La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Sin duda, la noticia más importante de esta semana han sido las imágenes dadas a conocer por el telescopio James Webb, que nos ha puesto en la palma de la mano las fotografías más nítidas y mejor logradas del espacio exterior, superando por mucho lo que había ofrecido su predecesor, el Hubble.
Personalmente no me alcanza la cabeza para siquiera intentar comprender lo que veo en las imágenes. Por más que leo artículos y comentarios, no logro procesar la magnitud de lo registrado por el telescopio. Es, me parece, lo más cerca que vamos a estar de darnos una idea del significado de infinito, y mientras pienso y escribo esto me pregunto hasta donde llega eso que la humanidad todavía no alcanza a registrar. Porque si algo queda claro es que no se ve más no porque no haya más, sino porque no se ha desarrollado la tecnología para llegar más allá… por ahora. Y entonces me pregunto hasta donde va a llegar la curiosidad humana y qué tanto seguirá expandiéndose el Universo para mantenerse inabarcable e inconmensurable.
Pienso también en que resulta de verdad imposible suponer que no hay otras formas de vida en todo ese espacio registrado, y me da risa la humanidad queriendo encontrar vida como ésta, la que tenemos aquí, y me pregunto si no va siendo tiempo de que reformulemos lo que entendemos por “vida”. Somos tan egocéntricos como especie, que incluso los extraterrestres deben ser humanoides, por lo menos. ¿Y si la vida está ahí afuera y simplemente no podemos asirla, mucho menos aprehenderla? Pero vamos, si no podemos entender la diversidad aquí, en nuestra cotidianidad; si el hecho de que alguien renuncie a vivir según la convención, causa tanto resquemor, mucho menos vamos a entender que allá afuera hay otras formas de eso que nos han enseñado que es la vida y lo que significa estar vivos.
Pronto han surgido diversas reflexiones, tanto de quienes se han apurado para evidenciar la insignificancia de la existencia humana frente a la grandiosidad del Universo como de quienes urgen a no sentirse menos dentro del cosmos porque la especie es maravillosa. Incluso vi un hilo de Twitter que, a partir de diversos argumentos, llega a la conclusión de que cada persona contiene un Universo en su cerebro —¿se acuerdan del dicho “Cada cabeza es un mundo”? Bueno, pues ya adquirió proporciones galácticas.
¿De verdad está mal que nos asumamos como insignificantes? Por otra parte, también vi algún comentario de que las imágenes reveladas por el telescopio James Webb eran una muestra de “el poder extraordinario de dios”. Y bueno, yo no puedo pensar si no en lo contrario: es apabullante darse cuenta de cómo la palabra dios y sus significados tienen poder sólo en un pequeño rincón mientras que son nada en esa infinidad. Pero supongo que cada quién trata de consolarse del madrazo existencial de la mejor manera posible.
Una vez escuché, en un documental sobre océanos, que la humanidad conoce y tiene mucha más información del espacio exterior que de las profundidades marinas. Puesto en su respectiva perspectiva, me parece que eso también es sintomático del comportamiento que, en general, tenemos como especie: tan atentos a lo que ocurre en el exterior, allá, lejos —vaya, lejísimos— pero indiferentes y apáticos, cuando no indolentes e insensibles, con las realidades que nos rodean. Sólo con esta disonancia es posible concebir que se invierta tanto en conocer el espacio exterior y tan poco y tan ineficazmente en resguardar el planeta. No quiere decir que esté en contra del desarrollo científico y el conocimiento de todo lo que ni siquiera podemos comprender, pero de pronto me resulta medio orate estar viendo con tanta fascinación las estrellas mientras el planeta colapsa. Tenemos la mirada puesta en todos esos lugares a donde no podremos irnos nunca para escapar del caos y la devastación que provocamos aquí.
Pero no hay que ponerse pesimista. Lo cierto es que lo revelado por el James Webb es impresionante, como impresionantes es la capacidad que hemos desarrollado para producir memes. Hoy es momento de dejarse sorprender y conmover y reconocerse insignificante ante esa explosión de maravillas que tenemos en nuestros ojos, en nuestras manos.
Parafraseando a Galileo, a pesar de nuestra insignificancia y nuestra pequeñez, así como los planetas y las galaxias, el conocimiento se mueve.