La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Pesqué la cita al vuelo hace años, estuvo guardada en algún rincón de mi memoria y hoy, mientras pensaba sobre qué escribir, me vino a la cabeza de pronto. Está sacada de una entrevista que Fernando Benítez le hizo a Juan Rulfo. En la charla, el escritor jalisciense habla de muchas cosas. Y, por supuesto, en un punto de la charla el periodista y editor pregunta sobre el origen de Pedro Páramo. En medio de la respuesta aparece la frase que hoy me vino a la cabeza. Dice Rulfo: «Advertí que la vida no es una secuencia. Pueden pasar los años sin que nada ocurra y de pronto se desencadena una multitud de hechos».
La frase me vino a la cabeza porque siento que estamos viviendo días en los que las cosas se suceden una tras otra sin apenas dar respiro, desencadenadas. Cuando esas cosas pasan, la mente, caprichosa, busca salidas, escapes, fugas que pueden tener la forma de una frase atrapada al vuelo hace años. O bien, la forma de una escena que es, también, una cita: «Amadís Dudu seguía sin convicción la estrecha callejuela, que constituía el más corto de los atajos para llegar a la parada del autobús 975».
Así comienza la novela El otoño en Pekín, del escritor francés Boris Vian, publicada por primera vez en 1947, lo que quiere decir que este año ha cumplido 75 años. Y bueno, tres cuartos de siglo es razón más que suficiente para dedicarle unas líneas.
Boris Vian (Ville-d’Avray, 1920 – París, 1959) fue hijo de un rentista y de una aficionada a la música. A los doce años le fue detectada una afección cardiaca que en este momento no es relevante, pero lo será.
De este escritor francés se puede escribir mucho. De hecho, se ha escrito. Todos los textos coinciden en destacar su cariz polifacético: ingeniero de formación, fue narrador, poeta, ensayista, guionista de cine, trompetista de jazz, compositor, traductor, cronista y miembro del Colegio de Patafísica francés, donde ostentaba el grado de sátrapa. Hombre de su tiempo, aprovechó los años del París entre y post guerra para forjarse un mito que, como suele ocurrir, ha crecido más después de su muerte y se extiende hasta nuestros días.
Agotar el legado de Bison Ravi (uno de sus pasatiempos favoritos era hacer anagramas con su nombre) es imposible. Y es que pareciera que Vian estaba decidido a encarar el ideal renacentista y dejar su huella en cuanta disciplina se le pusiera enfrente. Quien desee conocer su música puede echarse un clavado a su perfil en Spotify, donde se pueden encontrar grabaciones originales y versiones de sus temas que han hecho otros artistas.
Al igual que su obra literaria, sus composiciones están plagadas de escenarios surrealistas y absurdos, pero no sólo: mención aparte merece la indispensable «Le déserteur»: con los estragos de la II Guerra Mundial todavía frescos, y con las guerras colonialistas francesas a la orden del día, Boris Vian escribe una carta al presidente en la que le informa que, habiendo recibido la carta para incorporarse a la milicia, ha decidido desertar porque no ha venido al mundo “para matar gente pobre”, y añade que si el presidente quiere que alguien done sangre para su causa, entonces que done la suya. Una canción más que vigente en un país donde los milicos ganan cada vez más espacios día con día.
La huella de Vian en la música no sólo se ve en sus composiciones o en la recuperación que otros han hecho de ellas, sino en lo que ha inspirado en otros músicos. Dos ejemplos: en 1984, la banda española La Unión lanzó el sencillo “Lobo-hombre”, canción mundialmente conocida por todos los cuarentacincuentones de habla hispana y que está basada en un cuento homónimo de Vian. Por otra parte, en 2008 en el músico argentino Andy Chango, junto con el español Javier Krahe, lanzó el disco Boris Vian, álbum en el que recopila versiones libres de canciones de Vian y que incluye una versión en inglés de “Le déserteur” en voz de Andrés Calamaro.
Pero esto es sólo el aspecto musical. El literario es un universo aparte.
