Manos Libres
Por Francisco Macías Medina /@pacommedina
Cuando ocurre un sismo nos da la impresión de que se trata de un solo hecho, único y desconectado de lo que en realidad lo origina. Poco a poco nos damos cuenta de que a diario existen dichos fenómenos los cuales pueden explicar dinámicas o hechos futuros, los cuales son medidos minuciosamente por los sismógrafos.
Sus mediciones nos hablan de su intensidad pero no de lo que ocurre en la superficie de la tierra o en las comunidades que lo viven. Algo parecido sucede con la inseguridad actual, la cual se ha vuelto una constante durante las últimas décadas.
Asesinatos de personas como los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, cuyo fin de su acompañamiento sólo era preservar la humanidad a través de la compasión con quienes más lo necesitan ¿a quién podían hacer daño?, sin duda sólo a aquél cubierto por las diversas capas de las violencias permitida y tolerada.
También existen enfrentamientos, como el ocurrido recientemente en una comunidad de El Salto, Jalisco, las cuales se encuentran cruzadas por la exclusión, el abandono de servicios y las desigualdades sobre todo de aquellas que cierran caminos a las juventudes para solamente dejar abierto el de la confrontación con la ley.
Por otro lado, los gobernantes -independientemente del nivel de gobierno- pareciera que se encuentran más comprometidos con la preservación de una mínima intervención, un discurso del enemigo acompañado por endebles acciones de protección que dejan entrever su conexión con lo que denuncian. Existe un exacerbado interés en convencernos de que la realidad son estadísticas y graficas (como el sismógrafo).
Los tres rasgos antes mencionados reflejan la verdadera situación sobre la seguridad pública, sólo desde ella saldrá la respuesta para construir las respuestas que necesitamos.
El camino no es limitar la discusión a una frase lanzada en los pasillos aislados del poder o del empuje de una falsa valentía para “hablar de frente”, sino en reconocer como comunidad en donde estamos y el camino que queremos tomar, así como nuestras responsabilidades en ello.
Si bien cada uno tiene una parte de la verdad, hoy más que nunca es indispensable y urgente hacer un alto.
Desde la autoridad un ALTO para abrirse a un debate complejo en donde la evidencia y las mejores prácticas permitan una construcción que ensaye nuevas soluciones.
ALTO al autoritarismo de creer que no se necesita de los y las demás personas, sobrevivientes, colectivos, expertos, universidades, núcleos de pensamientos. Es momento de abandonar la atomización por la cooperación.
ALTO también de simular la participación desde la exclusión, todos somos parte de las soluciones.
Como comunidad también es buen momento para detenernos y preguntarnos por la falta de atención para entender y atender necesidades que a la postre han provocado esta inhumanidad. Implica la renunciar a formas de vida y expectativas conectadas a la violencia delictiva.
Clamamos por otra política de seguridad, pero esta no vendrá sin renunciar a nuestra distancia e inactividad.
Abramos espacios desde el diálogo complejo, la compasión, la empatía y la responsabilidad. Necesitamos ser hoy más que nunca corazón para la acción y no simples testigos inactivos que solamente registramos día a día lo que nos destruye.