuando estaba revisando el informe vi unas fotos de El Salado cuando las personas desplazadas regresaron a su pueblo y esas fotos eran unas veredas y unas casas comidas por la maleza, comidas por lo vegetal. Elles contaron que llegando tuvieron que desmalezar todo eso porque el monto se estaba comiendo el pueblo.
A mí me gustó mucho esa imagen de lo vegetal que está ahí durante toda la historia: está ahí antes de que lleguen los paramilitares, está ahí durante la masacre y está ahí cuando la gente se va y cuando la gente vuelve. Es un personaje que puede estar presente desde un lugar diferente a pesar de que la voz está muy humanizada.
Era una voz poética que se acercaba más a mi voz. Era una voz con la que yo me sentía más identificada, más presente, con la que lograba más. Las otras voces están metidas en los demás personajes y la voz de la mata es también mi voz. Pensé mucho en cómo podía ser una voz de la naturaleza, una voz de lo que no habla, que se mueve en otros ritmos y después de que escribí el libro se lo pasé a María Isabel Rueda, quien fue quien hizo el dibujo y ella nunca vio esas fotos que ví yo. Cuando hizo el dibujo se parecía muchísimo a las fotos. Así trabajan las imágenes también, en niveles más inconscientes, yo creo que la poesía trabaja también con estas imágenes más intuitivas.
—¿Crees que sea posible retomar esta voz de la naturaleza y contar desde ahí otros procesos de la historia reciente de Colombia o hay limitantes para eso?
—La naturaleza tiene muchas voces y hay muchas naturalezas, me gustaría plantear una voz, tal vez no más vegetal sino una voz de los hongos o de los ríos. Por ejemplo, la violencia y la historia de Colombia está muy atravesada por ríos, como en los que han botado un montón de muertos, o en los que han llevado mucha mercancía y se generan conflictos terribles. Pensando en otras voces de la naturaleza me parece que estas son muy susurrantes.
El conflicto armado en Colombia continúa, hay todavía muchos dolores, muchas cosas que hay que trabajar y ahí hay que buscar narrar las cosas desde un lugar más compasivo, buscando hacer honor a la verdad pero no juzgar.
Hablar de lo urgente, más allá de los estigmas
—¿Has contactado alguna de las organizaciones de El Salado?
—Intenté mucho hacer ese trabajo y no había mucho interés. Algo con lo que batallé bastante es que este pueblo está muy estigmatizado por la violencia y no era fácil llegar y volver a plantear esta historia, pero sigo buscando contacto para hacer las cosas más en colaboración y mostrarles este trabajo buscando una especie de catarsis de historias difíciles.
—¿Cómo ha sido la recepción en otros ámbitos de la sociedad? Hay un premio importante como lo es el Premio Nacional de Poesía…
—En Colombia no hay mucha crítica literaria, la verdad, he escuchado a mucha gente que les ha conmovido. Fue complicado porque a veces pasa que sale algo y ni te enteras y me tocó todo el lanzamiento del libro por zoom, siempre había una barrera con los lectores y ahora que estuve en la Feria Internacional del Libro fue muy lindo porque estuve con mucha gente hablando de cómo les había impactado, conmovido, movilizado.
Es un libro que, no sé si los burócratas leen poesía o algo así, pero a la gente sí le encanta y a mi familia le conmovió mucho, les impresionó. Espero que este libro sea uno también para no poetas.
El premio es uno de los más importantes que hay en Colombia y todavía estoy procesando esto, con calma.
—He notado cierta estigmatización con materiales que aborden de alguna manera, bajo cualquier ángulo, el conflicto en Colombia y sin embargo la misma burocracia saliente premió un libro que habla de la condición humana de la violencia, ¿hay una contradicción ahí o no se enteraron?
—Claro que no se enteraron. Cuando me contactaron les jurades, que son poetas muy buenes, una de ellas me decía que tal vez no le hicieron tanta difusión al premio por esta misma razón, porque hablaba directamente de la violencia y responsabilizando directamente al gobierno, en este caso de la negligencia estatal. Sin caer en paranoias pero esto pasa. Sin embargo, el libro ya está traducido al inglés por la poeta Robin Myers y está buscando su camino de publicación en Estados Unidos, pero también me encantaría que saliera en México.
—¿Crees que en el nuevo gobierno encabezado por Gustavo Petro y Francia Márquez haya posibilidad del inicio de la construcción de una justicia que parta de la compasión, de una sensibilidad distinta, que haya posibilidad de cambiar el rumbo?
—La verdad es que este nuevo gobierno me dio mucha ilusión, yo creo que para allá vamos. Petro hizo un gesto que para mi fue genial: recién fue electo empezó a hablar con la oposición, inclusive con Álvaro Uribe. Esto se puede leer de muchas maneras pero es un gesto importante: que en Colombia se sienten a hablar las personas que tienen visiones del país irreconciliables es muy bacano. Está mostrando que hay una voluntad política de resarcir y de, no solamente conciliar, sino de hacer justicia. Hay historias de violencia de muy larga data y se habló también de justicia ambiental para no vivir en un territorio que esté contaminado, que una multinacional quiera mandar a la mierda todo. Esto es importante para construir la paz. Finalmente mencionar que la naturaleza es una forma de la desobediencia, algo que no puedes domesticar. Esa idea que tenemos de la naturaleza de que la podemos controlar y domesticar, no es así. Me gustan mucho como metáfora de lo que no podemos controlar, para pensar la ensoñación poética y el escribir, se está también escribiendo a través de ti pero que no es enteramente tuyo. En mi caso, como colombiana, he escuchado todas estas historias de violencia y me gusta pensar que las escribo a través de la naturaleza.