(Tokiniuan amo kinchaj inkoneuan, yajuamej kintemouaj)
En la montaña baja de Guerrero, las mujeres Nahuatl buscan a sus familiares mientras enfrentan los abusos y discriminación de las autoridades.
Texto: Isael Rosales
Fotos: Lenin Mosso
GUERRERO. – Eran las 5 de la mañana cuando doña Marcelina se despertó a preparar el almuerzo y la comida para su familia. En Náhualt les da las recomendaciones a sus hijas e hijos para que realicen los quehaceres de la casa. Al despunte del alba empieza a caminar rumbo al crucero para poder la pasajera que la deja cerca del mercado municipal de Chilapa, Guerrero.
Doña Marcelina no cuenta con teléfono. Una semana antes, integrantes del Colectivo de Desaparecidos y Pueblos Indígenas de Chilapa le dejaron un recado con sus hijas. Le recordaron que no fuera a faltar a la marcha de este 30 de agosto de 2022, Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas.
Ella recuerda:
“A mi hijo se lo llevaron un 13 de mayo de 2015 en Chilapa. Era taxista para darles alimentación y educación a sus dos hijos. La verdad es que desde estas fechas ya no vivimos tranquilos, solo esperamos la muerte, aunque nosotros queremos vivir sin miedo”.
La población tiene memoria que desde el 2014 la violencia se incrementó por la pelea de los grupos delincuenciales. Los enfrentamientos entre los Rojos y los Ardillos dejaron una estela de sangre. El caso más emblemático fue cuando decenas de grupos de autodefensas irrumpieron la cabecera municipal para detener a el líder de los Rojos, Zenén Nava. No lo lograron, pero dejó más de 30 desaparecidos en una semana, sin que hasta ahora se sepa de su paradero.
Con su vestimenta tradicional de la región, Marcelina llegó dos horas antes a las oficinas del Centro Regional de Derechos Humanos, “José María Morelos y Pavón”. Ellos han acompañado a más de 60 familias en la búsqueda de sus seres queridos.
El recuerdo que no se va
Nunca se olvidan a las personas desaparecidas. Las familias indígenas de los municipios de Chilapa; Zitlala; Jose Joaquin de Herrera; y otros más de la Montaña baja de Guerrero viven el martirio y la incertidumbre por la desaparición. Son su familia. Sus hijas; madres; hermanas; hermanos; padres; tías o tíos.
Los recuerdos tintinean en el pensamiento aún el trajín de su vida cotidiana. El dolor se profundiza en el tiempo sin saber nada de sus seres queridos. Sus ojos, llenos de lágrimas, escarban la tierra para poder encontrar alguna pista que termine la pesadilla y el tormento.
El rostro sonriente, en ocasiones enojado, soltaba las carcajadas al viento para que se lo llevara tan lejos como pudiera. También ceñían las cejas con una espantosa seriedad. Los cuentos que contaban sobre el fin del mundo alrededor del fogón –cuando pardeaba la tarde tétrica del pueblo–, donde casi todas las familias enloquecen para conseguir de prisa una moneda más que alcance para el almuerzo del siguiente día. Los chistes sin risa. El trabajo sin salario. Las 500 lágrimas por la justicia y por la impotencia de no estar más tiempo con todas y todos. Los crucigramas en la tierra para ensayar la tarea… Son más recuerdos que brotan en las marchas o en las búsquedas que realizan las familias indígenas.
Teodomira Rosales, directora del Centro Regional de Defensa de Derechos Humanos “José María Morelos y Pavón”, señaló que del acompañamiento que hacen a 60 familias, a 10 ya les fueron entregados los cuerpos de sus esposos e hijos. Se realizaron 10 búsquedas. El último cuerpo le fue entregado a una mujer de la comunidad de Atzacualoya con muchas irregularidades.
En muchas ocasiones no se les notifica a las familias de las identificaciones. Las entregas de los cuerpos de las personas tardan de 3 a 5 años. Los engorrosos trámites continúan. Se tiene que tocar puertas para que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) pueda dotar de la canasta básica a las familias. Lo mismo pasa con las becas para las niñas y niños.
Es importante mencionar que el Estado debe garantizar los derechos de las familias que buscan a sus seres queridos. También exigen a las autoridades que urgente las búsquedas de las y los desaparecidos en el municipio de Chilapa y Zitlala.
En 2018, el municipio de Chilapa fue catalogado como el segundo más violento en el país. Cargan a cuestas más de 1200 asesinados y 500 desaparecidos en 10 años. Este municipio, mayormente con población indígena, es un puente entre la Montaña alta y la región centro del estado. En este corredor geográfico se concentra la segunda fuente de producción de amapola. Esto ha generado una disputa férrea de los grupos de la delincuencia organizada por los territorios para el trasiego de la droga. Es una ruta estratégica porque conecta con Chilpancingo (la capital) y el puerto de Acapulco.
Marchar hasta encontrarles
El pasado 30 de agosto, 60 familias nahuas del municipio de Chilapa y Zitlala realizaron una marcha de la Glorieta Eucaria Apreza al Zócalo. Al inicio desplegaron una lona y pancartas en las que decía: ‘los familiares no esperan a sus seres queridos, los buscan”; “100 mil casos de desaparición forzada en México”; “hasta encontrarlos”, algunas pancartas escritas en náhuatl, así como fotografías de las personas desaparecidas.
El recorrido lo hicieron mujeres indígenas que buscan a sus esposos e hijos. Algunas con sus pies descalzos caminaban en el asfalto caliente por los rayos del sol de medio día. Con la esperanza de ser escuchadas por las autoridades. Las miradas de la gente no importaba más que la verdad. Así, llegaron al kiosco de Chilapa donde dejaron una ofrenda con flores y las fotografías de sus desaparecidas y desaparecidos por tres horas. Desde las banquetas miraban a sus familiares con la fotografía más clara, algunas tejiendo trenzas de palma, otras más bordando una servilleta.
Las personas que cruzaban quedan mirando los carteles y las fotos por un rato. Los estudiantes también se detenían para contemplar los rostros de un Guerrero sumida en la violencia. Las niñas y los niños merodeaban alrededor de la ofrenda por las personas asesinadas y para que los desaparecidos encuentren el camino regreso a sus casas.
Otro rato más decidieron quitar la ofrenda para llevarla a la catedral de Chilapa. Las mujeres indígenas irrumpieron al recinto para depositar las flores y prender veladoras en el atrio de la virgen de Guadalupe. Una señora se hinca, mueve los labios y mira fijamente para pedir por todos los desaparecidos y desaparecidas. Besa el piso tres veces y se levanta suavemente mirando la imagen de la guadalupana. Algo pasa porque vuelve a regresar para decir otras cuantas palabras porque su esposo no regresa desde hace 7 años.
Martha, perteneciente al colectivo de Familias Víctimas de Desaparecidos de Pueblos Indígenas de Chilapa, pidió por su hermana Esmeralda y su sobrino Erick Yovani, desaparecidos desde el 21 de octubre de 2016. Tres años después, un 20 de noviembre, los encontraron asesinados, y hasta entonces recuperaron los cuerpos.
“La examinación de los restos fue tardía, pero la paciencia y la solidaridad de muchas personas se pudo lograr la recuperación. Ha sido un largo caminar, primero por miedo, incertidumbre y a la vez coraje de saber qué les pudo haber sucedido o el motivo del por qué los asesinaron. Nos causa mucha impotencia porque no tenemos claridad del por qué pasó todo. Desgraciadamente hay un dolor que por mucho tiempo ahí va a estar, eso no se quita y no se olvida. Lo que sí se quita es el miedo a cualquier cosa que nos pueda pasar. El peligro sigue latente, la impotencia sigue en nuestra familia, porque no podemos hacer nada, no podemos castigar a nadie y tampoco sabemos a quién culpar”.
Esmeralda, desaparecida y asesinada posteriormente, tiene un hijo que sigue con la angustia de volver a ver a su mamá. La familia es la que se encarga de los estudios, trata de no decirle nada porque nunca va a olvidar porque es la única memoria que le queda ante el terror implantado por los grupos de la delincuencia organizada.
“Sé que no somos los únicos que estamos padeciendo esta situación complicada, hay alguien más que se hermana con nosotros en este dolor, que después de tanto tiempo ese dolor lo convierte en coraje, en rabia, impotencia de no poder parar esta situación. La herida no está cerrada y creo que por mucho tiempo no lo va a estar. Esa ausencia duele mucho, a pesar de que han pasado varios años, uno no se recupera de esa pérdida, aún más cuando son dos personas. A mí me duele bastante no tener a mi hermana porque éramos muy unidas” comenta Martha.
En un video que circuló Teodomira Rosales, directora del Centro Regional de Defensa de Derechos Humanos “José María Morelos y Pavón”, una señora refleja la ausencia de las autoridades.
“A mí me gustaría decirles a todas las instancias gubernamentales, principalmente al gobierno de cualquier índole, que nos preste atención. Hay hijos huérfanos que quieren superarse ante esta sociedad de tanta problemática que hay, a pesar de todo ese dolor que han sufrido de perder a sus padres, sus hermanos, pero no tienen apoyos. A esas madres que se quedaron sin sus hijos voltéenlas a ver. Han tenido enfermedades que se han agravado ante la situación de la pérdida de sus hijos. La atención médica no llega cuando se necesita. Entonces para qué está el gobierno, dicen que para el pueblo, pero a veces es al revés, solo quieren que el pueblo esté para el gobierno y no el gobierno para el pueblo”, denunció.
La mirada de las autoridades está en otros planos de la vida política y social. De las familias indígenas poco les importa si padecen el hambre, la violencia, pues son discriminadas y olvidadas por los propios gobiernos que se jactan de ser del pueblo. La palabra de las mujeres indígenas de los municipios de Chilapa y Zitlala ilustra no solo el dolor, sino la indolencia de las autoridades.