La obra literaria de Boris Vian es vasta, por decirlo de alguna manera. Exploró por igual el cuento, la novela, el ensayo, la poesía, el teatro, el guion cinematográfico, la crítica literaria y musical y la crónica. De todo esto, lo que más ha llegado a nuestros días es la narrativa, gracias al rescate que desde hace años ha hecho Tusquets, que incluso cuenta con una Biblioteca Boris Vian. Si alguien quiere sumergirse en el Vianverso, la mejor puerta de entrada es El lobo-hombre, un libro con trece relatos que, además del cuento homónimo (una versión invertida del mito del licántropo), incluye relatos geniales —como “El amor es ciego”— o brutales —como “Los perros, el deseo y la muerte”.
El lobo-hombre es, ya decía, una puerta de entrada al Vianverso. Pero, ¿qué hay dentro? De todo: hay novelas crudas y que fueron consideradas exageradamente violentas y sexualmente explícitas para su tiempo, como Todos los muertos tienen la misma piel y Escupiré sobre vuestras tumbas, publicadas bajo el seudónimo de Vernon Sullivan y en las que Boris Vian se hizo pasar como traductor (al ser descubierto el juego, la crítica parisina fue implacable y prácticamente lo condenó al exilio literario); también están las policiacas Que se mueran los feos y Con las mujeres no hay manera, donde los protagonistas se enfrentan, en la primera, a una banda que busca la eugenesia y, en la segunda, a una banda de lesbianas; El otoño en Pekín es una novela delirante que no ocurre ni en otoño ni en Pekín; El arrancacorazones es una peculiar crítica al psicoanálisis y La hierba roja es una novela existencialista donde la melancolía resuena en cada página, como cuando alguien pisa las hojas secas en otoño. También es posible encontrar por ahí Calle de las arrebatadoras, un compilado de guiones de cine, o Escritos pornográficos, que es un ensayo sobre… el título es bastante claro.
Dejo en este párrafo a una novela que merece mención aparte: La espuma de los días, una historia que puede ser considerada como la historia de amor por excelencia y en la que Vian aprovechó para hacer una venganza personal: cuando su pareja de entonces le fue infiel con el escritor y filósofo Jean Paul Sartre, Bison Ravi no dejó pasar la oportunidad de caricaturizarlo en las páginas y meterlo como personaje de fondo con el nombre de Jan Sol Partre, una engreída figura pública cuya obra es objeto del fetiche de Chick, uno de los protagonistas de la novela.
En cuanto a la poesía, uno puede encontrarse la versión de No quisiera morir, de Hyperión; o No me gustaría palmarla, una deliciosa edición que combina poesías e ilustraciones editada por Demipage. Ahora bien, si lo que quiere es llevarse el Santo Grial de la poesía vianesca, lo más sensato es irse directo por un ejemplar de Boris Vian. Poesía completa, preciosa edición bilingüe a cargo de editorial Renacimiento. ¿Quiere conocer a Vian en su faceta como cronista de la escena musical del París de mediados del siglo XX? Entonces lo que usted está buscando es Manual de Saint-Germain-Des-Prés.
Boris Vian murió el 23 de junio de 1959, en París. Cuando se repasan su obra y el tiempo en que la realizó, cobran otra dimensión los términos prolífica y fugaz para calificar su vida: murió a los 39 años y dejó un legado que seguimos rastreando. Sobre su muerte, hay dos versiones: la primera, que murió prematuramente debido a la afección cardiaca mencionada líneas arriba. La segunda, que se murió del coraje: asistió de incógnito al estreno de una adaptación cinematográfica de Escupiré sobre vuestras tumbas y el resultado fue tan malo que Vian murió por el infarto que le provocó la rabieta durante la proyección. Una muerte vianesca, sin duda.
De pronto este texto se hizo largo. Amadís Dudu sigue esperando el camión 975 y Juan Rulfo sigue contándole a Fernando Benítez los secretos detrás de sus historias. La multitud de hechos sigue desencadenada y la mente sigue divagando, cambiando de tema una y otra vez, mientras la pregunta flota en el aire: ¿Ya es otoño en Pekín?