La Hilandera
Por Rosario Ramírez / @la_hilandera
A estas alturas ya no es un secreto para nadie que estamos a punto de vivir otra ola de contagios por Covid-19. Por unos meses transitamos por la falsa ilusión de una post pandemia debido a la disminución sostenida de casos positivos. Para mí, hablar de post pandemia es una cosa que me causa entre ternura, desconfianza y asombro, sobre todo cuando lo veo escrito por colegas o en paneles donde se habla de lo que la pandemia “nos dejó” o “nos enseñó” mientras vivimos con reserva el quitarnos el cubrebocas (cosa que está de más decir que no resultó tan bien). Se sabe, de entrada, que siempre llegamos tarde a analizar lo que ocurre en lo social, así que hablar de algo que aún no pasa nos ha hecho saltar de la tardanza al futurismo. Pero qué voy a saber yo. Lo que sí dudo es si contamos con las capacidades y elementos suficientes para analizar todo lo que el confinamiento, la enfermedad, y las ausencias dejaron en nuestras experiencias y formas de vivir hoy en día. Ya veremos, pero hoy no lo creo.
Después de un confinamiento más o menos prolongado, el volver a la presencialidad, el salir de casa, el vivir la proximidad, se convirtió en un tema complejo y, a veces, en un reto. Para algunos el tema se centraba en el riesgo, porque ahora estar cerca de alguien te podía exponer al virus; pero también se volvió un tema la ansiedad que provocaba volver a la presencialidad en el trabajo, la escuela, con las amistades, y las reflexiones sobre cómo nos comunicamos mejor, cómo conocemos o hemos conocido a otras personas y, sobre todo, el cuándo volveremos a ver y cómo a aquellas/os que nos son significativas/os.
En las etapas más duras de la pandemia fuimos testigos de eventos sociales que hasta hace un par de años eran impensables a través de plataformas digitales. Lo mismo “asistíamos” a una boda que a un funeral a través de zoom, o “visitábamos” a la familia solo a través de una videollamada. Muchxs conocimos personas y colegas a través de un avatar o de sus fotos, publicaciones y discusiones en Facebook, Instagram o Twitter, y esas interacciones de las que éramos testigos o parte eran los únicos hilos que nos vinculaban. Y no es que esto se haya detonado en la pandemia, porque ciertamente estas son dinámicas que ya tienen sus años, pero sí vimos exacerbadas estas prácticas y los usos de lo digital (e incluso su abandono) durante este tiempo. También vimos y vivimos otros procesos, el de ser selectivxs, por ejemplo, y darnos cuenta de que hay personas que no necesitamos más o de quienes abiertamente, con pandemia o no, necesitamos alejarnos.
Aún hoy, sigo conociendo a personas que sólo ubicaba por zoom, a quienes sólo había leído en tuits o a quienes les ponía un corazón en instagram. Es impresionante lo que ocurre en esos encuentros: aun cuando no había referencia material (o ésta era remota en el tiempo), aún cuando esos avatares, voces, piensos siempre tuvieron un cuerpo, una persona que los moviliza, los construye y los siente, resultábamos lo mismo ajenos que camaradas. Se volvió realidad eso de que nos conocemos incluso antes, casi como un poema o una canción noventera. He disfrutado mucho de conocer (reconocer) y poder abrazar a personas que ubicaba por fotos impresas o digitales, lo mismo mis alumnxs que colegas y amigxs a quienes les tengo gran afecto.
Procuro poner atención en esa primera reacción, en ese momento donde hay un reconocimiento (¿real?) de la persona, en eso que se mueve cuando nos vemos y acercamos por primera vez o después de muchos años. Es un momento mágico. Más allá de a lo que lleguemos y los análisis que hagamos después sobre cómo interactuamos, nos amamos o nos odiamos a través de nuestras interacciones en plataformas varias, sin duda este ejercicio de conocernos, de reconocernos y volver a vernos, ha sido extraordinario.
*Y me disculpo por el silencio entre una nota y otra. La impostora que me habita andaba en activo, y yo cerrando semestre.