Proyecto Periplo, a través de las diversas organizaciones civiles que lo integran, lanzaron este primero de agosto su campaña #EllasHablan. La iniciativa contempla la publicación de un video semanal donde mujeres migrantes, indígenas y trabajadoras agrícolas originarias de Guerrero, San Luis Potosí, Oaxaca y Baja California narrarán en primera persona sus historias dentro este sector que invisibiliza y menosprecia su participación.
Hermelinda Santiago es una de ellas. Su testimonio es el reflejo de las mujeres que salieron de sus comunidades en busca de sus derechos básicos, como el acceso a un trabajo, una alimentación digna, y educación. Sin embargo, relata que, a pesar de ser parte de las 3 de cada 10 mujeres que reciben un pago por su trabajo en el campo, su esfuerzo en el “surco”, como ella lo nombra, no alcanza a cubrir sus necesidades, ya que los sueldos no superan los 310 pesos diarios.
Por Leslie Zepeda / @lesszep2
Periplo, un proyecto impulsado por Fundación Avina, junto a diversas organizaciones civiles en México y diferentes países de la región que trabajan a favor de los derechos laborales de las personas migrantes en el sector agrícola, anunciaron el lanzamiento de su campaña #EllasHablan, la cual contempla la publicación de diez videos con las historias de diez mujeres originarias de México que migraron con el objetivo de encontrar un sustento para sus familias.
Quienes integran Periplo destacaron que se trata de mujeres que trabajan en la industria agrícola y que comparten condiciones como el género, su identidad indígena y, evidentemente, su condición como personas migrantes; es decir, que las características que las atraviesan a la hora de desenvolverse en este sector, significan mayormente la invisibilización y normalización de su trabajo, de acuerdo con el grupo de especialistas.
Bajo este contexto es importante mencionar que, en México el 12.7% de quienes laboran en el campo son mujeres, sin embargo, solamente 3 de cada 10 de las jornaleras reciben un pago por su trabajo.
A decir de Pamela Ríos de Fundación Avina, fueron estas situaciones las que les llevaron a cuestionarse dentro de esta campañas las necesidades y el contexto de las mujeres migrantes, precisamente, desde ese posicionamiento de género respecto a su desempeño en el mencionado sector agrícola:
“Hay un montón de situaciones, de vulneraciones que les ocurren por el hecho de ser mujeres, como lo son las dobles jornadas, porque la mayoría de las mujeres tienen que cumplir con su jornada laboral y después tienen el trabajo no remunerado en el hogar”.
El análisis que compartieron desde proyecto Periplo no sólo da cuenta de las cifras, puesto que, #EllasHablan tiene la intención de darles el espacio, la voz y esencialmente la fuerza a aquellas mujeres que diariamente resisten y sobreviven a las vulnerabilidades y violencias que experimentan como trabajadoras agrícolas; así lo resaltó Mayela Blanco, también de Fundación Avina, quien reconoce que la información que estas mujeres puedan recibir sobre sus derechos laborales se vuelve determinante para que ellas accionen contra estas problemáticas :
“Resaltar el papel de las mujeres (en el sector agrícola) es resaltar la vida de las mujeres en las comunidades de origen, y es resaltar las condiciones de precariedad a las que se enfrentan y que son las que determinan que acepten condiciones laborales precarias, pero también son las que las impulsan, en medida que tienen acceso a la información sobre sus derechos”.
Tal es el caso de Hermelinda Santiago Ríos, la mujer migrante, indígena y originaria de Guerrero que abrió la serie de historias que contarán desde Periplo las próximas 10 semanas. En su narración, Hermelinda se concentró en explicar las situaciones que tanto a ella como a otras mujeres indígenas de la montaña de Guerrero, las orilla a migrar y a trabajar en campos agrícolas con empleadores que no les garantizan sus derechos laborales.
“Porque aquí no hay trabajo, porque aquí piden mínimo secundaria para barrer, para hacer un trabajo. Y aquí no tenemos ni secundaria, ni primaria, ni nada. Las escuelas están abandonadas, es un abandono total en la comunidad indígena de aquí de la región de la montaña de todo Guerrero. A fuerza se tiene que salir para ir a buscar trabajo a otro país, a otros estados para sobrevivir”.
