Manos Libres
Por Francisco Macías Medina / @pacommedina
Los hechos de violencia extrema ocurridos durante la segunda semana de agosto en Jalisco, Guanajuato, Chihuahua y Baja California, nos recuerdan que aunque no se muestren de forma permanente con esa magnitud, hay una de tipo cotidiana en la que siempre existen daños de distinto tipo: pérdidas de vidas o de tipo material, psicológicas, en el ánimo público y la sensación de desesperanza.
Lo desbordado de los acontecimientos parecieran que nos orillan a renunciar a las alternativas en favor de aquellos que ofrecen soluciones cortas cuyo origen es también la violencia pero institucionalizada, en este momento la militar.
Se trata de una opción que se presenta inmediata pero que sus efectos pudieran permanecer en el tiempo: falta de controles civiles sobre sus tareas, poca transparencia, exceso de víctimas en enfrentamientos con civiles sin ser procesados en los tribunales, poca claridad en las responsabilidades por violaciones a los derechos humanos o delitos, intervención cada vez más cotidiana en asuntos ciudadanos: obra pública, bancos, hospitales y hasta eventos deportivos para permear una forma de ser.
En pleno desarrollo de los actos violentos, Miguel Garza, actual director del Instituto para la Seguridad y la Democracia en México (INSYDE), dedicados desde hace décadas al fortalecimiento policial, recordaba la importancia de dos aspectos: primero, la de solidarizarnos como comunidad con los miles de policías que durante la semana enfrentaron el desafío de la violencia, muchos de ellos sin apoyo de los actores políticos, y lo segundo, recodar que existen más de mil 500 experiencias de cuerpos policiales, de las cuales muchas han logrado su fortalecimiento.
En cuanto a la muestra de solidaridad, me hizo recordar que uno de los impactos de la violencia es la de evitar hablar, encontrarnos para por lo menos decir en primera persona aquello que sentimos, su significado y en su caso encontrar apoyo, no en el plano intrapersonal sino como comunidad.
Lo mismo ocurre con los policías, nos faltan espacios de encuentro donde podamos integrarnos como comunidad afectiva y de confianza, para sólo así atender nuestras necesidades apremiantes. En mi experiencia dichos encuentros permiten dar pasos a los encuentros y entendimientos, hacer preguntas, redefinir y colocar las cosas en su lugar, para luego irnos al quehacer conjunto como comunidad.
Lo anterior implica el compromiso de que, así como nos importa las acciones que se generan en la agenda nacional, también las relacionadas con las policías que se desarrollan en lo local.
Ahora que los gobiernos municipales del área Metropolitana de Guadalajara han pasado su curva de aprendizaje, será urgente evaluar su quehacer, los mecanismos de participación ciudadana, sus estrategias de seguridad y su fortalecimiento a través de las evidencias, así como los responsables de su control, desde personas coordinadoras, comisarias y en la parte operativa, hasta las que se encuentran en la función legislativa y en los múltiples Ayuntamientos.
No podemos permitirnos cumplir con otro nuevo ciclo de violencia en el que las deficiencias en la tecnología y la falta de reacción, no nos llame a la responsabilidad.
Responsabilidad de quienes nos gobiernan, para hacer un alto y una reflexión con base en la evidencia para evaluar su quehacer. Puede entenderse las intenciones y los objetivos, pero no sin mirar la realidad, el sufrimiento y el horror.
Implica la creación de una nueva escala que repare y sea compasiva para los que han sido victimizados directa o indirectamente. Que la guía de ello sea responder a las necesidades de aquella familia que vimos en video y que fue despojada de su tranquilidad, así como del control de su vida o la del joven que al circular por la carretera por ir a trabajar fue privado de la vida injustamente. No son sólo delitos, son impactos a una comunidad que busca la seguridad de vivir sin miedo.
Implica también responsabilidades como comunidad para poder reconocernos como tal, escucharnos y tomar el camino del apoyo al aceptar que las violencias se moldean en la tolerancia de las calles, los barrios y sus incentivos económicos, aspiracionales, entre otros.
Es indispensable recuperar los aprendizajes, herramientas y habilidades incluso de nuestros ancestros, que nos permitan el encuentro desde la diferencia, la integración desde lo múltiple, donde la solidaridad sea el camino.
La misión es también la de activarnos y aunque en este momento no podamos apreciar la solución idónea, aunque existan nuevas experiencias, aprendamos a ensayar y obligar a las autoridades locales a hacerlo con la suma de todos los actores: iglesias, universidades, organizaciones civiles, comerciantes, empresarios, nadie está excluido de ello.
Es urgente una convocatoria donde de forma mínima discutamos el presente y el futuro en primera persona, donde reconozcamos que cada uno tiene parte de la verdad que se necesita para ensayar soluciones y parte de la responsabilidad.
Podemos hacerlo.