Hermelinda también hizo hincapié en la falta de acceso a una alimentación digna y suficiente; pues explicó que, la siembra de hortalizas y vegetales que ellas pueden hacer en sus tierras depende directamente de las condiciones climáticas. En ocasiones solo logran conseguir tres costales de maíz al año, lo que claramente no alcanza para el bienestar básico de su familia.
No obstante, al salir de sus comunidades indígenas, las mujeres migrantes no se encuentran con una realidad diferente. Según datos de las organizaciones, el 93.4% de las mujeres trabajadoras agrícolas en México carece de contrato; 90.9% carecen de acceso a instituciones de salud por parte de sus empleadores y el 85.3% no cuenta con prestaciones laborales. Las trabajadoras agrícolas migrantes transnacionales enfrentan discriminación en el proceso de reclutamiento y asignación del tipo de labores; en años recientes solo 6% de las visas de clasificación H-2A, fueron para mujeres.
Hermelinda narró también que, dentro de los campos agrícolas no se les brinda agua para lavar sus manos después de usar diferentes químicos en la siembra de diferentes alimentos. En su opinión y experiencia pone en riesgo su bienestar y evidencia que “allí tampoco tienen acceso a la salud”, como sucede en sus comunidades:
“A veces por agarrar el químico allá en los surcos, así mismo agarramos la comida, porque si pedimos que nos den un poco de agua nos dicen que nosotros no tenemos por qué exigir eso, porque a nosotros nos pagan por trabajar, pero con la miseria que nos pagan no nos alcanza y eso padecemos día a día”.
Hermelinda expresó el nulo interés de los empleadores hacia sus trabajadoras en este caso, ya que aunque el precio de los alimentos ronde los 30 a 40 pesos mexicanos por kilo, a ellas apenas les dan el mínimo de lo que recuperan: “al trabajador se le pagó con la migaja de eso, se le pagó con el mínimo centavo que le sobró al patrón, el que no tiene ningún beneficio, ningún seguro social para que sea atendido, ni siquiera un seguro de vida, porque si te mueres en medio del surco al patrón no le importa”.
“Los patrones dicen, ustedes nada más buscan problemas y quieren reclamar derecho, pero ustedes no lo tienen, eso es lo que dicen todos los patrones en diferentes estado de la República Mexicana”.
Lo que comentó Hermelinda Santiago está comprobado por las cifras que recuperó proyecto Periplo, donde las propias mujeres trabajadoras agrícolas migrantes identificaron como discriminación los bajos salarios en México, –que van entre los $146 y $310 pesos mexicanos diarios-, así como, la falta de prestaciones, -ya que el 85.3% en México no cuenta con estos derechos-; y la excesiva duración de las jornadas de trabajo, entre otras.
Según Margarita Nemecio del Centro de Estudios en Cooperación Internacional y Gestión Pública (CECIG AC), esto se debe a la normalización e invisibilización de las labores que desempeñan las mujeres diariamente:
“Estas labores han normalizado e invisibilizado mucho el papel de las mujeres, de las jóvenes, de las adolescentas y de las niñas. Esta normalización o invisibilización de las mujeres particularmente de las trabajadoras agrícolas o mujeres jornaleras, tiene estrecha relación con un mercado del trabajo que construido un perfil de la jornalera, como mano de obra que es barata, que es flexible, esto bajo estigmas sociales basados mucho en el color de la piel, en el idioma, el sexo o en la identidad de género”.
Por último, Abel Barrera del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan reconoció una constante en torno a las mujeres agrícolas, la desatención por parte de las autoridades responsables de garantizar una calidad de vida para las mujeres indígenas que se ven orilladas a migrar ante la falta de garantías básicas en sus comunidades:
“Esta situación se ha complicado ahora con la pandemia, porque ellas en lugar de confinarse con sus hijos, sobre todo las madres solteras tuvieron que salir con sus hijos, porque el maíz que cosechan era insuficiente, tres costalillas de maíz es insuficiente para sostener una familia de cinco hijos durante un año, hay que salir a los campos agrícolas, y su salida siempre implica un viacrucis por el trato indolente, abusivo y sobre todo discriminatorio de la población que interactúa con ellos y que estigmatizan a las mujeres”.
Aquí puedes acceder a la apertura de la campaña #EllasHablan y a la presentación del primer video que cuenta la historia de Hermelinda Santiago: